¡Habla memoria!

África mía

Una tierra misteriosa, plagada de creencias mágicas y supersticiones sorprendentes que invadieron el fútbol. Lo que es inalterable en estas latitudes es el amor por el fútbol y la pasión de sus hinchas.

Por Redacción EG ·

22 de julio de 2019

Áfri­ca, el con­ti­nen­te más po­bre, con 25 de los 35 paí­ses más ca­ren­cia­dos del mun­do, se­gún Na­cio­nes Uni­das, es el ho­gar de más de 800 mi­llo­nes de per­so­nas, mu­chas de las cua­les vi­bran con el fút­bol. Des­de el pun­to de vis­ta re­li­gio­so, unos 200 mi­llo­nes se afe­rran a las creen­cias tra­di­cio­na­les afri­ca­nas, mien­tras que unos 30 mi­llo­nes se re­par­ten en­tre las lla­ma­das igle­sias in­de­pen­dien­tes, o de ori­gen afri­ca­no, y las nu­me­ro­sas sec­tas fun­da­men­ta­lis­tas que sur­gen de mo­do cons­tan­te. El res­to se di­vi­de en­tre mu­sul­ma­nes –más de la mi­tad en el nor­te con­ti­nen­tal– y cris­tia­nos, en­tre ellos mu­chos ca­tó­li­cos.

An­te es­te ma­tiz de creen­cias, en va­rias re­gio­nes es usual la uti­li­za­ción de los de­no­mi­na­dos witch­doc­tors, al­go así co­mo bru­jos o he­chi­ce­ros, pa­ra su­pe­rar dis­tin­tas ins­tan­cias de la vi­da dia­ria. Cla­ro es­tá, en los paí­ses en los que el fút­bol es la má­xi­ma pa­sión, es­tos per­so­na­jes son mo­ne­da co­rrien­te tan­to en el día a día de los plan­te­les co­mo en los par­ti­dos. De tal ma­ne­ra, son co­mu­nes des­de los ri­tos “má­gi­cos” de to­do ti­po has­ta el sa­cri­fi­cio de ani­ma­les y de­más su­pers­ti­cio­nes sor­pren­den­tes.

La con­vi­ven­cia de es­tos bru­jos en el mun­do de la pe­lo­ta no es más que uno de los con­di­men­tos que po­see el fút­bol afri­ca­no. Un fút­bol que, por su­pues­to, cuen­ta, con­tó y se­gu­ra­men­te se­gui­rá con­tan­do con téc­ni­cos ar­gen­ti­nos. Al­gu­nos de ellos con re­co­no­ci­das tra­yec­to­rias en la Se­lec­ción Na­cio­nal así sea co­mo ju­ga­dor o en­tre­na­dor, co­mo Pe­dro Pas­cu­lli y Car­los Bi­lar­do. Otros, ca­si des­co­no­ci­dos en el país, pe­ro con un cu­rrí­cu­lum asom­bro­so en Afri­ca, co­mo Os­car Fu­llo­ne Ar­ce. Y tam­bién, ca­sos sor­pren­den­tes co­mo el de Jor­ge Wer­nic­ke, quien se ani­mó al de­sa­fío en Gui­nea Ecua­to­rial.

Imagen La mano vendada del Mago Argentino generó varias leyendas sobre él a lo largo de 21 años.
La mano vendada del Mago Argentino generó varias leyendas sobre él a lo largo de 21 años.
 

 

EL MA­GO AR­GEN­TI­NO

Su nom­bre pue­de so­nar ca­si des­co­no­ci­do en Ar­gen­ti­na, pe­ro no en Afri­ca. Os­car Fu­llo­ne Ar­ce lle­va 21 años y 29 tí­tu­los co­mo téc­ni­co en el con­ti­nen­te afri­ca­no. En ba­se a su tra­yec­to­ria, na­die me­jor que el Ma­go Ar­gen­ti­no, tal cual lo apo­da­ron, pa­ra ha­cer una di­fe­ren­cia­ción im­por­tan­te. “El Afri­ca blan­ca, el Afri­ca del nor­te, lo con­for­man los paí­ses ára­bes. Ahí no exis­ten las bru­je­rías y hay me­jo­res con­di­cio­nes de vi­da. Son ven­ta­nas de Eu­ro­pa, co­mo Ma­rrue­cos o Tú­nez. El ju­ga­dor del Afri­ca ne­gra, es de­cir del Afri­ca cen­tral, tie­nen mu­cha más fan­ta­sía, pe­ro el del nor­te es más rea­lis­ta. Se adap­ta más a los sis­te­mas tác­ti­cos. Ade­más, es­tá me­jor ali­men­ta­do y vi­ve con cos­tum­bres di­fe­ren­tes. Eso sí, to­dos son fe­li­ces y muy hos­pi­ta­la­rios”, re­la­ta el ac­tual téc­ni­co del Es­pe­ran­za De­por­ti­va, de Tú­nez.

Es­te DT que co­mo ju­ga­dor em­pe­zó en Ce­men­to Ar­ma­do, de Azul, y fi­na­li­zó en el As­ton Vi­lla, de In­gla­te­rra, di­ri­gió du­ran­te 10 años al Asec Abid­jan, de Cos­ta de Mar­fil, equi­po con el que dio 14 vuel­tas olím­pi­cas. Ade­más, tam­bién fue DT de la se­lec­ción de di­cho país y de Bur­ki­na Fa­so, aun­que no di­ri­gió en eli­mi­na­to­rias mun­dia­lis­tas. Por sus lo­gros en el Asec es ciu­da­da­no ilus­tre, por lo que en­tra sin vi­sa a la tie­rra de los ele­fan­tes. Tam­bién en­tre­nó con mu­cho éxi­to al Ra­ja Ca­sa­blan­ca y al Wi­dad Ca­sa­blan­ca, de Ma­rrue­cos. In­clu­so, fue con­de­co­ra­do por la Con­fe­de­ra­ción Afri­ca­na por ser el úni­co  entrenador en ga­nar con­se­cu­ti­va­men­te la Copa de Africa y la Su­per­co­pa con dos equi­pos de paí­ses di­fe­ren­tes. También logró una Copa de Campeones.

Con se­me­jan­te cu­rrí­cu­lum, en cuan­to a la re­la­ción con los bru­jos es­tá cur­ti­do: “El witch­doc­tor es al­guien que es muy res­pe­ta­do por te­mor. Ha­ce creer que es vi­den­te, que pue­de so­lu­cio­nar pro­ble­mas fa­mi­lia­res, eco­nó­mi­cos o de sa­lud. Y, ob­via­men­te, es­tá en con­di­cio­nes de con­ven­cer a los di­ri­gen­tes y a los ju­ga­do­res de que pue­de cam­biar el re­sul­ta­do de un par­ti­do. Y lle­ga un mo­men­to en que ga­na más que el en­tre­na­dor. Y cla­ro, aun­que el equi­po pier­da, siem­pre tie­ne una ex­cu­sa pa­ra que la cul­pa no re­cai­ga so­bre él”, cuen­ta Os­car, quien ade­más de téc­ni­co es psi­có­lo­go.

Tan ha­bi­tual es la uti­li­za­ción de es­tos per­so­na­jes que, en vís­pe­ras de la Co­pa Afri­ca­na de Na­cio­nes (CAN) 2002, los di­ri­gen­tes de la con­fe­de­ra­ción, en bus­ca de no dar una ma­la ima­gen an­te sus pa­res de la FI­FA, pro­hi­bie­ron acre­di­tar a los bru­jos co­mo par­te de las de­le­ga­cio­nes. “Eso no tie­ne na­da que ver por­que si­guen ha­cien­do sus ri­tos en los ho­te­les. Yo ja­más par­ti­ci­pé, pe­ro nun­ca me ne­gué a que rea­li­za­ran al­gu­no mien­tras no in­clu­ye­ra co­mi­das ni be­bi­das”, ana­li­za Fu­llo­ne, quien tam­bién di­ri­gió en Egip­to y en Li­bia.

Es­tá tan ins­ta­la­da en la gen­te la creen­cia en los witch­doc­tors que un par­ti­do de fút­bol pue­de de­ri­var en tra­ge­dia. “En Ni­ge­ria, en 1984, hu­bo 47 muer­tos en el es­ta­dio de La­gos –re­la­ta el ex As­ton Vi­lla–. Ese día, el ar­que­ro del Asec fue a po­ner la toa­lla col­ga­da de la red y lle­vó la bol­sa con los guan­tes. Cuan­do la ti­ró den­tro del ar­co, los ri­va­les se eno­ja­ron y no qui­sie­ron co­men­zar el par­ti­do. Pre­ten­dían que sa­ca­ra la bol­sa y la toa­lla, pe­ro na­die las que­ría to­car. Fue tal el re­vue­lo que se ar­mó en la tri­bu­na que se ge­ne­ró una ava­lan­cha en la que mu­rie­ron mu­chí­si­mas per­so­nas, in­clui­das cria­tu­ras. Pa­só que la gen­te pen­só que se tra­ta­ba de un fe­ti­che.”

 

UNA DU­RA EX­PE­RIEN­CIA

Pe­dro Pas­cu­lli tam­bién pa­só por si­tua­cio­nes atí­pi­cas du­ran­te su pa­so por la se­lec­ción de Ugan­da, du­ran­te unos me­ses del año pa­sa­do: “Es­tu­vi­mos muy cer­ca de cla­si­fi­car­nos pa­ra la CAN. Fi­nal­men­te, Ruan­da ga­nó el gru­po y dio la sor­pre­sa. Con­tra ellos em­pa­ta­mos un par­ti­do y el otro lo per­di­mos 1-0 en ca­sa. Y lo que pa­só ese día fue in­creí­ble. Nun­ca vi una co­sa así en 20 años de fút­bol… El ar­que­ro de Ruan­da ha­bía me­ti­do aden­tro de su ar­co un mu­ñe­qui­to, una ma­cum­ba, una bru­je­ría, bah. Em­pe­zó el par­ti­do y los es­tá­ba­mos pe­lo­tean­do, éra­mos los fa­vo­ri­tos. Si ga­ná­ba­mos, en­trá­ba­mos. Pe­ro el ar­que­ro de ellos pa­re­cía el me­jor del mun­do. Vo­la­ba de pa­lo a pa­lo, se ata­ja­ba to­do y no­so­tros nos errá­ba­mos go­les aba­jo del ar­co... Ahí, uno de mis ju­ga­do­res vio el mu­ñe­qui­to y le avi­só a un po­li­cía que fue y lo sa­có. Pa­ra qué… En me­dio del par­ti­do, el ar­que­ro de Ruan­da de­jó su pues­to y em­pe­zó a co­rrer al uni­for­ma­do pa­ra que se lo de­vol­vie­ra. Al to­que, el cuar­to ár­bi­tro se dio cuen­ta y ahí se ar­mó un qui­lom­bo en el que se aga­rra­ron a trom­pa­das los dos equi­pos. Yo no me mo­vía del ban­co por­que era muy pe­li­gro­so. Se da­ban con to­do. En­ci­ma se me­tie­ron los po­li­cías y les em­pe­za­ron a pe­gar con los ma­che­tes. Y me­nos mal que no se ba­ja­ron las 52 mil per­so­nas que ha­bía en las tri­bu­nas. A pe­sar de to­do es­to tan de­sa­gra­da­ble, pa­ra mí fue una ex­pe­rien­cia muy lin­da”.

Cla­ro que la he­ca­tom­be y la se­gui­di­lla de he­chos bo­chor­no­sos que in­vo­lu­cra­ron a Mo­ham­med Mos­si (ar­que­ro de Ruan­da), Abu­ba­ker Ta­bu­la (ju­ga­dor de Ugan­da que descubrió el fe­ti­che), el etío­pe Le­ma Mes­fin (el asis­ten­te que no que­ría to­car el ob­je­to), el res­to de los ju­ga­do­res y la po­li­cía, no ter­mi­na­ron ahí. “Des­pués del in­ci­den­te, el par­ti­do se sus­pen­dió por 40 mi­nu­tos. Y ojo, hu­bo que dar­les el mu­ñe­co por­que se iban to­dos. Si­guió el par­ti­do, pe­ro no­so­tros no po­día­mos ha­cer un gol. Y en­se­gui­da el en­cuen­tro se vol­vió a sus­pen­der du­ran­te 20 mi­nu­tos. Es que un ju­ga­dor de mi equi­po se des­ma­yó por­que le die­ron una pa­ta­da en el pe­cho, aun­que el ár­bi­tro no sa­có ni una ama­ri­lla. Era pa­ra man­dar pre­sos a al­gu­nos ju­ga­do­res. La cues­tión es que se­guía­mos 0-0, pe­ro fal­tan­do 10 mi­nu­tos hi­ci­mos un gol en con­tra y que­da­mos afue­ra”, co­men­ta el ex de­lan­te­ro de Ar­gen­ti­nos, que volvería a di­ri­gir a Ugan­da en las eli­mi­na­to­rias pa­ra Ale­ma­nia 2006.

Imagen Fullone, su ayudante Miguel Gamondi y su ex colaborador Teté Quiroz, con la Copa del Trono.
Fullone, su ayudante Miguel Gamondi y su ex colaborador Teté Quiroz, con la Copa del Trono.
 

VA­DE RE­TRO

La creen­cia en lo so­bre­na­tu­ral en la so­cie­dad afri­ca­na es­tá tan arrai­ga­da que el Ma­go Ar­gen­ti­no tu­vo que in­ven­tar­se mé­to­dos pa­ra ale­jar a los bru­jos. “Con una bo­te­lla de éter, les hi­ce creer a los más jó­ve­nes que te­nía po­de­res. Yo les de­cía: “Ti­ro un lí­qui­do y va a de­sa­pa­re­cer”. Y vos, al éter lo ti­rás en el sue­lo y se eva­po­ra, en­ton­ces ellos pen­sa­ban que yo era el bru­jo. Otra vez me pre­gun­ta­ban por qué los ho­lan­de­ses co­rrían tan­to, en­ton­ces yo les de­cía: ‘por­que to­man una pas­ti­lla’. Así que les da­ba una as­pi­ri­na. A ve­ces uno tie­ne que ha­cer­les creer que tie­ne po­de­res. Es cues­tión de usar una ayu­da psi­co­ló­gi­ca pa­ra ale­jar al ju­ga­dor del bru­jo”.

La pre­sen­cia de lo so­bre­na­tu­ral pro­vo­ca que se de­ban to­mar me­di­das de ma­ne­ra cons­tan­te. Aquí, Fu­llo­ne ha­ce una pe­que­ña guía:

“En las com­pe­ti­cio­nes afri­ca­nas siem­pre se po­nen guar­dias pa­ra que no plan­ten al­go en la can­cha o pon­gan al­gún amu­le­to”.

“An­tes de los par­ti­dos, no se per­mi­te que a los ju­ga­do­res los to­que na­die. Es que pue­den in­ten­tar po­ner­les una es­pe­cie de cre­mas. Es que con­fían en  pa­sar­le al rival al­gún ele­men­to que no le per­mi­ta ac­tuar, que lo pa­ra­li­ce, son co­sas que la gen­te tie­ne in­cor­po­ra­da. Pa­ra ellos es co­mo leer el ho­rós­co­po”.

“A ve­ces traen un ani­mal (un po­llo, por ejem­plo), lo sa­cri­fi­can, y los ju­ga­do­res tie­nen que to­car la san­gre cuan­do es­tá ca­lien­te”.

“Tuve ju­ga­do­res que no an­du­vie­ron y me­tie­ron la ex­cu­sa del fe­ti­che. A uno le ha­bían pe­di­do que lle­va­ra los za­pa­tos pa­ra ha­cer­le un tra­ba­jo y luego le di­je­ron que un fut­bo­lis­ta del equi­po ad­ver­sa­rio le dio más pla­ta. En­ton­ces, mi ju­ga­dor se sen­tía in­có­mo­do, te­nía cos­qui­lleos en los pies. Y la peor en­fer­me­dad es que­rer sen­tir­se en­fer­mo”.

En cuan­to al apo­do de Ma­go Ar­gen­ti­no, Os­car afir­ma que tie­ne que ver con los re­sul­ta­dos de­por­ti­vos. “En mu­chos par­ti­dos he­mos ido per­dien­do por dos go­les y con los cam­bios los di­mos vuel­ta. O por ahí te­nía­mos al­gún ju­ga­dor me­nos y lo mis­mo”. A pe­sar de es­to, hay ac­ti­tu­des que pue­den ha­ber ayu­da­do pa­ra acre­cen­tar el mi­to. “Yo siem­pre me ven­dé la ma­no de­re­cha por una sen­ci­lla ra­zón. En el Afri­ca te quie­ren sa­lu­dar to­dos y co­mo es muy par­ti­cu­lar que los hom­bres ori­nen con­tra las pa­re­des o en la ca­lle y no en el ba­ño, lo hi­ce por una cues­tión hi­gié­ni­ca. Yo no pue­do sa­ber si al­guien tie­ne go­no­rrea o cual­quier otra en­fer­me­dad, en­ton­ces, pa­ra evi­tar que me den la ma­no, me la ven­do. De es­te mo­do, la gen­te em­pe­zó a pre­gun­tar­se qué ten­go den­tro. ‘Cór­ten­le la ma­no’, han lle­ga­do a de­cir. Es más, co­mo siem­pre me sa­lu­dan tres o cua­tro, yo me cam­bio la ven­da ca­da 20 mi­nu­tos, por lo que pien­san que ten­go un amu­le­to”, re­la­ta.

Cla­ro que sus re­cur­sos no se que­dan ahí. Ti­rar­le agua en la ca­ra a los hin­chas ri­va­les tam­bién tie­ne bue­nos re­sul­ta­dos: “Yo veía que Tho­mas N’Ko­no, el ex ar­que­ro de la se­lec­ción de Ca­me­rún, en 1982/83, ha­cía ese ti­po de co­sas. Re­co­rría el área es­cu­pien­do agua y ha­cía co­mo que pu­ri­fi­ca­ba su ar­co. Y bue­no, cuan­do el afri­ca­no em­pie­za a gri­tar pa­re­ce muy agre­si­vo. Sin em­bar­go, cuan­do yo me pa­ra­ba y les mos­tra­ba la ven­da y en­ci­ma con la bo­ca les ti­ra­ba agua en la ca­ra sa­lían co­rrien­do asus­ta­dos. Es que se co­men­tó du­ran­te mu­chos años que yo no te­nía mie­do”, re­cuer­da Os­car.

A pe­sar de to­do, Fu­llo­ne con­fía en que la creen­cia en los witch­doc­tors es­tá de­cre­cien­do: “Cuan­do ha­bía po­cos ju­ga­do­res afri­ca­nos en Eu­ro­pa era más co­mún. Aho­ra, co­mo ya hay 714 futbolistas, ellos es­tán tra­tan­do de cam­biar la men­ta­li­dad. Los que es­tán allá se die­ron cuen­ta de que el bru­jo no tie­ne po­de­res”.

En cuan­to al ju­ga­dor afri­ca­no, Pas­cu­lli opi­na que le fal­ta ser más pro­fe­sio­na­l. “Yo los ci­ta­ba pa­ra en­tre­nar a las tres y caían una ho­ra, una ho­ra y me­dia más tar­de. Y lle­ga­ban co­mo si na­da. Fue así has­ta que les pu­se los pun­tos en cla­ro. Co­mo ex­pe­rien­cia es lin­do tra­ba­jar allí, pe­ro no es fá­cil”.

Se­gu­ra­men­te que no se­rá sen­ci­llo. Car­los Bi­lar­do, quien di­ri­gió a la se­lec­ción de Li­bia con la con­di­ción de te­ner per­mi­so pa­ra re­co­rrer to­do el con­ti­nen­te, en­tra en la con­ver­sa­ción des­de su cos­ta­do de doc­tor. “En cuan­to a la vi­da, se ha­ce di­fí­cil, por­que en ca­da ae­ro­puer­to al que lle­gás te­nés que dar­te co­mo sie­te va­cu­nas. La rea­li­dad es que no es­tán bien en sa­lud. La me­dia de vi­da en mu­chos paí­ses es de 50 años. La po­bre­za se no­ta mu­chí­si­mo en las ca­lles, es im­pre­sio­nan­te. No tie­ne ni com­pa­ra­ción con lo que pa­sa en la Ar­gen­ti­na”.

El téc­ni­co del Es­pe­ran­za tam­bién vi­vió mo­men­tos di­fí­ci­les. “En Bur­ki­na Fa­so, me en­fer­mé dos ve­ces de pa­lu­dis­mo, que es bas­tan­te fuer­te. Es una sen­sa­ción muy ma­la, pa­re­ce que el es­que­le­to se hu­bie­ra de­sin­te­gra­do”. Otro téc­ni­co que co­no­ció la rea­li­dad del con­ti­nen­te fue Jor­ge Wer­nic­ke, quien di­ri­gió a la se­lec­ción de Gui­nea Ecua­to­rial, país en el que se ha­bla es­pa­ñol, el 60 por cien­to de su po­bla­ción vi­ve en la po­bre­za y es la cu­na de Eric Mous­sam­ba­ni, el “na­da­dor” que ca­si se aho­ga en los Jue­gos Olím­pi­cos de Syd­ney 2000. En­ri­que Ama­ran­te, crea­dor de la pá­gi­na Web el­po­tre­ro­.com.ar, a tra­vés de la cual se hi­zo el con­tac­to con Wer­nic­ke, re­la­ta la his­to­ria: “Jor­ge ha­bía in­gre­sa­do su fo­to y su cu­rrí­cu­lum en mi web­si­te la­bo­ral de fut­bo­lis­tas y gra­cias a es­to lo­gró re­la­cio­nar­se con Bo­ni­fa­cio Man­ga, pre­si­den­te de la Fe­de­ra­ción de Fút­bol, que lo con­tra­tó pa­ra di­ri­gir la se­lec­ción ma­yor de di­cho país, a prin­ci­pios de 2003”.

Imagen Oscar Fullone festeja con sus dirigidos del Asec Abidjan, de Costa de Marfil, el triunfo en la Copa del continente.
Oscar Fullone festeja con sus dirigidos del Asec Abidjan, de Costa de Marfil, el triunfo en la Copa del continente.
 

Juan Agus­tín Man­ga, hi­jo del pre­si­den­te de la Fe­de­ra­ción (la cual fi­ja do­mi­ci­lio en su pro­pia ca­sa), con­tó que Jor­ge “fue des­pe­di­do ha­ce ocho me­ses”. En un es­pa­ñol com­pli­ca­do de en­ten­der, Wil­fre­do, que fue cho­fer de Jor­ge en Gui­nea, dio su ver­sión: “Se mar­chó des­pués de fra­ca­sar. Es­tu­vo unos me­ses y le fue mal: per­dió fren­te a Ga­bón por 4-0 en su úni­co par­ti­do. En­ci­ma se en­fer­mó y se tu­vo que ir”.

A Ama­ran­te, le lle­ga­ron dos ver­sio­nes so­bre el adiós de Wer­nic­ke a Gui­nea: “Me con­ta­ron que, se­gún Man­ga, el ar­gen­ti­no su­frió un ata­que de pá­ni­co y de­sa­pa­re­ció. Otros di­cen que en­fer­mó de pa­lu­dis­mo y se fue con 12 ki­los me­nos”.

 

UN JU­GA­DOR MI­LLO­NA­RIO

En el nor­te de Afri­ca, si bien no hay bru­je­rías por­que la po­bla­ción pro­fe­sa la re­li­gión mu­sul­ma­na, tam­bién hay his­to­rias pa­ra con­tar. Allí na­ció el ju­ga­dor más ri­co del mun­do, to­da una pa­ra­do­ja pa­ra el con­ti­nen­te más po­bre… Pa­ra al­gu­nos es un apa­sio­na­do del fút­bol, pa­ra otros un ju­ga­dor con ni­vel de B Na­cio­nal, pa­ra mu­chos el ex de­lan­te­ro del Pe­ru­gia. En fin, a Al-Saa­di Kha­da­fi le ca­ben va­rias de­fi­ni­cio­nes. Lo que na­die pue­de du­dar es que al hi­jo del lí­der li­bio le so­bra di­ne­ro.

“Yo siem­pre qui­se te­ner re­la­ción con él y la úni­ca for­ma que te­nía era por el fút­bol. Pa­ra mí, Al-Saa­di jue­ga bien, es se­rio y prac­ti­ca a muer­te, se jue­ga la vi­da. En su mo­men­to lle­vó a Ben John­son pa­ra en­tre­nar­se. Y co­mo di­ri­gen­te tam­bién es­tá muy bien. Te da to­do. Yo arre­glé pa­ra ir los miér­co­les a co­no­cer dis­tin­tos paí­ses del con­ti­nen­te y me po­nía un avión pa­ra 140 per­so­nas, y via­já­ba­mos el in­tér­pre­te, los pi­lo­tos y yo. Y el avión se que­da­ba con­mi­go. Pa­ra ellos es nor­mal usar­los y más chi­cos no tie­nen. Ahí no hay pro­ble­mas. Yo vi­vía en un de­par­ta­men­to con cin­co pie­zas. Es­tu­ve cua­tro me­ses y me tra­ta­ron muy, muy bien”, re­la­ta Bi­lar­do.

El Ma­go Ar­gen­ti­no tam­bién tra­ba­jó con Kha­da­fi en una fun­ción que ex­hi­be las ex­cen­tri­ci­da­des del de­lan­te­ro. “A Li­bia fui co­mo su en­tre­na­dor per­so­nal. En­ton­ces, yo di­ri­gía adon­de iba él. Pri­me­ro es­tá­ba­mos en Al-Ah­li, pe­ro co­mo surgió un in­con­ve­nien­te con ese club pa­só a Al-It­ti­had. Fue co­mo pa­sar de Bo­ca a Ri­ver y debimos ha­cer­lo. Tam­bién es­tu­vi­mos en la se­lec­ción. Ojo, no exi­gía ser ti­tu­lar. En su país, con su ni­vel le al­can­za­ba pa­ra ser­lo. Es­tu­vi­mos ahí ocho me­ses. La ver­dad es que pu­di­mos en­tre­nar al ju­ga­dor más ri­co del mun­do. Si has­ta lle­gó a pa­gar 300 mil dó­la­res pa­ra ju­gar un par­ti­do con­tra el Bar­ce­lo­na. Ah, su ído­lo fue siem­pre Ma­ra­do­na”, cie­rra Os­car Fu­llo­ne.

Es­tá cla­ro, el fút­bol afri­ca­no no ha si­do co­lo­ni­za­do por mu­chos ar­gen­ti­nos. A pe­sar de es­to, el Ma­go Argentino da una ra­zón más pa­ra ani­mar­se a ha­cer­lo. “Ellos han logrado mantener vivo algo que se ha per­di­do en casi todo el mun­do: el ca­ri­ño. Yo pensaba estar en Africa só­lo por sie­te me­ses y lle­vo ya 21 años”.

 

Un leon indomable cayo en la jaula

Por las se­mi­fi­na­les de la CAN 2002 ju­ga­ron Ma­li, el lo­cal, y Ca­me­rún. Los  Leo­nes In­do­ma­bles ga­na­ron por 3-0, pe­ro el en­tre­na­dor de ar­que­ros Tho­mas N’Ko­no pu­do fes­te­jar a me­dias. Es que al mun­dia­lis­ta se lo lle­va­ron de­te­ni­do por usar en me­dio del en­cuen­tro un pol­vo ex­tra­ño co­no­ci­do co­mo Gri-Gri. Acer­ca de N’Ko­no, Os­car Fu­llo­ne con­tó una anéc­do­ta: “A pe­sar de que ha­bi­tual­men­te la tem­pe­ra­tu­ra ron­da los 40 gra­dos, to­dos los ar­que­ros jue­gan con pan­ta­lo­nes lar­gos des­de que él lo im­pu­so. Es que un bru­jo le ha­bía di­cho que los usa­ra pa­ra cui­dar las pier­nas y dar­les agi­li­dad a las ma­nos. En­ton­ces, to­dos em­pe­za­ron a co­piar­lo ya que N’Ko­no in­ti­mi­da­ba a sus ri­va­les y era muy bue­no”.

 

Imagen Tho­mas N’Ko­no es detenido por la policía.
Tho­mas N’Ko­no es detenido por la policía.
 

 

Que los hay, los hay

Du­ran­te un par­ti­do dis­pu­ta­do en el Con­go, en 1998, un ra­yo ca­yó en el cam­po de jue­go (la ima­gen te­le­vi­si­va del trá­gi­co he­cho re­co­rrió el mun­do). Co­mo sal­do, los on­ce ju­ga­do­res del Be­na Ts­ha­di mu­rie­ron, mien­tras que sus ri­va­les, los del Ba­san­ga­na, co­rrie­ron con mu­chí­si­ma me­jor suer­te: so­bre­vi­vie­ron to­dos. Por su­pues­to, las ver­sio­nes lo­ca­les in­di­ca­ron que un bru­jo tu­vo mu­cho que ver.

En uno de los par­ti­dos de­ci­si­vos por las eli­mi­na­to­rias pa­ra el Mun­dial de Fran­cia 1998, Ni­ge­ria pro­hi­bió la en­tra­da del bru­jo ofi­cial de Ke­nia, se­lec­ción que traía un in­vic­to de nue­ve me­ses des­de que ha­bía con­fia­do en los ser­vi­cios del he­chi­ce­ro. ¿El re­sul­ta­do del par­ti­do? Las Agui­las ven­cie­ron por 3-0 y se cla­si­fi­ca­ron pa­ra la Co­pa del Mun­do cuan­do ya pa­re­cía que se que­da­ban afue­ra.

Pa­ra la Co­pa Afri­ca­na de Na­cio­nes 2002, más de la mi­tad de los equi­pos ha­bían con­fir­ma­do que ten­drían a sus “ase­so­res es­pe­cia­les”. Ni­ge­ria, Ma­li, Bur­ki­na Fa­so, Gha­na, Ca­me­rún, Con­go, To­go, Cos­ta de Mar­fil y Zam­bia fue­ron al­gu­nos de ellos. Ya ha­bía su­ce­di­do lo mis­mo en las CAN de Bur­ki­na Fa­so y Ni­ge­ria-Gha­na. Pa­ra no dar una ima­gen ne­ga­ti­va an­te los di­ri­gen­tes de la FI­FA se pro­hi­bió acre­di­tar a los bru­jos.

 

Los brujos de la suerte

Por Ibrahim Sekagya.

 

El de­fen­sor ugandés de Fe­rro no cree en ellos, pe­ro ad­mi­te que  muchos los usan como ayuda.  

 

En al­gu­nos lu­ga­res de Afri­ca es co­mún la uti­li­za­ción de bru­jos y he­chi­ce­ros pa­ra ayu­dar a los equi­pos de fút­bol, aun­que en mi país no se acos­tum­bran esas co­sas. Lo que pa­sa es que el fút­bol no le gus­ta mu­cho a la gen­te. Pre­fie­ren más el bás­quet o el rugby. En Gha­na, Ni­ge­ria, Ca­me­rún, Etio­pía, y Se­ne­gal sí se acos­tum­bra, pe­ro ellos tie­nen me­jor ni­vel de jue­go. Yo es­cu­ché mu­chas ve­ces ha­blar de los he­chi­ce­ros, pe­ro nun­ca los vi. Sin em­bar­go, hay ju­ga­do­res que pien­san que hay bru­jas en la can­cha.

El día en que se ar­mó la pe­lea en­tre las se­lec­cio­nes de Ruan­da y Ugan­da, por las eli­mi­na­to­rias pa­ra la Co­pa Afri­ca, yo no es­tu­ve. El téc­ni­co era Pas­cu­lli y a pe­sar de que ha­bía ha­bla­do por te­lé­fo­no con él no via­jé. El lío se ar­mó por­que pen­sa­ron que el ar­que­ro de Ruan­da es­ta­ba ha­cien­do vu­dú con un pol­vo ne­gro. Yo me en­te­ré por la te­le, y des­pués mis com­pa­ñe­ros me con­ta­ron que es­ta­ba ha­cien­do bru­je­rías y ellos que­rían que las sa­ca­ra afue­ra de la can­cha. Por eso se aga­rra­ron. A ellos no les gus­ta que usen ese ti­po de co­sas. Pa­ra mí no pa­sa na­da, yo soy de re­li­gión mu­sul­ma­na y no creo en to­do eso, pe­ro al­gún com­pa­ñe­ro mío se eno­jó.

En cuan­to a mi adap­ta­ción a la Ar­gen­ti­na, ten­go que re­co­no­cer que al  prin­ci­pio fue di­fí­cil por el idio­ma, la co­mi­da, la gen­te y el fút­bol que es mu­cho más rá­pi­do que en mi país. A pe­sar de to­do es­to, cuan­do apren­dí a ha­blar en cas­te­lla­no cam­bió to­do. Por su­pues­to ex­tra­ño a mi fa­mi­lia, pe­ro aho­ra me acos­tum­bré. Ade­más, es­toy con mi se­ño­ra, mi hi­ja y mi pri­mo.

Es­toy muy con­ten­to en Ar­gen­ti­na. En mi país hay muy po­co pro­fe­sio­na­lis­mo, te pa­gan un suel­do, pe­ro no co­mo pro­fe­sio­nal, y se en­tre­na bastante me­nos que acá. En Ugan­da, hay que ju­gar y tra­ba­jar, si no la subsistencia es difícil. Por ejemplo, yo por la ma­ña­na ven­día ro­pa, za­pa­ti­llas, bo­ti­nes y ese tipo de co­sas en un ne­go­cio y en la ca­lle pa­ra po­der vi­vir.

 

Enfermos de pasion

En 1997, Ni­ge­ria se que­dó con las ga­nas de or­ga­ni­zar el Mun­dial Sub-20 de­bi­do a una fuer­te epi­de­mia de có­le­ra que afec­tó al país y pu­so en ja­que el sis­te­ma sa­ni­ta­rio. El tor­neo, que fue ga­na­do por el equi­po de José Pe­ker­man, fi­nal­men­te se ju­gó en Ma­la­sia. Dos años des­pués, la Co­pa pu­do rea­li­zar­se, aun­que los ju­ga­do­res de­bie­ron ser so­me­ti­dos a más de una de­ce­na de pin­cha­zos.

Ade­más de que­dar­se con la bron­ca de per­der la fi­nal an­te Ca­me­rún en la Co­pa Afri­ca­na de Na­cio­nes 2000, el ni­ge­ria­no Sun­day Oli­seh, en aquel en­ton­ces jugador de la Ju­ven­tus, con­tra­jo un prin­ci­pio de ma­la­ria a raíz de un vi­rus que por aquel en­ton­ces no es­ta­ba iden­ti­fi­ca­do. Con 40 gra­dos de fie­bre, el ex vo­lan­te central del Ajax, de­bió ser in­ter­na­do.

En esa mis­ma co­pa, Zam­bia su­frió una ver­da­de­ra ma­la­ria pa­ra ar­mar el equi­po que en­fren­ta­ría a Se­ne­gal. Se­gún con­tó el da­nés Roald Poul­sen, DT de la Se­lec­ción por aquel en­ton­ces, dos in­te­gran­tes del plan­tel es­ta­ban afec­ta­dos de ma­la­ria (Hi­llary Ma­ka­sa e Ian Ba­ka­la), mien­tras que 18 ju­ga­do­res pa­de­cían gri­pe, al igual que él. Cla­ro, su equi­po per­dió 1-0, con un gol de Sou­ley­ma­ne Ca­ma­ra.

 

 

Por Marcelo Orlandini (2004).