Las Entrevistas de El Gráfico

Juan Villoro, Dios es redondo

Futbolero hasta la médula y autor de un genial libro cuyo título hemos tomado prestado para esta nota, el escritor mexicano nos habla de su infinita pasión por la pelota, el Necaxa y un tal Maradona.

Por Redacción EG ·

06 de febrero de 2016

Imagen "Guardiola demostró que la belleza puede ser una forma de la eficacia", dice Juan Villoro, cuyo ídolo futbolero es Maradona.
"Guardiola demostró que la belleza puede ser una forma de la eficacia", dice Juan Villoro, cuyo ídolo futbolero es Maradona.
 

Escritor y periodista, amante del rock y del cine, el mexicano Juan Villoro muere por el fútbol. “En la ciudad del Che Guevara, Fito Páez y otros inconformes, Lionel Messi comenzó a deslumbrar con el balón a los cinco años. Su habilidad era única pero parecía cumplir un sueño colectivo, largamente custodiado”, escribió apasionadamente en un monumental libro dedicado al Barcelona y titulado Cuando nunca perdíamos. Es que este catedrático vivió en esa ciudad española, en la que además nació su padre, el filósofo Luis Villoro. ¿Cómo no hacerse hincha, aunque sea por herencia, de ese equipo catalán? ¿Cómo no ratificar ese sentimiento si, además, es contemporáneo de La Pulga y de Guardiola? Pero si encima idolatra a Maradona, se convierte en testigo directo de un Boca-River y de un River-Boca para vivir en carne propia semejante pasión, estamos ante alguien que, sin dudas, casi hace del fútbol una religión. Una religión que desmenuza en la charla de ida y vuelta, a puro toque, con El Gráfico.

-¿Cómo llegás al fútbol?
-Mis padres se divorciaron cuando yo tenía nueve años y mi padre enfrentó el predicamento de los divorciados: ¿cómo entretener a su hijo? El fútbol resultó el mejor remedio. Me aficioné de inmediato y creí que él también era un hincha furibundo. Lo conmovedor fue que, muchos años después, descubrí que en realidad el fútbol le gustaba a medias y sólo iba al estadio para estar conmigo.

-Tu papá era hincha de Pumas y vos te hiciste del Necaxa. ¿Cómo lo tomó él?
-Mi padre fue filósofo y extendió su labor intelectual a todas las cosas de la vida. Apoyaba a los Pumas porque era el equipo de la Universidad. Fiel a su visión del mundo, jamás se hubiera entrometido en algo que coartara mi libertad de elección. La verdad es que yo le habría agradecido mucho que lo hiciera, dadas mis incertidumbres. Así es que jamás trató de influir en que apoyara a su equipo.

-También amás al Barcelona. ¿Cómo conviven dos equipos en vos?
-El Barcelona era un equipo fantasmagórico en los años sesenta. Mi padre nació en esa ciudad y me llevó a verlo por ahí en 1963 o 1964, al estadio de Ciudad Universitaria. Cuando el fútbol satelital comenzó a llenar las pantallas, me pareció lógico seguir al Barcelona, que representaba a la ciudad perdida de mi padre. En cuanto al Necaxa, era el equipo que apoyaban mis vecinos. Yo quería ser de mi barrio y por eso me aficioné a esa escuadra. La paradoja es que ahora juega en Aguascalientes, a ocho horas de aquí en autobús, pero cambiar de equipo es como querer cambiar de infancia.

-¿Qué te significa el popular Atlante?
-Fue el “equipo del pueblo”, muy apoyado por la gente de izquierda y los sindicatos, pero luego la franquicia se vendió y perdió todo su carácter, como tantas cosas en la liga mexicana.

-Llama la atención que ustedes, en México, a diferencia de Argentina, digan que “le van a” en lugar de “soy hincha de”. ¿Cuál es la diferencia más allá de lo semántico?
-Hay una diferencia identitaria, que he discutido bastante con amigos argentinos. “Irle” al Necaxa significa seguirlo a una distancia prudente, entre otras cosas porque es posible que caiga al abismo. Ahora está en Segunda División. En cambio “ser de” Rosario Central implica asumir la suerte del equipo, pase lo que pase. La calidad del fútbol argentino genera más estímulos de pertenencia, de eso no hay duda.

-¿El mexicano tiene alguna particularidad, en tanto hincha, respecto del argentino?
-La característica principal del hincha mexicano es que se sabe desentender del resultado. Su pasión no requiere de evidencia, es una eficaz forma del autoengaño. Por eso se resigna con facilidad. El verdadero espectáculo en nuestros estadios está en las gradas, donde el público siempre hace más esfuerzo que los jugadores.

-Escribiste un texto muy lindo sobre el Barcelona de Guardiola en un libro que se llama Cuando nunca perdíamos. En ese relato, te mostrás muy emotivo. ¿Qué sentimiento te genera el Barça?
-Guardiola representa todo lo que alguien como yo puede desear en el fútbol: la recuperación de la infancia, la lealtad, el juego estético, el triunfo sin trampas. Como te dije, mi padre es de Barcelona y eso refuerza mi vínculo sentimental con esa ciudad, donde he vivido varios años. Por último, conozco a Pep y es una persona admirable. Cuando escribo de esos temas, no dejo de ser un hincha.

Escribir lo que no se es
-¿Qué te permite el fútbol?
-Cumplir a través de la palabra lo que no logré en la cancha. Fui un esforzado extremo derecho y terminé mis días en la hierba como un lateral de relativa torpeza. Pero la literatura existe para asignarte vidas posibles y ahí le puedes anotar a Brasil en Maracaná, en el último minuto del partido, en claro off-side, y salirte con la tuya.

-O sea, también te acerca a lo íntimo de tu persona.
-Hay un contacto muy emocional con el fútbol, una pérdida de la coraza civilizada, algo de tribu y de infancia loca. Cuando tu equipo mete un golazo, te abrazas con desconocidos en las tribunas a los que repentinamente adoras como hermanos del alma. Y por el contrario, cuando hay una desgracia en la cancha, puedes pasar una semana de melancolía. Esos misterios emocionales son una extraña forma de estar vivo.

-“Un estadio es un buen sitio para tener un padre. El resto del mundo es un buen sitio para tener un hijo”, expresaste alguna vez. ¿Podrías ampliar el concepto?
-Si tu hijo es hincha, puedes compartir el fútbol con él a lo largo de la vida. En ese sentido, tu paternidad está garantizada, pero eso también puede ser una limitación, pues de repente sólo hablas de fútbol. En Navidad le regalas a tu hijo unos botines; si vas de viaje, le traes la camiseta del equipo de ese lugar, generas una rutina que depende de los goles. En cambio, si no tienes una relación tan especializada y vinculada con los estadios, no te queda más remedio que enfrentar los muchos desafíos de ser padre. Fuera del estadio está la vida, ajena a la protección garantizada del padre, donde el hijo deberá buscar su camino.

-¿En qué se emparenta -si es que lo compartís- el fútbol con la vida en general?
-En que no tiene guión ni sentido aparente. Un jugador mete un golazo y el árbitro lo anula injustamente, del mismo modo en que a la mejor persona del mundo le da parálisis cerebral. Otras veces, la diosa Chiripa te depara una remontada de embrujo o que una chica que no mereces se fije en ti. Son muchas las semejanzas, pero como dijo el gran Beckett, hay una diferencia esencial: la vida no tiene partido de vuelta.

Imagen Villoro se hizo hincha del Barcelona cuando residió en la ciudad, que, además, fue la tierra natal de su padre.
Villoro se hizo hincha del Barcelona cuando residió en la ciudad, que, además, fue la tierra natal de su padre.
-¿Cuál es la mayor locura que hiciste por fútbol?
-Ir a la final de Roma entre el Manchester y el Barcelona, en 2010, sin tener entradas. Bueno, las conseguí en el camino, pero el peregrinaje empezó como corresponde a la tradición de la Ciudad Eterna: movido por la fe.

-Habitualmente se discute si es mejor perder jugando bien o ganar jugando mal. ¿Tenés alguna postura al respecto?
-Esa es una falacia. Te puedes resignar ante la derrota (en especial si eres mexicano y más en especial si el rival es Argentina), pero el triunfo es decisivo. Prefiero que el Necaxa gane jugando espantosamente a que sea un maravilloso ballet infructuoso. El romanticismo tiene un límite. Por eso es tan importante la lección de Guardiola, que demostró que la belleza puede ser una forma de la eficacia.

-Suele decirse que se aprende más de la derrota que de la victoria. ¿Coincidís?
-Por supuesto, sobre todo si vas a seguir jugando. Después del triunfo solo se puede tomar vacaciones. Para competir, para escribir, para conquistar a una chica, necesitas tener hambre, capacidad de ponerte a prueba y mejorarte un poco. Por eso las derrotas a medio campeonato son tan pedagógicas. Si llegan más tarde, duelen demasiado. También hay que saber perder a tiempo.

-¿Qué significa un Mundial para vos?
-La vida de un hincha tiene plazos de cuatro años. Luego de una larga espera, viene esa ilusión de que los países existen en el fútbol y que las ligas refutan a diario. Puedo recordar mi vida a través de los Mundiales, como cualquier otro aficionado al fútbol. A pesar de las corruptelas de la FIFA, los Mundiales permiten conjeturar en una relación de origen entre los jugadores, en un sentido de pertenencia que, si bien es ilusorio, porque hoy en día todo depende de las marcas y el mercado, genera la impresión de que, en efecto, una tribu se enfrenta con otra. Los Mundiales son tan importantes que Lionel Messi, el incontrastable mejor futbolista de todos los tiempos, desde el punto de vista técnico, aún no tiene la estatura de Pelé o Maradona.

La empatía con Brasil
-Una vez escribiste: “En cada Mundial comenzamos apoyando nuestra camiseta verde y acabamos apoyando la amarilla de Brasil”. ¿También le vas a Brasil?
-Brasil es el Plan B de México. Por múltiples razones. Está suficientemente lejos para que lo idealicemos, es un país que transmite buen rollo, sangre ligera, alegría y gusto por la fiesta. Estas condiciones folclóricas se parecen bastante a las del mexicano. Además, están las supersticiones esotéricas; los rituales y el gusto por la magia hermanan a Brasil y México. Por último, en 1970 el mejor Brasil de todos los tiempos ganó en México y eso nos hizo sentirnos parcialmente responsables de la grandeza. Hace mucho que Brasil no practica el “jogo bonito”, pero los comentaristas mexicanos no dejan de esperarlo.

-¿Qué opinás de la Selección Argentina? ¿Por qué creés que los argentinos siempre tenemos buenos equipos y terminamos sin ganar mundiales?
-Han ganado dos y eso es bastante. En el último, llegaron a la final y Messi tuvo una oportunidad de marcar y al final dispuso de un tiro libre que podría haber significado el empate. Los talentos individuales de Argentina son indiscutibles, pero la emigración, la participación en muchas ligas, la mafia de directivos que lleva el fútbol, todo eso elimina un poco el juego de conjunto. Por otra parte, suelen tener grandes jugadores de ataque, pero faltan porteros y defensas centrales. La calidad de la liga argentina es francamente baja y el entrenador no puede lograr una alquimia donde deportistas que militen en diez países encuentren acomodo.

-¿Cuál es tu mayor sueño futbolero?: ¿un México campeón del mundo o que Guardiola vuelva a dirigir al Barcelona?
-Si Guardiola volviera a dirigir el Barcelona, los culés disfrutaríamos el doble, pero también sufriríamos el doble, entre otras cosas porque esa institución es experta en derrotarse a sí misma. México campeón sería un delirio muy disfrutable.

-¿Te ocurre algo en especial cuando un equipo denominado chico le gana a uno grande?
-Es una demostración del heroísmo. Cualquier aficionado sabe que si Camerún le gana a Argentina, campeón vigente, en la inauguración de Italia 90 eso no significa que Camerún sea mejor, sino que, siendo más débil, estuvo en su día de gracia. El secreto del Cholo Simeone para vencer al Real Madrid como entrenador del Atlético fue decir en el vestuario: “Tenemos que reconocer que son mejores que nosotros”. A partir de ese respeto podían ganar el partido, y lo hicieron.

-¿Quién es tu ídolo futbolero?
-Maradona, desde luego, porque es el jugador que más ha gravitado en los demás. Cristiano Ronaldo puede meter miles de goles pero no hace mejores a los suyos. Maradona podía transformar un equipo mediano en el mejor del mundo. Lo hizo con el Napoli y con la Argentina de 1986. Por otra parte, es un mitógrafo perfecto, que perfecciona su leyenda con sus rarezas y sus declaraciones.

-¿Cuál fue el partido que más te emocionó?
-Cuando mi equipo, el Necaxa, le ganó la final de Copa al archiodiado América. Ocurrió en los lejanos años sesenta y no he dejado de disfrutarlo.

Imagen "Si los directivos se conducen como Los Soprano, no puedes pedir que en las gradas se recite poesía lírica", ironiza el mexicano.
"Si los directivos se conducen como Los Soprano, no puedes pedir que en las gradas se recite poesía lírica", ironiza el mexicano.
-¿El libro de fútbol más lindo que leíste?
-Los cuentos de Fontanarrosa sobre fútbol son la insuperable demostración de que los partidos mejoran con la palabra y que suceden para discutir con los amigos.

-Hace unos años opinaste que “el deporte es una versión incruenta de la guerra y una refutación simbólica de la economía: Argentina perdió en las Malvinas, pero Maradona ganó en la cancha en el Mundial de 1986 y la acaudalada Francia, campeona vigente, cayó ante la desafiante Senegal en 2002”. ¿Qué rol juega el deporte en el mundo actual?
-Está expuesto a las lacras y las glorias de nuestro tiempo. Ahí se exhiben la xenofobia, el racismo, el machismo, el terrorismo, el dopaje, la corrupción política y la especulación económica. Lo asombroso es que ese entorno tan comprometido con las vilezas de la realidad permita también celebrar el juego, recuperar la infancia, apostar por la solidaridad, admirar al rival y permitir que los fantasmas de otros tiempos sigan influyendo en el resultado.

-¿Por qué el fútbol refleja miserias de una sociedad? Me refiero, si coincidís, a que en Argentina tiene sus barras bravas; en Europa, muchos hinchas son racistas. Supongo que en cada sociedad debe ocurrir lo algo similar.
-Ningún partido se juega en Marte y si se jugara, representaría la identidad de sus microbios. Los hooligans no nacieron dentro de un estadio, eran el resultado de la descomposición de la sociedad inglesa, del mismo modo en que la “guerra del fútbol” entre Honduras y El Salvador no sucedió para arreglar el marcador. Se derivó de un partido, pero puso en juego las tensiones entre ambos países. El fútbol es un espejo acrecentado de la sociedad. Lo que fuera del estadio es una chispa, ahí puede ser una hoguera.

-¿Por qué los hinchas van a la cancha a pesar de los malos tratos en los estadios, de los problemas de violencia en las tribunas y de tantos otros aspectos negativos?
-Las democracias modernas han permitido “zonas francas” para ejercer la corrupción. Una de ellas es el deporte organizado. En países donde sería un escándalo que alguien se reeligiera durante muchos años, el presidente de la FIFA, del COI o del Consejo Mundial de Boxeo puede durar varias décadas en el cargo. Además, se permite una total opacidad fiscal. ¡La FIFA se define a sí misma como organización no lucrativa! Este sentido de la impunidad se extiende a los directivos de los más diversos países. Si quienes gobiernan el fútbol se desentienden de la ética, por qué habrán de observarla los hinchas en las tribunas. La violencia del fútbol comienza en los palcos y se hace visible en las gradas. Muchos directivos utilizan a las barras bravas para amedrentar rivales y obtener favores políticos. A cambio de “domar” a los suyos, reciben prebendas. El fair play debería empezar con una reforma radical de quienes manejan el fútbol. Si los directivos se conducen como Los Soprano, no puedes pedir que en las gradas se recite poesía lírica.

-Fuiste testigo de los River-Boca y Boca-River. ¿Qué te genera el Superclásico argentino?
-Es la forma más exacerbada de la pasión futbolística. He visto dos Superclásicos, uno en el Monumental, otro en la Bombonera. En ambos, el agravio al equipo visitante me hizo simpatizar con él. Las dos experiencias me recordaron que soy mexicano: para nosotros, el fútbol es menos importante que la gente. Es una visión descafeinada de la gesta, lo sé, pero no puedo renunciar a una cultura donde lo mejor del partido es la comida que llevas al estadio.

-¿Boca o River?
-Ninguno de los dos. Hay que saber merecer las pasiones. Yo me esforzado por tener dos, el Necaxa y el Barça. Eso me basta.

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Perfil
Reconocido escritor y periodista, Juan Villoro Ruiz nació en Ciudad de México el 24 de septiembre de 1956. Es autor de tres libros bien futboleros: uno es Dios es redondo, un clásico de la temática. Otro, Balón dividido, compuesto por crónicas futboleras. El tercero se titula Ida y vuelta - una correspondencia sobre fútbol, a medias con Martín Caparrós. Se basa en un diálogo on line mantenido durante el Mundial de Sudáfrica, en 2010.

En todos ellos se demuestra por qué este deporte es más que los 90 minutos que dura un partido.

Villoro es autor también de obras de teatro. Una de ellas se presentó en Buenos Aires: Filosofía de vida, dirigida por Javier Daulte y actuada, entre otros, por Rodolfo Bebán, Claudia Lapacó y el Alfredo Alcón.

Algunos de sus novelas son Materia dispuesta, El testigo, Llamadas de Amsterdam y Arrecife; entre sus libros de cuentos se destacan La casa pierde y Los culpables. Efectos personales y De eso se trata son dos ensayos más que recomendables para acceder a la obra de Villoro.

Villoro, según Martín Kohan
El escritor argentino, fanático del fútbol pero sobre todo de Boca, cuenta en exclusivo para El Gráfico una particular vivencia que tuvo con su colega mexicano, Juan Villoro, protagonista de la entrevista literaria de esta edición. A continuación, el texto.

Mi camiseta fue la suya

“Sé bien qué fue lo que me llevó a pensar que esa camiseta del Necaxa era mía. Fue que yo mismo la obtuve una noche en el Estadio Azteca, saliendo al campo de juego, al cabo de una victoria por goleada contra el Atlas. La recibí de manos de Alex Aguinaga. Debajo de la camiseta oficial, él llevaba una de entrenamiento. Supuse, y supuse bien, que no habría de negarse dos veces: que si no me cedía la camiseta de juego, luego accedería a regalarme la otra, la que llevaba abajo. En efecto, así pasó. Me entregó la camiseta de entrenamiento, empapada con el sudor de los triunfos, en la puerta del vestuario.

Pensé que era mía por eso, por eso la conservé durante años. Pero un día, leyendo a Juan Villoro, entendí (yo las cosas las entiendo al leer) que esa camiseta en verdad era suya. No que debía ser suya, sino que ya lo era. Por eso, cuando llegó el día en que se la di, más que dársela se la estaba devolviendo.

Presiento que él se dio cuenta. No obstante, porque es extremadamente amable, me agradeció como se agradecen los obsequios: haciendo de cuenta que se trataba de eso”.

Por Alejandro Duchini / Fotos: AFP

Nota publicada en la edición de enero de 2016 de El Gráfico