Campeones del 78: héroes Olvidados
En 2003, veinticinco años después de alcanzar la gloria máxima al ganar el Mundial de 1978, El Gráfico reunió a varios campeones del Mundo que contaron como vivieron aquella gesta.
La emocion se mezcla con la melancolía. La melancolía se engancha al olvido. El olvido es abandono, es desdén que se hace bronca y amargura. Y así el recuerdo por aquella gesta fundacional del fútbol argentino, la del Mundial 78, es para sus protagonistas un cóctel de sensaciones que recorre toda la escala de valores.
A 25 años del primer título mundial conseguido por nuestra Selección, El Gráfico se introdujo en la vida de aquellos héroes, dialogó con ellos. Pero la búsqueda de una anécdota, de un recuerdo feliz, le dio paso a la queja en voz baja, a la tristeza que perdura. Apenas un puñado de aquellos jugadores hoy camina cómodo por los senderos del fútbol: Daniel Passarella, el Tolo Gallego, el Pato Fillol, Ricardo Lavolpe, Ardiles, Villa. La gran mayoría, en cambio, no la pasa tan bien. Si decir Kempes es nombrar al valor supremo de aquella conquista, basta contar que hoy pelea por un puesto dirigencial en el Valencia, después de dirigir en Indonesia, Arabia, Albania y en la Tercera de Italia. El Rana Valencia ha tenido que volver a Oruro, el techo de Bolivia, porque acá no encontró nada y allá verá si consigue llevar algún jugador. El Perro Killer se queja porque perdió su cancha de fútbol 5 y suma 10 años como DT sin laburo. Olguín se fue al fin a Costa Rica después de esperar alguna propuesta de su país que nunca llegó y Pagnanini confía que algún amigo le dé una mano. Rubén Galván se quedó sin su local de ropa deportiva y no se conforma con haber dirigido en Formosa y Arroyo Seco. Y así andan Tarantini, Houseman, el Cata Oviedo, que lo último que dirigió fue San Lorenzo de Catamarca.
No es sólo eso, porque más allá de la cruda realidad laboral del país, aún aquellos que no están tan mal del bolsillo coinciden en un diagnóstico casi calcado: se sienten poco reconocidos, demasiado pegados a una tragedia nacional que los superó sin consultarlos. No en vano un grupo de ex jugadores, con el Profesor Pizzarotti a la cabeza, planea para fines de este mes la concreción del gran partido homenaje que este equipo se merece y no tuvo. “Exaltar aquel hecho deportivo y rescatar la imagen del equipo, separándola del contexto de la dictadura”, explica Pizzarotti, para cerrar un poco el círculo de estos campeones olvidados.
Aquí, el testimonio de su presente.
“Yo no estuve en todo el ciclo porque a principios del 75 discutí con el Flaco por una boludez y quedé desafectado. Pero la estaba rompiendo en River y por suerte el Flaco se la jugó y dijo: ‘Este tipo tiene que ser el arquero’. Me llamó el 28 de diciembre de 1977. Para mí era un compromiso tremendo, porque llegaba a un grupo armado. Cuando me convocó, Gatti no tuvo el coraje de pelear el puesto, acusó una lesión y se fue.” (Fillol)
“Unos días antes del Mundial, nació Martín, mi primer hijo. Como estaba durmiendo, el Profe Pizzarotti vino a darme la noticia. El Flaco me dejó ir a Rosario a conocerlo y volví en el día. A la semana me avisaron que había cortado un diente, que sufría una neumonía y que no pasaba del día siguiente. Otra vez salí volando. Por suerte en el grupo tuve todo el apoyo de mis compañeros. Eso es para destacar: nadie se sentía más que nadie, por más que algunos veníamos del interior en vaquerito y otros andaban con cadenas de oro.” (Gallego)
“Veníamos de River y en la Panamericana vimos un camión chocado. Uno de los muchachos dijo que de ahí no se podía haber salvado nadie. Cuando llegamos a la concentración, nos enteramos de que ahí viajaba el hermano de Luque.” (Bertoni)
“Había terminado el partido con Francia y tenía enyesado mi brazo, había pasado la noche internado. Al otro día, cuando volví a la concentración, era muy temprano y llegaron mi papá, mi mamá y un tío a darme la noticia de la muerte de mi hermano. Fue durísimo, pensé que el Mundial se terminaba para mí. Me fui a Santa Fe, quería quedarme ahí, pero mi familia me insistió para que volviera. También me llamaron Menotti y Passarella para decirme que me necesitaban. Mi padres, prácticamente, me llevaron de la mano.” (Luque)
“Es jodido reaccionar en el momento, estás en una nube. Fueron 30 días fantásticos los que siguieron a la consagración. En la final vi gente comiendo el pasto. Ese partido no lo vi nunca más por TV ni quiero verlo tampoco, porque si lo veo por ahí me caga lo lindo que tengo de recuerdo.” (Tarantini)
“Para mí, el título no tiene importancia, porque una pelota podía entrar o no y eso no hace diferencias. Lo importante fue lo previo, el proyecto del Flaco: antes, a nadie le interesaba la Selección. Igual, la gente salió mucho a las calles. A mí me hubiese gustado que saliera por cosas más importantes y no por el fútbol.” (Ortiz)
“¿Si me siento campeón? No sé, a la noche, cuando me vienen los recuerdos, pienso: ni la oportunidad de estar cinco minutos tuve. ¿Qué granito de arena puse? Alenté, ayudé, pero... Creo que los cinco que no entramos pensamos lo mismo. Igual, para mí fue un regalo del cielo, estoy orgulloso de haber integrado ese grupo.” (Pagnanini)
“Con Houseman peleamos el puesto lealmente: empezó él de titular y después jugué yo. El Loco era un personaje increíble. Después de comer, nos íbamos a fumar a la habitación. Yo le decía: ‘Tirame un cigarrillo’, y él me contestaba: ‘¿Qué te voy a tirar, si no puedo tirar ni un corner?’. El Loco siempre tenía pastillas DRF y Sugus.” (Bertoni)
“Al terminar el Mundial sentí que había defraudado a mucha gente, nunca logré jugar lo que se esperaba de mí. Mi problema fue que estaba demasiado entrenado. El Profe nos mataba, pensaba que si entrenábamos más era mejor; conmigo, era todo lo contrario.” (Houseman)
LA CONCENTRACIÓN
“Passarella había conseguido una llave maestra de las habitaciones y hacía todos los quilombos cuando nos íbamos: desarmaba la cama y la ropa, aparecía un pantalón colgado de la lámpara, el colchón por cualquier lado, cosas raras en los picaportes, sapos en la cama y siempre una zeta con pasta dentífrica en el espejo. Era el Zorro. No se salvó nadie, ni Menotti. Me acuerdo de que un día subí a la habitación y vi a Daniel saliendo de otra, lo descubrí. Me dijo que no hablara, que yo fuera su ayudante, su Bernardo, pero no acepté.” (Luque)
“Una noche, no sé si antes de Perú o de Brasil, charlábamos con Baley y Killer. ‘¡Qué ganas de pescar!’, mandó el Negro. Fuimos a hablar con el Flaco, de caraduras, pensando que nos iba a sacar cagando. Nos dijo que sí, pero que volviéramos temprano. Hacía un frío terrible, pleno junio. En un momento, yo cebaba los mates y pensé: ‘Estamos locos, son las 6 de la matina, es pleno Mundial y nos estamos cagando de frío acá’. ¡Qué locura! Igual nos hizo bien para desenchufarnos, fue nuestro momento de paz. A la noche, la nuestra fue la mesa más envidiada: todos comían lo de siempre y nosotros, pescado al horno con papas.” (Kempes)
“Nos levantábamos y lo primero que veíamos en el pizarrón era la frase del Profe: ‘Faltan tantos días para ser campeones del mundo’. ¡Qué mejor forma de empezar el día! Tratábamos de pasarla bien. Con el Zorro Passarella, Houseman, el Tolo y Kempes armábamos todas las jodas. A Daniel le decíamos Jaimito, era flor de quilombero.” (Killer)
“La concentración fue larga, pero la llevamos bien. Casi no podíamos salir; sólo recuerdo que el Flaco nos dio permiso después del partido con Italia, que ya estábamos clasificados. Fue un toco y me voy; una salida higiénica.” (Tarantini)
“Compartía la habitación con Luis Galván. Como buen santiagueño, se tapaba hasta la cabeza y dormía como un tronco. Yo me aburría y me iba. Eso sí: me daba una tranquilidad, durmiendo como si tuviéramos 10 millones en el banco o estuviéramos por jugar un desafío de barrio.” (Valencia)
“En las comidas había una mesa de gordos, donde estábamos Gallego, Villa, Larrosa y yo. Nos daban un poco menos de comida y así nos controlaban. Pero nos desquitábamos y con Larrosa hacíamos un asalto a la heladera. El Pato pedía siempre el té hirviendo y después le quemaba el cuello a Larrosa con la cucharita. El Negro Galván comía lento y se guardaba el vaso de vino para el final, entonces Houseman lo hacía llamar de la recepción y le tomábamos todo el vino.” (Bertoni)
“Al Tolo siempre le cantábamos ‘cucú, cucú’ desde todas las mesas y se calentaba. Una vez, mientras almorzábamos, el ‘cucú’ no se detenía, y entonces el Flaco se puso serio y pegó unos gritos terribles.” (Larrosa)
EL GRUPO
“El Profe nos dividió en comisiones. Una se encargaba de organizar los torneos de truco o de billar, otra era la de Finanzas. Yo estaba en Relaciones Públicas y tratábamos de organizar a la prensa: agarrábamos a los muchachos a los que no les hacían muchas preguntas y tenían ganas de charlar para que ellos fueran los que dieran notas.” (Villa)
“Compartía la habitación con Baley, y siempre se lo cuento a los chicos del juvenil para que les sirva como ejemplo. Al Negro le gustaba fumar y leer hasta tarde. Por los fasos ni me preguntaba, se iba al baño y lo hacía. Y con la lectura, si se hacía muy tarde, ponía una toalla en el velador. Flor de compañero, el Negro. Así era todo el grupo. Y eso que yo había llegado sobre la hora, como un paracaidista, mientras que otros por ahí habían estado todo el camino previo y no pudieron jugar.” (Fillol)
“Menotti me puso a marcar a Luque. Me dijo: ‘Vos lo tenés que seguir hasta debajo de la cama. Marcalo como si fueras un defensor europeo, a muerte’. Yo le hacía caso. Teníamos unos duelos con el Pulpo… A veces nos zarpábamos. Pero dio resultados, fijate después cómo aguantó Luque en ese Mundial y qué importante fue.” (Killer)
“El jugador que más me sorprendió fue Luis Galván. Era una posición en la que había muchas dudas, poca gente creía en él. Passarella y Tarantini también fueron muy importantes. No sólo en la cancha, eran líderes por naturaleza.” (Baley)
“Passarella, Luque, Killer y yo éramos como la cabeza del grupo. Peleábamos los premios, hablábamos por el plantel. Si tengo que elegir un jugador, nombro a Luque. El Pulpo sufrió la muerte de un hermano y siguió. Sufrió una terrible lesión en el hombro, y siguió. El no estaba bien, y sin embargo fue un jugador tremendamente importante para el equipo.” (Ardiles)
LAS CÁBALAS
“El primer día, como había mucha gente a la salida de la concentración, tuvimos que ir por una calle lateral. Recuerdo que había una curva y justo en esa esquina había una abuela con la imagen de la Virgen de Luján. Todos dijimos: ‘Miren a la abuelita con la Virgen’. A partir de ahí, antes de pasar por esa esquina, siempre decíamos: ‘¿Estará la abuelita?’. Y la abuelita estaba, salvo contra Italia, que perdimos. Después nos fuimos a Rosario y el día de la final, nos acordamos. Cuando salimos del predio, todos decíamos: ‘¿Estará la abuelita? ¿estará? Tiene que estar, por favor, que esté’. Cuando el micro estaba por doblar, todos gritábamos: ‘¡Vamos, abuela, vamos, abuela!’. Cuando doblamos y la vimos, se armó un quilombo infernal, como si ya fuéramos los campeones.” (Fillol)
“Unas semanas antes del Mundial jugué un partido contra el Gijón. Trabé y se me jodió la rodilla. Los médicos del Valencia me querían mandar al quirófano. Yo pensé: ‘Ni en pedo me operan y me pierdo el Mundial’. Fui a un curandero y me recomendó que me pusiera una venda en la rodilla. Así fue. Yo creo que era algo más psicológico, porque la venda ni me hacía presión. (Kempes)
“Una vez metí dos goles y en el vestuario me avivé que tenía el slip al revés. Lo usé siempre así. Otra era mirarlo a Pizzarotti en el Himno; si no estaba, me desesperaba. El Profe, un fenómeno. También, antes de empezar, le decía ‘fuerza’ a Mario, él le decía a otro, y así se armaba la cadena hasta llegar al Pato.” (Luque)
“Con Passarella hacíamos una sobremesa y después veíamos una película de terror. Era un poco miedoso mi amiguito y decía que esas cosas le daban coraje para el partido. También le metían un voleo al talco y la habitación parecía Londres. Una vez vino Ardiles con el extinguidor y era gracioso: el extinguidor era más grande que él.” (Gallego)
“Mi única cábala era creer en Dios y en la Virgen, y rezar. Pero muchos dejaban cositas en la pieza, o debajo de la cama, o en la puerta de salida y cuando volvían las retiraban. No sé, una media, un botín, una cintita, cualquier cosa.” (Ruben Galvan)
“El Flaco decidió la numeración del equipo por abecedario. A mí me tocó el cinco. Fue raro, pero una buena decisión, porque hay muchos jugadores que por cábala quieren un número y si no les toca ese número por ahí se bajonean.” (Fillol)
“Mario no se afeitaba y, como andaba mal, se sacó el bigote. A partir de ahí se quitó la mufa y la empezó a embocar.” (Bertoni)
LOS PARTIDOS
“Antes del debut, íbamos en el micro a la cancha y no podíamos llegar porque estaba lleno de gente. Eso nos fue poniendo más nerviosos. En el camino, todos nos decían ‘vamos que tienen que ganar’. En ese momento pensás: ‘¿Dónde estoy, quién me metió acá?’. Pero no había vuelta, teníamos que salir y no perder esa oportunidad.” (Luis Galván)
“La derrota contra Italia nos sorprendió, porque queríamos seguir en el mismo lugar. Al final, el cambio fue positivo, porque en Rosario los hinchas parecían que estaban adentro de la cancha. Y eso los rivales lo sintieron. En River, por más que gritaran, el aliento se perdía un poco.” (Larrosa)
“Ibamos para el estadio mientras jugaban Brasil-Polonia. Yo llevaba la radio y cada gol que metía Brasil, le decía al Flaco: ‘Uy, César, ahora tenemos que hacerle como cuatro goles a Perú. ¿Cómo mierda hacemos?’. Yo era el que más jodía y trataba de sacarle dramatismo a la situación. El Flaco a veces se reía, pero cuando terminó el partido de Brasil me pidió que me dejara de joder.” (Killer)
“Cuando nos enteramos del resultado de Brasil nos agarró un cagazo terrible. Estábamos todos callados, hasta que el Tolo se subió a una mesa y gritó: ‘¡Vamos, viejo, no me vengan con esas caras! ¡Hoy hay que golear sí o sí, y eso vamos a hacer!’. Un grande, el Tolo, nos motivó a todos.” (Baley)
“Después de Perú, estábamos duchándonos con Passarella y yo sabía que iban a venir los ‘Tres Tiras’ (sic). Entonces le dije a Daniel: ‘Si nos vienen a saludar, yo me enjabono bien los huevos y después le doy la mano sin limpiármela’. Daniel me desafió: ‘A que no te animás’. Y lo hice. Apenas apareció Videla me enjaboné y le di la mano. No dijo nada, porque estaban los fotógrafos, pero puso una cara de orto terrible, estaba caliente.” (Tarantini)
“El partido más jodido fue contra Polonia: nos desbordaban por todos lados. Si Fillol no atajaba ese penal, no sé qué hubiera pasado.” (Pagnanini)
“Contra Brasil me comí un gol y me preguntaron qué sentía por perderme un gol así cuando estaba en juego la imagen del país. Contesté que si hubiera sabido que se jugaba la imagen del país, no habría entrado a la cancha. Yo, dentro del campo, juego un partido de fútbol, nada más.” (Ortiz)
“El partido más difícil fue contra Brasil. No jugamos a nada, nos pegamos durante 90 minutos. El Flaco se enojó mucho ese día, él quería ser campeón del mundo y además que fuéramos el equipo que mejor trataba la pelota.” (Ardiles)
“Brasil fue el rival más jodido. Nos dedicamos a poner en vez de crear. La calentura del Flaco... nunca lo había visto así de enojado.” (Lavolpe)
“Durante el Mundial, el equipo tuvo muchos nervios, casi todos jugamos un poco por debajo de nuestro nivel, pero había que estar ahí adentro, eh. Cuando miro las imágenes del partido contra Hungría, en la ceremonia previa, se ve que teníamos una cara de susto tremenda. Estábamos pálidos. Al final apareció el verdadero equipo y de repente, casi sin darme cuenta, tenía la Copa en mis manos” (Passarella, declaraciones de archivo; no habla con El Gráfico.)
LA SITUACION DEL PAÍS
“Había controles y amenazas de atentados todo el tiempo, parecía que querían boicotear el Mundial. Nosotros teníamos que dejar el auto a 100 metros y nos revisaban de pies a cabeza, nos sentíamos terroristas. Estábamos rodeados de soldaditos con el fusil al hombro todo el día.” (Villa)
“A veces nuestros familiares no nos venían a visitar porque les molestaba cómo los revisaban, parecía que iban a visitar a un preso. Nosotros ignorábamos todo, sólo nos mandaban El Gráfico y los suplementos deportivos de los diarios separados del cuerpo principal, para que no nos diéramos cuenta de lo que pasaba afuera.” (Killer)
“En la concentración estaba todo rodeado por fuerzas militares, escuchábamos por radio que la policía interceptaba ciertas frecuencias, se escuchaban amenazas. Algo se hablaba en el grupo de esos temas, había jugadores que tenían un grado cultural avanzado, como Ardiles, Villa. La presión se sentía. Una vez bajó el helicóptero y uno de los militares nos dijo: ‘Este campeonato hay que ganarlo sí o sí’. No daban mayores explicaciones, nosotros nos mirábamos de costado.” (Pagnanini)
“En Mar del Plata, apenas arrancó el 78, pasamos muchos sustos. Con Luque, mi compañero de habitación, nos tirábamos debajo de la cama cuando escuchábamos los tiros.” (Olguin)
“Sólo sabíamos lo de los diarios. Quédense tranquilos que ninguno de nosotros torturó ni mató a nadie. Al contrario, le dimos una alegría a la gente. Fue un orgullo tremendo defender la bandera argentina. Ese orgullo no nos lo roba nadie.” (Fillol)
“No tenía idea de la dictadura. Hoy les tengo odio, bronca, asco. Los militares me sacaron mi villa y mataban gente a mi alrededor. Le di la mano a Videla. Ahora preferiría cortármela.” (Houseman)
“No sabía de los asesinatos, pero teníamos una idea de los problemas. Sentíamos una gran responsabilidad por darle alegría a la gente.” (Lavolpe)
SOSPECHAS Y RECONOCIMIENTO
“Estábamos en otra cosa. Por ahí éramos egoístas, pero no mirábamos para el costado sino para adelante, a nuestra meta. Los que quisieron ensuciarnos fueron técnicos que estaban enfrentados con el Flaco. Cuando yo hacía un gol, el pase me lo daba Bertoni o Kempes, no me lo daban ni Massera ni Videla. Sufrí mucho todo eso.” (Luque)
“En la Argentina es normal vivir bajo sospecha. Nosotros nos entrenamos para ganar sin ayuda. Es imposible negar las sospechas porque no se sabe, debe haber alguien que apareció para hacer negocios. Yo no sé si me compraron o me vendieron sin saberlo, acá hay muchos chantas hablando y así ensucian. Lo que tengo claro es que camino con la frente alta, sin deberle nada a nadie.” (Villa)
“Si nos hubieran dicho que el partido con Perú estaba arreglado, habríamos salido a jugar tranquilos, pero nada que ver. Ni Lacoste ni Videla vinieron a jugar. Una vez me fui a jugar a Japón con Chupete Quiroga, el arquero de Perú, y le pregunté: ‘¿Qué carajo pasó que salieron a hablar?’. Y él me dijo: ‘Nada, Conejo, a nosotros nadie nos dio nada’. Sí me confesó que un compañero de él se había cagado todo.” (Tarantini)
“Me da bronca que nos desmerezcan por algo extrafutbolístico. Es injusto. Todo lo que se dijo vino por los problemas de Menotti con algunos periodistas. Y nosotros nos rompimos el culo adentro de la cancha jugando contra equipos durísimos. No merecíamos eso. Yo era futbolista, no era militar ni montonero. Que el Mundial se usó como cortina de humo, puede ser, pero eso pasó siempre. ¿O acaso Menem no pidió que se recibiera a los subcampeones de Italia 90 en la Plaza y días después anunció aumentos de todos los servicios.” (Bertoni)
“Sufrimos el hecho de que estuvieran los militares. Nos aliaron a ellos y no teníamos nada que ver. Creo que cierta parte del periodismo no le dio a este logro la importancia que merecía.” (Pagnanini)
“Hemos vivido cosas muy lindas, lamentablemente a esa edad no las supimos reconocer. Recién en los últimos años, me hice más sensible. En la Argentina se olvidan muy rápido de las cosas buenas, no se valora, y eso me hace mal. De pronto, yo podría estar en Córdoba trabajando en algún club, pero no pudo ser y me tuve que venir a Oruro.” (Valencia)
“No tuvimos el reconocimiento que merecíamos. De la gente en general, sí, pero de la prensa, no. Se le da más valor a lo conseguido en el 86, pero para mí los dos fueron igual de importantes. De ese equipo, salvo Passarella y después Gallego, todos tuvimos que emigrar para laburar, no nos dieron posibilidades. De Costa Rica me buscaron muchas veces, pero siempre decía que no porque me quería quedar en el país. Pero como pasaba el tiempo y no salía nada, me tuve que ir.” (Olguin)
“Se recuerda la etapa triste y se destaca que fue un Mundial manchado por sangre. Cuando veo los videos, me pongo melancólico y me agarra la depre. Fuimos poco reconocidos.” (Oviedo)
MENOTTI
“El Flaco tuvo la capacidad para convencernos de lo que valíamos. A mí me hacía creer que era Clodoaldo y salía a la cancha hecho un león. Y ponía un equipo muy ofensivo: en el medio, el único que marcaba era yo, por ahí me ayudaba un poquito Ardiles y nada más.” (Gallego)
“Si él no hubiese sido el DT, jamás habríamos llegado los muchachos del interior a la Selección. Para mí, fue el padre que no tuve, la persona que me bancó cuando me tenía que bancar y me castigó cuando hice alguna macana. Todavía me emociono al recordar la final que ganamos en Toulon en 1975: entré en el vestuario y me largué a llorar sobre sus hombros, era el sueño que mi papá no pudo ver, el de su hijo campeón.” (Valencia)
“Terminó la final y fui a abrazar a Menotti. Lloré como un chico, solté todo lo que tenía reprimido. Es que durante el Mundial muchos periodistas decían que teníamos la peor defensa, le pegaban al Flaco por todos lados. La revista Goles armaba una selección paralela. Por eso me solté cuando me empezaron a pasar todas esas imágenes por la cabeza, y lloré sobre el Flaco.” (Olguin)
“Había algunos jugadores que éramos cuestionados porque casi no nos veían jugar. Los más criticados éramos Olguín, Valencia, Ardiles y yo, pedían a Mouzo, Pernía. Por eso teníamos presión y sentíamos que ante un error nos iban a bajar la caña. Pero lo bueno fue que Menotti se jugó por nosotros. Al final, terminé jugando en gran nivel en la final y ganando el premio Fair Play.” (Luis Galvan)
“En el 75, Menotti me nombró capitán y me dijo: ‘Quiero que seas el ejemplo’. Era un enloquecido mío. Pero después, como se lo quisieron meter, habrá pensado: ‘¿Cómo? ¿Lo inventé yo y ahora me lo quieren imponer?’. De contrera nomás. Eso me mató. Para ir así, por las presiones de la prensa, de la gente y de los militares, hubiera preferido no estar en el Mundial. Me jodió la vida. Recuerdo que después de un River-All Boys, del 78, me volvió a convocar. El primer día me dijo: ‘Mire que a usted no lo puso el periodismo ni nadie, eh’. Ahí pensé: ya está, no juego más. Igual yo me siento campeón del mundo, ¿o acaso quién la enganchó de taco para que Bertoni metiera el 2-1 contra Hungría, en el debut?”. (Alonso)
“Menotti marcó el cambio, acompañado por Pizarrotti. Ellos fueron a aprender a Europa y lo volcaron en nosotros. Hicimos trabajos que nunca habíamos hecho. Hasta el 74 parecía imposible jugar con los europeos, porque físicamente parecían de otro planeta, y acá los equiparamos.” (Larrosa)
LA FINAL
“Todavía no entiendo cómo no fue gol el tiro de Rensenbrink en el palo. Si entraba, nuestras vidas habrían sido muy diferentes.” (Ardiles)
“A mí me tocó rechazar la pelota de Rensenbrink. De los nervios que tenía por sacarla a cualquier lado, le di con el tobillo y la mandé a la tribuna. Ahí supe que íbamos a ser los campeones.” (Gallego)
“Estábamos todos nerviosos y hablábamos a la vez, hasta que el Flaco pegó unos gritos.” (Olguin)
“Antes del suplementario, el Flaco nos habló con todo. Ellos estaban tirados, los masajeaban y nosotros caminábamos por todos lados. El Flaco dijo: ‘¡Dénse vuelta y miren cómo están!’. Eramos bestias enjauladas. Si seguíamos unos minutos más, les hacíamos varios goles más.” (Luque)
“Después de la final, Passarella agarró dos bolsas de consorcio bien grandes, y pasó delante de cada uno de nosotros para pedirnos la ropa, porque la iba a mandar a Luján, era una promesa. Yo me saqué todo. Y cuando estaba casi en bolas, me miró la venda de la rodilla y me dijo: ‘¿Qué, la tenés prometida?’. Se la tuve que dejar también.” (Kempes)
“Termina el partido, siento que se me aflojan las piernas, me arrodillo y es la primera vez en mi vida que sentí que hablaba con Dios. Lo digo ahora y me emociono. Después viene el Conejo, que se me tira encima, y el chico sin brazos.” (Fillol)
“Le dieron la Copa a Passarella y no la largó más. El chacarero era terrible, no la quería largar para nada. Aunque a algunos les parezca insólito, jamás llegué a tocar la Copa.” (Kempes)
“La promesa con Menotti y el cuerpo técnico era dar la vuelta al Obelisco vestidos de jugadores. Después de la cena de los festejos, nos metimos en la furgoneta del utilero y fuimos al centro. No nos animábamos, pero al final tuvimos que bajar: promesas son promesas. Nos pusimos la camiseta, los shorts y salimos corriendo. Todavía había gente festejando y fue tan inesperado lo nuestro que casi ni nos reconocieron. Era demasiado extraño que el mismo Menotti estuviera festejando en el Obelisco con la camiseta de Argentina.” (Pizzarotti)
La gloria y el festejo. El orgullo que se hizo pena. Un puñado de hombres ya curtidos grita su emoción dolorida, a 25 años de la epopeya, clamando por un cachito de memoria y reconocimiento.
Así lo viví
Por César Luis Menotti. Del libro “Cómo ganamos la Copa del Mundo”, 1978.
LOS DÍAS PREVIOS
Muchas veces dije que pensaba tener el equipo titular el 1º de enero de 1978, pero nunca imaginé que el éxodo iba a ser tan desmedido. La discusión mayor se presentó en la defensa porque me encontré con problemas serios: la lesión de Gatti, la renuncia de Carrascosa, el problema familiar de Piazza.
De los 25 jugadores que convoqué para trabajar, debían quedar 22. Para el puesto de Maradona contaba con gente de más experiencia y en igualdad de condiciones físicas y anímicas: Alonso, Larrosa, Villa, Valencia. El mayor problema se presentó con Bravo. Tuve tres reuniones y discutí a muerte con Saporiti. El 19 de mayo los reuní y di los tres nombres. Sufrí tanto como ellos. Se quedaron tristes, me pidieron que los dejara solos. No hubo explicaciones ni consuelos, entrenamos sin ganas, nadie quería tocar el tema.
En las noches previas al debut estaba nervioso, ansioso. Sentía una angustia permanente por temor a lesiones o algún problema de último momento. Me despertaba de noche, no podía comer y soñaba siempre lo peor. Que no se jugaba el Mundial o que no podíamos formar el equipo por distintas causas. Incluso el 25 de mayo, cuando vino el jefe de seguridad a darme los buenos días por ser el aniversario de la patria, me pegué un susto tremendo. Había dormido de a ratos y de pronto apareció este hombre vestido de soldado; lo primero que pensé fue que había pasado algo muy grave. Que me iban a detener o que por alguna causa se suspendía el Mundial.
Argentina 2 - Hungria 1
Goles: Luque, Bertoni
Subimos al micro y los vi bien, serenos. Pero cuando salimos de la quinta tuvimos el primer sacudón emocional. La gente del barrio había pintado las calles y los árboles de celeste y blanco. Tocaban el micro, rezaban, nos daban su bendición. Por primera vez sentí un miedo terrible a la derrota. Supe que estaban muy nerviosos cuando íbamos por el túnel. Iban callados, miraban el piso. Yo no podía hacer nada, estaba como ellos. En ese momento es inútil hablar.
Cuando Bertoni metió el segundo, salté como un chico. Lo grité desesperado. Antes sólo había gritado dos goles como DT, uno de Avallay en Central y otro de Carrascosa. Lo triste fue ver cómo estaban los jugadores cuando terminó el partido: Ardiles, Kempes, todos tenían una marca o sangraban por un corte.
Lo cómico se dio cuando vinieron a saludarnos los militares. Yo ni me di cuenta, estaba tirado en un rincón, temblando. Dijeron: “César, el brigadier Agosti quiere saludarlo”. No sabía qué decir; al final me salió: “¿Cómo le va, lugarteniente?”. Pero la que no se puede creer es la de Pizzarotti. En medio del lío se le acercó a Videla y le dijo: “Perdóneme señor, se va a tener que retirar porque tenemos que seguir trabajando”. Nos quedamos mudos. Cuando vimos que se iba no sabíamos si pedirle disculpas o llamarlo; al final lo empezamos a cargar al pobre Pizzarotti que recién empezaba a comprender lo que había hecho.
EL ABRAZO DEL ALMA
Aunque no haya metido un gol, ni pateado un corner, ni colaborado con el grupo desde la más remota suplencia, Víctor Nicolás D’Aquila es una imagen ligada indisolublemente al Mundial 78. El destino y su amor por el fútbol y por el afecto de los futbolistas lo pusieron ante la legendaria cámara de don Ricardo Alfieri en el momento justo en el instante justo. Aquel abrazo entre Fillol y Tarantini tuvo a D’Aquila como protagonista involuntario, a tal punto que en El Gráfico del 27 de junio de 1978, el de la consagración, la foto a doble página –“traída” a mayor tamaño, como se dice en la jerga– sólo muestra a los dos jugadores. En la edición siguiente, luego de que la redacción revisara con más tiempo el material, el actor de reparto saltó a escena y la fotografía apareció completa con un título que haría historia: “El abrazo del alma”. Ganó decenas de concursos.
Hoy, D’Aquila tiene 48 años y vive en San Francisco Solano, como siempre. Tiene dos hijos varones, de 12 y 14 años, y se gana la vida con la quiniela. Es hincha de Boca, socio vitalicio 041 y sigue yendo a la cancha. Le pelea a la vida desde los 13 años, cuando perdió sus brazos en un accidente casual: después de treparse a un poste de alta tensión para jugar, se cayó, tiró el manotazo desesperado a la primera referencia que encontró (el cable), se quedó pegado con la derecha, intentó ayudarse con la izquierda y terminó con sus dos brazos carbonizados y en terapia intensiva. Sólo lo podía salvar una amputación.
“Antes del accidente en el que perdí mis bracitos –evoca D’Aquila–, no había ido nunca a una cancha. Después me empezó a gustar: necesitaba estar con los jugadores, pedirles una camiseta o un saludo, me hacía bien. En la Bombonera me metía por los palcos viejos. Un día me paró un comisario y me dijo que no saltara porque me podía lastimar, que él me iba a hacer entrar por los vestuarios. Y también me dejó un consejo que recordé mucho el día con Holanda.”
El día con Holanda es el de la final, el que lo sacó del anonimato: “Esa tarde yo estaba detrás del arco de Fillol, en la platea baja. En ese momento no había un lugar para los discapacitados. Cuando el referí levantó la mano, yo me tiré, pero resulta que el hombre había adicionado un minuto. Tuve miedo: había varios policías con perros. En ese instante me vino a la mente el consejo del comisario: ‘Si tenés algún problema, metete en el campo de juego, que ahí los perros no pueden entrar’. Entonces me fui caminando despacito y pisé el field, me quedé al lado del poste. Yo buscaba a Tarantini, era el único de Boca, aunque ya no pertenecía al club. Cuando el juez pitó el final salí a buscarlo y veo que se va a abrazar con Fillol. No había nadie. Cuando me detuve, las mangas se fueron para adelante por la frenada. Ahí Alfieri tomó la imagen”.
De su aparición pública se enteró por una llamada de su hermano a Italia, adonde había viajado para ver si se podía poner unos brazos electrónicos. Ya de regreso, Alfieri lo fue a buscar a la cancha de Boca y lo invitó a comer.
Por estos días de emociones recurrentes, a D’Aquila lo invade una mezcla de orgullo y tristeza. Se siente feliz por el llamado y cuenta su historia con soltura, pero también cree –y lo irradia con pena– que la gente de la Selección, del fútbol en general, podrían haberlo ayudado un poquito.
Argentina 2 - Francia 1
Goles: Passarella (p), Luque
El partido se complicó en el segundo tiempo. Perdimos el orden y la pelota, se descontrolaron todos, y no podíamos salir. Los últimos 20 minutos sufrí mucho. Al final, otra vez terminamos ganando el partido con más fuerza que fútbol. Se había conseguido la clasificación, pero el equipo no aparecía. Al día siguiente les hablé: “Ustedes se transfomaron de golpe en un conjunto de lucha más que de fútbol. Comprendo que la gente plantea la necesidad imperiosa de ganar, pero no nos olvidemos nunca que al triunfo también se llega jugando bien”. ¡Qué ironía! ¡Mi equipo ganando con más fuerza que fútbol!
Al día siguiente, les di libre de las 9 de la mañana a las 9 de la noche. Lo que más me preocupaba del equipo era su estado anímico y me pareció importante dejarlos estar con la familia para que se aliviaran las tensiones. El hecho de abandonar la concentración, aunque sea por unas horas, libera al jugador y le da cierta serenidad. El efecto de la salida lo notamos enseguida. A la noche se los veía más relajados. Recuperaron las ganas de hacer bromas. Me di cuenta que las cosas habían vuelto a la normalidad cuando bajé a desayunar. Resulta que los empleados habían pegado un póster del plantel y nadie se había fijado en él por 3 días. Pero esa mañana noté algo extraño: a cada uno de los integrantes del cuerpo técnico les habían pintado bigotes y melenas, además salían flechitas con nuevos apodos.
Argentina 0 - Italia 1
Fue una de las mejores producciones hasta ese momento. Quedamos con más fe que nunca, porque eso es lo que siempre sucede en el fútbol cuando uno tiene bien asentadas las convicciones. La derrota da bronca, pero renueva la fe. Te redobla las ganas de seguir adelante y por eso cada uno de nosotros reaccionó con más furia. Inmediatamente nos pusimos a pensar en el futuro, y el futuro era Rosario. Daba pena tener que dejar la concentración y abandonar las costumbres que se estaban haciendo familiares. El mate de Castro, las reuniones nocturnas en el altillo, donde yo tenía mi bulín. Por suerte había tantos problemas que resolver que no hubo tiempo para nostalgias. Además, cada uno de nosotros prometió volver al mismo lugar para jugar la final. Y por eso dejamos la mitad de las cosas en José C. Paz.
Quedaban de lado las especulaciones, cada uno tenía que salir a jugarse por el triunfo si quería alcanzar el título. No era eso lo que me ponía nervioso, sino lo otro. Lo de siempre, lo que a pesar de haber jugado tres partidos todavía no podíamos superar: el miedo. No el miedo a los rivales, sino el miedo a no poder responderle a la gente. Lo volví a pensar cuando llegamos a Rosario, ésa fue otra demostración increíble. Cada día el afecto crecía más. Por los rivales no me preocupaba todavía, ni siquiera me alegré por la aparente “suerte” en la distribución de las zonas.
Argentina 2 - Polonia 0
Goles: Kempes (2)
Uno siempre espera que lo reciban bien, pero la llegada a Rosario nos cruzó los cables a todos. Allí empecé a sentir nuevamente a Rosario como algo muy mío. Fue impactante la entrada a la cancha de Central. Me temblaban las piernas. Y reviví el primer gol que hice allí, un partido contra Boca que ganamos 3 a 1, en mi debut. En la charla técnica hicimos hincapié en la necesidad de liberar a Kempes y confundir la marca de Zmuda con la entrada de Bertoni como segundo centrodelantero. Los jugadores estaban preocupados. Antes no. Porque se dieron casos como los de Houseman y Passarella, que se querían bajar del micro para gritar con la gente cuando íbamos camino a la cancha. Los tuve que parar.
En el primer tiempo cometimos errores grandes, ingenuos, como el penal que terminó atajando Fillol. Cuando llegamos al vestuario, esperé unos minutos para que se sacaran las camisetas, anuncié el cambio de Villa por Valencia y nos quedamos solos. Entonces les grité mucho. Les recriminé cosas. La entrada de Villa le dio más potencia al ataque y nos favoreció, porque Valencia no había encontrado el partido nunca. Psicológicamente estaba muy bajo y no tenía sentido insistir con él. Al final, nos fuimos contentos, pero preocupados por las lesiones de Fillol, que había recibido un golpe muy fuerte, y Ardiles, que se fracturó un dedo del pie sobre el final. Kempes también estaba bastante golpeado.
Argentina 0 - Brasil 0
Este partido generó una crisis mucho más delicada de lo que creía. Brasil era un partido esperado y deseado. Pero cuando se acercaba el momento, volvieron los nervios de siempre. Perder era quedar afuera. Fue el peor partido de Argentina. En los días siguientes tuve problemas con el periodismo. No podía aguantar a nadie. Habíamos jugado con estaciones fijas. El 3 era 3, el 6 era 6 y así cada uno en su lugar sin arriesgar. Se prestaban la pelota. Terminé amargado, con una decepción que no podía descargar con nadie. Me fui a dormir y no podía pegar un ojo, estaba loco. Después supe que algunos jugadores se reunieron en la pieza de Luque y reconocieron que habían sido horribles. En el almuerzo del día siguiente escuché la risa de un jugador y comenté en voz alta: “Pero cómo puede ser que se rían. Después del partido que jugaron no tendrían que abrir la boca por un mes”. Mis ayudantes me pidieron que me fuera hasta que se me pasara la mufa. Era la primera vez que tenía un roce con ellos. Agarré el auto y me fui a Funes. Pasé por mi barrio, visité viejos amigos. A la vuelta, sabía que sólo una profunda charla con los jugadores podía dejarme en paz nuevamente. Y eso hice. Cuando me di cuenta que la preocupación era compartida, me sentí bien de nuevo. Los jugadores me renovaron la fe y el optimismo cuando en realidad el asunto tendría que haber sido al revés.
El reconocimiento postergado
Ricardo Pizzarotti fue, según el testimonio de la mayoría de los protagonistas, además de un riguroso preparador físico, el arquitecto fundamental del grupo que terminó consiguiendo el título mundial. Y sigue siendo algo así como el alma máter: es el que llama a todos y el que intenta juntarlos para cada aniversario, como hizo en 1998 cuando reunió a casi todos en un bar de Buenos Aires. El Profe le pelea al olvido con fiereza y, apuntando en esa dirección, ha formado una comisión con Ardiles, Villa, Fillol y Bertoni para organizar el gran partido homenaje que estos campeones se merecen y no tuvieron. Ya se reunieron varias veces con Julio Grondona, que dio el OK. “El objetivo es sacar un poco de contexto la imagen del Mundial 78, vinculada a la dictadura militar –explica Pizzarotti–. En el fútbol argentino se produjeron cosas muy importantes a partir del título del 78, entonces queremos exaltar el hecho deportivo, homenajear a los jugadores. La idea es hacer un partido exhibición en el que participen los ex campeones del 78 que estén en condiciones de jugar pero también jóvenes que están o hayan pasado por la Selección, desde Batistuta hasta Saviola, de Simeone a Aimar, hacer un mix de generaciones. Ese es otro objetivo del partido: integrar a las distintas generaciones. También tenemos pensado invitar a todos los futbolistas que representaron a la Argentina en un Mundial, desde 1930 hasta la fecha. Queremos que sea una reividicación del fútbol y también una fiesta integradora”.
La cita será el 9 de julio, ya que el 25 de junio (día del aniversario) se juega la primera final de la Copa Liberadores. La intención es que el partido se dispute en el Monumental (confirmado en un 90%) y que lo recaudado vaya a los bolsillos de los campeones del 78.
Argentina 6 - Peru 0
Goles: Kempes (2), Tarantini, Luque (2), Houseman
Subimos al micro y esta vez no llevamos el televisor portátil porque yo no quería que se preocuparan demasiado por el partido de Brasil. Entramos al vestuario y se cambiaron en silencio. Cuando ya estaban casi listos se escuchó el tercer gol de Brasil. Se sintió como un golpe. Hasta yo, que venía transmitiendo fe y confianza, dudé por primera vez. Eran cuatro goles, no es lo mismo salir a ganar un partido que salir a marcar cuatro goles de diferencia. Generalmente esa necesidad arrastra a la desesperación. De pronto comprendí que era muy importante reunirlos y hablarles: “A esta altura de los acontecimientos yo no puedo aceptar que mi equipo piense en el resultado de otro partido. No quisiera llegar de favor, sin ganar el derecho en la cancha. Dependemos de nosotros, no de Polonia. Las mayores alegrías en la vida de un hombre son las que se consiguen con esfuerzo y sacrificio. Vamos, salgamos a demostrar por qué debemos ser finalistas”. Por primera vez, quizá porque salió practicamente liberado, a jugarse, el equipo encontró su verdadero ritmo y se movió como se esperaba. Fue un triunfo clave, no sólo por la victoria en sí. Ese grupo de hombres había sufrido un shock emocional que los cargó de responsabilidad y nervios. Pero, a partir del partido con Perú, cuando entran a la cancha casi sin chance y terminan convirtiéndose en héroes, jugando a lo que saben, el equipito pasa a ser el gran equipo que estaba oculto.
Argentina 3 - Holanda 1
Goles: Kempes (2), Bertoni
A las 10 llegó el doctor Cantilo con un sacerdote que dio misa y a las 11 almorzamos. Durante la comida volvimos a ajustar los detalles con Saporiti y con Poncini y a las 12.30 me reuní con los jugadores para la charla. Los primeros quince minutos los dediqué a hacer un repaso de los tres años y medio de trabajo. Les dije que ellos habían marcado una época y que estaba muy conforme por el espíritu de colaboración y las ganas que habían puesto. El viaje al Monumental no tuvo nada que ver con los anteriores: la gente esperando en las calles se había triplicado, era una multitud que no dejaba pasar al micro. Me desesperé porque creí que no llegábamos a tiempo. Teníamos problemas médicos que requerían estar por lo menos 40 minutos antes. Al final se hicieron las 14.10. Nos movimos rápido y fue mejor así porque se evitó la espera que provoca nervios. Casi no hubo tiempo para pensar en nada. En el segundo tiempo hubo momentos de desesperación. Cuando terminó el partido salí gritando desde el banco: “Vamos que ellos están muertos. Hay que salir del fondo, apretar la marca arriba. Aguantemos los pelotazos haciendo el offside. Ahora los pisamos, no pueden levantar las piernas”. Y después, los gritos del banco: “Campeones, Flaco, campeones. Esto es tuyo, César, te lo merecés”. Olguín vino corriendo: “¡Gracias por bancarme!”. Y lloraba, me abrazaba y lloraba como yo.
Por Diego Borinsky, Maxi Goldschmidt y Tomás ohanian (2003).