1991. Osvaldo Soriano: “Un fana por siempre serás”
Se dice él, y con certeza, que es el más futbolero de todos los intelectuales argentinos Escritor de enorme éxito, aquí habla de Sanfilippo, su ídolo; de Maradona y del deporte con visión universal.
Osvaldo Soriano es un intelectual raro: sus libros se leen y lo apasiona el fútbol. Su quinta y última novela "Una sombra ya pronto serás" agotó 45.000 ejemplares en apenas unas semanas. A su vez, el fútbol lo atrapa tanto que confiesa, sin ruborizarse, que tratándose de San Lorenzo nunca pudo ser objetivo. Uno que lo conoce, sabe que prevalecen los recuerdos sobre las fantasías cuando en alguno de sus cuentos aparece el centreforward convirtiendo un gol o cuando narra el penal más largo del mundo.
—La vez pasada estaba firmando libros en una librería de Mar del Plata, se acercó un tipo de mi edad (47 años) y me dijo: "¿Vos no te acordás de mí?" Lo miré y pensé: ¿de dónde te puedo conocer? Inconscientemente repasaba las redacciones donde había trabajado pero no lo ubicaba. Él se dio cuenta que la mano venía difícil y me tendió una pista: "Yo era el que te ponía la pelota para que vos hicieras los goles". ¡Era José González! Un número diez que jugaba conmigo en Cipolletti, en tiempos en que nadie soñaba que Cipolletti podría, algún día, participar en los campeonatos nacionales.
—Fija con exactitud los tiempos.
—Habré empezado a los 13 años, en 1956 más o menos, y jugué hasta 1961.
— ¿De qué jugabas?
—De nueve, como los antiguos punta de lanza. ¿Te acordás?
—A la manera...
—A la manera que podía. Mi ídolo absoluto era José Francisco Sanfilippo y después venía Artime. También Cejas, el de Lanús, porque aparecía como el goleador virtuoso. Empecé a jugar en primera a los 17 años y no siempre de nueve porque también nosotros improvisábamos.
— ¿Cómo era tu relación con el fútbol grande, el que se jugaba en Buenos Aires?
—La relación la establecía la radio. Allá sólo se podía escuchar la onda corta o aquellas emisoras que transmitían en cadena. El recuerdo más viejo, desde que tengo memoria son los relatos de Alfredo Aróstegui, una voz culta, que gritaba el gol pero no tanto. A veces también escuchaba a Bernardino Veiga y alguna vez hasta a Lalo Pelliciari, pero me quedó la impresión de que su estilo no me gustaba. Yo seguía el fútbol a través de Aróstegui, de Veiga y esperaba la llegada de EL GRAFICO que para nosotros, los más chicos, era la Biblia. También recuerdo que el primer libro que leí en mi vida lo tuve que pedir por correo a la Editorial Atlántida: era "El diario de Comeuñas", de Borocotó, un ejemplar que todavía guardo.
Osvaldo Soriano pibe vive en Cipolletti, escucha a Aróstegui y Veiga, lee a Borocotó...
—Esos son mis recuerdos más lejanos. Después me sedujo la voz de un comentarista que imaginaba un tipo serio, inteligente: era Osvaldo Cafarelli. Un día le escribí una carta. No sé, tendría trece o catorce años y esa carta, pienso hoy, fue la primera pista de que yo quería ser periodista deportivo. Para entender esto hay que ubicarse en tiempo y espacio. Cipolletti no era lo que es hoy. Hoy vas en avión. Aquel Cipolletti no tenía asfalto ni librerías ni diarios. No había nada: era el Far West. Me contestó y en un viaje a Buenos Aires fui a verlo. ¡Había estado con Caffarelli! Tengo una deuda con él porque, aun sin conocerlo, seguramente al permitirme conocer una radio por dentro influyó mucho para que yo dejara el fútbol, me hiciera periodista deportivo y me gustara el oficio.
—La radio te acercaba todo un mundo de fantasías...
—Claro. La primera vez que me trajeron a Buenos Aires tendría unos trece años. Me llevaron a casa de una tía que vivía en la calle Venezuela. Yo quería conocer el Gasómetro. Para mí, el Gasómetro era todo un mito. Aróstegui decía que los palos de los arcos eran redondos. Me acuerdo siempre de eso: la única cancha que tenía los postes de los arcos redondos. Lo cierto es que no recuerdo quién me llevó pero de golpe todos mis sueños se hicieron realidad. Fui a ver a San Lorenzo. Entré al Gasómetro. Jugaba con Quilmes, creo. Ganó 1 a O y el gol lo hizo Sanfilippo. Yo miraba salir a los jugadores que conocía de las figuritas y cuando apareció el petiso me pareció ver a Jehová y a Mahoma juntos. Después agarró una sola pelota y fue gol.
—Y te lo dedicó…
—No, no, pero entonces no podía imaginarme que ese tipo iba a estar tan ligado a mi vida afectiva posterior, porque años después, cuando yo ya estaba radicado definitivamente en Buenos Aires volvió, canoso y todo, a jugar a San Lorenzo. Yo trabajaba en "La Opinión" y fui a hacerle una entrevista. Me temblaban las piernas. Le pregunté por qué algunos jugadores hacían goles y otros no. No lo sabía definir pero me dijo algo así: "Omar Higinio (por García, el centreforward que lo acompañó en el San Lorenzo campeón de 1959) siempre se asombraba: ¿cómo la metiste ahí? es imposible!, me decía. Y para mí no lo era. Yo veía el arco grande y Omar lo veía siempre chiquito.” Me pareció una buena reflexión porque me acordé de mi juventud, de mi pasado de goleador instintivo al que la pelota le quema y entonces, cuando recibe una, le pega al arco para sacársela de encima.
—¿Así que eras goleador?
—Era un nueve de punta. Alguna vez me pusieron de ocho pero fui un desastre. Para el nueve todo el panorama de la cancha se reduce al arco y las rayas. Si levantás la vista y tenés cuarenta metros por delante te querés morir. No sabés qué hacer. Eso le pasaba a los nueve de entonces y supongo que les debe pasar a algunos de ahora. Por lo menos eso es lo que pienso cuando veo jugar a Medina Bello o a Alfaro Moreno.
—¿Ganaste plata con el fútbol?
—No, pero después la gané fantaseando un poco con mi experiencia de futbolista. Eso ocurrió durante el Mundial de 1986. Yo estaba en mi casa de la Boca y me contrataron de "II Manifesto", de Roma, para que escribiera algunas historias. "II Manifesto" es un diario muy de elite, como lo fue "La Opinión" aquí. No tiene sección deportes pero no podían eludir el tema del Mundial. Por eso me pidieron que escribiera lo que quisiera y a mí se me ocurrió contar, en forma de cuentos, cosas que habían ocurrido cuando jugaba en Cipolletti.
—Por ejemplo...
—Un partido en el Far West. La gente de la Capital Federal no conoce lo que es el fútbol del Far West, el fútbol de aquellos tiempos. Vos llegabas a una cancha y el referí no estaba: se había mamado. Pero el partido se jugaba igual. Buscaban a alguien entre el público, se quitaba el saco y dirigía el partido. ¡Ni hablar de los linesman! Si hasta había equipos que jugaban con diez porque en el camino se había dormido o mamado alguno. Claro, había que recorrer treinta o cuarenta kilómetros entre un pueblo y otro. Esa era la razón por la cual muchos pibes de la tercera —y yo fui uno de ellos— se tiraban el lance de colarse en el camión que llevaba a los jugadores de la primera, porque por ahí faltaba alguno y se presentaba la oportunidad de jugar. Eso fue lo que me pasó. Un día falló el ocho y debuté como ocho. Otra vez faltó el once y jugué de once. Después volví a aparecer como ocho. Fue cuando uno me preguntó: ¿Y vos de qué m... jugás? De nueve, respondí. ¡Ah, ya me parecía que vos no eras ocho! me contestó.
Esas experiencias te sirvieron para escribir historias...
—Claro. Conté, por ejemplo, que había un pueblito —ahora ya es un pueblo grande— que tenía un equipo propio. Eran unas cincuenta casas pobladas por obreros que trabajaban en la construcción de un dique. Ellos mismos eran los que jugaban. Y eran malísimos. Pero de local no les ganaba nadie. La regla era que si perdían no salía nadie vivo. Y esa regla la respetaba hasta Cipolletti, que era el campeón. Los dos grandes del Valle eran Cipolletti, una especie de River de allá y el Boca, que era San Martín. Y los dos grandes, cuando tenían que jugar allá, daban los dos puntos por perdidos. Ni siquiera llevaban a sus jugadores titulares. Se contaba la leyenda de que una vez, por los años cuarenta, un equipo de Allen ganó 1 a O y se fueron con dos muertos de esa canchita.
—Allí nace la fantasía del escritor…
—No, pasaba realmente. Empezaban a festejar desde la mañana. Vos llegabas, y atendían bien, pero como se atiende a las víctimas. Faltaba que te preguntaran por tu último deseo.
—¿Cómo se llamaba ese equipo?
—Barda del Medio.
—¿Cuándo y por qué dejaste de jugar?
—Mi familia se mudó de Cipolletti a Tandil. Allí jugué en Independiente, un año, pero me fui desinteresando de a poco. No sé, empecé a conocer a otra gente, hasta que un día dejé con una frustración considerable porque uno siempre piensa que, en una de esas, podía llegar.
Soriano vivió en Europa desde 1976 hasta 1983. Dos grandes acontecimientos del fútbol argentino lo sorprendieron en París: el primero de los campeonatos mundiales ganados y el descenso de San Lorenzo.
—Del Mundial '78 tengo una imagen única, chiquita, como de película. Estaba en mi casa del barrio del Distrito 20, muy cerca del cementerio de Le Pére Lachaise donde está el Muro de los Comuneros. Esa imagen es una escena de televisión, una pelota que le llega a Kempes y que tarda como tres siglos en bajar. ¡No bajaba nunca! Yo estaba solo, sentado en la cama y finalmente empecé a gritar en un departamento de 30 metros cuadrados, en medio del silencio enorme que siempre existe en Francia. Lo que más sentía era no poder compartir esa alegría porque a mis amigos el fútbol no les gustaba. Me acuerdo que no vi el tiro de Resenbrik que rebotó en el palo. El relator francés insistió en que había pegado en el palo y yo me indignaba ¡No pegó un c. . . en el poste! Era todo un sentimiento muy confuso porque no podía festejar. Afuera no había bocinazos. El campeón del mundo era yo. Yo solo en todo el barrio. Se lo podía decir al tipo de la verdulería: "Yo, argentino... Kempes". Y el tipo me hubiera contestado "Felicitaciones... Está bien". Y nada más.
—Siempre hay una buena y una mala: contá la mala.
—Todos los domingos por la noche yo llamaba a Van der Koy, a la redacción de "Clarín" y él me pasaba todos los resultados de los partidos. El día decisivo yo estaba muy asustado porque le había dado a un amigo mío, francés, experto en computación, todos los resultados del campeonato y el francés me dijo que el cálculo de probabilidades daba que San Lorenzo se iba al descenso. Cuando llamé a "Clarín" estaba verdaderamente muy asustado. Van der Koy fue piadoso: "Te comprendo, están en la B", me dijo. Y agregó: "Hubo un b. . . que erró un penal...”
—Y ahí nomás te pusiste a llorar.
—Debe haber sido uno de los momentos más desoladores de mi vida.
—Entiendo, pensaste en San Lorenzo y dijiste: una sombra ya pronto serás...
—No, no, ni loco. Pero fue un dolor que no se puede explicar porque era el primero de los equipos grandes que se iba al descenso. Ahora es otra cosa.
—¿Y hoy lo vas a ver a San Lorenzo?
—San Lorenzo se ha convertido en lo peor de este fútbol mercantilizado. Es el colmo del pragmatismo. A eso llega cuando resigna toda posibilidad. Ocurre que vende a cualquier jugador bueno que aparece y lo reemplaza por nadie. Vendió a Siviski para traer a Videla y Castro. Saporiti hacía jugar a Villarreal. ¿Cómo vas a ir a ver a un equipo donde juega Villarreal? Rezza lo sacó junto a Reggiardo y eso habla bien de él. San Lorenzo hoy no te ofrece ni jugadores ni cancha. Y ahora, encima, ni camiseta. Hay que ser un militante fanático para ir a ver a once muchachos entusiastas que corren tratando de hacer lo que pueden. Cada vez que paso por la Ciudad Deportiva y miro esa tribunita cubierta de yuyos siento que me están estafando los sentimientos y empiezo a gritar: ¡devuelvan a Siviski!
El intelectual que hay en Soriano acepta el reto: ¿Por qué razón los escritores suelen caminar a contramano del fútbol?
—Creo que la cosa va más lejos: en líneas generales, los intelectuales detestan el fútbol. De alguna manera es comprensible porque existe una dicotomía entre la mente y el cuerpo que en la sociedad intelectual sigue siendo muy marcada. Entonces pareciera que el que piensa está pelea-do con el cuerpo. Así como aquel que usa el cuerpo está peleado con el pensamiento.
—Hubo excepciones...
—Sí, pero pocas. En nuestra literatura habría que remontarse a los tiempo de los grupos literarios de Florida y Boedo. Pienso en Roberto Mariani, que era fanático de Boca, en algunas cosas que escribió Arlt. Los norteamericanos no tocaron nunca el tema del fútbol porque para ellos es un deporte desconocido. Pero Norman Mailer es autor de lo mejor que se escribió sobre Cassius Clay: "El rey del ring". Es un librito hoy inhallable y en él trataba el tema de hasta qué punto el arte se puede dar a través del cuerpo. Y llegaba a la conclusión de que Cassius Clay o Mohammed Alí era la más grande inteligencia de los Estados Unidos.
—Esto de Mailer es sugestivo. Si para él Cassius Clay fue la más grande inteligencia de los Estados Unidos cabría preguntarse si Maradona no es hoy una de las mayores inteligencias que uno haya visto, desde el punto de vista de lo que hace, de lo suyo.
—Yo creo que sí. ¿Por qué? Porque allá donde no podemos comprender los por qué es donde aparece el genio. El límite entre el gran talento y el genio es muy difuso. Por ejemplo, se me ocurre que Diego Latorre tiene un gran talento, pero entre Latorre y Maradona hay una diferencia que es indefinible porque se da en ese momento inesperado, absolutamente insólito en que Maradona hace algo que no estaba previsto en ningún cálculo.
A los intelectuales se les suele exigir definiciones. Arriesgá la tuya sobre Maradona.
—Yo diría que es un gigantesco talento. Es posible que no sea inteligente. Yo no lo sé, no lo conozco, pero es el más gigantesco talento que ha dado este país en los últimos años.
—Cuando apareció Maradona vos vivías en París ¿Cómo lo imaginabas?
—Primero imaginé que era una exageración argentina. Un día pasó un argentino y me habló de un chiquito que hacía malabarismo con la pelota en los entretiempos de los partidos que jugaba Argentinos Juniors. Esa fue la primera noticia que tuve. Después recién lo vi en el Mundial de España, en 1982, con lo cual confirmé que se trataba de una exageración argentina.
—¿Qué pensaste?
—Que no era un genio, sólo un habilidoso.
—¿Cuándo cambiaste de opinión?
—En el Mundial del '86. Su genio lo patentiza el gol que le hizo a Inglaterra. La definición va mucho más allá de lo humano. En esa jugada uno ve que la pelota va siempre como atada el botín, no se desprende, está como agarrada. En ciertos momentos hasta da la impresión que estuviera poseída.
— ¿Cuántos genios reconocés en el deporte?
—Muhammad Ah y Sugar Leonard, en boxeo. Y podría agregar a Locche, porque Nicolino estaba poseído de algo que está más allá de lo normal. En cambio Monzón sólo fue un gran talento.
—¿Y en fútbol?
—Maradona y Pelé. Ellos están arriba. Más abajo, Sacchi, Alonso, Bochini, Platini, al que le vi jugar partidos memorables en Francia.
—¿Cuál es tu opinión de Maradona como persona?
—Pareciera molesto, antipático, pero esto lo digo sin conocerlo. Además hay que tener en cuenta lo que significaba ser Maradona en Italia. Yo creo que a Diego le pasa algo muy comprensible: es el rey. ¿Caprichoso y consentido? Sí y no se le puede decir nada porque es genial. Lo que sucede es que desató vientos. Porque politizó el fútbol. Cuando habla es un tipo de izquierda. Si dice en otro país todo lo que dijo antes del partido contra Italia en el Mundial '90, lo echan. En Francia, bajo cualquier pretexto, lo hubieran puesto en la frontera.
— ¿Cómo imaginás su final?
—Cuando terminó el Mundial yo escribí, para "II Manifesto", un réquiem que decía: llegó el momento en que el circo romano debe matar al gladiador. Tengo la sensación íntima de que Diego quería terminar con una etapa de su vida. Que él se ejecutó a sí mismo. Como si dijera: aquí estoy, mátenme ahora, que sea rápido.
RAFAEL VAQUERO
Fotos: OSCAR MOSTEIRIN y ARCHIVO "EL GRAFICO".