El destino, la pelota y yo - Capítulo XII
Por José Manuel Moreno. La dirigencia del club de Núñez, luego de un mal desempeño del crack, lo suspendió provocando el levantamiento de los referentes del plantel que se alzaron en huelga.
HUELGA DE CRACKS
Yo no la pedí, ni la provoqué. Poco tiempo antes había sido conscripto y tenía bien arraigado el concepto, de la disciplina, sin contar la que se adquiere en el club. Se me comunicó la sanción descalificadora, y la acaté sin protestar. Fueron ellos, mis camaradas, mis amigos entrañables de la "primera de fierro", quienes alzaron la voz de rebeldía: Pedernera, Peucelle, Vaghi, Sirni, Minella... No quisiera olvidar a ninguno, pero la memoria, a veces... Ellos plantearon la cuestión, y el diálogo, en el bar fue más o menos como sigue, sin recuerdo de nombres porque fue un picoteado:
— ¡No hay derecho!
— ¡A vos que estás como uno de los grandes en la historia del club!...
— ¡No, no hay derecho!
— ¿Nos levantamos? — Por la exaltación del tono y la expresión de solidaridad, creo, no sé bien, que éste fue Pedernera.
—Sigan, muchachos, sigan; esto es cosa inevitable. Acuérdense de Cuello. Por algo parecido a lo que a mí me pasa, le tacharon de traidor, dijeron que se había vendido al adversario... y se las tuvo que aguantar. Yo también aguantaré lo que me toca. Sigan ustedes; estamos en lo más bravo del campeonato...
Ese fui yo; pero me replicaron:
— ¿Seguir? A cualquiera de nosotros le puede pasar lo mismo. A lo mejor un día te levantás como Hércules, se te indigesta una milanesa... y sonás en la gramilla. Y nadie piensa en la milanesa indigestada. Lo que pasa es que sos un traidor, que te vendiste. ¡No puede ser! ¿Nos alzamos?
El domingo siguiente debían jugar ellos contra Atlanta, según está dicho. Pero no jugaron. La primera de River se había declarado en huelga: cosa inusitada que produjo entre los partidarios una tremenda conmoción. Los cronistas deportivos recorrieron las casas de todos y cada uno de los cracks "y los lugares que habitualmente frecuentaban", sin encontrar a ninguno. Porque aquello no fue solamente huelga sino, además, evasión. Decretada la solidaridad firme de los compañeros, nos escapamos todos de Buenos Aires para eludir el asedio de los cronistas. No faltaron entre ellos quienes hicieran causa común con el club, afeando la conducta de los jugadores "alzados". Y es porque no nos interpretaron bien. Las exoneraciones, multas, expulsiones, podían ser decretadas por las comisiones directivas, como se vendía o se daba de baja a un reproductor Hereford o Aberdeen Angus. Pero aquello era diferente. Éramos deportistas que teníamos, desde el lejano potrero, amor a los colores del club. ¿Es que no significaban nada los sacrificios hechos en su defensa? ¿No significaba nada, tampoco, la casaca que nos ceñía el busto apretándonos el corazón? ¿Era que no teníamos, en cada partido, ambición más alta que la de ganarlo, y no por los premios y demás recompensas materiales sino por el calor de los vivas y aplausos y el amor de la hinchada? Y a cambio de eso, por lo que habíamos suspirado desde el potrero, ¿nos íbamos a convertir en mercadería negociable, capaz de venderse por treinta dineros, o quizá por menos? ¡No, Dios sabe que no! El campeón, el crack, "la fiera", "el cañonero", "el filtrador"... lo que sea; ese de quien la afición y el club lo esperan todo en el cotejo bravo, ¿no tiene hígado, intestinos, corazón, pulmones? Va al estadio dispuesto a matarse por los suyos (su club, los colores de su casaca, la hinchada que lo adora y tiene sus mil ojos clavados en él) ... y falla: falla porque no le funcionó bien, en el momento culminante, cualquiera de esos aparatos que forman el organismo humano, mil veces más complicado que el de los aviones supersónicos.
Sí, porque tiene corazón y alma... y son ésos los resortes que a veces aminoran la eficacia del hombre que hace deporte. Al avión se le reparan los motores, las baterías, los alerones, etc. Pero, ¿quién le arregla el corazón dolorido, el alma maltrecha, a un hombre que debe triunfar a toda costa porque sobre su voluntad gravitan cien mil voluntades? Y el hombre, que no puede más con su dolor o su entripado, falla ese día después de una actuación sostenidamente gloriosa, y entonces se le insulta y se le castiga. ¡Es duro, es triste, pero es así! Todo eso fue considerado, deliberado con pena, y a raíz de lo que se dijo fue que se produjo la primera huelga entre los jugadores del profesionalismo.
EL CAMPAMENTO
Puestos de acuerdo, aceptado por mí el sacrificio de los camaradas, nos fuimos para allá, "donde el diablo perdió el poncho". El domingo 15 de octubre, y en tres automóviles, escapamos hacia Punta del Indio, con todos los elementos necesarios: baterías de cocina, calentadores, carpas, redes, anzuelos, escopetas... Nos llovió de firme durante todo el camino, y resolvimos seguir hasta el rancho "Los Rosales", de Cayetano Sanguinetti, junto a la playa que se denomina "El Atalaya", lugar histórico, asiento de los más antiguos saladeros del país. Allí acampamos, junto a la playa donde se mezclan el río y el mar. Sobre la arena armamos nuestras carpas. En una de ellas dormíamos, en el santo suelo, Peucelle y yo, sobre una manta. La primera noche llovió a baldes y tuvimos que cavar alrededor una zanja durante el aguacero, pensando dormir en seco. Pero la hicimos al revés... y se nos llenó la carpa de agua...
El motivo era dramático; el campamento fue cómico. Al día siguiente salió el sol. Peucelle se había llevado una red, y con la ayuda de otros sacó algunos pescados que marcharon hacia la cocina común. Las escopetas funcionaron y tuvimos algunas liebres y perdices... Y como habíamos llevado también una pelota, proseguimos el entrenamiento, como si nada hubiera sucedido. Y para amenizar las forzadas vacaciones, la guitarra y las payadas del "Ñato Mendoza", que se nos acopló, y, de sobremesa, nos acariciaba las orejas con desmesuradas elogios versificados, en los que Santamaría formaba rima con valía, Moreno con bueno, Y por allí, al compás de la viola...
"¡Sos un forward de primera: lo dicen en todo el mundo con un respeto profundo, Adolfito Pedernera!".
Y era así, no más, y lo aplaudíamos con ganas. Recuerdo una copla de Mendoza que casi nos hizo llorar a todos: era dedicada a Minella y consonaba con "ella": la esposa muy enferma, que le impidió acompañarnos en la patriada.
Teníamos un receptor de radio que funcionaba con las baterías de los automóviles, y con el que recibíamos noticias en onda corta que se transmitían entre sí los aficionados al fútbol acerca de nuestra actitud y que tenían repercusión en el Uruguay. Desde allí captamos una onda que nos daba noticias estupendas, y que nos conmovieron profundamente. Los colegas de Montevideo dijeron que se asociaban a nuestra actitud y lamentaban no estar en Buenos Aires para plegarse al movimiento. Consideraban lo nuestro un caso de dignidad ofendida y una falta de consideración hacia los jugadores profesionales. Una empresa comercial —dijeron—, puede despedir a sus empleados previa indemnización. Ellos, en cambio, son suspendidos y expulsados sin consideración alguna. Eso fue lo que escuchamos, transmitido por los camaradas uruguayos. Nosotros no teníamos transmisor y no pudimos contestarles. Pero de tal manera nos conmovieron esas palabras, que nos quedamos serios, muy serios, y de repente dijimos a coro:
— ¡Gracias, hermanos!
Y creo que por muchos siglos, y no sólo en materia de fútbol sino por el alma gaucha que nos identifica, lo seguiremos diciendo, los unos a los otros.
UN REPORTAJE ENTRE EL AGUA
Allí estábamos, acampados en algo así como una laguna, a la espera de que bajaran las aguas y apareciera el sol. Pero no apareció. Era una sudestada firme, sostenida, formidable. La lluvia persistente y el repunte del río transformaron el campo en un verdadero mar. De allí nuestra sorpresa, una tarde, al ver llegar en bote, a un cronista y un fotógrafo de Crítica. Y no sólo por lo dicho, sino porque nadie, ni nuestros más allegados parientes, sabía dónde estábamos. Saltó la pregunta:
— ¿Cómo hicieron para llegar?
—Dejamos el auto en un garaje... y aquí estamos.
— ¿Quién les dijo dónde estábamos?
— El oficio... Hay que servir a los lectores...
¡Válgame Dios si era bravo, también, el oficio de los periodistas! Por ellos recibimos noticias del club, la hinchada, la repercusión de nuestra actitud... Y luego la pregunta del reportero, contestada con vehemencia, también en forma picoteada:
—Bueno, muchachos, ¿qué piensan hacer?
— ¡Mantenernos firmes!
— ¿Aquí entre el agua?
—Donde sea; nos defendemos bien.
— ¿Saben que han elevado a la primera a varios muchachitos de la cuarta?
— ¡Lindo! Lo mismo hicieron con algunos de nosotros, y de allí salieron los nuevos valores. ¿Quiénes son?
—Blanco, Yácono, Muñoz, Caffaratti...
—Bueno, algunos de esos ya pasaron de pibes...
—Como que en "El Gráfico" dijeron que ya se afeitaban sin mirarse en el espejo... Pero además elevaron a Sánchez y Filippo... Esos son purretes auténticos.
— ¡Y macanudos los dos!
—Dicen que Cilaurreu, Blasco y Haedo quisieron entrar en la huelga y ustedes no los dejaron...
—Así es. Los tres son vascos... y grandes, sí, sí..., pero recién contratados, y no quisimos perjudicarlos.
—Bueno, en resumen, ¿qué piensan hacer?
—Está dicho: volveremos si lo rehabilitan a Moreno. Hubiéramos tolerado una multa o suspensión por faltar al entrenamiento o concentración, pero nunca por jugar mal...
—Salimos a la cancha, siempre dispuestos a matarnos...
—Así es. Y una mala tarde no justifica un castigo. Aparte del descontento propio, de los simpatizantes y el club, ¿no es bastante amargura la de perder los premios? Es tremendo que las medidas más severas se tomen siempre contra los hombres más acreditados. En la temporada anterior, Moreno fue el más cotizado, y hasta se le quiso dar un premio especial en la primera rueda por su actuación contra Independiente. ¡Y ahora lo castigan! (¡Gracias, Pedernera!).
—Bueno, ¿y en definitiva?
—Que estaríamos dispuestos a contemporizar con la condición ya dicha. Algo más que un castigo a un jugador hay en todo esto: la oportunidad de sentar un precedente, fijar un principio: el de la "solidaridad" para la defensa del interés común...
—Así es, amigo periodista. Un jugador de fútbol se especializa en esa profesión, le consagra la vida entera, y de pronto..., por capricho o incomprensión de algunos señores de la Directiva —que son lo transitorio— se ve condenado a la miseria junto con su familia. Hasta el más humilde de los obreros está mejor defendido por las leyes. ¿Es justo eso?
—Tienen razón, muchachos.
Se fueron los periodistas, remando, casi al filo del anochecer; preparamos nosotros la comida en el desierto... Y esa noche prosiguió el debate, pero muy en serio, alrededor del fogón.
(Continuará)
En el próximo número: "La Vuelta al Pago".
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