Las Entrevistas de El Gráfico

Hernán Casciari, fútbol con todas las letras

Desde España, el autor de Messi es un perro habla sobre la pasión por la pelota y explica por qué La Pulga y Maradona son los Borges y Cortázar del fútbol.

Por Redacción EG ·

23 de octubre de 2015
Imagen "De Messi, igual que de Borges, uno lo que admira es la perfección. En Cortázar, como en Maradona, lo que se admira es la rebeldía".
"De Messi, igual que de Borges, uno lo que admira es la perfección. En Cortázar, como en Maradona, lo que se admira es la rebeldía".
-Una vez dijiste que envidiabas a tu abuelo y a tu papá porque crecieron sabiendo lo que era un Racing campeón y vos, no. ¿Qué sentís ahora que, después de más de 30 años de espera, pudiste verlo ganar títulos dos veces?
-Sobre eso escribí una columna que se titula Bienvenido al club, en la que mi abuelo y mi viejo me dejan entrar a ese club selecto de quienes al menos vieron dos veces a Racing campeón. Un club selecto, al que suponía complicado acceder. Por supuesto me faltan los títulos internacionales. Cuando Racing tenía todavía posibilidades en la Libertadores, fantaseé con una eventual final contra el Barcelona en la Intercontinental, en Japón. Se lo conté a mi mujer. Le dije: “Si pasa eso, seguro en diciembre vamos a verlo”. “¿Para quién hincharías?”, me preguntó. Ahí descubrí que sería la única vez que hincharía en contra de Messi. O sea, iría por Racing. Sería la primera vez que mis dos equipos podrían enfrentarse. Me pareció loco. Hasta habíamos averiguado cuánto salían los hoteles en Japón, el precio de las entradas. Pero no se dio. Nos quedamos sin Copa Libertadores y todo hizo plop, como una pompa de jabón.

-¿Cómo es seguir a Racing a la distancia?
-Desde que empezó el tema de Fútbol para todos, y la TV Pública incluso empezó a poner la opción de HD, el fútbol argentino comenzó a ser en alta definición en casa. Ahí cambió muchísimo. Antes era complicado, cuando había que verlo por Roja directa o páginas similares. Además, era un fútbol complicado por ser trabado, con fouls y en horarios ajenos, de madrugada cerrada. Pero ahora es un placer. El fútbol argentino ha mejorado bastante en los últimos dos o tres años. De hecho, hace poquito vimos el primer gol de rabona (por el de Jonathan Calleri, de Boca, a Quilmes) y verlo en HD es un espectáculo distinto. Es como que me estoy enamorando de nuevo de una primera esposa de la que me había separado. Si a eso le sumás que volvieron Tevez, Milito y Saviola, dan aún más ganas de verlo. Del 2006 al 2010 me enamoré del Barcelona, que vivió en ese tiempo su mejor época. En ese entonces era un contraste tremendo con aquel fútbol argentino, porque además de verlo en mala calidad, había barras que paraban los partidos cuando subían al alambrado, el juego era trabado, se cortaba la luz. Era muy bestia el contraste. Fue una época muy oscura del fútbol argentino y una época muy bestia del español, con Guardiola y Mourinho enfrentados, más Messi y Cristiano. Entonces, un poco me desencanté, porque es difícil a 12.000 kilómetros aguantar ese fútbol sólo por esos 90 minutos que generalmente no eran buenos. Ahora cambió.

-Además Racing mejoró.
-Bueno, pero Racing no es el eje por el que miro fútbol argentino. Me gusta mucho mirar un Boca lo que sea o un River lo que sea. En algunos momentos me da por mirar a un jugador determinado, como (Ignacio) Scocco. No es una cuestión sólo de Racing. Es una cuestión de ver un espectáculo. Un espectáculo que dure 90 minutos, que no se suspenda porque un pibe entra a la cancha con una navaja, que no se suspenda por una patada, que no se suspenda por un gas pimienta. Que el espectáculo no sea eso. Ahora me parece que está mejorando. Algunos jugadores tienen la generosidad de volver, como Carlitos Tevez, que a sus 31 años decide regresar cuando aún puede ganar mucho dinero en Europa. El le pone color a algunos partidos. De hecho, creo que Calleri se animó a hacer aquella rabona porque estaba Tevez en la cancha. Un Tevez mejora también a los demás. Le doy más bola a eso que al fixture o a la tabla de posiciones.

-En un artículo escribiste que te cansa que a veces se le dé más importancia a lo que rodea al fútbol que a un partido en sí.
-Lo escribí en un texto después de aquello del gas pimienta en el Boca-River. Teníamos un juguete, se titula. Hablo de cuántos temas de prensa hay que no son la pelota ni el juego, sino todo lo demás. Los arrabales del fútbol. ¿Cuántas veces nos encontramos debatiendo o hablando de cosas que no son puramente del fútbol? Me cuesta un poco acostumbrarme a que tengamos que hacer de martes a sábados una especie de compendio de 24 horas de cosas que no son las rabonas de Calleri.

-¿Cómo te abstraés?
-¡No lo hago! No me abstraigo. ¡Eso es lo que me da bronca! Tengo conocimiento absoluto de eso. Me invaden los ojos cada mañana en que abro un portal de noticias o cuando pongo la Metro o Vorterix y el que tiene que hablar de fútbol habla de legislación o de policiales o farándula o de quién se cogió a quien. Ojalá pudiera abstraerme. Pero me da bronca porque me engancho, me genera curiosidad. En mi cuenta de Twitter, jugando a decir cosas sobre fútbol que no son de fútbol, el otro día escribí “Si el hincha sabe cuánto gana cada jugador, es liga española. Y si el hincha sabe a quién se coge un jugador, es liga argentina”. Para mí es así. Acá se habla mucho de dinero y allá muchísimo de lo otro.

-¿Qué pensás cuando ves enojos como el de Pipita Higuain a la salida de un boliche en Ibiza, con alguien que lo filmó?
-Me parece que forma parte del juego, de los riesgos. Una de las razones por las cuales es imperante ser campeón y no segundo, más allá de la gloria, del orgullo y de la guita, es “mi siguiente mes”. ¿Qué va a pasar en los siguientes 30 días? Tanto para el jugador como para el hincha. Gritamos un gol en una final de Mundial y Copa América con tanta fuerza y nos ponemos tan pasionales porque queremos que el siguiente mes sea copado y no un mes bajón. En lo primero que pensó Pipita al errar el penal en la final contra Chile es “¡qué mes de mierda voy a tener cuando vaya a bailar a Ibiza!”. ¿O pensás que no lo sabe? Le pasó a él y seguro también a Palacios, y le seguirá pasando toda su vida después del Mundial 2014. También a Messi y a todos. No hace falta que se lo diga un descerebrado a la salida de un boliche. Se lo dice el panadero con la mirada, sin insultarlo, o un taxista cuando se sube al auto. Una de las razones por las que queríamos ganarle a Chile no era sólo la Copa América en sí, sino porque no íbamos a soportar a un chileno el siguiente año. Ahora ir a Chile es más complicado que antes. Irse de vacaciones allá es una garcha porque sabés que te va a pasar eso. Lo mismo que le pasa a un brasileño en Berlín, porque los reciben con los deditos haciendo el siete y es feo, es choto. O sea, lo importante es con qué alegría vas a pasar el mes que sigue.

-Escribiste varios textos sobre el Mundial. ¿Sufriste menos la Copa América?
-Mucho menos. Dividamos ese sufrimiento por cinco, que es el número de continentes. Esta es continental y la otra absoluta. No hay ni punto de comparación. Mi tristeza al otro día por el gol de Götze no se parece en nada a la que sentí por la Copa América. Para mí, un Mundial es algo que tiene una entidad casi milagrosa.

-¿Vas seguido a la cancha?
-Veo mucho por tele. No estoy yendo a la cancha. Carles Puyol es uno de los culpables. Una de las cosas que más me gustaba de ir al Camp Nou en la época de oro de Guardiola era algo que no se veía en la televisión: qué pasaba con Puyol cuando la pelota estaba en otro lado. Muchas veces me perdí goles porque estaba mirando a la defensa, mirando a Puyol trabajar, gritar, acomodar a sus compañeros, mientras se jugaba el partido. Era un técnico dentro de la cancha. Era un genio, un espectáculo en sí mismo. Cuando se retiró, empecé a ir menos. Tiene que haber un partido muy importante para que vaya. No iría por un Barcelona-Osasuna.

-¿Messi no lo justifica?
-Yo iba mucho porque el engranaje del Barsa, con Messi, pero también con Busquets, Puyol, Valdez, era interesante de ver. Si no era en la cancha, me lo perdía. Para ver sólo a Messi, la tele me alcanza.

-¿Sos nostálgico cuando se retira alguien que admirás?
-No es nostalgia. Y si lo es, es nostalgia del presente. Lo que me pasa es que posiblemente la razón sea que no tengo una vida muy interesante: si hay un partido bueno de acá a diez días, mi vida empieza a girarar en función de eso. Muchas veces me levanto a la mañana sólo porque hay determinado partido. De chico, me gustaba ver a Chilavert porque era un arquero que hacía goles de tiro libre. Me daba ganas de verlo aunque no era de mi equipo. Cuando aparece un distinto y ese distinto se va a otra Liga que no sigo tanto o se retira, hay una sensación de “¡qué lástima, el sábado que viene está esto buenísimo, pero no está aquel!”. “No está Puyol atrás”, “No somos más ese grupo. Somos otros”. Pienso: va pasando el tiempo, me voy a morir. Cuando un jugador se retira, lo primero que descubro es que ese tipo es más joven, más chico que yo. Entonces estoy más cerca de morirme. Cuando ves un VHS de Feliz domingo y te das cuenta de que todos los que están ahí son nenitos, es porque te vas a morir. A mi me gustaba Feliz domingo cuando los chicos que participaban tenían mi misma edad. Ahora uno empieza hasta a ser más grande que los directores técnicos. Entonces, te vas a morir. Luis Enrique o Guardiola son de mi edad: 40, 43 años. También hay más jóvenes, como Pochettino. Hay un recambio: empiezan a jugar personas que podrían ser nuestros hijos. Eso es lo que está pasando.

-¿Qué significan para vos Messi y Maradona?
-Hice una especie de síntesis literaria, no hace mucho, en la que decía que de Messi, igual que de Borges, uno lo que admira es la perfección. En Cortázar, como en Maradona, lo que se admira es la rebeldía. Me parece que pasa por esos dos andariveles. Yo, como lector, no me podría quedar con uno u otro, porque, tanto en literatura como en fútbol, los dos me dieron cosas distintas. Uno la admiración por la perfección. Messi lo que tiene es que parece que no le costara nada hacer lo que hace. Lo mismo pasa cuando leés un párrafo perfecto de Borges. “¿Cómo carajo hizo para meter ese adjetivo que a mi jamás se me habría ocurrido y que quede tan perfecto, como si no le costara?”, se pregunta uno. En cambio, a Maradona parece que todo le hubiese costado. Cada cosa que hizo, cada hazaña, cada leyenda, le costó. Con Cortázar siempre tuve esa sensación: que no le resultaba fácil escribir. Que las genialidades eran hijas de una epopeya que incluso lo trascendía a él mismo y que no tenía que ver con su perfección, sino con lo contrario, con lo que le faltaba. Me parece que con Messi y Maradona puede pasar algo similar.

-¿Cómo se gestó “10.6 segundos”, el cuento que le dedicás al segundo gol de Maradona a los ingleses, en México 86?
-Estábamos muy borrachos en un restaurante de Madrid el escritor Pedro Mairal, mi amigo Chiri y yo, en el año 2010, tratando de convencer a Pedro para que nos acompañara en el primer número de una revista que terminó siendo Orsai. Le contamos que queríamos llamar a Nick Hornby, a él mismo y a gente que nos gusta cómo escribe. En esa misma charla nos dice que se le ocurrió una idea, pero que no la quería escribir, sino regalarnosla. La idea es que cuando Valdano va corriendo en paralelo a Maradona, cuando hace el zig zag antes de su gol del siglo, y al darse cuenta de que no le da el pase, en ese momento decide ser escritor. Nos cagamos de risa de esa pequeña viñeta que pensó Pedro. “Escribila, escribila”, me dice. Los tres coincidimos en que posiblemente no sólo a Valdano le hayan cambiado la vida esos 10 segundos, sino también a Peter Shilton, a Beardsley, a Butcher, a Enrique y al árbitro, Alí Bin Nasser. Ahí me quedé con una idea un poco más global. Se lo comenté a Chiri, que es mucho menos perezoso que yo, y se puso a investigar a cada uno de los ocho personajes que participaron en la jugada. Me dio información cruda y yo le puse literatura. Chiri me pasó data, como por ejemplo que en tal año hicieron un videojuego que se llama Handball Maradona en el que aparece Shilton y yo después invento la parte familiar. El 60% de lo que dice ahí lo inventé.

-Te pregunto lo mismo, pero con “Messi es un perro”.
-El de Messi es más efectista y el de Maradona, literatura. Es cierto que yo tenía un perro que se llamaba Totín y jugaba con una esponja. Una de las diferencias entre esos cuentos es que uno me llevó cinco minutos y el otro seis o siete meses. Lo de Messi me pasó viendo videos. Entré a ver ese en el que nunca pueden bajarlo y me hizo acordar a Totín. Estaba con mi primo, que es programador web, y le empecé a contar en voz alta eso que lo divirtió tanto y a la noche lo escribí. Posiblemente el de Messi funcione mejor como cosa viral en internet porque es universalista, corto y efectivo, y el de Maradona lo disfrute sobre todo aquella gente que tiene ganas de leer cosas mucho más largas.

-¿Sos un privilegiado al ver a Messi en directo, en el Camp Nou?
-Es algo que me encantaría que le pasara a la gente en Argentina y que entiendo que no le pasa. Messi es el primer número 10 de la Selección Nacional que bajo su camiseta argentina no tiene una de club instalada en el inconsciente colectivo de nadie. Maradona tenía la de Boca, Bochini la de Independiente y Kempes la de River. Pero Messi, no. Messi lo que no tiene es la posibilidad de que mucha gente lo haya visto en Reserva, en partidos de Tercera, que haya habido un run run respecto a “qué buen jugador está saliendo de Argentinos Juniors”. Tuve la suerte de llegar a España más o menos en la misma época en que llegó él. Yo sí sentí ese run run y vi partidos de Messi antes de que jugara en Primera. Entonces ya sabíamos que estaba pasando algo con ese pibe. Tengo esa sensación que tiene un tipo que va temprano a la cancha y ve un partido de Reserva y descubre que está apareciendo un jugador. Me encantaría que eso pase en Argentina, porque lo perdonarían más, lo arroparían más, sentirían que es un hijo verdadero. En Argentina sigue latente la sensación de que no es un hijo biológico. Que es otra clase de hijo. A mí eso no me pasa. Lo veo con la emoción de aquel que ve a un argentinito incluso en tierra extraña eligiendo ser argentino todos los días, eligiendo no tener acento catalán, eligiendo seguir escuchando música argentina, eligiendo todos los días y haciendo cualquier cosa por la Selección. Eso lo puedo ver desde un costado más cercano, desde un costado en el que las cosas me emocionan más porque me hacen acordar a mi propia vida. Entonces, el cariño que le tengo es especial. Si a eso le sumás que mis últimos diez años en España no fueron tan aburridos gracias a él, mi agradecimiento es enorme. Yo me hubiera aburrido muchísimo más desde 2005 hasta hoy si Messi no hubiese existido, si no hubiese jugado a 30 minutos de mi casa. Hubiera sido tremendo. En cambio, gracias a eso la pasé súper bien.

-¿Te duele que no se lo termine de aceptar en Argentina?
-Entiendo perfectamente las puteadas. Lo entiendo del mismo modo que cuando yo voy a Argentina me cuesta mucho hablar de política, porque sé que del otro lado siempre habrá alguien que dirá o pensará “¡qué fácil es decir eso viviendo en tal lado!”. Hay como una confusión muy grande respecto de dónde vive una persona a dónde vive con el corazón. ¿Qué quieren de Messi? ¡Que nos saque campeones! ¿Cómo no lo voy a entender? ¡Lo entiendo! Me encantaría poder inocularle a todas las personas que viven en la Argentina esto de verlo desde chiquito, de ver que no cambia de acento, de entender minuciosamente de qué estoy hablando. Pero no se puede inocular eso. Como tampoco se puede inocular en la cabeza de nadie que sí podés hablar de política aunque vivas a 12.000 kilómetros. Si no hacés otra cosa más que pensar en tu país o pagar impuestos en tu país, porque yo pago impuestos en Argentina y no acá, en España. Si yo trabajo allá. Acá lo único que hago es cagar y comer. Entonces, ¿cómo podés hacerle entender a otro que no tiene por qué vivir esa realidad que a veces hay cosas que desde afuera suenan injustas? Creo que a Messi hay cosas que le suenan injustas. Porque capaz que aún no es tan grande. Yo soy más grande, más viejo o me gusta más la antropología. Pero hay cosas que un pibe de 27 o 30 años no tiene por qué entender. Igual que Pipita Higuain cuando sale de un boliche de Ibiza. No tienen por qué entender de dónde sale la rabia, la bronca o el prejuicio.

-¿Cuál fue el mejor momento que viviste con Messi?
-Ese con el Camp Nou en penumbras, todos borrachos festejando un título y él agarrando el micrófono y diciendo “¡Viva Argentina, la concha de su madre!”. Nunca nadie había escuchado putear a un chico tímido. Esa puteada fue hija del alcohol, sin dudas. Pero bajo los efectos del alcohol podés decir cualquier cosa y lo que dijo fue lo correcto. Ese “la concha de su madre” era para todos los que no eran “nosotros”. Fue un “la concha de tu madre” alucinante. En mi cabeza eso funcionó mejor que un gol. Funcionó mejor que un campeonato, que una asistencia. Me parece que ese día se hizo hombre.

-¿Qué es el fútbol para vos?
-Siempre fue una excusa para otra cosa. Hay algo que estoy escribiendo ahora que dice así: “Hace cuarenta años que el fútbol no me importa. Empezó a no importarme cuando mi padre me dijo, en septiembre del 75, que su única ilusión era que yo fuera hincha de su club de fútbol. Yo tenía 4 años y sólo buscaba una cosa: tener tema de conversación con mi padre. Si él me hubiera dicho ‘mi ilusión es que te gusten los carros alemanes de la marca Panzer’, yo hoy miraría todos los sábados documentales sobre la Segunda Guerra para sentirme cerca de mi padre que ya se murió, sin sentir empatía ni por la guerra ni por los tanques”. En realidad, es una conexión que tengo hacia recuerdos que sí me importan. Pero el fútbol, ¿en sí mismo? ¿Unos muchachos multimillonarios jugando a la pelota? Tienen algún momento de virtuosismo, pero en general no sé si miraría cualquier partido si únicamente fuera eso, si no me remitiera a ningún tipo de segunda información. El fútbol es siempre una conexión a ser más feliz en Barcelona porque vivo acá, a haber tenido temas de conversación con mi viejo, a forrear a Chiri porque le ganamos a River. A cosas que tienen que ver con otras que son más importantes. O sea, el fútbol me chupa un huevo.
 

Perfil
Hernán Casciari es periodista y escritor. Nació en la ciudad bonaerense de Mercedes en 1971. De chico, su padre le inculcaba los deportes. Su experiencia con el rugby está narrada en su libro El pibe que arruinaba las fotos. También publicó, entre otros, Más respeto que soy tu madre (Antonio Gasalla lo llevó al teatro), Diario de una mujer gorda, Charlas con mi hemisferio derecho y Messi es un perro, el más reciente, en el que reúne muy buenos relatos vinculados al fútbol. Entre ellos, los geniales cuentos “10.6 segundos” y el que da título al libro, pensado a partir del recuerdo de un perro que tenía en su casa.

Actualmente vive en Barcelona, España, desde donde dirige la Editorial Orsai, con su reconocido blog. Ideó y dirigió, junto a su amigo Chiri Basilis, la revista Orsai, en la que firmaron escritores como Nick Hornby, Juan Villoro, Horacio Altuna, Guillermo Martínez, Abelardo Castillo y Fabián Casas. También se publicaron ilustraciones del Flaco Spinetta.

El fútbol es el deporte al que mayor referencia hace en sus textos. En uno de ellos, recordó una crisis personal que eclosionó al conocer la noticia del doping positivo de Maradona en el Mundial de Estados Unidos, en 1994. A esta revista le dijo: “Cuando el periodista Enrique Moltoni mencionó quién era el jugador al que habían encontrado doping, me hizo un clic la cabeza. Fue antes de perder con Rumania. Agarré mi mochila y me fui al carajo. Estuve como un año viajando. Fue la gota que colmó el vaso de mis veintipico de años. Fue un clic muy bestia. Creo que ahí me hice escritor”.
 

“Podríamos hablar de la Generación dorada”
En su charla con El Gráfico, Casciari resaltó que le gusta la Selección “más allá de lo que pasó en el Mundial y la Copa América”. “Es un equipo que sin haber hecho más de lo que hizo podría haber ganado las dos finales y hoy hablaríamos de la Generación dorada. Porque una derrota fue en prórroga y otra en penales. ¡Es cualquiera! Podríamos haber ganado una. O las dos. Pero es lo mismo. Con lo que hicieron los jugadores en los dos torneos, y con un poquito más de suerte, eran la Generación dorada. Dentro de mi cabeza sigo pensando que son jugadores buenísimos y que si pueden sortear el trago de la mala suerte, pueden hacer cosas buenas”, dijo.

En un texto publicado en su reciente libro Messi es un perro definió a la selección de Uruguay como su segundo equipo futbolístico. “Es más que eso. Es mi segunda patria. Es como mi lugar preferido. Cuando era chico, en las noches estrelladas y sin nubes, hacía no sé qué con la antena de la tele y agarraba un cachito de Canal 12 de Montevideo y fingía ser uruguayo. Era como un juego. En la parte de ‘libertad, libertad, libertad’ del himno, en el colegio, yo cantaba bajito ‘Uruguay, Uruguay, Uruguay’. A los 9 era un juego, a los 13 empecé a leer a Filisberto Hernández y empezó a caberme Uruguay desde lo cultural. Después fui a Uruguay y sentí que eran argentinos con buena onda: ‘¡Qué loco, son como nosotros, pero sin gritar!’. Me gustó. En los mundiales siempre eran mi rueda de auxilio. Si pinchábamos nosotros, estaba Uruguay, que quedaba más cerca que Jujuy. ¿Cómo no vamos a ser nosotros Uruguay si está más cerca que Formosa?”, aclaró a esta revista.

Hablando de uruguayos, recordó al escritor Eduardo Galeano: “Estuve con él en 2013, en el Chaco, en casa de Mempo Giardinelli, y ahí sí me pegó fuerte su decrepitud física. ‘Uy, se nos acabó Galeano. ¡Qué cagada!’, pensé. Ahí me pasó, en vivo y en directo, ser consciente de que se estaba muriendo. No es que me desperté un día y se murió Galeano. Verlo tristón, apagado, haciendo esfuerzos para todo, me cayó supermal”.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Pedro Otero

Nota publicada en la edición de septiembre de 2015 de El Gráfico