Guillermo Blanco y sus recuerdos con El Gráfico: Menotti, Maradona, Di Stéfano y el periodismo que dejó de ser
Una de las firmas más prestigiosas de la historia de la revista pasó por el archivo y contó entretelones de sus notas más recordadas.
en colaboración con Pablo Amalfitano
Guillermo Blanco está en permanente convivencia con sus recuerdos. Poco antes de comenzar la entrevista en el archivo de El Gráfico, había hablado largo rato con el taxista que lo trajo sobre el River de los años 70 y los jugadores que hicieron su historia. Al momento de ingresar al lugar que guarda sus entrevistas y las fotos de las crónicas donde participó, las memorias vuelven a aparecer. En cierta medida, un archivo es eso: un enorme cerebro que almacena recuerdos e historias, y que cada vez que ingresamos a una, se iluminan como una estrella en la noche.
Guillermo Blanco nació en el año 1952 en 9 de Julio, provincia de Buenos Aires, que además del suyo dejó grandes nombres en el deporte argentino como José Luis Zabala, Yoyo Maldonado, Pipo Gutiérrez o Mariano Navone. A sus 18 años se mudó a Buenos Aires, y producto de la misma curiosidad, apareció por primera vez en El Gráfico en la edición 2651 del 28 de julio de 1970. No participó escribiendo, pero sí preguntando en una entrevista colectiva hecha por hinchas de Boca a quien era su entrenador José María Silvero: "La hinchada pregunta, Silvero responde" era el título de la nota. "Lo más interesante de todo es que en el mismo número, El Gráfico hizo una cobertura de la carrera de la inauguración del Autódromo de 9 de julio en una fecha de Sport Prototipo", dice Guillermo activando su memoria: "En la tapa aparece Héctor Yazalde. Y fijate qué curiosidad. ¿Yazalde donde nació? En Villa Fiorito".
La referencia a Villa Fiorito no es casualidad: dentro de su vasto curriculum, el haber sido Jefe de Prensa de Diego Maradona desde 1983 hasta finales de 1985, es una de sus tantas marcas.
Su carrera periodística comenzó en el diario El Mundo, y siguió por La Calle, Crónica y La Tarde. En esos años, tuvo contacto con quienes serían protagonistas imprescindibles del deporte argentino. Sin embargo, el primer nombre que aparece es el de César Luis Menotti, quien sería su amigo personal durante el resto de su vida y a quien incluso acompañó a su descanso eterno, cargando una de las manijas de su ataúd. "Por esos mismos años, recuerdo que iba a cenar de colado al bar Hamburgo, que quedaba por la calle Carlos Pellegrini. A ese lugar iba el Flaco".
Antes de ingresar a El Gráfico, en 1977, el medio en donde más cultivó el oficio y la importancia del periodismo fue en Crónica, donde no sólo tuvo que aprender a escribir, sino también a manejar con severidad el cuidado de la información: "La dinámica que te exigía El Gráfico te permitía jugar pero también tenías que correr. Todo eso me lo había dado Crónica". Y en su cabeza, otra vez se dispara un recuerdo:
"Yo cubrí el Boca-River del 76 con el gol de Suñé; llego el lunes y no terminaban de palmearme la espalda por lo bien que estaba escrita esa crónica. El martes, el Tano Ruggeri, que a mí me quería, pero nadie lo quería a él, y que era uno de esos periodistas de verdad hizo las designaciones para el fin de semana siguiente. Yo pensé que me tocaba un Independiente-Boca. Me mandó a cubrir a Flandria, que implicaba tomar un subte, dos trenes y quizás un remis o el auto de un dirigente hasta la cancha que quedaba en Jauregui, cerca de Luján. Había que hablar por teléfono o pedir un teléfono prestado a un vecino en los entretiempos y finales del partido y pasar información. Después, volver. Y no a tu casa, sino a la redacción a escribir para el matutino. Y si había un quilombo capaz tenías que terminar en la comisaría. Y vos lo que fuiste a hacer era un partido de fútbol. Pero estabas ahí, era el periodismo total. Después cuando llegué acá, con todo ese bagaje, pasé a estar con Juvenal en el staff como Redactor Especial".
- ¿Y esa adrenalina a veces no te generaba un traspié?
-Por supuesto: una vez yo estaba en la redacción de deportes a eso de las once y media de la noche, y en otra parte estaba la mesa de edición con el secretario que se quedaba hasta que moría un tipo importante o pasaba algo y cambiaba la tapa. El secretario mira la sección, me ve y dice: “Che nene, vení, pedí una foto de Martiniano Pereira”. Este era un boxeador conocido de viejas épocas que según la llamada telefónica recibida había aparecido moribundo en las playas de Vicente López. “Pedí una foto al archivo y andate al hospital”. Llego allá y no me dejaban pasar ni a mí ni al fotógrafo. Después de insistir me dejaron por la importancia de Crónica en el momento, mientras estaban el chofer del remis y el fotógrafo afuera. Entré a una sala muy oscura y había un tipo medio en bolas, barbudo que lo estaban limpiando porque lo habían traído recién de la playa. Y a mí me habían dado una foto del tipo cuando peleaba a los veinte años, en pose. Este era un tipo de sesenta, setenta años lleno de barba y demás. ¿Cómo haces para saber si era él o no? Imposible. Estábamos el médico y yo con la foto y éste le hacía movimientos al cuerpo para ver si era el mismo, y de afuera que me hinchaban las pelotas a las doce de la noche para saber si el tipo se murió. Una responsabilidad muy grande. Entonces el médico me pregunta: “¿Es o no es?" Entonces le digo: “Sí, murió y es”. Yo lo único que quería era irme. Y me fui a mi casa, me levanté en la mañana en donde vivía, que era Villaruel y Juan B. Justo, y veo en el quiosco la tapa de Crónica que decía: “Murió Martiniano Pereyra”. Bajo de casa a las dos y media de la tarde, miro la 5ta edición, y un tipo en una estación de servicio, laburante de ahí, cagándose de risa mostrando el diario de la mañana. Era Martiniano Pereyra.
SUS AÑOS EN EL GRÁFICO
Guillermo observa con atención la mesa del archivo en donde se concentran algunas de las más de cincuenta notas que llevan su firma y se sorprende: “Yo te he hablado de la intensidad de Crónica, pero entre el 77 y el 82, que estuve en El Gráfico, periodísticamente yo veo esto y a mí me parece mentira que lo haya escrito”.
Mira con atención la nota publicada el 3 de noviembre de 1981 que llevó por título “La guerra del juego-ciencia…ficción” y que narró los increíbles entretelones de la final del Mundial de Ajedrez disputado en Merano, Italia, entre Anatoli Karpov, de la entonces Unión Soviética, y Víktor Korchnoi, también soviético pero representando a Suiza.
-¿Por qué creés que iba El Gráfico a cubrir la final del Mundial de Ajedrez?
-Porque el deporte sin El Gráfico no hubiera sido deporte. El Gráfico sabía el lugar que ocupaba. Y además era un campeonato mundial, era una nota distinta. Y acá tenías el plus del ajedrez, que en ese momento era muy jugado en Argentina, y muy leído.
- ¿Qué fue lo más sustancial de esta cobertura?
-Lo extra deportivo, que tenía que ver con la guerra de los soviéticos y los occidentales. Viktor Korchnoi jugó para Suiza siendo disidente y Karpov era Moscú, lo soviético. Estaban de la KGB y estaba la policía suiza que cuidaba a Korchnoi. Ellos ni se saludaban y hasta habían puesto una tabla en el medio de la mesa para que no se toquen las rodillas. Una cosa que recuerdo de haber escrito la nota, y que me caracterizaba a mí, es que muchos finales de mis textos, buscaban una unión, una reconciliación. Y el de esta crónica lo tenía.
El cierre de dicha nota decía: “Quizás, también, el hijo de Anatoli Karpov y el que puedan tener algún día Igor Korchnoi y Natasha Pasikova, se encuentren frente a un tablero y, al final, gane quien gane, se estrechen de la mano y partan juntos”.
Guillermo asiente y agrega: “La mayoría de las notas proponía juntar esa cosa que parecía imposible, casi idílica de pensar que el mundo fuera uno solo”.
- ¿Cada vez qué proponías una nota, te decían que sí?
-En general, sí. Pero lo que pasa es que no era yo solo. Estaba lleno de periodistas de oficio. También había eminencias como Juvenal: nunca leí una persona que explicara tan bien el fútbol como él, así como tampoco hubo otro como [Osvaldo] Ardizzone para la cuestión humanística. Aprendí mucho de los dos, más de Ardizzone. A mí me gustó el fútbol y soy futbolero, pero era más de la escritura, y Osvaldo te hacía cabalgar en los tres puntos suspensivos para seguir la idea que tenía. Él no la terminaba. Dejaba los puntos suspensivos para que vos siguieras. Y alguna vez le robé, en el buen sentido, algo de eso. Después hubo otros también: yo lo respetaba mucho a [Ernesto] Cherquis Bialo por la exactitud y el estilo que tenía, más del periodismo americano. Además, Cherquis hizo a su manera a uno de los grandes periodistas del boxeo que fue Carlos Irusta.
Otra de las notas más recordadas fue la que apareció el 20 de marzo de 1979 con el título de “300 kilómetros de puro fútbol” en la que su protagonista fue César Luis Menotti, técnico campeón del mundo con Argentina pocos meses antes, quien manejó en su auto hasta Funes, en Santa Fe, con Guillermo a su lado. El objetivo era que le dijera los nuevos nombres que formarían parte de la Selección Nacional.
-Contanos cómo hiciste con Menotti para que te lleve a Funes. Hoy hasta parece irrisorio llamar a Scaloni para que viaje a Pujato y que maneje él.
-Esa nota te muestra lo que era la relación personal y la relación periodística. Fue hecha en marzo de 1979, se estaba haciendo la nueva Selección, y no me dio un solo jugador nuevo. No le entré por ningún lado los 300 kilómetros que hicimos, donde el ex suegro tenía una quinta.
- ¿Y cómo lo convenciste?
-Él tenía mucha relación con El Gráfico. Y en ese momento había además una relación personal pero más con la revista. A su vez exisitía una situación en que la revista estaba pareja con la Selección tanto en la cuestión comercial como en lo idea del deporte. Por ese lado venía la confianza. También nosotros siempre fuimos por lo futbolístico y coincidimos en ambas visiones, y tal es así que cuando dejó de existir esa coincidencia en la eliminación del Mundial '82, con [Juan José] Panno y [Carlos] Ferreira terminamos eyectados y El Gráfico se fue para otro lado.
-Si bien la línea periodística de El Gráfico respecto al fútbol de Menotti estaba paralela, ¿había discusiones dentro de la redacción, sobre cómo ver el fútbol?
-En general se daba una convicción más que nada, tampoco Menotti había inventado el fútbol. De alguna manera lo había rescatado, y fue un mojón más de lo que era el estilo argentino que muchos se empecinaron en desvirtuar y decir que no existía, sobre todo después del Mundial '82. El proceso comienza después del desastre de Suecia (1958), se rescata en la década del setenta con Huracán y con esta Selección y después vuelve a caer después del Mundial de España. Esa caída fue terrible, casi como la historia del país, pero en otros ámbitos. Es como que nada sirvió, que nada fue. Y encima, se gana el Mundial '86 y, como Argentina es un país para no ejercitar la memoria ni la autocrítica, así llegamos.
- ¿Cómo fue hacer la nota con Diego y Di Stefano?
-La nota que hicimos fue maravillosa por la predisposición de ambos, fue publicada el 21 de octubre de 1980, poco antes de que Diego pase a Boca. Recuerdo que primero hicimos un almuerzo en un restaurante llamado La Ronda, que estaba por Avenida San Martín, y cerca de ahí había una placita donde hicimos la nota. Fue un encuentro muy emotivo que tuvo una situación que me quedó por un gesto de Diego. Como él ya era muy conocido se juntaron muchos chicos en ese restaurante a pedirle un autógrafo o un saludo, por todos lados estaban. Y mientras todo eso pasaba, Alfredo estaba ahí mirando. Entonces Diego levantó la voz y dijo: “Esperen un poco, esperen un poco, yo ahora sigo, pero antes de irse Don Alfredo, por favor, ¿no me firma un autógrafo?”. Se dio cuenta que nadie le estaba pidiendo algo y él quiso ser el primero. Bueno, Diego era así. Tenía un respeto mayúsculo por la historia.
La nota agrega lo que le escribió Di Stéfano al Diez: "Para este gran Pibe de Oro, Maradona, con mi afecto y simpatía, Alfredo Di Stéfano".
La figura de la Saeta Rubia reaparece y Guillermo comenta:
-Pocos meses antes yo había hecho otra nota con Alfredo en donde lo llevé a los lugares de su infancia y se puso a llorar. Él fue a visitar a su mamá y tomamos un té con la vieja que vivía en la calle Carabobo al 400. [Héctor] Onesime me dijo que el material de la nota era como para varias páginas, pero en la edición solamente salieron dos o tres, incluido una serie de consejos que había dado en la Escuela Técnica de la AFA. En la nota recorrimos las calles de la infancia y hasta nos fuimos a La Boca, a media cuadra de La Bombonera, donde vivía el abuelo. Cuando le propuse entrar, él no quiso.
El comienzo de la nota, publicada el 30 de junio de 1980, dice: “No, no puedo, no puedo…Moussy y Suárez, Alfredo Di Stéfano deja que la vista recorra ese interminable pasillo de zinc, y la mirada se frena en la higuera: “De afuera, sí, pero no puedo entrar, nunca más lo hice…” En los años ’30, ése era el reinado del abuelo paterno, y la higuera por entonces se transformaba en el juego más ansiado por Alfredito, el nieto movedizo, vago y liero. “En el horno del fondo el papá de Tita Merello hacía unas pizzas barbaras. Ellos vivían por la salida que da a Suárez. ¿Sabes que “sacas” eran éstas en aquellos tiempos?”. Un pañuelo le seca los ojos”.
Guillermo concluye: "Yo recordé esa imagen y a la nota le puse de título:“El día que a Di Stéfano se le escapó una lágrima” y conté eso”.
- ¿Qué tenía El Gráfico, durante tu experiencia, de diferente al resto?
-El Gráfico si tuvo algo, más allá de los vaivenes políticos y demás, fue el respeto por lo que vendían, que era periodismo. Había que ir a cualquier lado, e ibas a donde tenías que ir. Donde no iba nadie, El Gráfico estaba, como por ejemplo acompañar a Boca a Costa de Marfil. Es de cuando Diego me dijo que no aguantaba más el fútbol. La primera vez que Diego quería abandonar la actividad me lo confió a mí en el aeropuerto de Lagos, Nigeria.
DIEGO
-¿Por qué te dijo que quería dejar el fútbol?
-Porque estaba cansado, agobiado, por el foco que le ponía la gente, la presión de todo el lugar. Él quería jugar solamente, él quería los Cebollitas. Él siempre que estuvo mal quería volver a los Cebollitas. Siempre.
La confianza de Diego con Guillermo no sólo se plasmó a la hora de dejarle esas confesiones, sino que también creó un ambiente laboral y pudo ser su Jefe de Prensa durante tres años, hasta fines de 1985, cuando decidió volver a Argentina. En marzo siguiente presentó el que sería el primer libro sobre Maradona, en donde contaba su vida y trayectoria, poco antes de su actuación histórica en el Mundial de México. “Yo le dije a Diego de hacer un libro juntos para que no tuviera que indemnizarme nada. Y me dijo: ‘No, no tengo ganas. ¿Por qué no lo haces vos?’ Y lo hice: ‘Diego. Il Uomo, Il Mito, Il Campione’es el título.Y él vino a la presentación”.
- ¿Cuál fue tu primer contacto con Diego?
-A fin de 1973, regresada la democracia, llegó la invitación para los Juegos Evita que volvían ese año, y al que nadie quería ir. Los más avezados, los más viejos, querían irse a la casa para pasar fin de año. Eran las once de la noche de mediados de diciembre y había que decidir quién iba, y el jefe me mira y me pregunta “¿Vos qué haces?”, y yo dije: “Nada, nada, yo puedo ir”. Ahí conocí a Diego. Eso es casualidad y causalidad también. A mí me asocian con Diego pero (y no es pedantería) lo de él fue una parte solamente. Es como que queda relegado de esto que es mi vida. En aquel momento, yo laburaba en Crónica y Crónica fue mi mejor escuela para llegar a El Gráfico, porque era la dinámica pura, era el periodismo a la enésima potencia.
- ¿Y qué era El Gráfico en ese momento?
-El Gráfico era el nombre, el título y los periodistas. A partir de la época nuestra es como que se colectivizó. Se hizo un gran equipo que para mí fue, no quiero decir el último, pero sí de los últimos grandes. Fue el que cayó después que nos fuimos tras el Mundial de España. Con el envión y con algunas nuevas incorporaciones, llegó al Mundial '86 que si no se hubiera logrado, por ahí no estaríamos hablando de muchas cosas, ni siquiera de Maradona.
-Rescatanos algo que te llevás todo el tiempo tanto de Menotti como de Diego.
-De Menotti, la historia en términos generales; en términos individuales, su personalidad y las condiciones futbolísticas; gustos compartidos como la música y la poesía, fundamentalmente eso también; abrirme un poco del deporte para ver que en la vida había otras cosas. Eso fue muy importante porque me enriqueció a mí para el deporte también. Y con Diego me pasa una cosa que me cuesta decirlo porque pareciera que es pedantería y no lo es para nada. Voy a decir algo que es muy difícil de entender, pero Diego me conoció a mí. Él y yo llegamos a nuestra meca juntos. Yo entro a El Gráfico en 1977 y Diego recién había debutado en Primera. Yo iba a la casa de la familia y, además de mí, iba El Gráfico. Se juntaba todo, se fue dando. La relación con Jorge [Cysterpiller] fue muy importante porque en aquel momento era el Otro Yo: Jorge era afuera lo que Diego era adentro. En el medio de todo eso, yo estaba ahí, y después me toca la nota con Pelé, Rummenigge, los fines de año, las notas anuales, los cumpleaños. Se fue dando una relación, pero no sólo con Diego sino también con su familia, porque me tomaron como uno más de las tantas veces que los vi. Y ahí ya no era El Gráfico: era yo. Lo que tuvo Diego conmigo fue siempre una sensación de mano a mano: nunca fue Maradona para mí. Es más, nunca le dije Diego, le decía Pelu. Me salía. Un día muy especial para mí fue cuando llevamos juguetes para repartir a los pibes en Fiorito. Estar en el patio donde nació él y ver eso fue muy fuerte.
-Y después de todos estos años, ¿podés decirnos qué era Diego?
-Para mí, Diego era un pibe de ocho o nueve años que un día se le ocurrió armar un barrilete con papel de diario en la esquina de Azamor y Mario Bravo, en Fiorito. Lo armó, le puso Maradona, agarró cola, un piolín y se puso a correr, gambeteando piedritas un día de mucho viento. ¿Qué pasó? El barrilete se le fue arriba con él incluido. No lo pudo bajar más. Y él tirando, tirando, pasó una nube, pasó otra, pasó todo. El barrilete se fue arriba, conoció la gloria, el drama, lo lindo, lo feo: todo lo que te puedas imaginar lo vivió ese barrilete por el mundo entero. Hasta que un día, coleando, ya todo desvencijado, se lo vio ahí al barrilete que caía trastabillando por La Plata. Y dentro de lo inmenso que es el planeta Tierra, ese barrilete había elegido caer a solo 50 kilómetros de donde había salido.
-¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
-La última vez que lo vi fue cuando murió Chitoro [Don Diego Maradona]. Estábamos cenando con Fernando Signorini (una persona que fue fundamental en su vida para postergar su caída de alguna manera y que lo ayudó cuando él ya no podía) y decidimos ir al velorio. Estaba el Negro Enrique con él, lo abrazó a Fernando, nos miramos, nos saludamos y me dijo: “Hola Guille”. Cuando doy un paso atrás, se me dio por mirarlo a los ojos y me pareció que él no estaba ahí, que el verdadero Diego estaba adentro de ese cuerpo y que no podía salir. Eso ocurrió en junio de 2015.
EL AHORA
-Contanos un poco también lo que estás haciendo ahora con la recuperación de tu historia con Diego
-Como nunca fui mediático ni tampoco fui como otras personas que tuvieron sus historias, ahora estoy comenzando a dar charlas por todos lados: me han llamado de Río Grande, Perú, Catamarca, La Rioja, y esas charlas son sobre mi experiencia, mis vivencias con él. Y si me da el cuero y tengo tiempo y motivación, me gustaría escribir algo más porque me parece que hay una parte que es todo esto [señala las notas en donde estuvo presente en El Gráfico] que todavía no está sellada en un libro, ni documental ni nada. Hay una historia no contada, que es la de este periodismo y que es interesante.
-Un periodismo que era un oficio.
-Sí, y además un periodismo que existía cuando la pirámide era invertida, en donde lo más importante estaba arriba, siempre refiriéndonos a medios escritos. Ahora vos en las redes agarrás cualquier cosa y lo más importante está abajo, si es que está. Generalmente se ve un desprecio y una irrespetuosidad por el oficio, adoptando un título que no tiene nada que ver con su contenido y que además es tendencioso. [Ernesto] Cherquis Bialo mencionó hace poco que el periodismo había muerto. Yo creo que morir, no se muere nunca, pero algo parecido a eso es su estado actual. Y faltan varios más que lo rescaten porque el periodismo es una manera de vivir. Y yo lo digo tomando de ejemplo a El Gráfico. El deporte sin El Gráfico no hubiera sido lo que fue. De ninguna manera.
La charla entre Guillermo y El Gráfico duró un largo rato más: el encuentro histórico entre Diego y Pelé, que el mismo Guillermo organizó en 1979, ocupó varios minutos. Solamente el entretelón de esa reunión merece otra nota que se publicará en breve.
Foto de portada e interiores: Archivo El Gráfico