¡Habla memoria!

2002. EL JOVEN MARAVILLA

Con apenas 18 años, Carlos Tévez explotó en la Primera de Boca. Algunos lo compararon con Rojitas, otros vaticinaron que sería el heredero del trono que dejará vacante Riquelme.

Por Redacción EG ·

11 de octubre de 2019

Cuan­do la aza­fa­ta avi­so que ya po­dían de­sa­bro­char­se los cin­tu­ro­nes él te­nía las ma­nos he­chas so­pa. No era la pri­me­ra vez que vo­la­ba, pe­ro ja­más le ha­bían en­co­men­da­do una mi­sión tan de­li­ca­da.

El asien­to de la fi­la 13 –la úl­ti­ma del Fok­ker– da­ba al pa­si­llo y le per­mi­tía ver cla­ra­men­te el ob­je­ti­vo, jus­to en la fi­la 1, don­de ter­mi­na­ba la al­fom­bra na­ran­ja. Tre­ce fi­las pa­re­cen po­cas, pe­ro sa­bía que en el tra­yec­to se le cla­va­rían de­ma­sia­das mi­ra­das en la nu­ca. Y las con­se­cuen­cias po­dían ser te­rri­bles.

An­tes de lan­zar­se re­pa­só men­tal­men­te ca­da mo­vi­mien­to. De­bía ser ve­loz y eje­cu­ti­vo. Más que dis­cre­to. Co­mo un ac­tor prin­ci­pian­te, re­pi­tió en su in­te­rior la fra­se in­di­ca­da. Una, dos, diez ve­ces. Sa­bía que gran par­te del éxi­to de la ope­ra­ción de­pen­de­ría de la ac­ti­tud y de la en­to­na­ción. Cuan­do se sin­tió se­gu­ro, bus­có al­go en el bol­si­llo del bu­zo y se man­dó co­mo un ka­mi­ka­ze.

–¿Me pue­de fir­mar un au­tó­gra­fo?

Car­los Bian­chi se lo que­dó mi­ran­do. No es­ta­ba acos­tum­bra­do a que un ju­ga­dor su­yo le hi­cie­ra se­me­jan­te plan­teo. Son­rió le­ve­men­te, ma­no­teó la Bic azul y se lo fir­mó.

–¿Es pa­ra vos?

–Eh... No, no. Pa­ra mi sue­gra. Se lla­ma Mó­ni­ca.

–¿Có­mo, ya te ca­sas­te?

–No, no, pe­ro ten­go no­via. Mi sue­gra me lo pi­dió por­que lo ad­mi­ra mu­cho.

–Ah, bue­no. Man­da­le un be­so.

No se ani­mó a leer­lo has­ta que vol­vió a su asien­to: “Pa­ra Mó­ni­ca, con mu­cho ca­ri­ño.” Pe­ro lo más di­fí­cil ya es­ta­ba. Nin­gún com­pa­ñe­ro se ha­bía da­do cuen­ta. Aho­ra le que­da­ba lo más sen­ci­llo: de­bu­tar en la Re­ser­va a los 16 años. 

Al día si­guien­te, el 5 de agos­to de 2000, Car­los Té­vez ju­gó el par­ti­do que Bo­ca le ga­nó 3-1 a Unión, en San­ta Fe, y me­tió el pri­mer gol.

Me­nos de dos años des­pués, co­ci­do a fue­go len­to por los téc­ni­cos del club y mo­ni­to­rea­do con si­mi­lar cri­te­rio por los res­pon­sa­bles de las se­lec­cio­nes ju­ve­ni­les, el pi­be de Fuer­te Apa­che se ga­nó un es­pa­cio en la Pri­me­ra ra­ti­fi­can­do esa si­lue­ta de dis­tin­to que le adi­vi­na­ron quie­nes vie­ron sus pri­me­ras gam­be­tas en el po­tre­ro. “Es Ro­ji­tas con más gol”, se atre­vió a de­fi­nir­lo el He­ber Mas­trán­ge­lo, hoy en las In­fe­rio­res del club. Y a na­die le pa­re­ció des­ca­be­lla­do.

Mo­rru­do co­mo Die­go –¿Có­mo ‘qué Die­go’, el úni­co?– y en­va­sa­do en un me­tro se­ten­ta, el nue­vo Jo­ven Ma­ra­vi­lla se per­fi­la co­mo el he­re­de­ro de la co­ro­na que ab­di­ca­rá Juan Ro­mán Ri­quel­me y pa­re­ce dis­pues­to a es­cri­bir otra fá­bu­la de en­sue­ño. Otra sa­ga del pi­be hu­mil­de que ter­mi­na en crack por­que en el baúl de los sue­ños te­nía dos te­so­ros: cien gra­mos de pi­car­día y una pe­lo­ta.

Pe­ro a Car­li­tos no le ven­gan con cuen­tos. El di­ce que se pue­de ser fe­liz en Fuer­te Apa­che y lo dis­cu­te a muer­te. “Ahí vi­ví co­sas muy lin­das, hi­ce ami­gos, la pa­sé bár­ba­ro. Los que ti­ran ma­la on­da ha­blan sin sa­ber. Se creen que la gen­te es ma­la por­que no tie­ne mu­cha pla­ta. Y na­da que ver. Hay gen­te bue­na co­mo en to­dos la­dos”, di­ce con la mis­ma se­rie­dad que, un ra­to des­pués, de­sen­fun­da­rá pa­ra afir­mar que lo pri­me­ro que le des­pier­ta el Fuer­te es “or­gu­llo. Por eso voy to­dos los días. Ca­mi­no por el ba­rrio con mis ami­gos, to­ma­mos unos ma­tes, bo­lu­dea­mos un ra­to. Me fui de Apa­che ha­ce dos años, pe­ro es co­mo si no me hu­bie­ra ido nun­ca. No me ol­vi­do de na­da ni de na­die de allí.”

Aho­ra Bo­ca le al­qui­la una ca­sa en Ver­sai­lles des­de que pin­tó pa­ra co­sas ma­yo­res. Allí vi­ve con sus pa­dres –Se­gun­do Rai­mun­do Té­vez y Adria­na Noe­mí Mar­tí­nez– y sus cua­tro her­ma­nos me­no­res: Die­go (16 años), Mi­guel (11), Ariel (8) y Dé­bo­ra (4). Pe­ro la mu­dan­za no le se­rru­chó las raí­ces. “El Fuer­te es un sen­ti­mien­to”, re­ma­ta con­ven­ci­do de que na­die lo­gra­rá ha­cer­lo cam­biar de pa­re­cer so­bre ese lu­nar de Ciu­da­de­la, don­de cer­ca de 100 mil per­so­nas, ma­yo­ri­ta­ria­men­te ago­bia­das por los dar­dos de la si­tua­ción so­cioe­co­nó­mi­ca,  se amon­to­nan en un ro­sa­rio de 70 edi­fi­cios.

Imagen Carlitos es el nene mimado del plantel de Boca. Sus compañeros lo cuidan como si fuera un hermanito menor.
Carlitos es el nene mimado del plantel de Boca. Sus compañeros lo cuidan como si fuera un hermanito menor.

Al­ba­ñil de pro­fe­siOn y fut­bo­le­ro de al­ma, Se­gun­do fue el pri­me­ro en re­ga­lar­le una pe­lo­ta y en dar­le in­di­ca­cio­nes des­de un cos­ta­do. “El equi­po de baby –re­cuer­da Car­li­tos­– lo for­má­ba­mos seis pi­bes que nos cria­mos jun­tos. Da­río, Pi­chi, mi her­ma­no Die­go y un par que no me acuer­do... Te­nía­mos la pe­lo­ta de no­so­tros, que lle­vá­ba­mos a to­dos la­dos, y ju­gá­ba­mos sin pa­rar. Mi vie­jo era el or­ga­ni­za­dor y el téc­ni­co. El equi­po se lla­ma­ba Es­tre­lla del Uno por­que no­so­tros vi­vía­mos en el edi­fi­cio Uno. No es ver­so: los bai­lá­ba­mos a to­dos.”

Buen alum­no de la Es­cue­la 50 del Fuer­te, “aun­que me­dio lie­ro en los re­creos”, Té­vez si­guió des­co­sién­do­la en otro equi­po de baby, San­ta Cla­ra, y tam­bién en Vi­lla Real, el mis­mo club en el que gri­tó sus go­les in­fan­ti­les Car­los Bian­chi. “Ju­ga­ba en los dos por­que los di­ri­gía el mis­mo téc­ni­co”.  Por aquel en­ton­ces, sus go­les se con­ta­ban por de­ce­nas. El trá­mi­te era sen­ci­llo: ha­bía que dár­se­la a Car­li­tos pa­ra que se los gam­be­tea­ra a to­dos.

Los de All Boys le echa­ron el ojo cuan­do arran­có la se­cun­da­ria. Po­li­mo­dal con in­cli­na­ción a Maes­tro Ma­yor de Obras, co­mo que­ría ma­má. Pe­ro Car­li­tos, a quien ya lla­ma­ban Man­cha­do por los ras­tros de una que­ma­du­ra que le vie­ne del pe­cho y le tre­pa has­ta la ore­ja de­re­cha, ya le sen­tía el gus­ti­to a otra de sus pa­sio­nes ado­les­cen­tes: los pi­ca­dos por pla­ta en el po­tre­ro de la vi­lla. “Eso es lo más gran­de que hay. Sin ár­bi­tro, sin jue­ces de lí­nea, sin na­da. Vos y tus ami­gos con­tra el res­to del mun­do. Ahí te di­ver­tís de ver­dad. Si te­nés que ti­rar un ca­ño, lo ti­rás. Y si te la tie­nen que po­ner en el pe­cho, te la po­nen. Te di­ver­tís más que ju­gan­do en Pri­me­ra, mu­cho más. Por­que en Pri­me­ra hay otras res­pon­sa­bi­li­da­des y te­nés que pen­sar las co­sas dos ve­ces. Pe­ro en el po­tre­ro no. Ha­cés la que se te can­ta a vos”, di­ce el Jo­ven Ma­ra­vi­lla, que a los 13 gam­be­tea­ba los gua­da­ña­zos de mu­cha­cho­nes de 20.

La ci­ca­triz y el dien­te par­ti­do tie­nen su his­to­ria. Car­li­tos la cuen­ta sin com­ple­jos: “Cuan­do era chi­co, más o me­nos al año, an­da­ba ga­tean­do y em­pu­jé una pa­va con agua hir­vien­do. Se me ca­yó en el pe­cho y en el cue­llo, me que­mó to­do y me que­da­ron es­tas mar­cas.” Tiem­po des­pués, a los nue­ve añi­tos, sa­lió al re­creo y en me­dio de un po­li­la­dron cho­có con una ne­na pe­ti­si­ta, her­ma­na de Mi­cae­la, hoy su niovia: “Me dio de lle­no en el dien­te y me lo par­tió.” ¿El cas­ti­go por que­dar­se con el co­ra­zón de su her­ma­na? “No, qué iba a sa­ber…”

Imagen La banda de los gorros. Carlitos y sus amigos coparon la pieza: -Matías, Diego, Luciano, Cristian, Javier y Débora, su hermanita.
La banda de los gorros. Carlitos y sus amigos coparon la pieza: -Matías, Diego, Luciano, Cristian, Javier y Débora, su hermanita.

De su pa­so y des­vin­cu­la­ción de All Boys hay una can­ti­ne­la de en­re­dos y mis­te­rio. Que Bo­ca lo so­pló mal, que ten­ta­ron a los pa­dres con di­ne­ro, que se lla­ma­ba Car­los Mar­tí­nez y lo ano­ta­ron co­mo Car­los Té­vez pa­ra que no se des­cha­va­ra la ju­ga­da, que... “Vie­ne bien acla­rar­lo de una vez por to­das. Raúl Mad­do­ni me pe­día des­de que es­ta­ba en Ar­gen­ti­nos, pe­ro yo no que­ría pa­sar por­que me da­ba lo mis­mo, eran clu­bes pa­re­ci­dos. Pe­ro cuan­do él se fue a Bo­ca y me vol­vió a lla­mar, me bri­lla­ron los oji­tos. Por­que soy fa­na-fa­na de Bo­ca. En All Boys no me que­rían dar el pa­se, me tu­vie­ron un año pa­ra­do y pa­re­cía que me iban a col­gar otro más. Jus­to ahí apa­re­ció Bo­ca y los clu­bes arre­gla­ron al­go. Y jus­to ahí mi pa­pá me re­co­no­ció y de­ci­dí cam­biar­me el ape­lli­do. Me sa­qué el Mar­tí­nez y me pu­se el Té­vez. Pe­ro por­que mi vie­jo me re­co­no­ció, no por el pa­se. ¿Qué tram­pa iba a ha­cer, si el nú­me­ro de do­cu­men­to es el mis­mo? El que ha­bló de más fue un ti­po que te­nía el 20% de mi pa­se co­mo Mar­tí­nez, no co­mo Té­vez, pe­ro que no sa­be na­da ni de mi fa­mi­lia, ni de mi pa­sa­do.”

En­tre la tur­bu­len­cia de la trans­fe­ren­cia y de los al­can­ces de la pa­tria po­tes­tad, se pro­du­jo un epi­so­dio cu­rio­so: Car­li­tos en­tre­na­ba con Bo­ca, pe­ro ju­ga­ba pa­ra All Boys. Y un sá­ba­do tu­vie­ron que en­fren­tar­se. El téc­ni­co de All Boys lo sa­bía, así que lo man­dó al ban­co: “Tu­vo des­con­fian­za, pen­só que iba a ju­gar li­via­ni­to.” El pri­mer tiem­po fue un pa­seo de Bo­ca, que ter­mi­nó arri­ba 1-0, aun­que me­re­cien­do  mu­cho más. Per­di­do por per­di­do, el téc­ni­co al­bo man­dó a la can­cha a Té­vez, que en un ra­ti­to edi­fi­có el mi­la­gro. To­ques, pi­sa­das y dos go­les pa­ra ase­gu­rar el triun­fo. Cuan­do cla­vó el se­gun­do, co­rrió ha­cia el ban­co de Bo­ca, se pa­ró ade­lan­te del téc­ni­co y le hi­zo “el bai­le del pe­rri­to”. ¿Quién era el téc­ni­co? Raúl Mad­do­ni, el hom­bre que lo lle­vó a Bo­ca... “Qué sé yo, me sa­lió así. Al otro día fui a en­tre­nar y no sa­bía có­mo mi­rar­lo. Me­nos mal que él lo to­mó bien y se ma­tó de la ri­sa, que si no... Mad­do­ni me en­se­ñó mu­cho, es un se­gun­do pa­dre pa­ra mí.”

A Boca se incorporo en 1997, con edad de Pre-No­ve­na.  Me­tió 44 go­les en las dos pri­me­ras tem­po­ra­das y lo ci­ta­ron del Sub 15 pa­ra ju­gar el Tor­neo Tres Na­cio­nes. Ar­gen­ti­na, Fran­cia e In­gla­te­rra en Wem­bley. Y ahí fue Car­li­tos, de Fuer­te Apa­che a Lon­dres. “El cam­bio no me im­pac­tó pa­ra na­da. En se­rio, no se rían... Lo que me pu­so más ner­vio­so fue el via­je. Nun­ca me ha­bía su­bi­do a un avión y es­tu­ve las 15 ho­ras re­ca­ga­do.”  Eso sí, cuan­do se ba­jó, ju­gó co­mo si na­da. Le ga­na­ron a Fran­cia y Car­li­tos me­tió un gol de chi­le­na. “En ese equi­po ya es­ta­ban Ma­xi Ló­pez, Mas­che­ra­no... Me­nos mal que me hi­ce ami­go y los ten­go de tes­ti­gos, por­que si no quién me va a creer que me­tí un gol de chi­le­na en Wem­bley.”

Esa con­vo­ca­to­ria fue el ape­ri­ti­vo pa­ra el Sub 17, con el que ju­gó un Su­da­me­ri­ca­no (Are­qui­pa) y un Mun­dial (Tri­ni­dad y To­ba­go). “Po­ner­se la ca­mi­se­ta de la Se­lec­ción –cuen­ta sin es­con­der la emo­ción– fue un or­gu­llo in­creí­ble. Hi­ce mu­chos ami­gos y los téc­ni­cos me ayu­da­ron un mon­tón. Te pre­pa­ran pa­ra lle­gar me­jor a pro­fe­sio­nal, pa­ra con­so­li­dar­te tác­ti­ca­men­te.”

Ca­da me­dio­día Car­li­tos se en­re­da con gus­to en­tre los ca­za­do­res de au­tó­gra­fos de Ca­sa Ama­ri­lla. Fir­ma, po­sa pa­ra las fo­tos, re­ga­la un be­so.

Su pa­pá, que lo lle­va y lo trae aun­que llue­va o true­ne, lo es­pe­ra con dis­cre­ción en el pla­yón del es­ta­cio­na­mien­to, don­de re­po­san los úl­ti­mo mo­de­lo de los con­sa­gra­dos.

Ahí se va el Pa­to Ab­bon­dan­cie­ri en su ca­mio­ne­ta ale­ma­na.

–Chau, Car­li­tos, des­can­sá bien, ¿eh?

Acá sa­le el Che­lo Del­ga­do, tri­pu­lan­do una cu­pé ne­gra.

–Chau, Car­li­tos, dor­mí la sies­ta.

Allá pi­ca el Fla­co Schia­vi en un Ibi­za ro­jo.

–¡Car­li­tos, to­má la so­pa!

Aho­ra pa­sa Chi­cho Ser­na y fre­na su ca­mio­ne­ta só­lo pa­ra dar­le un be­so.

–Has­ta ma­ña­na, pa­pi. Cui­da­te.

Es así, no­más. Ade­más de Se­gun­do, Té­vez tie­ne co­mo trein­ta pa­dres por día. To­dos los ju­ga­do­res de Bo­ca lo tra­tan co­mo si fue­ra un hi­jo o un her­ma­ni­to me­nor. Lo mi­man, lo cui­dan, le mues­tran un ca­mi­no y, por so­bre to­das las co­sas, se es­fuer­zan pa­ra qui­tar­le pre­sión. Pa­ra que se so­li­di­fi­que en la eli­te con el me­nor ín­di­ce de con­ta­mi­na­ción me­diá­ti­ca.

Car­li­tos no se ma­rea. Es­cu­cha, agra­de­ce y se de­ja lle­var. Tran­qui, pi­san­do hue­vos. To­da­vía le pa­re­ce men­ti­ra ser com­pa­ñe­ro de aque­llos ti­pos a los que él les al­can­za­ba la pe­lo­ta en el ‘99. “Los de No­ve­na te­nía­mos que ano­tar­nos to­das las se­ma­nas y yo siem­pre era el pri­me­ro. Me en­can­ta­ba es­tar ahí aden­tro, sen­tir a la gen­te, de­vol­ver­les la pe­lo­ta a Chi­cho, al Me­lli, ver a Ro­mán...” To­da­vía le pa­re­ce men­ti­ra que uno de sus téc­ni­cos sea el Be­to Már­ci­co, a quien vio des­de la po­pu­lar cuan­do ju­gó en Bo­ca: “Yo era chi­qui­to, pe­ro mi vie­jo me lle­va­ba igual. Me po­nía so­bre los hom­bros, ‘a co­co­chi­to’. Y yo gri­ta­ba co­mo lo­co.”

Cuan­do lo com­pa­ran con Már­ci­co y Ro­ji­tas só­lo son­ríe. “Es lin­do, pe­ro re­cién ju­gué diez par­ti­dos en Pri­me­ra, ten­go que apren­der bas­tan­te”, di­ce con una hu­mil­dad que se trans­for­ma en se­gu­ri­dad si de otras de­fi­ni­cio­nes se tra­ta. ¿Una vir­tud? “En­ca­ro siem­pre, es mi ca­rac­te­rís­ti­ca.” ¿Al­go pa­ra me­jo­rar? “La zur­da y el ca­be­ceo (sic), pe­ro re­cién ten­go 18 años...” ¿Ner­vios en la can­cha? “Só­lo cuan­do me to­ca ir al ban­co, no pa­ro de co­mer­me las uñas. Aden­tro no. Si es lo más lin­do que hay...” ¿La adap­ta­ción a Pri­me­ra? “No sen­tí la di­fe­ren­cia de rit­mo. Ha­cía ra­to que me ve­nía pre­pa­ran­do. ¿Sa­bés lo que es ju­gar un Mun­dial con ti­pos gran­do­tes co­mo los afri­ca­nos? En Pri­me­ra hay más res­pon­sa­bi­li­da­des, pe­ro yo ha­go de cuen­ta que es­toy en el po­tre­ro. Al que tie­ne po­tre­ro no le mo­les­ta la pre­sión.” ¿Un sue­ño? “Con­so­li­dar­me en Pri­me­ra y sa­lir cam­peón con Bo­ca.”

Des­de el 21 de oc­tu­bre de 2001, cuan­do Bian­chi lo hi­zo de­bu­tar an­te Ta­lle­res, el de­ba­te es­tá abier­to. Pa­ra al­gu­nos, Té­vez es me­dia pun­ta. Otros lo pre­fie­ren de en­gan­che. Y no fal­tan quie­nes lo ven me­jor de pun­ta, en­tre los dos cen­tra­les, don­de más ju­gó en In­fe­rio­res. “Sin­ce­ra­men­te, to­da­vía no sé dón­de me sien­to más có­mo­do. Pe­ro hay al­go que ten­go cla­ro: en Bo­ca jue­go de cual­quier co­sa”, di­ce Car­li­tos, agra­de­ci­do por­ las opor­tu­ni­da­des que le brin­da Os­car Ta­bá­rez. “Me da tran­qui­li­dad y li­ber­tad pa­ra ju­gar, me pi­de que encare siempre.”

En­ca­rar co­mo lo hi­zo Mi­guel, su her­ma­ni­to de 11 años, el día que le di­jo a él, ve­ne­no de Bo­ca, que ha­bía fi­cha­do pa­ra Ri­ver. “Lo apo­yo a muer­te por­que es mi her­ma­no, que si no... Jue­ga de cin­co y la mue­ve bas­tan­te. El año que vie­ne en­tra a No­ve­na. Oja­lá ten­ga suer­te.”

Imagen Cuando le dicen que pinta lindo, Carlitos pone el freno: “Recién jugué diez partidos...”
Cuando le dicen que pinta lindo, Carlitos pone el freno: “Recién jugué diez partidos...”

Aten­ti: Car­li­tos no es el úni­co que se ban­ca ha­cer fuer­za por otros co­lo­res por ra­zo­nes de fuer­za ma­yor, ¿eh? “No me ha­blés… Mu­chos de no­so­tros no so­mos de Bo­ca y por cul­pa de és­te no nos per­de­mos nin­gún par­ti­do”, se le es­cu­cha a uno de sus ami­gos, que han co­pa­do la co­ci­na de los Té­vez para la me­rien­da. Cris­tian, Ja­vier, Ma­tías, Die­go y Lu­cia­no con­o­cen a Car­li­tos des­de siem­pre. Se en­tre­ve­ra­ron con él en los po­tre­ros, pe­ro nin­gu­no di­ce ser buen ju­ga­dor. Só­lo Lu­cia­no es­tu­vo en la Cuar­ta de Al­ma­gro, pe­ro que­dó li­bre y bus­ca club.

Se abre el pa­que­te de fac­tu­ras y em­pie­zan las car­ga­das: “Che, ¿có­mo le di­cen los pe­rio­dis­tas a Car­los? ¿Le pu­sie­ron al­gún apo­do? Les pro­pon­go és­te: Apa­che.” En­ton­ces sal­ta la fi­gu­ra: “Pa­rá, que apo­do ni que apo­do. Yo soy Car­li­tos, na­da más…” Pe­ro Lu­cia­no in­sis­te: “Me­jor pón­ga­le Te­le­tub­bie, ja, ja…”

La te­le es­tá pren­di­da, pe­ro na­die le pres­ta aten­ción. De fon­do se es­cu­cha el au­dio de un pro­gra­ma par­ti­da­rio de Bo­ca: “Té­vez pa­ra ser una de las fi­gu­ras del fút­bol ar­gen­ti­no.” Car­li­tos se sor­pren­de y le  pi­de una cal­ma ima­gi­na­ria: “Ehhh, cam­peón, que re­cién es­toy em­pe­zan­do…”

A la ho­ra de las fo­tos se pro­du­ce una es­tam­pi­da ha­cia la pie­za, un cuar­to cá­li­do y sin lu­jos si­tua­do en la plan­ta su­pe­rior. No fal­ta el equi­po de mú­si­ca –“Es­cu­cho cum­bia y cuar­te­to, la Mo­na Ji­mé­nez es lo me­jor”– ni la ban­de­ra de Bo­ca, uti­li­za­da co­mo cor­ti­na im­pro­vi­sa­da. De una co­pa cuel­ga la me­da­lla del Su­da­me­ri­ca­no. Una pa­red es­tá ta­pi­za­da con un gi­gan­to­gra­fía de Ro­nal­do –“Un mons­truo del fút­bol”– y en el pi­ca­por­te se ba­lan­cea la cre­den­cial de ju­ga­dor del Ju­ve­nil. So­bre la ca­ma de dos pla­zas hay go­rros pa­ra to­dos los gus­tos, son su de­bi­li­dad. Y pa­só lo que te­nía que pa­sar: una mi­ni­ba­ta­lla pa­ra ver quién po­sa­ba con el me­xi­ca­no, quién con el chi­no, quién con el de la­na… “Es­tos pi­bes –di­ce Car­li­tos, co­mo ex­clu­yén­do­se– son tre­men­dos. A ve­ces va­mos a bai­lar, en­ca­ran una mi­na y pa­ra le­van­tár­se­la le di­cen ‘Mi­rá, ése es Té­vez y es mi ami­go’. ¡Có­mo pue­de ser!”

Hu­bo un dIa en que Car­li­tos lo mi­ró más que siem­pre, co­mo hip­no­ti­za­do. Tan­to lo mi­ró, que él se dio cuen­ta. Mi­ra­ba to­do: có­mo se pa­ra­ba, có­mo la pi­sa­ba, có­mo en­ca­ra­ba, có­mo res­pi­ra­ba. Mi­ra­ba por­que “de ti­pos co­mo él se pue­den co­piar co­sas, por más que ha­ga co­sas que no ha­ce na­die.” Mi­ra­ba por­que “al que le gus­ta el fút­bol, sea del equi­po que sea, lo mi­ra a él.” Mi­ra­ba por­que “po­cos pue­den de­cir que tie­nen al ído­lo al la­do su­yo. Y yo sí.”

En­ton­ces el ído­lo se le acer­có y lo en­ca­ró a él, que se­guía em­bo­ba­do. Ha­bla­ron de sue­ños, de los her­ma­ni­tos, de unos te­mas de cum­bia. Y des­pués vi­no la pre­gun­ta.

–¿Te gus­tan?

–Sí... es­tán bár­ba­ros.

–Bue­no, son tu­yos.

Aquel día, en el ves­tua­rio de Ca­sa Ama­ri­lla, Juan Ro­mán Ri­quel­me le re­ga­ló sus bo­ti­nes. Unos Ni­ke ta­lle 9 y me­dio que le que­da­ron jus­ti­tos. Pin­ta­dos.

Son los que usa en to­dos los par­ti­dos.

Son los pri­me­ros tes­ti­gos de la su­ce­sión.

Imagen Naciso en Fuerte Apache, tiene todo lo necesario para triunfar en Boca.
Naciso en Fuerte Apache, tiene todo lo necesario para triunfar en Boca.

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Rojitas

(Ex jugador de Boca)

“Tiene la picardía de los típicos jugadores del potrero. Encara siempre. Me hace acordar a Márcico. Es un armador que también sabe definir.”

 

Alberto Márcico.

(Ate. de campo de Boca)

 

Imagen Alberto Márcico.
Alberto Márcico.
 

“Además de sus condiciones técnicas, que son muchísimas, le suma una gran personalidad. No quiere perder a nada. Tiene el fuego sagrado.”

 

Ramón Maddoni

(DT de Inferiores)

“Es el mejor nueve que tiene Boca en juveniles. Sabe cambiar de ritmo y tiene todos los fundamentos técnicos. Está listo para triunfar.”

 

E. Mastrangelo

(DT de Inferiores)

“Es uno de esos talentos que aparecen muy de vez en cuando. ¿Se acuerdan que Rojitas era un fenómeno? Bueno, Tévez es Rojitas con más gol.”

 

Hugo Tocalli

 

Imagen Hugo Tocalli.
Hugo Tocalli.
 

(Ex DT de la Selección Juvenil)

“Le sobran condiciones. Puede arrancar de atrás o moverse de punta. Sabe aguantar la pelota y es muy explosivo. Es factor de desequilibrio.”

 

Jorge Griffa

(DT de Inferiores)

“Las condiciones de Tévez son enormes. Lo bueno es que tanto este cuerpo técnico como el anterior lo están llevando de a poco, como se debe.-”

 

Para conocerlo mejor

Pasatiempo: tomar mate con los amigos de Fuerte Apache para contar chistes. “¿Uno que se pueda contar en la revista? Eh... Se encuentran un zorro inglés y un perro argentino. El zorro le dice: ‘I’m sorry’. Y el perro le contesta: ‘I’m perry’.” 

Programa de tele: Fútbol de Primera. “El fútbol me enloquece. Veo todo lo que puedo.”

MUsico preferido: La Mona Jiménez. “Es un capo, te hace divertir. No hay con qué darle.”

Un tesoro: la camiseta que le regaló Riquelme. “Jugar con él fue tocar el cielo con las manos. Cumplí uno de mis grandes sueños.”

Un deseo: terminar el cole, como quiere mamá. “Tuve que largar en segundo año por los entrenamientos.”

Una manIa: los gorros. “Me gustan, qué le voy a hacer…”

Si no hubiera sido futbolista: “Seguro que hoy sería cartonero.”

 

Los predestinados

Mu­cha gen­te cree en el des­ti­no. Una es do­ña To­ta, la ma­má de Ma­ra­do­na. To­da­vía re­cuer­da el día que na­ció Die­go. Ella ha­bía ido a bai­lar unos cha­ma­més y cuan­do vol­vió sin­tió do­lo­res, fue a la clí­ni­ca, fro­tó la pan­za y apa­re­ció el ge­nio. “In­creí­ble que ha­ya po­di­do ir a bai­lar, se­ño­ra. Se ve que es­te chi­co es­tá pre­des­ti­na­do”, le di­je­ron los mé­di­cos.

Die­go Ar­man­do Ma­ra­do­na cre­ció, se hi­zo fut­bo­lis­ta y de­bu­tó en Pri­me­ra un 20 de oc­tu­bre de 1976. El ri­val fue Ta­lle­res de Cór­do­ba y su equi­po, que era Ar­gen­ti­nos, per­dió 1-0.

Car­los Té­vez cre­ció, se hi­zo fut­bo­lis­ta y de­bu­tó en Pri­me­ra un 21 de oc­tu­bre de 2001. El ri­val fue Ta­lle­res de Cór­do­ba y su equi­po, que era y es Bo­ca, per­dió 1-0.

Mis­mo rival, mis­mo re­sul­ta­do, ca­si mis­mo día. Cual­quie­ra di­ría que Car­li­tos es un pre­des­ti­na­do.

 

 

Por Elias Perugino (2002). 

Notas: Tomas Ohanian.

Fotos: Aníbal Greco.