EL TORO DE LAS PAMPAS
Andrés Nocioni es un referente absoluto de la Generación Dorada. En esta brillante nota se puede conocer más sobre sus inicios, su paso por la Selección y su llegada a la NBA para brillar en Chicago Bulls.
El entrenador León David Najnudel, cuando tenía el dato de un jugador, no ahorraba esfuerzos en pos de su objetivo. Actuaba de inmediato y sin demoras. El “dato” se lo había dado un ex jugador suyo de Ferro Carril Oeste, muy gravitante para ganar la primera Liga Nacional en 1985 jugando como “base bis” a la par del gran Miguel Cortijo: el santafesino Gabriel Darrás.
Para la temporada 1995 / 96, Gaby acordó con Valle Inferior de Viedma y en uno de sus viajes previos, haciendo escala en Buenos Aires, fue a saludar a su anterior director técnico. Obviamente que el encuentro fue en “El Dandi” (así escrito en el cartel, terminando en “i” en lugar de “y”). Estaba enclavado en la esquina de Corrientes y Thames, barrio de Villa Crespo, y en ese bar León fue un infaltable habitué hasta convertirlo en leyenda por sus citas con gente del básquetbol.
“Esos cafés fueron inolvidables para mí –evoca hoy Gaby–. León me preguntó por jugadores buenos de Santa Fe. Le conté de quienes conocía, pero también le dije que tenía referencias de un tal Nocioni, que físicamente era un verdadero atleta. Muy fuerte. Le conté que estaba en Unión Santo Tomé, que yo todavía no lo había visto jugar, pero que me dieron el mejor concepto. Digamos que fue un típico dateo.
En mi club, Gimnasia y Esgrima de Santa Fe, Gonzalo Pera de Jordi, un amigo, me había comentado que Unión Santo Tomé había armado su Primera con un equipo de pibes que la estaban rompiendo. Entre ellos: varios juveniles y uno con edad de cadete, el Nocioni en cuestión. Antes de irme, me preguntó:
“¿Cómo era el apellido del pibe?”.
¡¡¡No se le iba a escapar!!!”.
OPERATIVO NOCIONI EN SANTO TOME
Para esa misma temporada el Racing Club de Avellaneda le encomendó a Najnudel la dirección técnica de su equipo.
La ciudad de Santo Tomé está pegada a la capital santafesina, separadas solamente por el río Salado, el que provocó la última y terrible inundación. Nocioni había pasado a préstamo de Ceci de Gálvez a Unión Santo Tomé, porque se había quedado sin competencia.
El sábado 5 de agosto de 1995 León se encontraba en Tortugas, el pueblo de su segunda esposa Mónica Marinsalda. Después del mediodía puso su Renault 21 gris en la Ruta 9 y enfiló hacia su objetivo. Silvia, una amiga, acompañaba al matrimonio en el viaje.
Durante la semana había hecho un contacto telefónico con los padres del “Chapu” en Gálvez: Pedro José Nocioni (“Pilo”), un ex jugador que pasó por el básquetbol de Santa Fe y Cinco Saltos, y Angela Palmira Roux. Quería chequear el próximo partido para ir a verlo. Los padres le confirmaron el programado para el sábado 5, pero realmente no creyeron mucho en que el famoso León Najnudel, a quien sólo conocían por fotos de diarios y revistas y por la televisión, se podía aparecer. Pensaban que se trataba de una joda. Sin embargo, por las dudas, tomaron una precaución: no decirle nada a Andrés para no ponerlo nervioso.
“ME BASTA Y SOBRA, YA VI TODO...”
Unión Santo Tomé, con Andrés Marcelo Nocioni (siendo cadete), enfrentó a Rivadavia Juniors en su gimnasio “Pay Zumé” por el Campeonato Oficial de Juveniles (una categoría mayor) de la Asociación Santafesina. Hora: 18.40. Grupo 1, segunda fase, primera rueda, 4ª. fecha. Arbitraje de Juan Fernández (actualmente en el TNA) y Sergio Quinteros.
Nadie identificó a Najnudel en su llegada, tanto que Diego Vicino, de la Subcomisión, le cobró rigurosamente las entradas a este personaje célebre del básquetbol. Todavía hoy lo cargan, porque su actitud hizo poner colorado a más de uno...
León se sentó frente a la mesa de control, en la segunda fila, desde la mitad de la cancha apenas a la derecha. No sacó la vista del número 15 de Unión, cuyo carnet de jugador era el N° 15.245.
En la fila de abajo se sentó quien sí lo identificó por conocerlo de su frecuente asistencia a las clínicas. Era la profesora y entrenadora Marcela Bisso, fanática del básquetbol.
–¡¿Qué tal León?! ¿Qué anda haciendo por acá? –lo saludó con curiosidad.
–Vine a ver básquet... –fue la respuesta genérica para ocultar su verdadera finalidad.
Marcela, casualmente, es popularmente conocida por “La Chapu”, “porque me gustaba vestirme de rojo”. A Nocioni también le dicen “Chapu”. Cuenta su mamá Angela que, desde chiquito, era calentón y, cuando discutía, se ponía colorado. Un día un dirigente del Ceci lo vio así y le dijo: “¡Parecés el Chapulín Colorado!”. Le quedó como apodo, que después Najnudel lo acortó a “Chapu”.
Enrique Tolcachier en esa época era el asistente de León en el Racing Club y se le grabó este testimonio contado por su director técnico: “En la entrada en calor vio que volcaba la pelota de manera impresionante y con la facilidad de un americano”.
Antes de terminar el primer tiempo, que Unión ganó 43-38 con 7 puntos de Andrés, León ya emprendió la retirada. Se habrían jugado solamente 5 o 6 minutos. “Pilo” Nocioni, que fue con su esposa y su hijo mayor, al recibir el anuncio de León de que se iba, trató de pararlo:
–No, espere, si no vio nada. ¡¿Cómo se va a ir?! Por lo menos quédese un tiempo...
–Me basta y sobra, ya vi todo lo necesario...
De todos modos, las últimas palabras del entrenador fueron el mejor dictamen para los padres: “Si lo dejan, lo llevo...”
En el segundo tiempo, Rivadavia Juniors, impulsado por los 30 puntos de Marcos Barberis, dio vuelta el partido y terminó ganando 80-66. Nocioni salió por cinco fouls a los catorce minutos del segundo tiempo y su planilla totalizó 13 puntos (5 dobles y 3 libres).
Antonio “Gachi” Ferrari, profesor de educación física, hoy 45 años y ayudante de Sebastián Uranga en el equipo de Primera “B” de Unión de Santa Fe, fue el técnico de Nocioni en esa época. Lo recuerda así: “Andrés era un chico muy apasionado por el básquetbol. Le gustaba mucho. Era excelente afuera, pero muy caliente de carácter cuando jugaba, muy difícil de controlar. Muy respetuoso, hacía caso en todo, aunque su temperamento lo superaba...”
A las 20.20 horas está asentado que terminó ese partido ya legendario en Santo Tomé. Andrés Nocioni se reencontró con su familia con este comentario: “Lo vimos a León Najnudel en la cancha... ¿Saben qué vino a hacer?”
Irresistible cada vez que iba a la capital santafesina, el entrenador en ese momento ya estaba, antes de regresar, muy cerca de la Costanera, pegado a la laguna Setúbal: comiendo pescado en “El Quincho de Chiquito”, el mismo que inmortalizara Carlos Monzón. Mientras tanto, su mente idealizaba al jugador que acababa de ver vistiendo la camiseta de Racing.
DOCE PELOTAS Y CAMISETAS
La gestión siguiente fue concretar el pase, que pertenecía al club Ceci.
Con esa misión, en un remise, se trasladaron hasta Gálvez los dirigentes racinguistas Aldo San Martín, que era el delegado ante la AdC, y el profesor Emilio Roitman.
San Martín, ante los directivos locales, hizo una advertencia: “Racing sólo puede dar elementos deportivos...” No hubo discusión y la operación se arregló en ¡¡¡doce pelotas de básquetbol marca “Molten” y un juego de camisetas!!!
Esto ocurrió hace una década. Trasladada la anécdota a nuestros días, es para no creer, pero fue así. Más: algunos memoriosos recuerdan que, de las doce pelotas, solamente seis llegaron a Gálvez...
Iván, el segundo hijo de Najnudel, no se olvida de lo que decía su padre en ese momento: “Este pibe es un crack, ya está para jugar...” Y jugó, con sólo 16 años, 31 partidos en su primera temporada en nuestra Liga Nacional “A”. Promedió 6,0 puntos y 1,5 rebotes.
Después se fue una temporada a Olimpia de Venado Tuerto y disputó, antes de saltar a España, dos más en Independiente de General Pico. Allí se puso de novio. Esta vidriera nacional, apenas Nocioni fue creciendo, le hizo ganar ya un título en la consideración de la gente: “El jugador de más garra del básquetbol argentino”.
“Tener corazón” es un atributo valorado por los entrenadores. ¡Ni qué decir por la gente! La entrega visceralmente a fondo, el jugarse a muerte, la pujanza para apuntalar reacciones, el contagiar espíritu y fe a sus compañeros, la bravura para pelear cada pelota, el coraje para luchar, el no darse por vencido. Son, precisamente, las insignias distintivas del juego de Andrés Nocioni, las mismas que llevó a nuestra Selección Nacional y las que hicieron que se ponga a todos los públicos en su bolsillo, incluso al de Chicago cuando llegó a la NBA.
EN LOS BULLS DE MICHAEL JORDAN
La afición percibió enseguida la actitud marca registrada del argentino.
Lo cuenta el periodista K. C. Johnson, del Chicago Tribune: “Un par de imágenes contra New Orleans Hornets bastaron para saber quién es Nocioni: un volcadón sobre Chris Andersen y una corrida para evitar un doble de contraataque pese a cometer su sexta falta. La recompensa fue una ovación de pie de la multitud en el United Center. Chicago ama a estos jugadores competitivos y con sangre”. Nocioni ya había atrapado a los hinchas apenas iniciada la pretemporada, gracias a su tremenda intensidad para jugar.
El cuerpo técnico de Scott Skiles quedó maravillado también por una situación sucedida lejos de las luces y que definió el carácter de Nocioni. Antes de enfrentar a Cleveland, cuatro de los cinco titulares de los Bulls chocaron sus manos y abrazaron a un adversario: LeBron James. Andrés, que tenía que marcarlo, en cambio, apenas lo miró y ni lo saludó...
Los Bulls iniciaron oficialmente el 59° Campeonato de la NBA el 5 de noviembre de 2004 como locales perdiendo 111-106 ante New Jersey Nets en dos tiempos suplementarios. Nocioni estuvo en la formación inicial como tres (con Kirk Hinrich, Ben Gordon, Othella Harrington y Tyson Chandler) y así se constituyó en el primer argentino en debutar en la NBA como titular.
“No me voy contento para nada, porque no ganamos. Tampoco hago un balance personal: éste es un deporte de equipo y no de individualidades”, fue la reflexión que Andrés le dejó al periodismo.
Chicago Bulls milita en la división Central de la Conferencia del Este. Hasta el miércoles 24 de noviembre el panorama era muy negro, porque no pudo ganar. En seguidilla perdió nueve partidos consecutivos.
Durante esa racha negativa, Andrés aclaraba: “Este equipo no es malo, tiene mucho talento y personalidad, pero es muy joven. Hasta el tercer cuarto hacemos partido, después nos caemos...”
Desde ese 101-99 sobre Utah Jazz comenzó la levantada y, cuando llegaron a la mitad exacta de la temporada regular, el 27 de enero, ya tenían récord positivo con 22 triunfos y 19 derrotas.
El primer propósito del largo camino de los 82 partidos es estar entre los ocho primeros del Este. Así se accede a los playoffs que conducen al anillo de campeón.
LA NBA, CHICAGO Y LAUREANO
Frases que pintan su mundo de hoy:
■ “Mi sueño en la Argentina siempre fue ir a jugar a Europa. La NBA no me quitaba el sueño. Cuando vi una buena opción, me vine”.
■ “Ahora me importa hacerme un lugar en la NBA. Saber que a los tres años, al terminar mi contrato con Chicago, puedo tener iguales o mejores ofertas. Vine para quedarme”.
■ “Hay muchos detalles en la NBA que muestran que al jugador se lo valora más que en otras ligas: la infraestructura, los hoteles, el avión privado. Es increíble”.
■ “El juego es igual en todos lados, pero las diferencias son muchas. Aquí es más rápido, más físico y más atlético. Uno está obligado a adaptarse. Por ejemplo, cuando me paro para tirar un triple, ni me doy cuenta de que la línea está más lejos del aro”.
■ “Hay una sola manera para que los Bulls jueguen bien: paciente”.
El martes 9 de noviembre de 2004, el día que jugaron como local con Phoenix Suns, Andrés fue una máquina de hablar por teléfono a General Pico, en la provincia de La Pampa. Llamaba a cada rato, mientras su esposa Paula Raquel Aimonetto esperaba dar a luz al primer hijo del matrimonio. Hasta que a las 19.20 horas se produjo lo que tanto esperaba y su suegra Raquel le comunicó la noticia: nació Laureano. A los veinte días los Bulls le dieron permiso para conocerlo. Llegó a Buenos Aires un lunes a la mañana y regresó al día siguiente a la noche.
¿Otro Toro de las Pampas está en camino?
Por O. R. O. (2005)
Agradecimiento: Marcela Bisso
SORPRENDIO SIEMPRE
Juntos fueron campeones sudamericanos de cadetes en 1995. Juntos hoy son campeones olímpicos.
Para octubre del año 1995, los jugadores menores de 16 años teníamos una competencia que nos entusiasmaba: el 9° Campeonato Sudamericano de Cadetes. Se iba a realizar en Arequipa, Perú.
En ese entonces las Selecciones Nacionales de Argentina estaban conducidas por Guillermo Edgardo Vecchio, pero para esta ocasión delegó la dirección técnica en el bahiense Guillermo López. Su asistente fue Fabián Cubito.
Recuerdo que, con el plantel, estábamos entrenando en Carmen de Patagones. A mitad de la concentración, pedido por León Najnudel para que lo vieran, trajeron al que supuestamente iba a ser el alero alto. Debo admitir que, cuando llegó, todos lo miramos con un poco de recelo. Nadie lo conocía para nada. Era Andrés Nocioni.
La cuestión fue que el Chapu entró y nos empezó a pasar por encima a todos. A los pocos días nos dimos cuenta de que era el único que había salido en la guía de la revista “Sólo Básquet” (se publicó entre 1989 y 1997), en la nómina del Racing Club, para la temporada de la Liga Nacional que había empezado hacía muy poco. Eso significaba un gran status para chicos como éramos todos nosotros.
La historia terminó con él de titular jugando un partidazo en la final que le ganamos (93-88) a Brasil y nos dio el título de campeón sudamericano. También me acuerdo que, en el debut contra Venezuela (69-52), fiel a su carácter, se peleó con todo el mundo y terminó con un ojo emparchado. La gente lo silbó muchísimo cuando salió y él no podía parar de reírse.
Su evolución es tan constante como sorprendente. No paró de llamar la atención a toda Europa, aun jugando cinco años al mejor nivel. Ahora le toca seguir su proyección en la NBA. No tengo dudas de que seguirá siendo ascendente y permanente.
Es un pilar fundamental de la Selección Argentina. Un estandarte insustituible por presente y por futuro. Sin el Chapu, nuestro equipo nacional no sería el mismo.
Por Luis Scola.