Historia del fútbol argentino, por Juvenal. Capítulo XII (1957-1960)
La Selección es campeóna sudamericana en 1955 ,1957 (con los “Carasucias”) y 1959 pero derrapa en el Mundial Suecia 1958. Brillan Pizzutti y Corbatta en Racing y Sanfilippo en San Lorenzo.
El último resplandor
El campeonato de 1957 fue más fácil para River: lo ganó con 8 puntos de ventaja sobre San Lorenzo y Racing. Héctor De Bourgoing se quedó con el puesto que había sido de Vernazza, Prado volvió al suyo, al que había ocupado Sívori. Ese sería el último año de Loustau en River. Su historia diría que jugó para esa institución 365 partidos y convirtió 100 goles. También dejaría constancia de su asistencia perfecta y de la cantidad de títulos ganados: nueve.
La diferencia de puntos con relación al segundo, otro año invicto en su estadio y Roberto Zárate consagrado el goleador de la temporada con 22 tantos son muestras elocuentes del pico máximo alcanzado por un equipo que, con muy pequeñas variantes, había ganado cinco de los últimos seis torneos. Un campeón repetido que llevó a la cúspide un estilo de juego que llegó a identificarse como "el argentino". Y que, curiosamente, sufriría su colapso al año siguiente. Cuando la mayoría de sus integrantes, pero con la camiseta argentina sobre sus pechos, salieron a competir en el Mundial de Suecia. Ese Mundial fue lápida para muchos de ellos y para River la tumba donde quedaron sepultadas sus mejores ilusiones.
Los viejos Sudamericanos
En 1955, tras ocho años de abstención, Argentina volvió a los tradicionales campeonatos Sudamericanos. Ese año se jugó en Chile y, como si los años no hubieran pasado, los argentinos lo ganaron invictos en cinco partidos, en los cuales sólo Perú alcanzó a restarles un punto (2-2). En ese torneo se registró una goleada inusual tratándose de los clásicos rivales rioplatenses: Argentina venció a Uruguay 6 a 1. Esta tarde el ataque formó con Micheli, Cecconato, Borrello, Labruna y Cuchiaroni. Cuando faltaban menos de quince minutos y Argentina ganaba 5 a 1, Stábile decidió reemplazar a Labruna, que había marcado dos goles, para tenerlo más fresco con vistas al partido final, contra Chile. Entró el Beto Conde, insider de Vélez, quien al pisar el césped lo primero que hizo fue preguntarle a un uruguayo, "¿Che, cómo vamos?" El uruguayo era Matías González y su respuesta fue un cross de derecha que obligó a Stábile a retirar a Conde de la cancha. Lo curioso es que hizo entrar nuevamente a Labruna, quien se vengó convirtiendo un gol más cuando faltaban tres minutos.
Argentina derrotó a Paraguay 5 a 3 (Micheli 3, Borrello y Segovia, en contra); a Ecuador 4 a 0 (Bonelli, Grillo, Micheli y Borrello); empató con Perú 2 a 2 (Grillo y Cecconato), derrotó a Uruguay 6 a 1 (Labruna 3, Micheli 2 y Borrello) y 1 a 0 a Chile (Micheli).
Ese mismo año (1955) se disputó en México un torneo Panamericano Juvenil que Argentina ganó invicto. En su formación aparecían jugadores que luego, al madurar, se convertirían en cracks como Norberto Menéndez, el Nene Sanfilippo, Humberto Maschio y José Yudica.
Firme ya en el retorno a los sudamericanos, Argentina participó del torneo "Extra" que se jugó en Montevideo en 1956 y que se adjudicaron los uruguayos. En ese campeonato Argentina venció a Perú 2 a 1 (Sívori y Federico Vairo), 2 a 0 a Chile (Labruna 2), 1 a 0 a Paraguay (Cecconato) y perdió 1 a 0 ante Brasil y Uruguay.
Como el año anterior, México volvió a ser sede de los Campeonatos Panamericanos, pero esta vez para mayores. Argentina terminó invicta pero segunda detrás de Brasil. Venció a Costa Rica 4 a 3 (Sívori 3, Maschio), a Chile 3 a 0 (Maschio 2, Sívori), empató 0 a 0 con Perú y México y 2 a 2 con Brasil (Yudica y Sívori).
Europeos de visita
Italia y Checoslovaquia visitaron la Argentina a mediados de 1956. Los dos se fueron derrotados por el mismo marcador: 1 a 0. A Italia se le ganó en cancha de River, con un gol de Norberto Conde, y a Checoslovaquia en la de San Lorenzo. El tanto lo marcó Angelillo. Contra Italia jugaron Domínguez; Dellacha y Vairo; Giménez, Guidi y Benegas; Sansone, Conde, Maschio, Labruna (Grillo) y Yudica. Contra Checoslovaquia: Domínguez; Dellacha y Vairo; Lombardo, Guidi (N. Rossi) y Benegas; Micheli (Cuchiaroni), Conde (Sívori), Angelillo, Grillo y Cruz.
Los carasucias de Lima
La línea delantera que le dio el título Sudamericano de 1957 a la Argentina en Lima quedó en la historia y la leyenda: Corbatta, Maschio, Angelillo, Sívori y Cruz.
Los cronistas de la época le dedicaron —y agotaron— todos los elogios. Y mucho tendrán de verdad porque, al regreso, los tres centrales fueron transferidos, de inmediato, al fútbol italiano. Después, un error político de los dirigentes deportivos de la época los privó de defender la casaca argentina en el Mundial del año siguiente en Suecia. Con ellos, Argentina era candidato al título. Sin ellos, el fracaso fue estrepitoso.
En Lima, Argentina jugó 6 partidos, ganó cinco con una facilidad apabullante y perdió el último, contra el local, cuando era campeón.
La muestra de lo que podía dar ese equipo en el orden internacional la dio al enfrentar y derrotar a Brasil, que tenía en su formación a Gilmar, Djalma Santos, Olavo, Zozimo, Dino Sani y Didí, todos ellos campeones del mundo un año después en Suecia.
Los tres "carasucias" emigraron muy rápido del fútbol argentino para dejar una estela imborrable en el de Italia. Angelillo, que llegó a Racing en 1955 por recomendación de Cap y Sivo, jugó en la primera de ese club nueve partidos y convirtió cinco goles. En Boca hizo 14 en 34 encuentros, y en la Selección Nacional 11, en 11 partidos. En Italia jugó trece temporadas en instituciones de categoría como Inter, Roma, Milan, Lecce y Génova.
Humberto Dionisio Maschio marcó 70 goles en el fútbol argentino: 26 jugando para Quilmes, 30 para Racing, en su primera etapa —hasta 1957— y otros 14 a su regreso en 1966. En Italia convirtió 90 jugando para Bologna, Atalanta, Inter y Florentina.
Enrique Omar Sívori convirtió en 15 años de fútbol 193 goles: 29 de ellos para River Plate, 9 para la Selección Argentina, 135 para Juventus, 12 para el Napoli y 8 para la Selección de Italia.
El desastre de Suecia
Argentina volvió a los mundiales de fútbol en 1958. Veintiocho años después del primero —jugado en 1930, en Montevideo—, en el que llegó a la final que perdió con Uruguay 4 a 2, después de ganar el primer tiempo 2-1. En 1934, en Italia, representó a la Argentina un equipo amateur que se tuvo que volver después del primer partido, contra Suecia. Eso eran los antecedentes. Así, con los ojos vendados se encontraron, de pronto, con un fútbol que había evolucionado en todo el mundo.
Las consecuencias fueron dos derrotas catastróficas: 3-1 contra Alemania Federal y 6-1 contra Checoslovaquia. En el medio, una victoria por 3 a 1 frente a Irlanda del Norte. La historia es larga y ocupará el espacio que merece en el capítulo dedicado a la Selección Nacional. Aquí basta añadir que se fue con lo mejor que teníamos, que era la base de River, el último campeón nacional. De ese equipo eran Carrizo, Federico Vairo, Néstor Rossi, Prado, Menéndez, Labruna. A ellos se le sumaron Dellacha, capitán indiscutido; Lombardo, Varacka, Corbatta y Cruz. A la hora de los cambios también entraron Avio, Boggio y Alfredo Rojas. Víctimas o culpables, para algunos fue una lápida y para muchos un calvario del que tardaron muchos arios en salir.
Vuelve la Academia
El ocaso de River terminó con las hegemonías en el fútbol argentino. El torneo de 1958 fue para Racing, el de 1959 para San Lorenzo, el de 1960 para Independiente. Nunca más se empezó un campeonato con "una fija" como ganador. El desastre de Suecia, además, alejó a los espectadores de los estadios. En ese torneo de 1958 se vendieron 345.000 entradas menos que el año anterior y 1250.000 en relación al de 1954. Por primera vez se establecieron precios móviles. En un partido entre dos equipos de los llamados grandes costaba 12 pesos la general; entre un grande y un chico, diez; entre dos chicos, ocho.
El receso del Mundial dio lugar para que aquí se jugara un torneo extra que se llamó Copa Suecia y que tuvo a Atlanta como campeón. En ese torneo debutó en la primera de San Lorenzo y convirtió dos goles quien tendría, después, un papel protagónico en el fútbol argentino: Carlos Salvador Bilardo.
El título fue para Racing, con la vieja fórmula de una defensa fuerte, segura y un ataque heterogéneo que manejaba Juan José Pizzuti y se completaba con las insólitas improvisaciones de un inspirado intuitivo: Omar Oreste Corbatta, en la plenitud de su genio. La velocidad y potencia de Pedro Manfredini, la habilidad lujosa del "marqués" Rubén Sosa y un wing izquierdo también imprevisible: Raúl Belén. Corbatta era un náufrago de Suecia. Uno de los pocos "salvados" de la tragedia.
El año anterior, en el partido contra Chile, por las eliminatorias, convirtió un gol que ganó las primeras planas en todos los periódicos del mundo, incluso en una revista tan alejada del fútbol como la norteamericana "Life". El 20 de octubre, en cancha de Boca, gambeteó a dos defensores chilenos, cuando salió el arquero lo eludió también, quedó frente al arco y con un amague hizo pasar de largo a otro defensor que pretendió cruzarlo, volvió a amagar y con un toque sutil la puso junto a un poste. Ese gol lo identificó para siempre.
Corbatta jugó 180 partidos oficiales en Racing y marcó 72 goles. Jugó 41 partidos en la Selección y convirtió 19. Pero así como era grande adentro de la cancha, era frágil fuera de ella. No obstante, tuvo cuerda para ser figura fundamental en el Racing vencedor de 1961.
Racing fue campeón en 1958 con tres puntos de diferencia sobre Boca y San Lorenzo, que por goal average terminaron en ese orden. El goleador fue el "Nene" Sanfilippo con 28 tantos, cifra que no se alcanzaba desde 1941.
La venganza de 1959
Argentina era sede del Sudamericano de 1959. Eso estaba decidido desde mucho antes. Con su fútbol en crisis, después del Mundial del año anterior el equipo nacional quedó en manos de un triunvirato de técnicos que capitaneó Victorio Spinetto, secundado por José Dellatorre y José Barreiro. La renovación fue tal que de los mundialistas de Suecia sólo quedaron Varacka y Corbatta. Era la oportunidad de calmar ánimos: había que ganar ese Sudamericano, al que concurría Brasil con sus flamantes campeones, y se ganó.
Argentina derrotó a Chile 6 a 1 (Manfredini 2, Pizzuti 2, Callá y Belén), a Bolivia 2 a 0 (Corbatta y Callá), a Perú 3 a 1 (Corbatta, de penal, Sosa y Benítez en contra), a Paraguay 3 a 1 (Corbatta, Sosa y Cap), a Uruguay 4 a 1 (Sosa 2, Belén 2) y se empató con Brasil 1 a 1 (Pizzuti). Ese partido Argentina lo jugó con Negri; Griffa (Cardoso) y Murúa; Lombardo (Simeone), Cap y Mouriño; Nardiello, Pizzuti, Sosa, Calla (J. J. Rodríguez) y Belén. Brasil sacó a la cancha a Gilmar; Bellini y Orlando; Djalma Santos, Dino Sani y Coronel; Garrincha, Didí, Yalentim, Pelé y Cinezinho. El gol del empate lo convirtió Pelé. Quien fue además el goleador del torneo con 9 tantos.
Ese mismo año, Guayaquil fue sede de otro Sudamericano, como en el de Montevideo de 1956 calificado de "extra". En esa oportunidad Argentina le ganó a Paraguay 4 a 2 (Sanfilippo 2, Sosa y Pizzuti), a Brasil 4 a 1 (Omar Higinio García 3, Sanfilippo), empató con Ecuador 1 a 1 (Sosa) y perdió 5 a 0 con Uruguay, que fue el campeón. A este Sudamericano el equipo de Brasil no llevó ninguno de sus Campeones Mundiales.
Sanfilippo de Almagro
Campeón en 1933 y en 1946, la historia decía que cada trece años San Lorenzo era el aspirante indicado a quedarse con el título. Y lo ratificó en 1959. Su fórmula fue la misma que había aplicado Racing el año anterior: defensa fuerte y ataque demoledor. Atrás: Carrillo; litigo y Páez; Martina, Reinoso y Castillo. Arriba: Facundo, Ruiz, Omar Higinio García, Sanfilippo y Boggio. Dos punteros con pólvora en los pies, un centreforward lidoso, hábil, capaz de poner la pelota en el lugar justo en que la necesitaba ese fenómeno, como goleador, que se llamó José Francisco Sanfilippo.
Cuestionado por los puristas que llegaron a decir que "jugaba con un balde en la cabeza", el "Nene" les tapó la boca con sus goles y terminó entrando en la historia del fútbol argentino como un jugador sutil para el toque, de buen manejo, astuto, sobre todo en los espacios reducidos y de una pegada y puntería implacables. Fue el goleador absoluto del fútbol argentino en los años 1958, 1959, 1960 y 1961. A San Lorenzo le dio 202 goles, a Boca 7 (y otros siete en partidos de la Copa Libertadores) y 19 a Banfield. Después fue ídolo en Nacional de Montevideo, hasta que lo fracturó, en una semifinal de la Libertadores, el brasileño Fontana, del Vasco da Gama. Recuperado, siguió jugando y convirtiendo goles para dos equipos del Brasil: el Bangú, de Río de Janeiro, y el Sporte Club, de Bahía. Su record en el fútbol argentino dice que convirtió 258 goles en los 374 partidos que jugó.
En ese torneo de 1959 jugó su último partido otro de los ídolos máximos de todos los tiempos: Angel Amadeo Labruna. Pero en un River anémico, claudicante, muy distinto de aquel que había integrado en sus días de gloria...
Asoma Independiente
Otro año difícil para el fútbol argentino es el de 1960. El título Sudamericano ganado el año anterior en Buenos Aires no cicatriza las heridas que dejó el Mundial de Suecia. A impulsos de los dirigentes Armando (Boca) y Liberti (River) nace lo que dio en llamarse el fútbol espectáculo. Frase de efecto para justificar una desproporcionada inversión en jugadores extranjeros. Boca contrata a los brasileños Valentim y Edson, al peruano Benítez, a los uruguayos Davoine y Sasía. También se lleva a Roma y Marzolini, que eran de Ferro, y a Lugo y Garabal. River importa al insider brasileño Paulinho y al peruano Joya, que después triunfaría en Peñarol. Independiente elige bien: trae a cuatro uruguayos. Uno de ellos, Leiva, llegará a jugar un solo partido, pero los tres restantes serán fundamentales para estructurar el equipo que, finalmente, sería el campeón del año: Rolan, Silveira y Douskas.
Curiosamente, Guillermo Stábile, máxima víctima del desastre de Suecia, es el cerebro gris que asesora a Roberto Sbarra, técnico de Independiente. Cruz se había ido el año anterior y con él el último de los grandes jugadores de Independiente de la década del cincuenta. No fue fácil, por lo tanto, armar el equipo que después, como en los versos de Machado, "hizo camino al andar". En el arco, un atajador: Toriani; "Hacha brava" Navarro y Rolan, una zaga de las más recias que se recuerden. En el medio, Acevedo, Maldonado y Silveira, compensando quite, habilidad y garra. Arriba, un cerebro, Douskas, con Walter Jiménez, un eje delantero completísimo, D'ascenso, un goleador, y en las puntas Vázquez y Giménez.
Este equipo le sacó dos puntos de ventaja a River y Argentinos Juniors, que lució esa temporada un terceto central de ataque que fue un verdadero lujo: Pando, Carceo y Hugo González. El goleador del torneo fue una vez más José Francisco Sanfilippo, con 34 tantos, una cifra tan alta que, para encontrar otra superior, hubo que retroceder hasta 1939, cuando Erico, en Independiente, marcó 40.
Tres hechos anecdóticos merecen resaltarse ese ario: Atlanta inauguró su estadio el 5 de junio perdiendo 3 a 1 contra Argentinos Juniors. Luis Artime entró a la historia marcando tres goles en 11 minutos para dar vuelta un partido que Atlanta perdía contra Racing por 3 a 1 y terminó ganando 4 a 3. Y en la vieja cancha de Boyacá y Jonte debió suspenderse el partido que Argentinos Juniors le ganaba 2 a 0 a Boca porque un fanático de esta institución le tiró un cuchillo gigante al juez Bosolino que se clavó en el césped, dentro del área penal.
El regreso a los Juegos Olímpicos
La última vez que la Argentina había participado en el fútbol de los Juegos Olímpicos había sido en 1928, cuando perdió en Amsterdam la final ante Uruguay, 1 a 0, en partido de desempate. Volvió a esa competencia en 1960, en Roma. Le tocó un debut dificil, contra Dinamarca —que después sería subcampeón—, y perdió 3 a 2 (goles de Zarich y Bilardo), después le ganó 2 a 1 a Túnez (Oleniak 2) y 2 a O a Polonia (Oleniak y el "Canario" Pérez), pero no le alcanzó para clasificar. La delantera de la selección formó con Bilardo, Zarich, Desiderio, Oleniak y Pérez.
River, equipo excluyente de la década, aunque nadie podía imaginarlo entonces, había entrado en una larga noche de frustraciones que iba a durar nada menos que 18 años...
Por Juvenal (1990).