OSCAR RUGGERI: “PARA RESPIRAR NECESITO EL FÚTBOL”
En el día de su cumpleaños, repasamos un mano a mano de 1999. Un hombre y su imagen, la del duro ganador de mil batallas, la del guapo, la del fuerte, también aparecen la risa, la memoria, la nostalgia y la ilusión.
Discutíamos la duración de la nota, mitad en serio, mitad en broma.
–En serio, media hora. Siempre como con los jugadores.
–No alcanza, Oscar.
–Qué no va a alcanzar, ¿vas a escribir un libro?
–No, pero media hora no alcanza. Va a salir mal, van a faltar cosas... Va a salir mal.
–Dale, dale, me vas a hacer llorar...
Justo. Ni adrede, sentados aquí, como estamos, en el pequeño living de la concentración de San Lorenzo. Mediodía de sábado y de frío, viento duro, obstinado que –uno se imagina–, conforman el marco adecuado para el mal momento del equipo y sus derrotas recientes, el equipo y sus ilusiones achicadas. Viento y frío. Y el final de la última frase, “... me vas a hacer llorar...”.
–Nunca te vi llorar, ya que lo mencionás.
–Me cuesta, soy como mi viejo en eso, debe ser algo de adentro. Las pocas veces que pude llorar fue estando solo, cuando murió mi abuela por ejemplo. En el velorio me iba a un costado, de vez en cuando, y lloraba.
–¿Por qué es?
–No sé, por vergüenza o por falta de personalidad en eso. Me gustaría llorar cuando tengo ganas, me encantaría darme esa libertad, pero no puedo.
–Por ahí se te metió demasiado el rol de duro...
–Sí, es posible. Son esas cosas que te pone la gente, que las saca de alguna actitud que uno tiene en la vida. Y mismo los periodistas. Bueno, quizás uno termina interpretando un personaje sin darse cuenta.
–Mencionaste a tu viejo. ¿Cómo era?
–Camionero, llevaba piedras al norte, adónde no sé. No lo veíamos dos, tres meses. Era serio, nunca nos pegó, ni una vez y el fútbol le interesaba más o menos. La verdad es que nos educó mi vieja.
–¿Cómo?
–Nos metía a los tres unas palizas bárbaras; yo por dentro la reputeaba, decía, ¿cómo nos puede pegar así? Hoy le agradezco la rigidez que tuvo, y la entiendo porque estaba sola con tres varones, la guita alcanzaba pero justo y me parece que otra manera no había. Nunca anduvimos mal vestidos, pero hasta ahí. Y tener dos hermanos mayores a la larga también me ayudó, en una de esas cobraba pero nunca me voy a olvidar que en casa todos trabajaban menos yo. Un trabajo solo tuve.
–¿Qué hacías?
Se ríe, por primera vez durante la charla, mientras Gorosito, Passet, Galetto y todos los demás van pasando camino al almuerzo. “Era cobrador en bicicleta de una optica, óptica Ferrari. Les cobraba las cuotas a los clientes y me daban el 10 por ciento. ¿Sabés qué hacían mis hermanos? Compraban artículos de limpieza, los metían surtidos en unas bolsitas de nylon y los vendían por la calle.
–¿Y la vida en el pueblo?
–¿Vos naciste acá, no? En un pueblo estás esperando el sábado para ir al cine o a bailar; pero a bailar mi vieja no me dejó hasta los 16 años. Al cine sí, con un vecino, solo tampoco. Algunas veces íbamos a Rosario a ver a mi abuela, y nada más. No había mucho.
–Digamos que te quedaba la pelota...
–Sí, sacando las horas de la escuela lo demás era fútbol, desde que me acuerdo. Allá era una casa, un campito, una casa, un campito, así que para jugar sobraba espacio. Me enloquecía, no pensaba en otra cosa; para mí el fútbol fue una locura siempre.
Una vez le dijeron que no podía jugar más, el doctor Isursu, “o un apellido parecido”. Le dolía la cintura, tal vez por el nervio ciático, le dolían la espalda y las piernas al pibe de 14 años, alto y flaquito. Doña Hilda, encantada con el diagnóstico, lo convirtió en sentencia inapelable. Pero... Venía la final del Campeonato Evita de 1976 y Corralense, de Corral de Bustos, estaba clasificado para disputarla en Marcos Juárez. “Quédense tranquilos, no voy a jugar; pero tengo que ir en el micro con los chicos, los tengo que acompañar”. La noche de la vigilia, bien noche, Oscar Alfredo Ruggeri salió de la casa, fue hasta el camión y metió en el hueco de una rueda trasera, camiseta, pantaloncito, botines. La mañana siguiente recogió sus cosas, viajó y jugó, por supuesto. ¿Si ganó? ¿Usted qué cree? Unos días después, en Rosario, el doctor Aparicio le dio una inyección que terminó para siempre con el dolor. Todo estaba listo para empezar la gran historia.
–Oscar, ¿cómo fue lo de Boca?
–Una tarde estaba con Genaro en la pileta del club Sporting y llegaron Perassi y Agüero, que andaban mirando jugadores del interior. Nos dijeron si queríamos probarnos, que ahora estaba Román a cargo de todo. Yo ya había estado un tiempo antes pero quise probar de nuevo. Vinimos los dos en un rastrojero, dimos como mil vueltas y al final llegamos a La Candela. Genaro quedó enseguida, era buen arquero. A mí me costó más.
–¿Qué te costó?
–Me ponían con los de Tercera y la verdad no la tocaba. Después me pasaron con los de sexta y empezó a ser distinto. Salimos campeones. Yo estaba a préstamo y a fin del ’79 compraron el pase. No me acuerdo, me parece que 6.000 pesos, o 60.000, algo con seis era; lo que mi acuerdo es que con esa plata Corralense le puso los azulejos a la pileta de natación.
–Después pasaste de Quinta a Primera.
–Me puso Rattín. Se habían desgarrado Capurro y Tesare, Mouzo estaba con hepatitis, Bachino no me acuerdo, bueno no tenía otro. Me preguntó lo que preguntan los técnicos, si me animaba, y yo le contesté lo que contestan los jugadores, que sí. Fue contra Newell´s y ganamos 3 a 0, y a la fecha siguiente perdimos 2 a 1 con River en el Monumental. Lo marqué a Luque.
–¿Te pasó lo que les pasa a casi todos los debutantes?
–¿Lo del bajón?
–Sí.
–Me pasó en el tercer o cuarto partido, que es cuando tomás conciencia, como le pasó al pibe Romagnoli ahora con nosotros. Yo me pude recuperar y ya en el ’81 fui titular y campeón, en el equipo de Diego y Brindisi.
–Después la Selección.
–En el ’83.
–Y la historia más conocida.
–Sí.
La primera pelota del Cabezón fue de goma, con rayitas, comprada en sociedad por los tres hermanos. En la casa había un patio. Y una ventana que daba a la cocina, con vidrios, claro. De algún pie salió el remate desatinado, la de goma con rayitas cruzó el vidrio y como un milagro se zambulló en el “hervidor de la leche”, según dice Oscar. Rumbo a la muerte, se zambulló. Mamá no repartió sopapos esta vez. Convocó a los tres a la cocina, puso a la intrusa sobre la hornalla y la quemó a fuego lento, con ellos como testigos.
La segunda fue de cuero, número 5, a cambio de un álbum de figuritas completado con esfuerzo. Nadie la puso, jamás, a cocinar.
–Los primeros seis meses en La Candela fueron terribles para mí, ahí sí lloraba. Hacía quinto año en una nocturna de Ciudadela porque me había comprometido en casa, fue la condición para que me dejaran venir. Pero extrañaba todo. Sufrí un poco, me imagino que igual que tantos pibes que vienen de afuera.
–¿Pensaste en irte?
–No, había venido para jugar en Primera.
–¿Qué te compraste antes, la casa o el auto?
–Un departamento en Lomas del Mirador, entre San Justo y Ramos Mejía. Calle Villegas 195. Y me fui a vivir ahí con dos pibes que jugaban conmigo: Aldape y Gallego. Me lo compré con premios, porque prima no tenía y el sueldo era bajo.
–¿Auto no?
–¡Ah no! Un Taunus ’81, cero kilómetro. Lo que pasa es que no sabía manejar, así que bajaba del departamento a la puerta de calle, lo ponía en marcha, me quedaba un ratito sentado, lo apagaba y subía de nuevo.
–¿Eso cuánto duró?
–Y... Bastante. Un día me largué, tenía un Registro de Corral de Bustos que era increíble: un papelito con un sello de la Municipalidad. No pasó nada, le hice un choquecito solo.
–¿Ya conocías a Nancy?
–La conocí en ese tiempo, una tarde nos estábamos muriendo de calor en el departamento porque se había roto el aire acondicionado y nos fuimos a la pileta Acapulco, en San Justo. Y bueno, me la presentaron, a la familia, tomamos mate, quedamos en vernos y estuvimos seis años de novios. Me casé en el ’88, antes de ir a Logroño.
–De River...
–Claro.
–¿Cómo fue de verdad tu relación con Menotti?
–Buena. Estuvimos haciendo la pretemporada en el Hindú Club.
–No es lo que se dice, en realidad.
–Yo te digo lo que fue. Vine de la Selección y Menotti me llamó, me dijo: “A usted lo dirige Bilardo y yo tengo problemas con él, pero no con usted. Acá lo vamos a preparar para que rinda en River y para que vuelva a la Selección mejor todavía de lo que está ahora”. Yo no me metí nunca en el problema entre ellos y lo que digo es que es una lástima todo lo que pasó. Hay gente que les dio manija, muchos periodistas también, y ellos no hicieron nada para evitar o para arreglar. Pero conmigo Menotti ningún problema, estuvimos ese mes y nunca más.
–¿Cuánto tiempo estuviste en la Selección?
–Once años.
–¿Te sentías medio patrón?
–Me sentía como un referente importante, alguien que había dado todo por mucho tiempo.
–Porque un día, en cuanto asumió Passarella, dijiste que ibas a voltear el portón de la afa en Ezeiza con la Pathfinder...
–Lo dije en broma, totalmente, pero en cuanto lo dije me di cuenta de que iba a ser un lío. Nunca fue una cosa ni medianamente seria.
–¿Sos amigo de Passarella?
–No, pero menos soy enemigo. Nos hemos llevado normalmente y fuimos compañeros en la Selección. De pibe sentí mucha admiración por él, y por Mouzo también.
La primera vez que el Cabezón vino a probarse a Boca lo hizo con otros cuatro chicos de Corral de Bustos, en la época de Grillo y Gandulla al frente de las inferiores boquenses. “Estábamos los cinco y nos pusieron un viejito que nos acompañaba a todas partes. Fue increíble, nos metió terror, nos decía que si uno se perdía en Buenos Aires no lo encontraban más; así que íbamos por la calle como atados, apretados... ¿Y el subte? Nos dijo que subiéramos rápido, que las puertas se abrían y se cerraban enseguida. Cuando paró nos tiramos adentro, quedamos todos en el suelo, la gente no entendía nada y yo me quería morir”.
–En México, hasta dos o tres días antes del partido con Corea, Passarella jugaba y yo también, después se enfermó, me acuerdo que íbamos a la clínica después de jugar para verlo, para gritar con él. Después tuvimos poca relación, pero ahí estuvimos muy cerca. El dormía con Brown y yo con Almirón en las piezas que habían hecho de última. Le decíamos la isla, estaba como a 200 metros de la casa principal. Eran tres, en la otra estaban Valdano y Trobbiani. Lo que nos reímos con Valdano, vino con dos valijas, una de pilchas y otra de libros. Jorge fue muy importante en todo sentido, terminamos teniendo un grupo bárbaro.
–¿Por qué decís “terminamos”?
–Porque al principio estábamos más o menos; pero antes de debutar armamos una reunión que sirvió porque cada uno dijo todo lo que tenía que decir. Y hubo otro hecho importante, antes. Era el cumpleaños de un allegado, un amigo que venía con nosotros a todas partes; pusieron rock y Bilardo empezó a bailar, se tiró al piso, el Negro Enrique también... De repente estábamos todos cantando “es el equipo del Narigón.” Ahí empezamos a meternos.
–A fin del año pasado tomaste una decisión.
–Sí, en el fondo me sentía muy incómodo con el trabajo de empresario. Me iba bien, iba a tener buenas posibilidades, pero me faltaba algo. Estaba tranquilo, me parece que demasiado tranquilo.
–Entonces no te costó dejarlo y ser entrenador.
–No, el día que pisé acá con el buzo puesto respiré de nuevo. Decidí enseguida.
–¿Qué es lo malo de este trabajo?
–Habrá otras cosas, lo que veo hasta ahora es que hay que tomar decisiones terriblemente difíciles con tipos que fueron compañeros de uno. Acá hizo falta hablar rápido pero se entendió muy bien y en ese sentido jamás tuve inconvenientes.
–¿Vas a seguir siendo técnico?
–Sí.
–¿De San Lorenzo?
–Creo que sí.
Cuando estudiaba quinto año, en Ciudadela, Oscar tenía 17 años y todos sus compañeros treinta, cuarenta. “Me invitaban a tomar algo después de clase, a jugar al pool... Nunca fui. Román me esperaba en la puerta para llevarme a La Candela, pero además a mí no me interesaba ir, prefería cenar, dormir y entrenar al día siguiente. Tuve un profesor increíble, era de Instrucción Cívica. De Boca. Me amaba el tipo, me hacía dar la clase a mí y tomar lección a los otros. No sabés lo que me reía, se escondían todos, me hacían que no con el dedo. Yo metía un poquito de suspenso y los llamaba al frente. Aprobó toda la clase.
–Oscar, ¿sos amigo de Maradona?
–Nunca fue fácil ser amigo de Diego por todo lo que movía y mueve esa bestia detrás suyo. Hablábamos bastante, igual, aunque al lado de él nadie existiera. Pero para el grupo era 100 puntos, contagiaba a los demás de todo lo importante.
–¿Después hubo algún cambio?
–Él buscaba la paz y no lo dejaban. Nos hizo felices a todos y yo digo que se merece que lo dejen ser feliz. Lo mejor que le puede pasar es su familia.
–¿Y el fútbol?
–No puede estar afuera, por lo que representa hasta presidente de la AFA podría ser. Pero bueno, eligió un camino y ahora está tratando de salir, y lo digo públicamente porque él mismo blanqueó la situación, que es una manera de pedir ayuda. Pero en mi opinión esa ayuda se la pueden dar solamente los que lo quieren de verdad: su mujer, su familia, sus dos hijas. Nadie más.
–¿No te molestaron algunas cosas que dijo de vos, por ejemplo que no te olvidaras que habías sido jugador?
–No, porque uno se da cuenta que no es él, cuando las dice. Diego es un tipo con sentimiento, mucho sentimiento, en lo material y en lo espiritual. Te regala un reloj de oro pero también es capaz de darte su tiempo, una palabra de apoyo... Yo no me olvido de cómo hablaba con los pibes ni de todo lo que hizo por los jugadores de fútbol argentinos. Ojalá que esté bien.
Se casó en tres días, de un domingo a un miércoles, después de seis años de noviazgo. “Un domingo me avisaron que me había venido a buscar Logroñés y fui a hablar. Apareció Jesús Martínez con un señor que me hablaba. Yo creía que se llamaba Logroñés, ni sabía que había un club con ese nombre. Un quilombo, yo quería plata y él me quería poner una bodega en Buenos Aires, me quería pagar con vino. Al final aceptó. Le dije que había otra cosa, que tenía que contratar a Alzamendi. El tipo ni sabía quién era. Le insistí y nos fuimos con Antonio, le hicieron un contrato bárbaro. Bueno, la llamé a Nancy y le dije que antes del jueves nos íbamos a España y nos teníamos que casar. Nos casamos el miércoles”.
El señor español de la historia se llamaba Marcos Eguiazabal. De su mano Oscar Ruggeri llegaba a Europa, al cabo de haber jugado en Boca, River y la Selección, campeón con las tres camisetas. Logroñés, Real Madrid –campeón de nuevo–, Vélez, Ancona de Italia, América de México –otra vez campeón–, San Lorenzo –el título de 1995–, Lanús. Ahora entrena, y como siempre, despierta expectativa.
–Me fui de la cancha de Boca con bronca y odio, pero al día siguiente tenía más ganas de trabajar todavía. En esto gana uno solo y festeja un poco el que se salva del descenso, los demás somos todos perdedores.
–¿Te habías ilusionado seriamente?
–Todos nos ilusionamos. En el verano lo escuché a Marchetta, en Platense, y él pensaba que estaban para los primeros cinco, seis puestos. Y es natural, te ilusionás, no hay nada que hacer. Nosotros ganábamos jugando regular y yo creí que a los jujeños les íbamos a ganar también. Fue un cachetazo durísimo.
–¿Peor que el de Boca lo sentiste?
–Peor, porque uno sabe que los clásicos son abiertos. Hizo menos daño perder con Boca que perder con Gimnasia y Esgrima de Jujuy en cancha nuestra.
–¿Y la relación con Miele?
–Cuando vuelva de Estados Unidos charlaremos, pero ya hablamos por teléfono y me parece que va a estar bien. Todos nos equivocamos, lo importante es que cada uno asuma su parte y así puede funcionar.
–¿Vos qué vas a hacer?
–En principio, quedarme. Me dan lo que pido, hay organización, plantel, buen trabajo de inferiores...
–¿Refuerzos?
–Supongo que sí, pero es temprano para hablar. Alguno vendrá.
–Y alguno se irá.
–Como es normal. Ayer quedaron libres Ledesma, Arbarello y mi sobrino.
–¿Dejaste libre a tu sobrino?
–Si, acá no tenía posibilidades, en otro club va a poder mostrarse.
–Entonces te quedás...
–Si no pasa nada raro, supongo que sí.
Nos levantamos, pasaron casi dos horas. Ya está bien. Se va a almorzar comida recalentada, el hombre que levantó todas las Copas, pero no puede llorar. El hijo de la mirada severa de Natalio y de la mano severa de Hilda, el profesor de Instrucción Cívica que iba al cine con un vecino, el que vio morir en la hoguera su pelota de goma y después se compró un auto sin saber manejar.
El hermano de hermanos mayores, el furtivo campeón de Marcos Juárez, el esposo de Nancy, que se casó cuando no lo esperaba y después de esperar mucho.
El hombre incapaz de llorar ante los hombres, el que este mediodía, al menos pudo reír.
Por JOSE LUIS BARRIO (1999)
Fotos: Archivo EL GRÁFICO