Las Entrevistas de El Gráfico

2004. Cavenaghi: El ídolo en su área secreta

En 2004 era la carta brava Millonaria, pero Fernando Cavenaghi no se la creía. Ese año El Gráfico entrevistaba en O’Brien a un tipo que estaría junto a River en las buenas y en las malas.

Por Redacción EG ·

22 de mayo de 2019

Vi­lla Tran­qui­la le ha­ce ho­nor a su nom­bre.

Ca­lles de tie­rra, sies­ta ga­ran­ti­za­da, ca­sas con puer­tas abier­tas a cual­quier ho­ra, bi­ci­cle­tas an­tes que au­tos, pe­rros echa­dos que no se in­mu­tan an­te el ron­ro­neo de un mo­tor, aro­ma a pas­ta fro­la re­cién sa­li­di­ta del hor­no, nin­gún pi­que­te a la vis­ta. Ape­nas a una cua­dra de la ave­ni­da prin­ci­pal de Ge­ne­ral O’Brien, que tam­bién se lla­ma Ge­ne­ral O’Brien, Vi­lla Tran­qui­la es el ba­rrio don­de Ed­gar­do “El In­dio” Ca­ve­nag­hi, el abue­lo más fa­mo­so de la zo­na, echó raí­ces ha­ce más de me­dio si­glo y don­de aún hoy re­ci­be a su nie­to go­lea­dor ca­da vez que el cro­no­gra­ma de par­ti­dos se lo per­mi­te.

 

Imagen Inconfundible. Fernando Cavenaghi en la primaria.
Inconfundible. Fernando Cavenaghi en la primaria.
 

Vi­lla Tran­qui­la, de al­gu­na ma­ne­ra, se le me­tió en la san­gre a Fer­nan­do Ca­ve­nag­hi. Le mol­deó el es­pí­ri­tu. Uno se da cuen­ta des­pués de ha­cer­le va­rias en­tre­vis­tas y de re­co­ger tes­ti­mo­nios de los se­res más cer­ca­nos. Le pue­de me­ter un gol de­ci­si­vo a Bo­ca que rom­pe mil ra­chas pe­ro lue­go se irá a ce­nar con ami­gos y no ha­rá es­ca­la en nin­gún pro­gra­ma de­por­ti­vo. Pue­de cas­ti­gar re­des con efi­ca­cia só­lo com­pa­ra­ble a la de Ber­na­bé Fe­rrey­ra y di­rá que sí, que es­tá con­ten­to, y no di­bu­ja­rá más que una son­ri­sa tí­mi­da. Pue­de per­der­se, a los 12 años, la gran prue­ba que le con­si­guen pa­ra lle­gar a Ri­ver por es­tar en­fer­mo, y no ha­cer­se dra­mas por­que sa­be que al­gún día la chan­ce lle­ga­rá. Pue­den man­dar­lo a en­tre­nar­se con los ju­ve­ni­les, des­pués de me­ter al­gu­nos go­les en pri­me­ra, con un diag­nós­ti­co la­pi­da­rio (“gor­di­to cu­lón”) y ter­mi­nar sien­do go­lea­dor y fi­gu­ra de la Co­pa Chi­vas, pa­ra fut­bo­lis­tas de quin­ta di­vi­sión. Pue­de pa­sar de cam­peón y go­lea­dor del tor­neo a ser su­plen­te de su­plen­te en el si­guien­te, Pe­lle­gri­ni me­dian­te, y no ha­brá ja­más una mue­ca de dis­gus­to, una de­cla­ra­ción fue­ra de fo­co. Sin des­bor­des, tran­qui­lo, siem­pre tran­qui­lo, el mu­cha­chín le ha­ce ho­nor al nom­bre del ba­rrio don­de cre­ció.

 

Imagen Cavenaghi en la iglesia.
Cavenaghi en la iglesia.
 

Fer­nan­do Eze­quiel Ca­ve­nag­hi es hoy la car­ta más bra­va que Ri­ver tie­ne en su ma­zo pa­ra as­pi­rar a ese sue­ño lla­ma­do “do­ble co­ro­na”. Aun­que la po­ten­cia inu­si­ta­da del re­su­ci­ta­do Ma­xi Ló­pez ha­ga es­tra­gos, aun­que el Mu­ñe­co Ga­llar­do co­mien­ce a de­sem­pol­var su je­rar­quía al­go des­di­bu­ja­da por las le­sio­nes, aun­que Mas­che­ra­no sea un león ven­dien­do en­tre­ga, aun­que los her­ma­nos Ame­li-Tuz­zio sos­ten­gan ca­da vez más al equi­po con su per­so­na­li­dad, aun­que Lux ano­te po­ro­to tras po­ro­to con su sol­ven­cia, el cu­chi­llo lo cla­va Fer­nan­do: con­tra Bo­ca, con­tra el Ca­li, con­tra el que sea.

Imagen Cuando era alcanzapelotas, con sus compañeros y Germán Adrian Ramón Burgos.
Cuando era alcanzapelotas, con sus compañeros y Germán Adrian Ramón Burgos.

Via­jar a sus pa­gos, a los si­tios don­de de­fi­nió su ca­rac­ter y apren­dió los tru­cos pa­ra so­me­ter ar­que­ros, des­cu­brir sus tra­ve­su­ras de chi­co y sus pa­sa­tiem­pos de gran­de, ex­plo­rar có­mo vi­ven los fa­mi­lia­res y ami­gos es­te pre­sen­te del ni­ño pro­di­gio, de to­do eso tra­ta un po­co es­ta no­ta.

UN CA­VE­NAG­HI EN CA­DA ES­QUI­NA

Ac­ce­so Oes­te, Lu­ján, Ru­ta 5, Bra­ga­do, 38 ki­ló­me­tros más pa­ra to­ta­li­zar ca­si 250 des­de la par­ti­da y apa­re­ce O’Brien, es­cri­to en le­tras de ye­so gi­gan­te so­bre la ru­ta so­li­ta­ria. Si ha­brá he­cho ese via­je Fer­nan­do: los pri­me­ros seis me­ses en Ri­ver, cuan­do iba só­lo una vez por se­ma­na a en­tre­nar­se al club y vol­vía; ya cuan­do le to­có vi­vir en la pen­sión y ca­da fin de se­ma­na li­bre tra­ta­ba de apro­ve­char­lo; aho­ra de gran­de, cla­ro, cuan­do bus­ca al­go de paz en su vi­da su­per­pro­fe­sio­nal.

Imagen Un perfil ideal para las empresas. Por algo, muchas de las más importantes lo contrataron.
Un perfil ideal para las empresas. Por algo, muchas de las más importantes lo contrataron.

En rea­li­dad, Fer­nan­do na­ció en Bra­ga­do, por­que  en O’Brien no ha­bía hos­pi­tal. Pa­ra to­mar di­men­sión del pue­blo del go­lea­dor, y sin in­ten­ción de me­nos­pre­ciar sus cua­li­da­des ni mu­cho me­nos, va­len un par de da­tos. En O’Brien no exis­te hos­pi­tal si­no una sa­la de pri­me­ros au­xi­lios con dos mé­di­cos clí­ni­cos pa­ra aten­der a los 2.500 ha­bi­tan­tes. Hay una es­cue­la se­cun­da­ria, una pri­ma­ria y un jar­dín, un kios­co de dia­rios, un vi­deo­club, dos pubs don­de se pue­de co­mer al­go al pa­so, un bo­li­che bai­la­ble, una igle­sia evan­gé­li­ca, una es­ta­ción de ser­vi­cio, dos far­ma­cias, 16 cua­dras as­fal­ta­das y el res­to de tie­rra. El ci­ne de­sa­pa­re­ció en los años 80 y el úni­co res­tau­ran­te ce­rró sus puer­tas un po­co más acá en el tiem­po. Si uno quie­re co­mer al­go más ela­bo­ra­do que un sand­wich o una piz­za fue­ra pue­de en­car­gar con an­te­la­ción a la can­ti­na del Club “Ju­ven­tud Uni­da”, don­de la gen­te se reú­ne a ju­gar a las car­tas. Las al­ter­na­ti­vas pa­ra el fin de se­ma­na son es­ca­par­se a Bra­ga­do, Ju­nín o Los Tol­dos, pre­vio re­co­rri­do de unos 50 ki­ló­me­tros pro­me­dio.

Imagen Archivo del alumno Fernando, que parece tener la sonrisa dibujada, como si ya lo apuntaran todos los flashes.
Archivo del alumno Fernando, que parece tener la sonrisa dibujada, como si ya lo apuntaran todos los flashes.

Los Ca­ve­nag­hi se ins­ta­la­ron en esas tie­rras prós­pe­ras en ce­rea­les y ap­tas pa­ra la ga­na­de­ría, des­ta­ca­das por sus ta­lle­res de cos­tu­ra, ca­si des­de su fun­da­ción a prin­ci­pios del si­glo pa­sa­do. An­to­nio Giu­sep­pe Ca­ve­nag­hi, el abue­lo del abue­lo de Fer­nan­do, era oriun­do de Con­co­rez­zo –en el nor­te ita­lia­no, pró­xi­mo a Mi­lan- y lle­gó a Ar­gen­ti­na en 1888 en el Um­ber­to I. Ed­gar­do, el abue­lo de 62 años, mues­tra con or­gu­llo aquel pa­sa­je, con­ser­va­do en per­fec­to es­ta­do, a tal pun­to que se pue­de leer “Na­ve­ga­cio­ne a va­po­re ita­lo-ame­ri­ca­no”.

Imagen Recibiendo un trofeo. Obtendría varios a lo largo de su exitosa carrera. Seguramente el más importante fue la Copa Libertadores de 2015, jugando para River.
Recibiendo un trofeo. Obtendría varios a lo largo de su exitosa carrera. Seguramente el más importante fue la Copa Libertadores de 2015, jugando para River.

Ed­gar­do, hi­jo ma­yor del abue­lo Ed­gar­do y pa­pá de Fer­nan­do, de 38 años, en O’Brien só­lo res­pon­de al apo­do de “Ga­ri­to”. De­lan­te­ro de al­can­ce lo­cal en su ju­ven­tud, es el due­ño de “La Tien­da”, el bo­li­che don­de los vier­nes pue­den jun­tar­se has­ta 300 per­so­nas. Es el úni­co día que abre por­que los fi­nes de se­ma­na, co­mo se di­jo, la cos­tum­bre de los jó­ve­nes es sa­lir pa­ra las ciu­da­des ale­da­ñas. El­vio, el hi­jo me­nor y tío de Fer­nan­do, de 30 años, es due­ño del kios­co de dia­rios y del vi­deo club. Fut­bo­le­ro al man­go, in­te­gró las in­fe­rio­res de Gim­na­sia de La Pla­ta don­de com­par­tió equi­po con los Me­lli­zos Sche­lot­to y lue­go lle­gó has­ta la cuar­ta de San Lo­ren­zo, pe­ro fi­nal­men­te aban­do­nó por una le­sión cró­ni­ca en su to­bi­llo. Tam­bién de­lan­te­ro y go­lea­dor, pa­ra ha­cer­le ho­nor al ape­lli­do, aho­ra ha­ce el cur­so de téc­ni­co en Ju­nín y di­ri­ge al equi­po de Vi­lla Tran­qui­la en el tor­neo re­gio­nal. Ma­ri­li­na, la hi­ja del me­dio y tía y ma­dri­na de Fer­nan­do, de 36 años, tra­ba­ja en el po­li­rru­bro de la YPF de la en­tra­da.

 

Imagen Disfrazado de osito, a los 6 años.
Disfrazado de osito, a los 6 años.
 

O sea: uno pue­de lle­gar a O’Brien en au­to des­de Bue­nos Ai­res, to­mar­se al­go en el bar­ci­to de la YPF, com­prar el dia­rio en el kios­co, al­qui­lar­se una pe­lí­cu­la pa­ra la tar­de e ir a bai­lar a la no­che y só­lo en­con­tra­rá en su ca­mi­no Ca­ve­nag­his.

“¿Qué sien­to? No sé bien lo que sien­to, uno re­cién to­ma con­cien­cia cuan­do me pre­gu­tan es­to, co­mo lo ha­cés vos aho­ra, por­que los de acá te si­guen tra­tan­do igual que siem­pre”, arran­cá pa­pá Ga­ri­to, a quien Fer­nan­do le cum­plió el de­seo de cons­truir­le el cha­le­ci­to pro­pio, con los pri­me­ros di­ne­ros del fút­bol. “Pen­sás un po­co y lo pri­me­ro es or­gu­llo, pa­re­ce un sue­ño lo que pa­sa, es­ta­mos co­mo en una nu­be –con­ti­núa-. Igual, to­dos in­ten­ta­mos pa­sar de­sa­per­ci­bi­dos. En el bo­li­che, por ejem­plo, no pon­go fo­tos ni na­da, si no pa­re­ce que te agran­das­te”.

Imagen Junto a José Luis Félix Chilavert, cuando el arquero de Vélez visitó el Monumental y Fernando era alcanzapelotas.
Junto a José Luis Félix Chilavert, cuando el arquero de Vélez visitó el Monumental y Fernando era alcanzapelotas.

Reu­ni­dos en la co­ci­na de la ca­sa de los abue­los, don­de Fer­nan­do aún con­ser­va ha­bi­ta­ción pro­pia, la no­na Nor­ma mues­tra con or­gu­llo los pla­tos que de­co­ran la pa­red y que fue­ron traí­dos por Fer­nan­do de dis­tin­tos via­jes. “El día que le me­tió los tres go­les a Es­tu­dian­tes fue una lo­cu­ra –evo­ca Nor­ma, con los ojos bri­llo­sos-. Era el lu­nes a la no­che y se­guían vi­nien­do to­dos los ca­na­les de Bue­nos Ai­res, la ra­dio Ca­ra­col, to­dos. Yo no aguan­té más y me fui al pa­tio del fon­do y me pu­se a llo­rar. Era de­ma­sia­do fuer­te pa­ra mí”.

Imagen Bailando con su compañerita en el club Racing de Chacabuco (ya mostraba credenciales de ganador).
Bailando con su compañerita en el club Racing de Chacabuco (ya mostraba credenciales de ganador).

Aque­lla jor­na­da del 3-2 al Pin­cha, su pri­me­ra gran irrup­ción pú­bli­co a un año de su de­but, tu­vo sus par­ti­cu­la­ri­da­des. “Des­pués del par­ti­do se co­rrió la bo­la de que iba a ve­nir Fer­nan­do y la FM lo­cal lo anun­ció. La gen­te sa­lió en ca­ra­va­na a re­ci­bir­lo a la en­tra­da del pue­blo. Fue­ron unos 30 au­tos y de ahí to­dos to­can­do bo­ci­na has­ta la pla­za y lo le­van­ta­ron en an­das. Eran las diez de la no­che y se­guía la jo­da. Al­gu­nos en el pue­blo se ofen­die­ron por­que no avi­sa­mos, pe­ro fue to­do de­ma­sia­do es­pon­tá­neo”, re­cuer­da el Tío El­vio. “Ima­gí­ne­se lo que sig­ni­fi­có eso pa­ra no­so­tros –me­te un bo­ca­do el abue­lo-. An­tes, cuan­do Fer es­ta­ba en in­fe­rio­res y ha­cía de al­can­za­pe­lo­tas, veía­mos los par­ti­dos de Ri­ver pa­ra ver si apa­re­cía atrás de al­gu­no. Y ca­da vez que lo en­fo­ca­ban un ra­ti­to gri­tá­ba­mos co­mo lo­cos”.

En O’Brien, Fer­nan­do es uno más. Ca­da vez que se ha­ce una es­ca­pa­da no lo aco­san ni mu­cho me­nos. “Acá lo tra­tan co­mo siem­pre, no se dan cuen­ta de la mag­ni­tud que tie­ne Fer­nan­do allá”, des­ta­ca el pa­pá. “Es que a él nun­ca le gus­tó ha­cer alar­de de lo su­yo. Ha­ce un tiem­po, cuan­do yo le de­cía ‘el día que lle­gues a pri­me­ra…’ él me cor­ta­ba en­se­gui­da con un ‘¡ca­llá­te!’. O cuan­do al­guien de no­so­tros le co­men­ta que ju­gó bien, él re­tru­ca: ‘más o me­nos’”, des­cri­be el abue­lo. Y se su­ma el tío El­vio con una anéc­do­ta: “No le gus­ta ha­blar de él, por eso cuan­do me­tió un gol en la Se­lec­ción Sub 20 y mos­tró aba­jo una ca­mi­se­ta de­di­ca­da a So­le­dad, su no­via, to­dos nos asom­bra­mos. Des­pués, cuan­do le pre­gun­ta­mos, nos con­fe­só: ‘Y, es­ta­ba du­ra la ma­no’”. Y con­si­guió ablan­dar­la, con la vie­ja tác­ti­ca que al­gu­na vez usó Ba­ti­tus­ta (lu­jos que se dan los go­lea­do­res), por­que So­le­dad, tam­bién de O’Brien, es­tu­dian­te de ki­ne­sio­lo­gía, si­gue sien­do su no­via en la ac­tua­li­dad. (La­men­ta­mos la in­for­ma­ción pa­ra su abul­ta­da le­gión de ad­mi­ra­do­ras).

Imagen Con la camiseta celeste y roja de Rivadavia de Chacabuco (tiene la pelota).
Con la camiseta celeste y roja de Rivadavia de Chacabuco (tiene la pelota).

So­bre cues­tio­nes cu­li­na­rias, na­die me­jor que Nor­ma pa­ra dar el me­nú pre­fe­ri­do de su nie­to: so­pa (“es muy so­pe­ro”), lo­mi­to, ra­vio­les con po­llo y pos­tre bo­rra­cho, “pe­ro sin mos­ca­to”, acla­ra. Por su­pues­to, ca­da tan­to la no­na ha­ce un de­li­very bien ca­se­ri­to y lle­na el es­cuá­li­do free­zer del de­par­ta­men­to de Nú­ñez que ha­bi­ta el go­lea­dor.

CHA­CA­BU­CO: CRE­CER DE GOL­PE

Pa­ra lle­gar a Cha­ca­bu­co des­de O’Brien hay que re­co­rrer unos 100 ki­ló­me­tros por ru­ta o 50 si se to­ma el ata­jo por ca­mi­nos de tie­rra. Ese tra­yec­to tam­bién Fer­nan­do lo co­no­ce de me­mo­ria: en­tre los 6 y los 12 años lo ha­cía dos ve­ces por fin de se­ma­na, ava­ta­res ló­gi­cos que su­fren los hi­jos de pa­dres se­pa­ra­dos.

Si se re­pa­sa bre­ve­men­te la di­fí­cil in­fan­cia que de­bió vi­vir Kity, tal su apo­do des­de pe­que­ño, se po­drá com­pren­der por qué for­jó ese ca­rác­ter tan es­pe­cial, in­mu­ne a cual­quier ti­po de ba­jón y de­ses­pe­ran­za.

 

Imagen La admiración de toda su familia.
La admiración de toda su familia.
 

Mó­ni­ca Fe­rre­ro, oriun­da de Ira­la, un pue­blo más pe­que­ño aún que O’Brien, ubi­ca­do a 10 ki­ló­me­tros del mis­mo, co­no­ció a Ga­ri­to Ca­ve­nag­hi por­que és­te era com­pa­ñe­ro de co­le­gio de Da­río, su her­ma­no. Se pu­sie­ron de no­vios y a los 14 años que­dó em­ba­ra­za­da de Fer­nan­do. Hu­bo du­das, cla­ro, pe­ro de­ci­die­ron se­guir pa­ra ade­lan­te y se ca­sa­ron: él con 17 años, ella con 15. Unos me­ses más tar­de na­ció Fer­nan­do. Y seis años des­pués se se­pa­ra­ron.

Mó­ni­ca de­ci­dió ins­ta­lar­se en Cha­ca­bu­co por dos ra­zo­nes: por­que allí vi­vía su her­ma­no, que le po­día dar una ma­no, y por­que era el úni­co lu­gar de la zo­na don­de te­nía la chan­ce de ter­mi­nar sus es­tu­dios de maes­tra. Y en­fi­ló no­más ha­cia los pa­gos de Pas­sa­re­lla con su hi­jo de seis años. No le re­sul­tó fá­cil. El pri­mer año, su her­ma­no la alo­jó y des­pués fue al­qui­lan­do don­de po­día.

 

Imagen Mamá Mónica con la gigantografía de sus tres hijos.
Mamá Mónica con la gigantografía de sus tres hijos.
 

“Siem­pre tra­ba­jé ven­dien­do co­sas, fui em­plea­da en un ne­go­cio de ga­seo­sas, y la ver­dad es que hu­bo no­ches en las que me que­dé sin co­mer. To­da­vía re­cuer­do el pri­mer día de Fer en la es­cue­la, es­ta­ba re per­di­do, no co­no­cía a na­die. Me aga­rró una an­gus­tia tan gran­de que me vi­ne a llo­rar a ca­sa”, ad­mi­te hoy Mó­ni­ca, que un tiem­po des­pués de re­ca­lar en Cha­ca­bu­co co­no­ce­ría a Os­car Go­lía, su ac­tual es­po­so y con quién ten­dría a Ni­co­lás (8) y Be­lén (7), dos pu­rre­tes que se ven­den con su mi­ra­da de pí­ca­ros y que ya han sa­li­do de mas­co­tas al Mo­nu­men­tal de la ma­no de su her­ma­no fa­mo­so.

 

Imagen Garito y Marco, el hijo de su nueva familia.
Garito y Marco, el hijo de su nueva familia.
 

“En una épo­ca al­qui­lé una pie­ci­ta con co­ci­na y ba­ño. Dor­mía­mos en una ca­ma cu­che­ta y al­gu­na vez que es­ta­ba un po­co en­fer­ma, él pren­día la luz y me pre­gun­ta­ba des­de aba­jo si me sen­tía bien. Siem­pre fue muy com­pa­ñe­ro”, re­vi­ve con emo­ción Mó­ni­ca, que hoy tie­ne 36 años y tra­ba­ja en el Jar­dín 904, en sa­la de 3 y 4 años, don­de fal­ta to­do me­nos me­nos ca­ri­ño y de­di­ca­ción.

Cha­ca­bu­co tie­ne ran­go de ciu­dad, ca­si 50.000 ha­bi­tan­tes, y al en­trar, no­más, im­pac­ta la pre­sen­cia de los si­los de “Mo­li­nos Cha­ca­bu­co”. To­dos sa­ben que en Al­si­na al 400 vi­ve par­te de la fa­mi­lia Ca­ve­nag­hi. La ca­sa es sen­ci­lla, sin os­ten­ta­cio­nes. Lo pri­me­ro que uno ve al in­gre­sar a la ca­sa es un Fer­nan­do en ta­ma­ño na­tu­ral que sa­lu­da con la ca­mi­se­ta de Ri­ver jun­to a sus her­ma­ni­tos des­de una fo­to mu­ral. Hay cua­dros con ca­mi­se­tas en­mar­ca­das, un apa­ra­dor re­ple­to de tro­feos y un ar­ma­rio con al­gu­nas de las ca­sa­cas ob­te­ni­das por el go­lea­dor, en­tre las que se des­ta­can las blan­cas de Raúl y de Zi­da­ne (del úl­ti­mo cho­que con el Real Ma­drid) y la ju­ven­ti­na de Del Pie­ro, con de­di­ca­to­ria in­cluí­da, que fue traí­da por Nés­tor Sí­vo­ri, re­pre­sen­tan­te y ami­go.

Imagen La mayoría de estas fotos decoran la su pieza en la casa del abuelo Edgardo, en O‘Brien.
La mayoría de estas fotos decoran la su pieza en la casa del abuelo Edgardo, en O‘Brien.

“Cla­ro que lo ex­tra­ño –con­ti­núa Mó­ni­ca-, pe­ro ha­blo por te­lé­fo­no to­dos los días. Una vez me pi­dió si lo po­día des­per­tar to­das las ma­ña­nas y pa­ra mí fue una gran emo­ción, me ha­ce sen­tir un po­qui­to útil. En sus ini­cios en Ri­ver no fue fá­cil, por­que no ha­bía pla­ta y só­lo po­día lla­mar­lo una vez por se­ma­na. En­ci­ma no te­nía­mos te­lé­fo­no en ca­sa y te­nía­mos que ir al pú­bli­co”.

Os­car, que tra­ba­ja en una fá­bri­ca de pre­mol­dea­dos, asien­te: “Esos miér­co­les eran bra­vos y si en­ci­ma Fer­nan­do por ahí de­cía que se sen­tía mal o te­nía al­go de fie­bre, la ma­má se po­nía lo­ca. La ver­dad, que Fer­nan­do, ban­cár­se­la, se la re ban­có. Lo ayu­dó la se­pa­ra­ción de los pa­dres, los gol­pes asi­mi­la­dos. Sa­bés lo di­fí­cil que era cuan­do lo de­já­ba­mos sa­lu­dan­do ahí en la puer­ta de la pen­sión del club los do­min­gos a la no­che ”.

 

Imagen Las camisetas enmarcadas y las caras de orgullo.
Las camisetas enmarcadas y las caras de orgullo.
 

Con la pe­lo­ta se des­ta­có des­de chi­qui­to. Cuen­ta la ma­má que pa­ra los cum­plea­ños siem­pre pe­día pe­lo­tas y que lle­gó a te­ner on­ce. “Ta­ca, ta­ca, to­do el día con la pe­lo­ti­ta an­da­ba”, re­cuer­da. En­tre los 9 y los 12 ju­gó en Ri­va­da­via de Cha­ca­bu­co y en Bra­ga­do Club, por las li­gas re­gio­na­les, has­ta que fi­nal­men­te an­cló en el se­gun­do. Tam­bién in­te­gró las se­lec­cio­nes de las dos ciu­da­des. Y siem­pre me­tió go­les con na­tu­ra­li­dad.

“No fue un chi­co muy tra­vie­so –eva­lúa Mó­ni­ca- pe­ro sí me­dio va­go pa­ra el es­tu­dio, aun­que nun­ca tu­vo pro­ble­mas. No me dio mu­cho tra­ba­jo por­que siem­pre fue obe­dien­te y no se le da­ba por con­tes­tar, acep­ta­ba las co­sas. Sí me acuer­do el pa­pe­lón que me hi­zo pa­sar una vez. Del co­le­gio le die­ron un ta­lo­na­rio de ri­fas y en vez de ven­der­las a 50 cen­ta­vos las ven­dió a un pe­so. Lle­gó a ca­sa y me di­jo: ‘ma­mi, mi­rá to­da la pla­ta que me ga­né’. Lo lle­vé ca­sa por ca­sa a de­vol­ver el di­ne­ro. Es­ta­ba ro­jo co­mo un to­ma­te”.

 

Imagen Todo un galán en el club Racing de Chacabuco.
Todo un galán en el club Racing de Chacabuco.
 

Hoy, con la fa­ma a ple­no, ca­da vez que el go­lea­dor via­ja a su ca­sa ma­ter­na, se ar­ma una  pe­que­ña re­vo­lu­ción en la zo­na. Mu­chas ve­ces, Fer­nan­do tie­ne que avi­sar que le abran el por­tón por­que es­tá en­tran­do a la ciu­dad y si de­ja el au­to en la ca­lle, a la ho­ra ya hay gen­te ha­cien­do co­la en la puer­ta, por­que to­dos sa­ben que el hé­roe es­tá en ca­sa. Ca­da vez que pue­de, Fer­nan­do va pa­ra allá, su­be a una ca­si­lla ro­dan­te de ami­gos, re­co­ge a la fa­mi­lia y se va a pes­car a al­gu­na la­gu­na cer­ca­na, uno de sus hob­bies. “Le gus­ta acam­par y es­tar con po­ca gen­te. Y le en­can­ta la pes­ca de ta­ru­cha por en­ci­ma de la de pe­je­rrey, por­que la ta­ru­cha es más pe­lea­do­ra”, ase­gu­ra Os­car. Y com­ple­ta el cua­dro de si­tua­ción ac­tual: “No es fá­cil el te­ma de la fa­ma, por ahí te das cuen­ta que al­gu­nos chi­cos se acer­can a nues­tros hi­jos por in­te­rés, o que al­gu­no te quie­re co­brar más ca­ro por ser fa­mi­liar de Ca­ve­nag­hi. Y en la Fi­lial de acá mu­chas ve­ces se jun­tan a ver par­ti­dos, pe­ro tra­ta­mos de es­qui­var lo más po­si­ble, por­que des­pués del fes­te­jo vie­ne el ‘pe­cha­zo’”.

Imagen La familia de O‘Brien. La abuela Norma, el tío Elvio, papá Garito (con gorrito) y el abuelo Edgardo, en la entrada al pueblo.
La familia de O‘Brien. La abuela Norma, el tío Elvio, papá Garito (con gorrito) y el abuelo Edgardo, en la entrada al pueblo.

Pe­cha­zo vie­ne a ser man­ga­zo. Pa­ra dar­le un cor­te al te­ma, Os­car man­dó a una ca­sa de fo­tos una de Fer­nan­do y an­te ca­da pe­di­do, los man­da ahí. “Ha­ce­te una co­pia y cuan­do lo vea a Fer­nan­do te la ha­go fir­mar por él”, les di­ce, y a otra co­sa. Los her­ma­ni­tos (en O’Brien tie­ne un ter­ce­ro lla­ma­do Mar­co), en cam­bio, pre­fie­ren la opues­ta. Has­ta ha­ce unos años an­da­ban por to­do el co­le­gio di­cien­do que eran her­ma­nos de Ca­ve­nag­hi. “¿Qué van a ser her­ma­nos de él?”, los ver­du­guea­ban sus com­pa­ñe­ros, va­lién­do­se de los ape­lli­dos de sus pa­dres: Go­lía y Fe­rre­ro. “De­já, que no te crean”, les acon­se­jó la ma­dre. Y un tiem­po des­pués, los pi­bes lle­ga­ron con su me­jor son­ri­sa al co­le mos­tran­do las fo­tos en las que en­tra­ban al Mo­nu­men­tal con su her­ma­no fa­mo­so. To­má.

LA IMA­GEN ES TO­DO

La lle­ga­da a Ri­ver la co­no­ce al de­ta­lle Gal­di­no Lu­ras­chi, por en­ton­ces téc­ni­co de la no­ve­na, y siem­pre des­ta­ca­do por Fer­nan­do co­mo un hom­bre cla­ve en sus ini­cios. “En el 96 fui a ha­cer una prue­ba a Chi­vil­coy y te­nía que ver chi­cos que el año si­guien­te in­te­gra­rían la no­ve­na –re­cuer­da hoy Lu­ras­chi, ex ju­ga­dor del Mi­llo, ac­tual­men­te tra­ba­jan­do en unas es­cue­li­tas de fút­bol en Flo­res-. Los de­le­ga­dos de esa zo­na lle­va­ban sus po­lli­tos pa­ra que lo vié­ra­mos y ahí me pa­sa­ron el da­to de un pi­be muy in­te­re­san­te de la zo­na de O’Brien. Al fi­nal no pu­do ir a esa prue­ba por­que es­ta­ba en­fer­mo, así que lo ci­té pa­ra que fue­ra la otra se­ma­na al club. Ju­ga­ron con­tra la pre­no­ve­na de Ri­ver, que es­ta­ba bien ar­ma­di­ta y Fer­nan­do me­tió dos go­les. Me acuer­do que que­da­ron él y un chi­co de Bra­ga­do, de ape­lli­do Diez. No tu­ve nin­gu­na du­da: lo vi ex­plo­si­vo, con ol­fa­to, que le pe­ga­ba bien con las dos pier­nas. Que­da­mos en que vi­nie­ra una vez por se­ma­na has­ta fin de año, por­que re­cién en el 97 íba­mos a po­der com­pe­tir con la no­ve­na. Y así fue: ese pri­mer año an­du­vo bár­ba­ro, fue el go­lea­dor del se­gun­do tor­neo y ar­mó una gran so­cie­dad con la Ga­ta Fer­nán­dez y el Ma­le­vo Fe­rrey­ra”.

 

Imagen En Miami, con Demichelis, el Chori y Lux entre otros.
En Miami, con Demichelis, el Chori y Lux entre otros.
 

La Ga­ta es uno de los me­jo­res ami­gos que hi­zo en Bue­nos Ai­res, lo mis­mo que Ger­mán Lux y Ale­jan­dro Sac­co­ne den­tro del ac­tual plan­tel - aun­que tie­ne bue­na on­da con to­dos-, Se­bas­tián Ri­ve­ra y Da­vid La Re­gi­na. “El úni­co pro­ble­ma que tie­ne es su so­nam­bu­lis­mo –se tien­ta Da­vid, ex com­pa­ñe­ro de Fer­nan­do en el Ins­ti­tu­to Ri­ver Pla­te-. El vie­ne se­gui­do a dor­mir a ca­sa y por ahí a la ma­dru­ga­da em­pie­za a ca­mi­nar so­lo, des­cuel­ga el te­lé­fo­no, y des­pués ni se acuer­da. En­ci­ma el lo­co pa­rez­co yo cuan­do le cuen­to al otro día lo que hi­zo, no me cree”.

 

Imagen Posando con Pablo César Aimar.
Posando con Pablo César Aimar.
 

¿Lo­cu­ras? “La me­jor fue la ce­na des­pe­di­da al me­nis­co -con­ti­núa La Re­gi­na-. Fue el día an­tes que lo ope­ra­ran, en el 2002. Hi­ci­mos la ce­na con él, mis her­ma­nas y al­gún ami­go más. Des­pués de la ope­ra­ción vol­vi­mos a jun­tar­nos a co­mer y el me­nis­co en su fras­co te­nía su lu­gar en la me­sa , cla­ro que sí, era una ma­ne­ra de dar­le la bien­ve­ni­da a su nue­va ro­di­lla. Mal no le fue, ¿no?”. Otra que la OCAL.

Imagen Junto a Javier Saviola. Dos goleadores letales surgidos de la cantera riverplatense.
Junto a Javier Saviola. Dos goleadores letales surgidos de la cantera riverplatense.

En rela­ción a las vir­tu­des fut­bo­le­ras, Lu­ras­chi des­ta­ca que Fer­nan­do siem­pre se tu­vo mu­cha fe, “pe­ro no con pa­la­bras, él ac­tua­ba y lis­to, no per­do­na­ba a na­die”. Y re­ve­la, con ejem­plos, có­mo no se ha ma­rea­do con las mie­les del éxi­to: “Se­gui­mos en con­tac­to, cla­ro que sí, aun­que yo no es­té más en Ri­ver. Me lla­ma o lla­mo, al­ter­na­mos. Y con res­pe­to, con pa­la­bras de agra­de­ci­mien­to. Fer­nan­do siem­pre fue un pi­be sen­ci­llo y con ga­nas de apren­der. Y si­gue sien­do así. Que no se ol­vi­den re­con­for­ta, por­que mues­tran que uno les ha brin­da­do al­go”.

 

Imagen Al Jefe Astrada los interceptó a la salida de un entrenamiento.
Al Jefe Astrada los interceptó a la salida de un entrenamiento.
 

Por al­gu­nas de es­tas ra­zo­nes, la Fi­lial Mon­te Gran­de de Ri­ver, fun­da­da en el 2002, eli­gió a Ca­ve­nag­hi pa­ra que la apa­dri­ne. “No que­ría­mos una fi­gu­ra tra­di­cio­nal, por­que la ma­yo­ría de los mu­cha­chos son jó­ve­nes –ex­pli­ca Omar Fio­ren­ti­no, el pre­si­den­te de la fi­lial-. Ca­si to­dos lo ad­mi­rá­ba­mos co­mo ju­ga­dor y cuan­do me en­tre­vis­té con él pa­ra pro­po­ner­le el te­ma, me en­con­tré des­de el pri­mer mo­men­to con un pi­be diez pun­tos, hu­mil­dí­si­mo, ma­ca­nu­do, fue­ra de to­do ve­det­tis­mo y pos­tu­ras. Tu­vo una pre­dis­po­si­ción bár­ba­ra des­de el co­mien­zo. Es­te año se ha­bía com­pro­me­ti­do a ve­nir el lu­nes 5 de abril a co­mer un asa­do con la gen­te de la fi­lial. Y aun­que era fe­ria­do y ellos lle­ga­ron el do­min­go a la no­che de ju­gar en Ba­hía Blan­ca, el pi­be ca­yó an­tes de la ho­ra pre­vis­ta, se sa­có fo­tos, fir­mó ca­mi­se­tas, se sol­tó y jo­dió con no­so­tros. Un fe­nó­me­no. Es­ta­mos muy con­ten­tos por la elec­ción que hi­ci­mos”.

 

Imagen Con La Gata Fernández formó una gran dupla en inferiores.
Con La Gata Fernández formó una gran dupla en inferiores.
 

La ima­gen de gran fut­bo­lis­ta y tam­bién el per­fil de yer­no ideal han ge­ne­ra­do que mu­chí­si­mas em­pre­sas lo bus­ca­ran pa­ra dis­tin­tas pu­bli­ci­da­des. En los úl­ti­mos tiem­pos, Ca­ve­nag­hi fue la ca­ra de Adi­das, Ga­to­ra­de, al­fa­jo­res Ha­van­na y Pep­si, en­tre otras. “Se acer­can mu­chas em­pre­sas pe­ro la idea es no ha­cer cual­quier co­sa por­que sí –ra­zo­na Nés­tor Sí­vo­ri-, la idea es que sean pri­me­ras mar­cas y que ten­gan que ver con el fút­bol, que es lo su­yo, por­que Fer­nan­do no es un mo­de­lo pu­bli­ci­ta­rio. Creo que lo bus­can, bá­si­ca­men­te, por­que es un chi­co que pue­de trans­mi­tir bien los men­sa­jes, un jo­ven exi­to­so y se­rio”.

 

Imagen Trofeos preciados.
Trofeos preciados.
 

Y a pro­pó­si­to del fu­tu­ro del go­lea­dor se­rial, Sí­vo­ri aca­ba de ve­nir de Tu­rín, Ita­lia, don­de an­du­vo tan­tean­do la si­tua­ción. ¿Pa­ra qué fue? Res­pon­de él mis­mo: “Es­tu­vo don­de te­nía que es­tar, in­te­rio­ri­zán­do­me del mer­ca­do, es­cu­chan­do a al­gu­nos in­te­re­sa­dos, pe­ro ce­rra­do no hay na­da”. ¿Y con la Ju­ven­tus qué pa­sa? “La Ju­ve fi­na­li­zó el úl­ti­mo ejer­ci­cio con 22 mi­llo­nes y me­dio de eu­ros de pa­si­vo y no es­ca­pa a las ge­ne­ra­les de la ley, no hay pla­ta. La Ro­ma, por ejem­plo, ven­dió a Sa­muel en vein­ti­pi­co de mi­llo­nes y ne­ce­si­ta po­ner 40 pa­los pa­ra po­der em­pe­zar el cam­peo­na­to. De las 20 trans­fe­ren­cias que se hi­cie­ron has­ta aho­ra, 19 fue­ron al fi­nal del con­tra­to, o sea que el club com­pra­dor só­lo tie­ne que arre­glar el vín­cu­lo con el ju­ga­dor, no hay que pa­gar pa­se, ni 15 % ni na­da. O sea, es un mer­ca­do más de­pri­mi­do aún que el año pa­sa­do”. ¿Y Ru­sia pue­de ser? “No des­car­to na­da, pe­ro de­be­ría ser un equi­po que jue­gue co­pas eu­ro­peas”. ¿Qué pa­sa en ju­nio, en­ton­ces? “No sé, no sé, es­pe­ro es­tar fes­te­jan­do la Co­pa Li­ber­ta­do­res”.

Imagen El grito de gol, uno de tantos. En este caso con la camiseta tricolor frente a Gimnasia.
El grito de gol, uno de tantos. En este caso con la camiseta tricolor frente a Gimnasia.

Es­qui­va Sí­vo­ri, co­mo lo ha­cía su pa­dre. Aun­que hay mu­cho olor a que se­rá di­fí­cil re­te­ner­lo.

“La ver­dad, ju­ga­ba muy bien, pe­ro ja­más pen­sé que lle­ga­ría a pri­me­ra. Si no, pro­me­tía otra co­sa, se­gu­ro”. ¿Quién lo di­jo’ Sí, aun­que us­ted no lo crea, la que va ce­rran­do es­ta his­to­ria no es otra que Mó­ni­ca, la ma­má. ¿Qué pro­me­tió? Ir ca­mi­nan­do a Lu­ján. Pe­ro no des­de Bue­nos Ai­res si­no des­de Cha­ca­bu­co: 120 ki­ló­me­tros por los ata­jos de tie­rra. Cum­plió el año pa­sa­do, des­pués de en­tre­nar­se du­ran­te sie­te me­ses una ho­ra por día. Le pi­dió a Os­car que la acom­pa­ña­ra a ca­ba­llo, car­gó si­llas, una pa­lan­ga­na, me­di­ca­men­tos, de to­do. Sa­lió un jue­ves al al­ba y lle­gó el sá­ba­do a la no­che. Se am­po­lló to­dos los pies y se en­car­ñó to­das las uñas. Es­tu­vo tres días sin po­der ca­mi­nar.

 

Imagen El futbol grande ya metido en la vida de Fernando.
El futbol grande ya metido en la vida de Fernando.
 

Y… si no le tie­nen fe al pi­be de Vi­lla Tran­qui­la…

 

Gol inolvidable

“No fue una jugada preparada, se dio en el momento y por suerte salió bien. En realidad, en un corner así, yo ando libre por el área a ver si agarro algún rebote. Apenas salió el corner, intuí que alguien podía peinarla y aparecí por atrás. Lo que uno siente apenas mete un gol así es difícil de explicar con palabras. En los primeros segundos se grita, se grita con toda la furia. Y enseguida te ponés a pensar en la gente que fue a la cancha a alentar, en lo que puede significar ese gol, en tus seres más queridos. Después de festejar con mis compañeros, me separé y me puse de cara a la tribuna de River: tenía ganas de mirar cómo se vive en la popular un gol así, porque no siempre se da la chance de tenerlos tan cerca. Ver a tipos abranzándose con el de al lado, ver la felicidad impresionante que le salían por los ojos, me impactó, de verdad. Ya le agarré un cariño especial a ese arco: ahí la había metido en el 2-2 del año pasado y también la emboqué para la publicidad de Pepsi. Si hasta el gol de chilena, esa vez, lo hice en el primer intento. De casualidad. Ya está: el 16 de mayo no me lo olvido más, fue uno de los días más felices en el fútbol, junto al de los tres goles a Estudiantes y a cuando salí campeón. La gente de River está chocha, y me lo hace saber: además del afecto de siempre ahora me agradecen por el gol a Boca. Hasta ahora siempre me fue bien en la cancha de ellos. Esperemos que se repita“. (Textual de Fernando Cavenaghi).

Imagen Uno de los goles más importantes en la vida de Fernando. Frente a Boca en la Bombonera, sirvió para que River gané por 1 a 0. Los brazos abiertos y la mirada a los hinchas de River que aquella tarde se hicieron presentes en el Alberto J. Armando.
Uno de los goles más importantes en la vida de Fernando. Frente a Boca en la Bombonera, sirvió para que River gané por 1 a 0. Los brazos abiertos y la mirada a los hinchas de River que aquella tarde se hicieron presentes en el Alberto J. Armando.

Por Diego Borinsky

Fotos: Jorge Dominelli