2004. Tiempo de revancha, la Gata y Lisandro
A poco de empezar sus carreras en primera, Gastón Fernández y Lisandro López parecían hermanos en Racing. Los unían las buenas pero también un pasado con grietas en el pecho.
López y Fernández deben convivir a menudo y no siempre resulta placentero para ambos, porque este López tiene onda, se ríe a carcajadas y parece divertido, pero no está capacitado para sonreír antes del mediodía. Fernández lo sabe, es el tipo que soporta esos detestables fastidios matinales. Suficiente martirio ver a su cónyuge de concentración refunfuñando entre lagañas y bostezos, pero encima el pobre Fernández recibe a diario un silencio catedrático como respuesta a sus “buenos días”. Ya lo conoce y se lo banca, pero una pregunta desata el talk show.
–¿Qué le modificarían al otro?
–Cri, cri…
Sólo se oye un grillo en el fondo de la quinta de Marín. “¡Dale, contestá algo, cagón!”, exige La Gata, agazapada. “Ya sé, alguna vez en la vida podrías cebar un mate”, devuelve Lisandro. Y Fernández se sonríe, aliviado, con gesto de ‘ahora vas a ver’: “¡Vos, caradura, levantate alguna vez de buen humor! Tenés cada mañanita, querido… Ni me saludás”, sentencia Gastón, y hay más: “Para colmo, si le decís algo, se enoja y no te contesta. Es medio histérico”, agrega.
No se están peleando, se están riendo mientras se pegan, se gastan y se disputan el lugar protagónico en la foto. “Reíte, boludo”, ordena La Gata. Y López lo molesta, lo empuja, le toca la pierna. “¡No me toques, nene!”, se queja Gastón. Hasta que una voz pone los puntos: “Muchachos, por favor no se manoseen, que hasta ahora tenemos un equipo de hombres”, irrumpe el Pipa Higuaín, fiscalizando el comportamiento de las peligrosas criaturas. Parecen hermanos, una especie de Marquesi, entre el fútbol y la música: “A mí me gusta Ismael Serrano –dice Fernández– o algo de rock nacional”. Y López destaca que, al menos en este rubro, no hay disputas: “Solemos escuchar temas tranquilos, salvo cuando salimos, que ponemos alguna cumbia”.
Ahí van, en auto, dos facheritos de la Primera de Racing, dos sedantes para tanta fanática exasperada: “No, los dos estamos de novios”, aclara Lisandro. Y La Gata se compenetra para sumar unos puntos: “Ahora estoy muy tranquilo, ya se me pasó la época en la que tenía ganas de joder. Hace cuatro meses que encontré a la persona que necesitaba. Con ella, me siento muy bien, feliz”. El que sabe, sabe. Ni le hablen de gatos a La Gata, pero tantas admiradoras alteran inevitablemente la armonía de una pareja estable, a punto tal que Gastón considera “más fácil transmitirle confianza al Pato Fillol que a mi novia”. No es para menos. Sus fans le construyeron una página en Internet, “www.lagatafernandez.ar.gs”, en la que figura el día que le creció cada diente, desde sus datos estadísticos hasta revelaciones como: “Es muy tímido y tarda mucho en encarar a una chica”. Ya no tarda, ni mucho ni poco. Se retiró del mercado: “Ahora sólo trato de hacer sentir bien a mi novia y de no darle motivos para que esté mal, porque sé que si las cosas fueran al revés no me gustarían”.
Para Lisandro se hace un poco más fácil controlar los celos, porque “yo hace mucho que conozco a mi chica, y ya llevamos como cinco años juntos. Entonces, nos conocemos y marcha todo muy bien”. Casi casado, López pone al equipo en el hombro de Fernández: “La Gata, sin dudas, es mucho más perseguido por las mujeres. Yo, cero…”. Al instante, Gastón cruza una mirada irónica y asevera: “Este se hace el humilde…”
Los unen las buenas, el éxito con el arco y con las chicas. Pero también los une un pasado con grietas en el pecho, y un intento de colgar los botines recién estrenados. “Tuve lesiones en momentos muy importantes –se lamenta Lisandro–. La primera fue en Cuarta, después de haber sido goleador, y la otra fue justo cuando Merlo me subió a Primera. Me fracturé el quinto metatarsiano el día que nos íbamos de gira… eso no se me borra nunca más de la cabeza. Sentí una desilusión tremenda y no quería saber más nada. Después de esa segunda lesión, estaba bajoneado, furioso y cerrado en mi decisión de abandonar. Me iba a dormir llorando y me preguntaba mil veces ‘por qué a mí y ahora’. Pero al final decidí arrancar de nuevo y, por suerte, valió la pena. No me quedaron miedos y, a raíz de eso, hoy disfruto el doble de todo lo que consigo”.
Fernández asiente con la cabeza al ritmo de las palabras entrecortadas que va escupiendo Lisandro. Se desvanece por un instante la cara de picardía, y ahora Gastón no parece La Gata: “Yo también sufrí un bajón grande mientras estaba en Primera, pero sólo por lo futbolístico. Bajé a reserva y tuve momentos difíciles, de replantearme las cosas. Sentía impotencia y bronca por no poder demostrar en Primera lo que podía dar”.
El vértigo del precipicio en el fútbol no fue la sensación más aterradora en la última década de Fernández, que tuvo lagunas de lágrimas, picos de dolor y noches negras de verdad: “Mi viejo era muy futbolero y falleció cuando yo tenía diez años. Jugaba de ‘10’ o de ‘8’ en ligas provinciales y ahora es mi ángel. Todo lo que hago tiene que ver con mi papá, porque actúo según lo que él me diría si estuviera acá. Por eso cuando meto un gol miro al cielo”. Era un tipo de campo, papá Fernández. Y papá López también, aunque Lisandro confiesa que zafó de la etapa de peón: “Mi viejo empezó con esa actividad cuando yo tenía 18 años, y justo me vine para Buenos Aires, así que nunca tuve que laburar en el campo con él”.
Hablan de familias, y Lisandro menciona de paso a “mi hermana Rocío, mi vieja María Elena y mi papá Miguel”. Luz verde para que La Gata empiece a enumerar a los suyos con total naturalidad: “Mis abuelos, Ricardo y Pirucha; mis tíos, Rubén y Alejandra; mis primos, Ayelén y Catriel; mi hermana Nadia, mi mamá Adriana…”. Nombró a todos de corrido, como si se tratara del núcleo primario de la familia, o como si hablara un Benvenutto: “No, nosotros somos los Roldán, la parte quilombera de los Roldán. Siempre andamos juntos, y me gusta estar con ellos, porque fueron los que estuvieron en el momento más duro. Cuando fue lo de mi papá, mi mamá no tenía trabajo, y ellos nos ayudaron muchísimo. Eso no lo puedo olvidar”. Para comprobarlo, basta con levantar la mirada a la platea B del Cilindro, al lado de la popular visitante. Ahí están los suyos, oriundos de Avellaneda, esperando que Gasti salga a la cancha, de la mano de Agustín, “el hijo de la sobrina de mi mamá, que tiene tres años y para mí es un hermanito”.
Como antítesis de esa multitudinaria familia, surgen los primeros días de Lisandro en Capital. En absoluta soledad, recién llegado del interior, se refugió en la pensión. Y se le hizo muy difícil… dejarla: “La pensión me encantaba. Las rondas de mate, las charlas del partido, las anécdotas de los pueblos… Era hermoso. Además, se aprende muchísimo ahí. Al compartir todo con 30 o 40 personas, uno valora mucho las simples cosas cotidianas y logra entender por qué hay que respetar a los otros”.
Sus López quedaron en Rafael Obligado, donde es ciudadano ilustre: “Todos me saludan, me felicitan y me preguntan de todo. Se extraña la tranquilidad, porque en Capital todo va a 200 kilómetros por hora y allá nada que ver”.
Esa velocidad se la debe a Miguel Micó, el responsable de que Lisandro López sea un jugador de fútbol: “Jugué los Bonaerenses con una preselección de Rojas, en enero de 2001, y me vio él, que me brindó su apoyo y me llevó a Racing”. Hasta entonces se entretenía coleccionando portazos de diferentes estadios: Vélez, Boca, Newell’s y Central le agradecieron su esfuerzo antes de mostrarle la salida. “Yo odiaba las pruebas –confiesa Lisandro–, porque estaba acostumbrado a jugar con mis amigos, que siempre me pasaban la pelota. En cambio, ahí nadie me la daba y eso me fastidiaba mucho. Tanto, que había prometido no probarme más”. La Gata lo mira, achina los ojos, no dice nada, y Lisandro le contesta el silencio: “No, no es que me fastidio fácil, che. Tengo mis días… Por ahí, adentro de la cancha sí me excedo y tengo que corregirlo, porque me enojo cuando no me llega la pelota y es peor. Me encierro y no me salen las cosas”.
Fastidio al margen, si abandonaba las pruebas, Lisandro debía pensar en otra actividad: “Y contabilidad era lo que menos me costaba en el colegio –dice–, así que me anoté en Ciencias Económicas en la facultad de Junín, pero gracias a Dios salió lo de Racing y me fui corriendo. De haber sido economista, ahora estaría trabajando en el campo, seguro”.
A la Gata le toco ensuciarse un poco en el campo de su padre, pero su imagen hoy es totalmente urbana. Ropa fashion, anillos “de mi novia y de mi tía”, y cinco tatuajes: “En la columna, las iniciales de mi mamá, mi papá y mi hermana; en el tobillo, un tribal; en la espalda, un sol azteca; y dos en el brazo: un dibujo que nos hicimos con mi mejor amigo y un águila parecida a una que tenía tatuada mi papá”. Por esa identificación eterna con su viejo, admite que nunca se planteó una posibilidad que no fuera ser futbolista. “Empecé jugando al baby en Estrella de Echenagucía y, a los 14 años, arranqué en Racing en cancha de once, pero no me enganché. Dejé y volví cuando conocí a Galvino Luraschi, que me llevó a Huracán y después a River. Se portó como un segundo padre conmigo. Me alcanzaba a las prácticas, me conseguía becas… Si hoy estoy acá, en gran parte se lo debo a él y a Titi Montes, dos personas que me bancaron mucho”.
Así empieza la historia oficial, aunque existió un contacto previo entre Fernández y River, cuando Gastón tenía once años y decidió ir a probarse. Quedó, obvio, pero de “4”: “Como había muchos chicos para probarse de delanteros, me pusieron de marcador de punta. ¡Y me dijeron que volviera! Volví… tres años después”.
River logró encerrar a La Gata a los 14 y el año último decidió prestárselo a Racing. “Estuve con Ramón Díaz y me hubiera gustado tenerlo un tiempo más, aunque no pudo ser. Y después llegó Pellegrini, a quien siempre le estaré agradecido porque me hizo debutar en Primera. Pero por cuestiones de resultados nunca pudo trabajar tranquilo, y yo no tuve las chances que quería. Entonces, al final, como llegaban Salas y Gallardo, y ya estaban Cavenaghi y Montenegro, consideré que no iba a tener chances de jugar y, en cuanto surgió lo de Racing, ni lo dudé”. Tampoco tambaleó al rechazar los billetes del Wolfsburgo, que lo quería junto a D’Alessandro: “Dije que no y no me arrepiento, porque para mí es más importante demostrar acá mis condiciones. Si después vienen ofertas de Europa, mejor, pero no me obsesiona jugar afuera. Primero quiero disfrutar de la pasión con la que viven el fútbol los hinchas de la Argentina”.
No la pudo disfrutar mucho tiempo junto a Marcelo Salas, quien le dejó un souvenir y los ojos brillando: “Por suerte participé de un par de prácticas con él y cumplí mi sueño de pibe. Mientras me hablaba, sentía que tocaba las nubes… Tengo guardada una pechera que me regaló. Pero las cosas se dieron así. Ojalá en algún momento pueda jugar con él y con Cave. En junio los dirigentes decidirán qué pasa conmigo. Es algo que no depende de mí y, de todos modos, lo que yo prefiero no lo voy a decir…”.
”Cave” es su amigo Fernando Cavenaghi, pero hoy al costado lo tiene a Lisandro y, si tiene que elegir, no duda: “Los dos, y juego con tres delanteros”. Todos de Selección, porque aunque sólo pasó por el probador, Lisandro también se puso pilcha de AFA: “Estuve entrenándome en Ezeiza quince días antes del Mundial de Emiratos Arabes y, al final, me dijeron que no iba a viajar. No fue una desilusión, porque yo sabía que estaba ahí por la situación de otros jugadores. Fue una experiencia linda y muy importante”. Gastón estuvo más tiempo vestido con ropa de AFA, primero talles chicos y después segunda selección. “Me entrené con el Sub-20 que después fue campeón mundial en Argentina, jugué el torneo de Toulon y trabajé como sparring de la Selección mayor los cuatro años previos al Mundial de Corea y Japón”, repasa Fernández, un jugador de Loco. “Ese tiempo con Bielsa fue impor-➤➤tantísimo –destaca–, porque sentí que ahí me prepararon para que yo jugara en Primera”. Nada tímidos a la hora de burlar a las piernas más peludas, los atrevidos botines de Fernández sufrieron censuras en los entrenamientos “porque tenía una gran ansiedad de que me ellos me vieran. Igualmente, nunca nos pegaban de mala leche, todo lo contrario. Nos cargaban y se cagaban de risa”, asegura, mordiendo una lastimadura que no se secó: “Lloré mucho cuando Argentina quedó afuera del Mundial, porque era un sueño para todos nosotros. Fue muy doloroso y yo lo viví como un integrante del plantel, porque así nos hacían sentir”.
Uno de ellos era el Piojo López, quien por Racing, posición y apellido, fue comparado más de una vez con Lisandro. “No me molesta, para nada, pero no creo que haya similitudes en nuestro juego”, aclara. Y La Gata, un Gustavo López según Delem y un Diego Latorre según Angel Cappa, objeta: “No me gusta que me comparen, pero si tuviera que copiarme algo de alguien, prefiero copiarme de Salas”.
No copian las jugadas y mucho menos los festejos. De fabricación casera, Lisandro confiesa la receta: “Salen en la concentración, de pasitos que hacemos mientras estamos escuchando música. Después, ese saludito entre nosotros se me ocurrió hace un tiempo y quedó”.
Ahora lo hacen seguido, muy seguido, cada vez más seguido. “Yo todavía no caigo –reconoce López–. Me cuesta creer el momento que estoy viviendo, porque hace seis meses estaba en la reserva, con muchos jugadores adelante de mí, y pensaba que sería más largo el camino para llegar a Primera. Por suerte, un día Cappa me puso y, cuando agarré continuidad, me maté para mantenerla. Con la llegada del Pato, cambié la camiseta por una titular y ahora no la cambio más. Espero seguir creciendo”. En lo futbolístico sobran las flores y, según La Gata, el tallo pasa por adentro: “Lo fundamental es la amistad que tenemos y que nunca sentimos envidia del otro. Compartimos muchas cosas afuera de la cancha que nos ayudan a conocernos y entendernos a la hora de jugar. Entonces, dentro de la cancha nos buscamos siempre. Por ejemplo, como yo sé que Lisandro tiene mucha velocidad, trato de tirarle la pelota siempre a espaldas de los defensores. Y realmente me gusta mucho jugar con él, porque limpia jugadores y eso me facilita mucho las cosas. El sabe perfectamente que lo considero un gran amigo y un gran jugador”. Ahora López devuelve la pared: “La Gata es un tipo que trata muy bien a la pelota y cuando la tiene, uno sabe que le llegará limpia a los pies, ya sea para seguir tocando o para patear al arco”.
Siempre en movimiento, así viven y así los quiere el Pato. “Fillol nos dice que hagamos valer nuestra habilidad y velocidad, haciendo diagonales y sin quedarnos quietos en ningún momento, porque no somos grandes físicamente”, resalta Lisandro, con la guardia en alto: “Hasta que no estemos matemáticamente afuera de la pelea por el título, yo voy a soñar con que podemos salir campeones, porque somos un gran equipo, aunque tengamos muchos jóvenes”. Justamente, por exceso de juventud, algunos les bajan el pulgar. A ésos, La Gata les levanta el mayor: “Que digan que somos un plantel demasiado joven para pelear el título nos da bronca, pero también nos da más ganas de salir a ganar. El torneo recién está por la mitad, y nosotros soñamos con el título”.
Son chicos y la fama a veces emborracha los sentidos, pero los dos se toman en serio las responsabilidades: “No son tan graves los sacrificios que debemos hacer… O sea, tampoco se trata de no salir nunca. Basta con manejarse responsablemente”. Y La Gata adhiere: “Claro, sólo hay que elegir los días para divertirnos, porque al fin de cuentas somos jóvenes y tampoco sería sano no tener momentos de distracción”. Mejor tenerlos, para no pensar en la dimensión del presente, tan grande y encandilante que no lo pueden ver entero. “Todo esto lo estamos viviendo sin darnos cuenta –admite La Gata–, porque si nos ponemos a pensar que estamos en Primera y en un club tan importante como Racing, quizá nos mareamos”. Y Lisandro lo sostiene: “Tal cual. Uno vive el presente, pero no es consciente de lo que está pasando en realidad”. Sin darse cuenta, patearon la malaria y rompieron el anonimato. Eran López y Fernández. Ahora son Lisandro y La Gata, para todo el mundo.
Por Ignacio Levy (2004)
Fotos: Alejandro Del Bosco