2002. Las vueltas de Comizzo
En su tercera etapa en River, Ángel David Comizzo a los 40 años conseguía su tercer campeonato y repasaba las buenas y las malas, las partidas y los regresos en el club que aprendió a querer de pibe.
“Son las cosas de la vida, son las cosas del querer.
Son las vueltas de la vida, son las vueltas de David.”
Siempre estuvo volviendo Angel David Comizzo. Podría decirse que desde aquel primer contacto con el mundo rojiblanco fechado el 14 de julio de 1984, cuando un Monumental respetuoso lo despidió con aplausos tras una destacadísima tarea en el arco de Talleres que sólo pudo ser vulnerada por un tal Francescoli en el último minuto, entre Flaco de Reconquista y River existió una atracción irresistible que los obligó a mutuos pactos de reencuentro, por todo y a pesar de todo.
Cuatro años después de aquel primer flashazo, se abrazaron por primera vez. Y fueron felices una tarde de 1990, la del primer festejo grande. Se despidieron por un tiempito, un año más tarde, y su estadía en México debió interrumpirse abruptamente porque Daniel Passarella no acertaba con el arquero, no le encontraba reemplazante ni con Miguel ni con Passet, y entonces pegó el grito de auxilio para que volviera. Y Comizzo volvió. Y fue campeón otra vez en su primer intento. En aquellos tiempos, el título de la nota de El Gráfico sintetizaba con precisión el significado del nuevo logro. “La Reconquista de Comizzo” no sólo apuntaba a la ciudad de nacimiento del arquero (y donde se había concretado la entrevista) sino a un concepto más profundo: la reivindicación ante su entrenador. Pero el amor duró poco: el técnico lo colgó, se multiplicaron las versiones malintencionadas para justificar una determinación injustificable, y la historia entró en los capítulos más o menos conocidos. Pero aunque el hombre ya tuviera 30 años sobre el lomo no se dio por vencido y se juró volver. Dos veces pegó en el palo allá lejos y hace tiempo (1995) cuando en el timón del barco se encontraba su amigo Don Ramón, pero lejos de apichonarse apostó su ficha final en el amanecer del nuevo siglo. Y volvió otra vez Comizzo. Y dio otra vuelta olímpica, la tercera con River, para no romper la costumbre. Sana costumbre.
Las vueltas de la vida, las vueltas de David.
“Me acuerdo perfecto de esa tarde del ‘84. Atajé muy bien y ustedes me dieron como figura del partido con ocho puntos. Incluso en la jugada previa al gol de Francescoli me había mandado una volada bárbara para sacar la pelota al corner. Ese día, cuando abandonaba el campo de juego, me pasó algo parecido a lo que le ocurrió hace poquito a Iván Zamorano cuando vino con el América: me aplaudieron. Y ese día lo pensé, te lo juro: alguna vez este cemento coreará mi nombre.”
Comizzo evoca con nostalgia aquel instante de amor a primera vista, aunque bien podría decirse que el vínculo con River se remitía a su mismo debut en Primera División, porque no fue otro que Angel Amadeo Labruna quien le dio el bautismo oficial en el fútbol profesional. Y decir Labruna es decir River. “No llegué a conocerlo demasiado a Angel –revive el arquero–, porque al poquito tiempo de mi debut, se fue para Argentinos Juniors y, además, porque él se manejaba más con los grandes. De todas formas mantengo en mi recuerdo algunas imágenes imborrables. Las de nuestras vueltas en el colectivo a Buenos Aires, después de jugar algún partido, por ejemplo. Esos colectivos eran casinos ambulantes, de no creer. Yo no podía jugar porque era el che pibe, el cebador oficial, y además porque no tenía ni un cospel partido al medio. Después quedó una linda relación con Ana, su mujer. Ya cuando jugaba en River y ella se daba una vuelta por el club, hablábamos bastante, me reconocía de aquellos tiempos de Talleres.”
Curiosa historia la del Flaco Comizzo. A pesar de las señales que recibía desde el club del que fue hincha toda su vida (Labruna en el debut, los aplausos del ‘84), debió interceder el destino para torcer una historia que tenía otro rumbo.
–Yo venía de estar un año colgado en Talleres por haber agarrado del cogote a Amadeo Nuccetelli, el presidente. Cuando él se fue del club logré resolver mi situación. Ya tenía todo listo para seguir y surgió el interés del Millonarios de Colombia. Viajé a Buenos Aires para resolver las cosas y al día siguiente aparecí firmando en River. El Flaco Menotti me había pedido y se hizo todo de golpe. No sé qué pasó esa noche en Buenos Aires pero lo cierto es que al día siguiente yo aparecí siendo jugador de River.
–Entre Millonarios y River…
–Prefería River, sin dudas. Porque soy hincha y porque River era mi piso, mientras que Colombia era mi techo.
–O sea que por un par de horas tal vez esta historia de hoy no existiría.
–Exacto.
De todas formas y a pesar de la premonición de aquella tarde de aplausos, el “cemento” del Monumental se tomó un tiempo para corear su nombre. Comizzo entró en un equipo nuevo, repleto de nombres rutilantes, que demoró más de una rueda en ensamblarse. Mientras tanto, bendito achique que estás en los campos de juego, los delanteros llegaban de a 10 o 15 veces por partido a verle la cara mano a mano. Tenía que salir demasiado, y quedaba expuesto, como todo el equipo.
“Trabajaba un poco de bombero en aquellos tiempos –sonríe Comizzo–, apagando incendios. Igual yo jamás cuestioné una decisión de los técnicos, y ni hablar del Flaco Menotti, que para mí está en el pedestal de los entrenadores. Yo venía con muchos altibajos y la gente estaba impaciente. Después de la primera ronda de ese campeonato, a principios del ‘89, recibí un gran respaldo de Menotti, sin necesidad de palabras, pero lo percibí. Arranqué muy bien en el torneo de verano y de ahí en adelante no paré más. Enseguida vino ese partido famoso en la cancha de Boca, que empatamos 0-0 y después quedó para nosotros el punto extra cuando atajé tres penales. No lo olvido más. Aquella noche fue la primera vez que los hinchas de River corearon mi nombre.”
Cuando se le pregunta si siente que, así como se había ganado definitivamente a la gente en aquella noche de penales atajados en la Bombonera la reconquistó 13 años después en ese mismo estadio, Comizzo prefiere pasar y dejar el veredicto en el terreno de los hinchas. Pero algo de eso hay, sin dudas. Porque una vez consumado el retorno del arquero en el 2001, la gran mayoría de los simpatizantes miró hacia el costado y dudó: los 39 años de edad, el recuerdo de una etapa no muy auspiciosa en Banfield, la incertidumbre por su pasado reciente en el exilio mexicano. Y esas dudas se acentuaron ante un par de goles “bobos” (Palmeiras, Vélez), algunos rebotes inoportunos (Racing, gol de Bedoya) y otras tantas indecisiones en centros cruzados. Este año todo cambió. Y Comizzo fue lentamente transformándose en figura clave del equipo. En la Bombonera, la tarde-noche inolvidable del 3-0, el arquero levantó una muralla para asegurar el cero en los momentos cruciales del partido. Lo mismo ocurrió con el correr de los partidos. Los que dudaban, a partir de allí ya no dudaron más.
–El 3-0 fue un orgasmo, así de clarito. Nos queríamos quedar a vivir ahí, estábamos locos. Lo que sentí después del gol de Rojas es difícil de explicar. Y eso que no pude ver el gol porque lo fui a buscar a Cavenaghi. El Gordo había tapado el centro en la jugada previa y quedó tirado en el piso, con el hombro dolorido. Le estaba pidiendo que se levantara, que tenía que seguir poniendo huevo porque no había terminado el partido, cuando se desató el delirio. La única bronca de ese día fue que de la cancha nos tuvimos que ir directo a Ezeiza para embarcar rumbo a México, porque nos esperaba el partido con el América por la Copa. Era para morirse: una vez que le ganábamos a Boca, uno quería ver todos los programas deportivos de televisión, escuchar la radio, todo. ¿Sabés las ganas que tenía de ir al día siguiente al club y que me saludaran todos los socios? No me iba más del club, ¡eh!
–¿Cuál fue el primer diálogo que tuviste después de ese triunfo?
–Con mis hijos, porque habían ido a la popular y quería saber si estaban bien. Y aparte esperaba escuchar lo que finalmente escuché: que me lo merecía. Fue lo más grande que me pudieron haber dicho.
–¿No sentiste que hasta ese partido la gente tenía dudas sobre tu nivel?
–No, no, la verdad es que nunca me di cuenta de las dudas de la gente. Mi problema es que confío demasiado en lo mío. En su momento asumí los goles pelotudos que me hicieron porque son responsabilidad mía, del resto asumo la cuota parte que me corresponde porque esto es un equipo de fútbol, si pensara de otra manera mejor me dedico a jugar al tenis, que es individualista. Mientras forme parte de un grupo, de un equipo de fútbol, tanto los errores como los aciertos deben ser compartidos. Así pienso yo.
–La verdad, David, ¿creías que podías llegar al nivel que alcanzaste?
–Sí, sí, porque yo atajaba en este nivel en México. Por ahí la gente no pensaba que iba a atajar así, porque la gente mira más a Europa que a México. Para mí es un error.
–Volvamos al torneo: después de Boca empezaron a caer…
–Tuvimos un bajón, se puede decir que no jugamos como se venía acostumbrando a la gente. Levantamos otra vez contra Colón y en La Plata con Gimnasia jugamos un partidazo: un muy buen planteo táctico, jugamos con gran personalidad y con actuaciones excelentes, como las de Demichelis, el Lobo (por Ledesma), Ariel, Andrés y Cavenaghi. Andrés está queriendo entender en dónde debe tocar y en dónde gambetear para que no lo golpeen tanto. Apenas terminó ese partido, le di un beso al Gordo, como una muestra de cariño y agradecimiento. El Gordo aprendió que no sólo tiene que hacer goles, sino que hay que sacrificarse en beneficio del equipo, quizás eso antes le costaba un poco más. Hay muchos chicos jóvenes en el plantel. Ellos tienen la edad de mis hijos y justamente por eso, por mis hijos, muchas veces los comprendo. A veces me hacen enojar los guachos, como mis hijos, pero es todo pasajero, tengo una relación bárbara.
–En el torneo pasado una vez te enojaste fiero después de perder con Chicago.
–Es que se empezó a hablar de Boca cuando antes teníamos que jugar ese partido contra Chicago. Yo lo sabía, la experiencia me lo indicaba, no en vano peino canas. Pero ese campeonato lo dejamos escapar nosotros, cuando perdimos algunos puntos increíbles. Y también por alguna ayuda extra que recibió Racing, no nos engañemos. A Racing le podríamos haber ganado si no nos anulaban el gol en offside que no fue, tampoco me olvido de aquella muy mala actuación de Elizondo en Colón, de Martín contra San Lorenzo, del línea contra Chicago que también nos privó de un gol. Después de aquel 1-1 contra Racing estábamos muy mal: nosotros nos sentíamos superiores, lo habíamos demostrado en el partido, pero nos quedábamos con las manos vacías.
Ahora las manos ya no están vacías, el Flaco es campeón otra vez, aunque en la recta final haya tenido que sufrir más de la cuenta por un error infantil del que se arrepintió enseguida. Y justo en un partido decisivo en el que había vuelto a ser un actor principal del partido tapándole dos mano a mano a Estevez. Ahora que es campeón otra vez, ¡cómo no recordar el instante mágico en que se gestó su reivindicación tantas veces soñada y postergada!
“Yo creo que mi regreso se hizo posible porque fui capaz de soñarlo. Uno empuja desde el sueño, ¿no? Uno jamás puede perder las ilusiones ni los sueños porque si no no tendría sentido vivir. Cuando me llamaron a México por teléfono y me dijeron que estaba todo listo para volver, empecé a transpirar como loco, terminé con la camiseta empapada. Darío, mi hijo mayor, estaba conmigo en casa. A David, el menor, lo llamé porque andaba por León. Le dije que había llegado la hora de preparar el desembarco a River, que se había concretado ese sueño mío. El me contestó que le temblaban el teléfono, las piernas; que iba a llorar, que estaba feliz. Y pensar que él había ido conmigo al entrenamiento el día que me separaron del plantel en el ‘92, cuando tenía apenas 5 años. Pobre, no entendía nada.”
Sensaciones fuertes, irrepetibles: “El día que volví a entrar a una cancha con la camiseta de River, contra Talleres en Córdoba, sentí la misma emoción que el día que debuté, la misma”. Es para creerle.
“Son las cosas de la vida, son las cosas del querer.
Son las vueltas de la vida, son las vueltas de David”.
Por Diego Borinsky (2002).