2004. Cavenaghi: El ídolo en su área secreta
En 2004 era la carta brava Millonaria, pero Fernando Cavenaghi no se la creía. Ese año El Gráfico entrevistaba en O’Brien a un tipo que estaría junto a River en las buenas y en las malas.
Villa Tranquila le hace honor a su nombre.
Calles de tierra, siesta garantizada, casas con puertas abiertas a cualquier hora, bicicletas antes que autos, perros echados que no se inmutan ante el ronroneo de un motor, aroma a pasta frola recién salidita del horno, ningún piquete a la vista. Apenas a una cuadra de la avenida principal de General O’Brien, que también se llama General O’Brien, Villa Tranquila es el barrio donde Edgardo “El Indio” Cavenaghi, el abuelo más famoso de la zona, echó raíces hace más de medio siglo y donde aún hoy recibe a su nieto goleador cada vez que el cronograma de partidos se lo permite.
Villa Tranquila, de alguna manera, se le metió en la sangre a Fernando Cavenaghi. Le moldeó el espíritu. Uno se da cuenta después de hacerle varias entrevistas y de recoger testimonios de los seres más cercanos. Le puede meter un gol decisivo a Boca que rompe mil rachas pero luego se irá a cenar con amigos y no hará escala en ningún programa deportivo. Puede castigar redes con eficacia sólo comparable a la de Bernabé Ferreyra y dirá que sí, que está contento, y no dibujará más que una sonrisa tímida. Puede perderse, a los 12 años, la gran prueba que le consiguen para llegar a River por estar enfermo, y no hacerse dramas porque sabe que algún día la chance llegará. Pueden mandarlo a entrenarse con los juveniles, después de meter algunos goles en primera, con un diagnóstico lapidario (“gordito culón”) y terminar siendo goleador y figura de la Copa Chivas, para futbolistas de quinta división. Puede pasar de campeón y goleador del torneo a ser suplente de suplente en el siguiente, Pellegrini mediante, y no habrá jamás una mueca de disgusto, una declaración fuera de foco. Sin desbordes, tranquilo, siempre tranquilo, el muchachín le hace honor al nombre del barrio donde creció.
Fernando Ezequiel Cavenaghi es hoy la carta más brava que River tiene en su mazo para aspirar a ese sueño llamado “doble corona”. Aunque la potencia inusitada del resucitado Maxi López haga estragos, aunque el Muñeco Gallardo comience a desempolvar su jerarquía algo desdibujada por las lesiones, aunque Mascherano sea un león vendiendo entrega, aunque los hermanos Ameli-Tuzzio sostengan cada vez más al equipo con su personalidad, aunque Lux anote poroto tras poroto con su solvencia, el cuchillo lo clava Fernando: contra Boca, contra el Cali, contra el que sea.
Viajar a sus pagos, a los sitios donde definió su caracter y aprendió los trucos para someter arqueros, descubrir sus travesuras de chico y sus pasatiempos de grande, explorar cómo viven los familiares y amigos este presente del niño prodigio, de todo eso trata un poco esta nota.
UN CAVENAGHI EN CADA ESQUINA
Acceso Oeste, Luján, Ruta 5, Bragado, 38 kilómetros más para totalizar casi 250 desde la partida y aparece O’Brien, escrito en letras de yeso gigante sobre la ruta solitaria. Si habrá hecho ese viaje Fernando: los primeros seis meses en River, cuando iba sólo una vez por semana a entrenarse al club y volvía; ya cuando le tocó vivir en la pensión y cada fin de semana libre trataba de aprovecharlo; ahora de grande, claro, cuando busca algo de paz en su vida superprofesional.
En realidad, Fernando nació en Bragado, porque en O’Brien no había hospital. Para tomar dimensión del pueblo del goleador, y sin intención de menospreciar sus cualidades ni mucho menos, valen un par de datos. En O’Brien no existe hospital sino una sala de primeros auxilios con dos médicos clínicos para atender a los 2.500 habitantes. Hay una escuela secundaria, una primaria y un jardín, un kiosco de diarios, un videoclub, dos pubs donde se puede comer algo al paso, un boliche bailable, una iglesia evangélica, una estación de servicio, dos farmacias, 16 cuadras asfaltadas y el resto de tierra. El cine desapareció en los años 80 y el único restaurante cerró sus puertas un poco más acá en el tiempo. Si uno quiere comer algo más elaborado que un sandwich o una pizza fuera puede encargar con antelación a la cantina del Club “Juventud Unida”, donde la gente se reúne a jugar a las cartas. Las alternativas para el fin de semana son escaparse a Bragado, Junín o Los Toldos, previo recorrido de unos 50 kilómetros promedio.
Los Cavenaghi se instalaron en esas tierras prósperas en cereales y aptas para la ganadería, destacadas por sus talleres de costura, casi desde su fundación a principios del siglo pasado. Antonio Giuseppe Cavenaghi, el abuelo del abuelo de Fernando, era oriundo de Concorezzo –en el norte italiano, próximo a Milan- y llegó a Argentina en 1888 en el Umberto I. Edgardo, el abuelo de 62 años, muestra con orgullo aquel pasaje, conservado en perfecto estado, a tal punto que se puede leer “Navegacione a vapore italo-americano”.
Edgardo, hijo mayor del abuelo Edgardo y papá de Fernando, de 38 años, en O’Brien sólo responde al apodo de “Garito”. Delantero de alcance local en su juventud, es el dueño de “La Tienda”, el boliche donde los viernes pueden juntarse hasta 300 personas. Es el único día que abre porque los fines de semana, como se dijo, la costumbre de los jóvenes es salir para las ciudades aledañas. Elvio, el hijo menor y tío de Fernando, de 30 años, es dueño del kiosco de diarios y del video club. Futbolero al mango, integró las inferiores de Gimnasia de La Plata donde compartió equipo con los Mellizos Schelotto y luego llegó hasta la cuarta de San Lorenzo, pero finalmente abandonó por una lesión crónica en su tobillo. También delantero y goleador, para hacerle honor al apellido, ahora hace el curso de técnico en Junín y dirige al equipo de Villa Tranquila en el torneo regional. Marilina, la hija del medio y tía y madrina de Fernando, de 36 años, trabaja en el polirrubro de la YPF de la entrada.
O sea: uno puede llegar a O’Brien en auto desde Buenos Aires, tomarse algo en el barcito de la YPF, comprar el diario en el kiosco, alquilarse una película para la tarde e ir a bailar a la noche y sólo encontrará en su camino Cavenaghis.
“¿Qué siento? No sé bien lo que siento, uno recién toma conciencia cuando me pregutan esto, como lo hacés vos ahora, porque los de acá te siguen tratando igual que siempre”, arrancá papá Garito, a quien Fernando le cumplió el deseo de construirle el chalecito propio, con los primeros dineros del fútbol. “Pensás un poco y lo primero es orgullo, parece un sueño lo que pasa, estamos como en una nube –continúa-. Igual, todos intentamos pasar desapercibidos. En el boliche, por ejemplo, no pongo fotos ni nada, si no parece que te agrandaste”.
Reunidos en la cocina de la casa de los abuelos, donde Fernando aún conserva habitación propia, la nona Norma muestra con orgullo los platos que decoran la pared y que fueron traídos por Fernando de distintos viajes. “El día que le metió los tres goles a Estudiantes fue una locura –evoca Norma, con los ojos brillosos-. Era el lunes a la noche y seguían viniendo todos los canales de Buenos Aires, la radio Caracol, todos. Yo no aguanté más y me fui al patio del fondo y me puse a llorar. Era demasiado fuerte para mí”.
Aquella jornada del 3-2 al Pincha, su primera gran irrupción público a un año de su debut, tuvo sus particularidades. “Después del partido se corrió la bola de que iba a venir Fernando y la FM local lo anunció. La gente salió en caravana a recibirlo a la entrada del pueblo. Fueron unos 30 autos y de ahí todos tocando bocina hasta la plaza y lo levantaron en andas. Eran las diez de la noche y seguía la joda. Algunos en el pueblo se ofendieron porque no avisamos, pero fue todo demasiado espontáneo”, recuerda el Tío Elvio. “Imagínese lo que significó eso para nosotros –mete un bocado el abuelo-. Antes, cuando Fer estaba en inferiores y hacía de alcanzapelotas, veíamos los partidos de River para ver si aparecía atrás de alguno. Y cada vez que lo enfocaban un ratito gritábamos como locos”.
En O’Brien, Fernando es uno más. Cada vez que se hace una escapada no lo acosan ni mucho menos. “Acá lo tratan como siempre, no se dan cuenta de la magnitud que tiene Fernando allá”, destaca el papá. “Es que a él nunca le gustó hacer alarde de lo suyo. Hace un tiempo, cuando yo le decía ‘el día que llegues a primera…’ él me cortaba enseguida con un ‘¡calláte!’. O cuando alguien de nosotros le comenta que jugó bien, él retruca: ‘más o menos’”, describe el abuelo. Y se suma el tío Elvio con una anécdota: “No le gusta hablar de él, por eso cuando metió un gol en la Selección Sub 20 y mostró abajo una camiseta dedicada a Soledad, su novia, todos nos asombramos. Después, cuando le preguntamos, nos confesó: ‘Y, estaba dura la mano’”. Y consiguió ablandarla, con la vieja táctica que alguna vez usó Batitusta (lujos que se dan los goleadores), porque Soledad, también de O’Brien, estudiante de kinesiología, sigue siendo su novia en la actualidad. (Lamentamos la información para su abultada legión de admiradoras).
Sobre cuestiones culinarias, nadie mejor que Norma para dar el menú preferido de su nieto: sopa (“es muy sopero”), lomito, ravioles con pollo y postre borracho, “pero sin moscato”, aclara. Por supuesto, cada tanto la nona hace un delivery bien caserito y llena el escuálido freezer del departamento de Núñez que habita el goleador.
CHACABUCO: CRECER DE GOLPE
Para llegar a Chacabuco desde O’Brien hay que recorrer unos 100 kilómetros por ruta o 50 si se toma el atajo por caminos de tierra. Ese trayecto también Fernando lo conoce de memoria: entre los 6 y los 12 años lo hacía dos veces por fin de semana, avatares lógicos que sufren los hijos de padres separados.
Si se repasa brevemente la difícil infancia que debió vivir Kity, tal su apodo desde pequeño, se podrá comprender por qué forjó ese carácter tan especial, inmune a cualquier tipo de bajón y desesperanza.
Mónica Ferrero, oriunda de Irala, un pueblo más pequeño aún que O’Brien, ubicado a 10 kilómetros del mismo, conoció a Garito Cavenaghi porque éste era compañero de colegio de Darío, su hermano. Se pusieron de novios y a los 14 años quedó embarazada de Fernando. Hubo dudas, claro, pero decidieron seguir para adelante y se casaron: él con 17 años, ella con 15. Unos meses más tarde nació Fernando. Y seis años después se separaron.
Mónica decidió instalarse en Chacabuco por dos razones: porque allí vivía su hermano, que le podía dar una mano, y porque era el único lugar de la zona donde tenía la chance de terminar sus estudios de maestra. Y enfiló nomás hacia los pagos de Passarella con su hijo de seis años. No le resultó fácil. El primer año, su hermano la alojó y después fue alquilando donde podía.
“Siempre trabajé vendiendo cosas, fui empleada en un negocio de gaseosas, y la verdad es que hubo noches en las que me quedé sin comer. Todavía recuerdo el primer día de Fer en la escuela, estaba re perdido, no conocía a nadie. Me agarró una angustia tan grande que me vine a llorar a casa”, admite hoy Mónica, que un tiempo después de recalar en Chacabuco conocería a Oscar Golía, su actual esposo y con quién tendría a Nicolás (8) y Belén (7), dos purretes que se venden con su mirada de pícaros y que ya han salido de mascotas al Monumental de la mano de su hermano famoso.
“En una época alquilé una piecita con cocina y baño. Dormíamos en una cama cucheta y alguna vez que estaba un poco enferma, él prendía la luz y me preguntaba desde abajo si me sentía bien. Siempre fue muy compañero”, revive con emoción Mónica, que hoy tiene 36 años y trabaja en el Jardín 904, en sala de 3 y 4 años, donde falta todo menos menos cariño y dedicación.
Chacabuco tiene rango de ciudad, casi 50.000 habitantes, y al entrar, nomás, impacta la presencia de los silos de “Molinos Chacabuco”. Todos saben que en Alsina al 400 vive parte de la familia Cavenaghi. La casa es sencilla, sin ostentaciones. Lo primero que uno ve al ingresar a la casa es un Fernando en tamaño natural que saluda con la camiseta de River junto a sus hermanitos desde una foto mural. Hay cuadros con camisetas enmarcadas, un aparador repleto de trofeos y un armario con algunas de las casacas obtenidas por el goleador, entre las que se destacan las blancas de Raúl y de Zidane (del último choque con el Real Madrid) y la juventina de Del Piero, con dedicatoria incluída, que fue traída por Néstor Sívori, representante y amigo.
“Claro que lo extraño –continúa Mónica-, pero hablo por teléfono todos los días. Una vez me pidió si lo podía despertar todas las mañanas y para mí fue una gran emoción, me hace sentir un poquito útil. En sus inicios en River no fue fácil, porque no había plata y sólo podía llamarlo una vez por semana. Encima no teníamos teléfono en casa y teníamos que ir al público”.
Oscar, que trabaja en una fábrica de premoldeados, asiente: “Esos miércoles eran bravos y si encima Fernando por ahí decía que se sentía mal o tenía algo de fiebre, la mamá se ponía loca. La verdad, que Fernando, bancársela, se la re bancó. Lo ayudó la separación de los padres, los golpes asimilados. Sabés lo difícil que era cuando lo dejábamos saludando ahí en la puerta de la pensión del club los domingos a la noche ”.
Con la pelota se destacó desde chiquito. Cuenta la mamá que para los cumpleaños siempre pedía pelotas y que llegó a tener once. “Taca, taca, todo el día con la pelotita andaba”, recuerda. Entre los 9 y los 12 jugó en Rivadavia de Chacabuco y en Bragado Club, por las ligas regionales, hasta que finalmente ancló en el segundo. También integró las selecciones de las dos ciudades. Y siempre metió goles con naturalidad.
“No fue un chico muy travieso –evalúa Mónica- pero sí medio vago para el estudio, aunque nunca tuvo problemas. No me dio mucho trabajo porque siempre fue obediente y no se le daba por contestar, aceptaba las cosas. Sí me acuerdo el papelón que me hizo pasar una vez. Del colegio le dieron un talonario de rifas y en vez de venderlas a 50 centavos las vendió a un peso. Llegó a casa y me dijo: ‘mami, mirá toda la plata que me gané’. Lo llevé casa por casa a devolver el dinero. Estaba rojo como un tomate”.
Hoy, con la fama a pleno, cada vez que el goleador viaja a su casa materna, se arma una pequeña revolución en la zona. Muchas veces, Fernando tiene que avisar que le abran el portón porque está entrando a la ciudad y si deja el auto en la calle, a la hora ya hay gente haciendo cola en la puerta, porque todos saben que el héroe está en casa. Cada vez que puede, Fernando va para allá, sube a una casilla rodante de amigos, recoge a la familia y se va a pescar a alguna laguna cercana, uno de sus hobbies. “Le gusta acampar y estar con poca gente. Y le encanta la pesca de tarucha por encima de la de pejerrey, porque la tarucha es más peleadora”, asegura Oscar. Y completa el cuadro de situación actual: “No es fácil el tema de la fama, por ahí te das cuenta que algunos chicos se acercan a nuestros hijos por interés, o que alguno te quiere cobrar más caro por ser familiar de Cavenaghi. Y en la Filial de acá muchas veces se juntan a ver partidos, pero tratamos de esquivar lo más posible, porque después del festejo viene el ‘pechazo’”.
Pechazo viene a ser mangazo. Para darle un corte al tema, Oscar mandó a una casa de fotos una de Fernando y ante cada pedido, los manda ahí. “Hacete una copia y cuando lo vea a Fernando te la hago firmar por él”, les dice, y a otra cosa. Los hermanitos (en O’Brien tiene un tercero llamado Marco), en cambio, prefieren la opuesta. Hasta hace unos años andaban por todo el colegio diciendo que eran hermanos de Cavenaghi. “¿Qué van a ser hermanos de él?”, los verdugueaban sus compañeros, valiéndose de los apellidos de sus padres: Golía y Ferrero. “Dejá, que no te crean”, les aconsejó la madre. Y un tiempo después, los pibes llegaron con su mejor sonrisa al cole mostrando las fotos en las que entraban al Monumental con su hermano famoso. Tomá.
LA IMAGEN ES TODO
La llegada a River la conoce al detalle Galdino Luraschi, por entonces técnico de la novena, y siempre destacado por Fernando como un hombre clave en sus inicios. “En el 96 fui a hacer una prueba a Chivilcoy y tenía que ver chicos que el año siguiente integrarían la novena –recuerda hoy Luraschi, ex jugador del Millo, actualmente trabajando en unas escuelitas de fútbol en Flores-. Los delegados de esa zona llevaban sus pollitos para que lo viéramos y ahí me pasaron el dato de un pibe muy interesante de la zona de O’Brien. Al final no pudo ir a esa prueba porque estaba enfermo, así que lo cité para que fuera la otra semana al club. Jugaron contra la prenovena de River, que estaba bien armadita y Fernando metió dos goles. Me acuerdo que quedaron él y un chico de Bragado, de apellido Diez. No tuve ninguna duda: lo vi explosivo, con olfato, que le pegaba bien con las dos piernas. Quedamos en que viniera una vez por semana hasta fin de año, porque recién en el 97 íbamos a poder competir con la novena. Y así fue: ese primer año anduvo bárbaro, fue el goleador del segundo torneo y armó una gran sociedad con la Gata Fernández y el Malevo Ferreyra”.
La Gata es uno de los mejores amigos que hizo en Buenos Aires, lo mismo que Germán Lux y Alejandro Saccone dentro del actual plantel - aunque tiene buena onda con todos-, Sebastián Rivera y David La Regina. “El único problema que tiene es su sonambulismo –se tienta David, ex compañero de Fernando en el Instituto River Plate-. El viene seguido a dormir a casa y por ahí a la madrugada empieza a caminar solo, descuelga el teléfono, y después ni se acuerda. Encima el loco parezco yo cuando le cuento al otro día lo que hizo, no me cree”.
¿Locuras? “La mejor fue la cena despedida al menisco -continúa La Regina-. Fue el día antes que lo operaran, en el 2002. Hicimos la cena con él, mis hermanas y algún amigo más. Después de la operación volvimos a juntarnos a comer y el menisco en su frasco tenía su lugar en la mesa , claro que sí, era una manera de darle la bienvenida a su nueva rodilla. Mal no le fue, ¿no?”. Otra que la OCAL.
En relación a las virtudes futboleras, Luraschi destaca que Fernando siempre se tuvo mucha fe, “pero no con palabras, él actuaba y listo, no perdonaba a nadie”. Y revela, con ejemplos, cómo no se ha mareado con las mieles del éxito: “Seguimos en contacto, claro que sí, aunque yo no esté más en River. Me llama o llamo, alternamos. Y con respeto, con palabras de agradecimiento. Fernando siempre fue un pibe sencillo y con ganas de aprender. Y sigue siendo así. Que no se olviden reconforta, porque muestran que uno les ha brindado algo”.
Por algunas de estas razones, la Filial Monte Grande de River, fundada en el 2002, eligió a Cavenaghi para que la apadrine. “No queríamos una figura tradicional, porque la mayoría de los muchachos son jóvenes –explica Omar Fiorentino, el presidente de la filial-. Casi todos lo admirábamos como jugador y cuando me entrevisté con él para proponerle el tema, me encontré desde el primer momento con un pibe diez puntos, humildísimo, macanudo, fuera de todo vedettismo y posturas. Tuvo una predisposición bárbara desde el comienzo. Este año se había comprometido a venir el lunes 5 de abril a comer un asado con la gente de la filial. Y aunque era feriado y ellos llegaron el domingo a la noche de jugar en Bahía Blanca, el pibe cayó antes de la hora prevista, se sacó fotos, firmó camisetas, se soltó y jodió con nosotros. Un fenómeno. Estamos muy contentos por la elección que hicimos”.
La imagen de gran futbolista y también el perfil de yerno ideal han generado que muchísimas empresas lo buscaran para distintas publicidades. En los últimos tiempos, Cavenaghi fue la cara de Adidas, Gatorade, alfajores Havanna y Pepsi, entre otras. “Se acercan muchas empresas pero la idea es no hacer cualquier cosa porque sí –razona Néstor Sívori-, la idea es que sean primeras marcas y que tengan que ver con el fútbol, que es lo suyo, porque Fernando no es un modelo publicitario. Creo que lo buscan, básicamente, porque es un chico que puede transmitir bien los mensajes, un joven exitoso y serio”.
Y a propósito del futuro del goleador serial, Sívori acaba de venir de Turín, Italia, donde anduvo tanteando la situación. ¿Para qué fue? Responde él mismo: “Estuvo donde tenía que estar, interiorizándome del mercado, escuchando a algunos interesados, pero cerrado no hay nada”. ¿Y con la Juventus qué pasa? “La Juve finalizó el último ejercicio con 22 millones y medio de euros de pasivo y no escapa a las generales de la ley, no hay plata. La Roma, por ejemplo, vendió a Samuel en veintipico de millones y necesita poner 40 palos para poder empezar el campeonato. De las 20 transferencias que se hicieron hasta ahora, 19 fueron al final del contrato, o sea que el club comprador sólo tiene que arreglar el vínculo con el jugador, no hay que pagar pase, ni 15 % ni nada. O sea, es un mercado más deprimido aún que el año pasado”. ¿Y Rusia puede ser? “No descarto nada, pero debería ser un equipo que juegue copas europeas”. ¿Qué pasa en junio, entonces? “No sé, no sé, espero estar festejando la Copa Libertadores”.
Esquiva Sívori, como lo hacía su padre. Aunque hay mucho olor a que será difícil retenerlo.
“La verdad, jugaba muy bien, pero jamás pensé que llegaría a primera. Si no, prometía otra cosa, seguro”. ¿Quién lo dijo’ Sí, aunque usted no lo crea, la que va cerrando esta historia no es otra que Mónica, la mamá. ¿Qué prometió? Ir caminando a Luján. Pero no desde Buenos Aires sino desde Chacabuco: 120 kilómetros por los atajos de tierra. Cumplió el año pasado, después de entrenarse durante siete meses una hora por día. Le pidió a Oscar que la acompañara a caballo, cargó sillas, una palangana, medicamentos, de todo. Salió un jueves al alba y llegó el sábado a la noche. Se ampolló todos los pies y se encarñó todas las uñas. Estuvo tres días sin poder caminar.
Y… si no le tienen fe al pibe de Villa Tranquila…
Gol inolvidable
“No fue una jugada preparada, se dio en el momento y por suerte salió bien. En realidad, en un corner así, yo ando libre por el área a ver si agarro algún rebote. Apenas salió el corner, intuí que alguien podía peinarla y aparecí por atrás. Lo que uno siente apenas mete un gol así es difícil de explicar con palabras. En los primeros segundos se grita, se grita con toda la furia. Y enseguida te ponés a pensar en la gente que fue a la cancha a alentar, en lo que puede significar ese gol, en tus seres más queridos. Después de festejar con mis compañeros, me separé y me puse de cara a la tribuna de River: tenía ganas de mirar cómo se vive en la popular un gol así, porque no siempre se da la chance de tenerlos tan cerca. Ver a tipos abranzándose con el de al lado, ver la felicidad impresionante que le salían por los ojos, me impactó, de verdad. Ya le agarré un cariño especial a ese arco: ahí la había metido en el 2-2 del año pasado y también la emboqué para la publicidad de Pepsi. Si hasta el gol de chilena, esa vez, lo hice en el primer intento. De casualidad. Ya está: el 16 de mayo no me lo olvido más, fue uno de los días más felices en el fútbol, junto al de los tres goles a Estudiantes y a cuando salí campeón. La gente de River está chocha, y me lo hace saber: además del afecto de siempre ahora me agradecen por el gol a Boca. Hasta ahora siempre me fue bien en la cancha de ellos. Esperemos que se repita“. (Textual de Fernando Cavenaghi).
Por Diego Borinsky
Fotos: Jorge Dominelli