Historia del fútbol argentino, por Juvenal. Capítulo XVI (1976 – 1980)
Aparece Diego Maradona. Boca con Lorenzo gana todo. Independiente es el rey de la hazaña. Epopeya Cervecera y de Central. La Selección juvenil conquista el Mundo en Tokio. Todo lo demás fue de River.
A Boca no lo para nadie
Terminaba 1975, y la inmensa legión de adictos a los colores azul y oro entraba en profunda depresión, River Plate, el enemigo odiado desde el origen común en la Ribera, no sólo había conseguido quebrar el embrujo de los 18 años sin campeonatos, sino que había hecho doblete, y amenazaba con imponer un total dominio en el plano local. Para colmo, Boca había tenido un mal año, con problemas económicos y futbolísticos, soportando afrentas hasta entonces inadmisibles. River le había copado la Bombonera dos veces y otros lo habían goleado en la calle Brandsen, como Ferro Carril Oeste, que le propinó cuatro y San Lorenzo, que le hizo cinco. Alberto J. Armando contrató como entrenador a Juan Carlos Lorenzo, quien venía de una excelente temporada en Unión de Santa Fe, y empezó la revolución, que se prolongó con un impactante segundo paso: entregarle los tres palos y el área penal de Boca a Hugo Orlando Gatti, ese arquero sensacional al que el seguidor público xeneize no había podido odiar ni cuando jugaba para River. También, como para odiarlo. Si en los tiempos en que atajaba para Gimnasia, se levantaba el buzo de arquero y abajo se le veía la azul y oro. El romance venía de lejos, de la época del "Loco" en River, cuando quisieron agredirlo tirándole una escoba y Hugo se puso a barrer lo más campante el área que da espaldas a la vieja Casa Amarilla. Estaba el Toto, estaba Gatti, pero debía llegar más gente, porque Boca era tierra arrasada. Había que iniciar todo de cero. Así se agregaron Pancho Sá, el Toti Veglio, el Chapa Suñé, el Ruso Ribolzi, Marito Zanabria, el Heber Mastrángelo, casi todos veteranos de mil batallas, lo que hizo que algunos desconfiaran cuando los primeros resultados no fueron los esperados.
A nadie le causó gracia perder con River en la Bombonera por tercera vez consecutiva —gol de Perfumo de tiro libre—, pero la solidificación del grupo aventaba las quejas. Así Boca clasificó para la ronda final, muy lejos del líder de su zona, Huracán, pero con la vista fija en ese objetivo de once partidos que podía conducirlo a un nuevo campeonato. Y lo logró, nada menos que en el Monumental de Núñez, en una noche de diluvio y multitud, al superar 2 a 0 a Unión de Santa Fe.
El paso fundamental había sido dado tres días antes, en la misma cancha, cuando le ganó 1 a 0 al Huracán de Ardiles, Brindisi y el Loco Houseman —casi nada— con un golazo desde 35 metros del Chino Benítez. También fue jornada pasada por agua, como obedeciendo a un mandato histórico. En el barro, primero Boca. Por predisposición física —admirablemente preparados por el profesor Jorge Castelli— y espiritual.
Las huestes del Toto se fijaron un nuevo objetivo y lo lograron: el campeonato Nacional, ganándole la final en cancha de Racing a... River. Gozo doble, euforia loca, ganas de levantarle un monumento al Chapa Suñé, autor del gol decisivo ejecutando rápida y sorpresivamente un tiro libre.
Ahora, las Copas
En 1977, la meta era otra: la Copa Libertadores. ¿Cómo era posible que el primer club argentino que le prestara atención al por entonces —1963—incipiente torneo continental de clubes, no hubiera podido ganarlo?
Hacia allí apuntaron los cañones triunfales de Boca. Y se dio el gusto nomás, la noche del 13 de setiembre, cuando superó por penales en el Centenario de Montevideo al Cruzeiro de Belo Horizonte. Había sido 0 a 0 en partido y suplementario, sufrido y peleado, otra vez en el barro, como la leyenda indica cuando de grandes triunfos boquenses se trata. En la dramática definición, acertaron todos sus tiros desde los once metros, hasta que llegó el último ejecutor, el moreno Vanderley. Hugo Gatti fue contra el palo izquierdo del arco que da a la tribuna Amsterdam y con su atajada abrió las compuertas del festejo.
Se aflojaron las tensiones. Se había conseguido mucho. Quedaba la Intercontinental para 1978. El 21 de marzo Boca empató de local, partido de ida, contra el Borussia de Alemania, 2 a 2. La revancha se realizó en Kalsruhe, el 1° de agosto, y el equipo de Lorenzo produjo una de las actuaciones más excepcionales de su historia. Vapuleó a los alemanes, imponiéndose 3 a 0, con goles de Mastrángelo, Felman y el Loco Salinas, para traer a la Boca el único trofeo que faltaba. El ciclo estaba en su cenit. Se retuvo la Copa Libertadores, edición 1978, goleando por 4 a 0 al Deportivo Cali del doctor Carlos Salvador Bilardo.
De pie señores, aparece Maradona
Miércoles 20 de octubre de 1976. Argentinos Juniors pierde 1 a 0 contra el por entonces espectacular Talleres de Córdoba. Juan Carlos Montes le dice a un pibe de rulitos que está a diez días de cumplir los 16 años, que se prepare para ingresar por su compañero Giacobetti. Entra y cambia todo. Le tira un caño irreverente a Juan Domingo Cabrera, se carga a su equipo sobre los hombros y lo impulsa a buscar el empate. Argentinos no lo consigue. Otra vez, como en los casos de Alonso y Bochini, el crack comienza su carrera perdiendo. Pero es derrota transitoria, menor, olvidable.
El 14 de noviembre, en Mar del Plata, ante San Lorenzo de aquella ciudad, se encuentra con su amigo inseparable hasta hoy: el gol. Conquista dos en la, goleada de Argentinos, que se impone por 5 a 2. Lucangioli, el arquero marplatense, se metía para siempre en la historia, sin siquiera sospecharlo, era la primera víctima de un genio. Diego la rompía, igual que con los "Cebollitas", ese cuadrazo de divisiones inferiores que integró hasta que su extraordinaria capacidad lo llevó a saltar categorías aceleradamente. Que era un fenómeno se sabía desde los tiempos en que hacía jueguito para divertir al público en el entretiempo de los partidos, en la canchita de Juan Agustín García y Boyacá. Mantenía la pelota en el aire el tiempo que quería, pegándole con todas las partes del cuerpo imaginables. Muchos dudaban si tanto malabarismo se podía trasladar a la Primera División. La respuesta llegó rápido. César Luis Menotti lo hizo debutar en la Selección Nacional el 27 de febrero de 1977. Argentina goleó esa tarde a Hungría 5 a 1, y Diego ingresó por Leopoldo Jacinto Luque a los 65 minutos. Jugó bien, EL GRAFICO le puso 7, y empezó a desandar una carrera internacional única, como que es el jugador que más veces vistió la casaca albiceleste.
Su influencia en Argentinos Juniors pasó a ser decisiva. No solamente en lo deportivo, sino también en lo económico. El club de La Paternal jugó más partidos amistosos en los cuatro arios que lo tuvo en sus filas, que en el resto de su historia. Además, creció su convocatoria. La gente iba a la cancha a verlo a Maradona, que devolvía la plata invertida con las increíbles concepciones futbolísticas de un superdotado.
Los "bichos colorados" ocuparon posiciones que jamás antes habían ni siquiera soñado. Hasta fueron subcampeones del Metropolitano de 1980, máximo lauro de la institución hasta ese momento. Además, Diego se consagró goleador de cinco torneos (Metropolitano del '78, '79 y '80; y Nacional del "79 y '80) rompiendo el viejo record de artillero de cuatro campeonatos que ostentaba el Nene Sanfilippo.
Maradona era Argentinos y la Selección, dejando el recuerdo inolvidable de su golazo al arquero brasileño Leao, cuando Argentina festejó el primer aniversario de la obtención de la Copa FIFA con un cotejo ante el Resto del Mundo.
Menotti lo excluyó del plantel que se preparaba para el Mundial del '78, cuando apenas faltaba un mes para su comienzo. Diego jamás se lo perdonó. Sostenía que, aún con 17 años, estaba en condiciones de afrontar semejante compromiso.
Campeón Mundial Juvenil
Tuvo su revancha. Especial, hermosa, rodeada por la alegría y el atrevimiento dé un grupo de pibes que consiguieron para Argentina el segundo Campeonato Mundial Juvenil, disputado en Japón en agosto y setiembre de 1979. Era un cuadro sensacional, pergeñado por la sabiduría del maestro Ernesto Duchini, con luces propias en cada uno de sus componentes, pero que, además, contaba con la ventaja de tener al más grande de todos, Diego Armando Maradona.
Fue una cabalgata triunfal la de Japón, sin una sola mancha, ni futbolística ni disciplinaria, encarnada por estos chicos que jugaron bien al fútbol, tan simple y tan complejo como eso: Sergio Rubén García, Abelardo Osmar Carabelli —compañero de Diego des-de los tiempos de los Cebollitas—, Juan Ernesto Simón, Rubén José Rossi, Hugo César Alves, Juan Alberto Barbas, Osvaldo Ricardo Rinaldi, Osvaldo Salvador Escudero, Ramón Angel Díaz, Gabriel Humberto Calderón, Rafael Luis Seria, Jorge Piaggio, Marcelo Fabián Bachino, Daniel Adolfo Sperandío, Juan José Meza, Alfredo Manuel Torres, José Luis Lanao y Diego Armando Maradona.
La gente se levantaba de madrugada para verlos a través de la televisión, ganarles 5 a 0 a Indonesia, 1 a 0 a Yugoslavia, 4 a 1 a Polonia, 5 a 0 a Argelia, 2 a 0 a Uruguay y 3 a 1 a Unión Soviética en la final, cuando hubo que asimilar una desventaja inicial y se terminó ganando con exhibición. El tercero, un hermoso tiro libre de Maradona, que terminó la década de los gloriosos 70, prometiendo todos los sueños que concretó en la siguiente.
Sinfonías en rojo
Después que se cortara el gran ciclo de las Copas, en 1976, Independiente afrontó un período de renovación, al frente del cual los dirigentes colocaron a un viejo amigo de la casa: José Omar Pastoriza, de vuelta del Mónaco y dispuesto a ser entrenador. Asumió en julio de 1976, y después de dos buenas campañas en el Nacional de ese año y el Metro de 1977 —fue subcampeón de River Plate— llegó la hora de ganar, ese hábito de los diablos rojos de Avellaneda.
Independiente se adjudicó la zona D del Nacional de 1977, al reunir 21 puntos —cuatro más que su escolta, Belgrano de Córdoba—, después de ganar 10 partidos, empatar 1 y perder 3, señalando 30 goles y recibiendo sólo 13. En aquel certamen, clasificaba sólo el ganador de cada uno de los cuatro grupos. Los otros fueron: por la A, Newell's Old Boys; por la B, Estudiantes de La Plata; y por la C, Talleres de Córdoba. En las semifinales, los cordobeses de Roberto Marcos Saporiti eliminaron —1-1 y 1-0— a los rojinegros de Jorge Raúl Solari, mientras que Independiente dejó en el camino las aspiraciones de Estudiantes, tras igualar 1 a 1 en la ciudad de las diagonales y ganar por 3 a 1 en el estadio de la doble visera.
Llegó el partido de ida de las finales y el panorama se les complicó seriamente a los hombres de Pastoriza. El 1 a 1 contra Talleres —sendos goles de penal de Enzo Trossero y Ricardo Cherini— en casa, no era alentador para el desquite, con toda una provincia movilizada detrás de un sueño: un equipo cordobés campeón de la AFA por primera vez.
Norberto Daniel Outes fue el encargado de silenciar a la multitud abriendo el marcador en el estadio de Barrio Jardín, pero enseguida igualó de penal Cherini, y desniveló Angel Bocanelli, en una jugada que sería la piedra del escándalo: todo el equipo rojo se le fue encima al árbitro Roberto Barreiro, argumentando que el puntero cordobés había impulsado la pelota con la mano. La respuesta del juez fueron las expulsiones de Rubén Galván, Enzo Trossero y Omar Larrosa. ¿Qué quedaba, si no resignarse a la goleada en contra, con esa diferencia numérica y frente a los reyes del toque, Valencia, Ludueña y compañía? El empate significaba la consagración, por el valor doble de los goles de visitante, pero, ¿cómo llegar a él? Pastoriza se jugó con el ingreso de Bertoni, que había sido operado hacía menos de dos meses, y de Mariano Biondi. Y el milagro se produjo. Los jóvenes compadres, Bochini y Bertoni, se acordaron de sus paredes de siempre y ensayaron una doble, que terminó con el quilmeño sirviéndole el gol del empate en bandeja al pibe de Zárate, que no perdonó. El delirio, el aguante hasta el final y el festejo increíble de otra hazaña impar, ante un estadio absorto y desilusionado, pero no ciego: aplaudió de pie al mejor de los dos, al Campeón Nacional de 1977, Independiente de Avellaneda.
Con la misma base y el mismo cuerpo técnico, la conquista se repitió al año siguiente, al cabo de dos bravas finales con el River Plate multiestelar de Angel Labruna. El rojo soportó el asedio de su adversario en el Monumental, rescatando el 0 a 0; y en Avellaneda soltó los pájaros de su genio mayor, Ricardo Enrique Bochini, quien le hizo dos golazos al Pato Fillol para coronar el gran logro: Independiente bicampeón Nacional.
La gloria cervecera
Entre 1977 y 1980, se jugaron ocho campeonatos, de los cuales River Plate se impuso en cuatro. El gran cuadro de la banda roja sólo le dio lugar a los dos éxitos ya comentados de Independiente, a Quilmes y a Rosario Central.
Quilmes Atlético Club, el club más viejo del fútbol argentino —Gimnasia y Esgrima La Plata fue fundado antes, pero en sus comienzos no practicaba el más popular de los deportes— fue también el primer equipo chico que ganó un campeonato de todos contra todos. Y se impuso en uno verdaderamente extenuante, como que los cerveceros, para adjudicarse el Metropolitano de 1978, debieron disputar 40 partidos, de los que se impusieron en 22, igualaron 10 y cayeron derrotados en 8 ocasiones. Aventajaron a Boca Juniors por un solo punto, 54 a 53, logrado en la última jornada, cuando los muchachos de José Yudica se alzaron con un gran triunfo por 3 a 2, sobre Central, en el mismídmo Gigante de Arroyito.
Ese recordado golazo desde 30 metros de Jorge Osvaldo Gáspari dio rienda suelta al merecido festejo quilmeño. Fue un conjunto, cinchador, parejo y bien parado en la cancha, sustentado por los tiros libres y el temperamento de Horacio Milozzi, la habilidad del Indio Gómez y la contundencia de José Antonio Andreuchi, quien compartió con Maradona el liderazgo en la tabla de goleadores.
El otro título que River no logró, fue obtenido por Rosario Central, el Nacional de 1980. Los auriazules lograban de esta manera su tercer campeonato profesional, llevados de la mano por don Angel Tulio Zof. Sus principales figuras eran Edgardo Bauza y Víctor Marchetti, apuntalados desde el arco por el veterano Daniel Carnevali. Central superó en la final al Racing cordobés de la Araña Amuchástegui, el Pato Gasparini y el Coco Basile en el banco. Los "canallas" golearon 5 a 1 en Rosario, y a pesar de caer 2 a 0 en el Chateau Carreras, lograron dar la vuelta olímpica con total legitimidad.
La restauración millonaria
Lo demás fue millonario, y no fue poco. Ganó el maratónico Metropolitano de 1977 —sin la presencia del Beto Alonso, por entonces en el fútbol francés— tras disputar 46 partidos, de los que se impuso en 25, empató 13 y cayó en 6, convirtiendo 83 goles y recibiendo 46. Fue el gran campeonato de Víctor Rodolfo Marchetti, goleador del conjunto con 21 goles. Marchetti había sido recomprado a Unión de Santa Fe a principios de temporada, tras haberlo dejado en libertad de acción en 1975. River ganó el título en la última fecha, frente a Ferro, pero quebró la tenaz persecución de Independiente una jornada antes, al ganarle a Boca por 2 a 1 en la Bombonera, con goles de Passarella de penal y Pedro González, en tiempo de descuento.
Los millonarios hicieron doblete en 1979. Se adjudicaron el Metropolitano en forma brillante, eliminando en semifinales a su gran adversario de aquellos torneos, el Independiente de Bochini y el Pato Pastoriza —River ganó 4 a 3 en Nuñez, y 2 a 1 en Avellaneda—, para vapulear en la final a Vélez. Sarsfield —2 a 0 en Liníers y 5 a 1 en el Monumental—, pasándole por arriba al equipo comandado por Carlos Luis Ischia y el uruguayo Julio César Jiménez.
El Nacional llegó con menos brillo, pero igual efectividad. Lo ganó tras dos disputadas finales con Unión de Santa Fe, el tenaz cuadro de Roberto Telch, Héctor Pitarch y Fernando Alí. Se empató 1 a 1 en cancha de los "tatengues" y 0 a 0 en Buenos Aires, entrando a pesar allí el valor doble de los goles de visitante. El Pato Fillol volvió a ser vital en esta angustiosa conquista, ganándole un postrer mano a mano al joven Eduardo Sthelik.
El Metropolitano de 1980 selló la triple corona. Con la misma estructura básica de siempre —Fillol, Passarella, Juan José López, Alonso, Commisso, Luque, Merlo, Pedro González—más el jerarquizado agregado de Alberto César Tarantini, River Plate se adjudicó el Torneo Cuarto Centenario de la Fundación de Buenos Aires, con absoluta holgura —le sacó nueve puntos a Argentinos Juniors, el subcampeón— y facilidad, ya que se consagró venciendo 3 a 1 a Tigre en la 34a fecha, cuatro antes de la finalización del certamen.
Por Juvenal (1990).
en el próximo capítulo el mundial 1978