Las Entrevistas de El Gráfico

Marcelo Luján, un cuervo solo en la madrugada

Escritor y fanático de San Lorenzo, siempre fue a verlo a la cancha pero desde que se mudó a España sufre cada partido en soledad y por internet. En esta charla habla de la experiencia de gritar un gol o de festejar un campeonato y no tener con quién abrazarse.

Por Redacción EG ·

12 de abril de 2017
Imagen En 2016, Marcelo Luján ganó el Premio Dashiell Hammett por Subsuelo. Está radicado en Madrid desde 2001.
En 2016, Marcelo Luján ganó el Premio Dashiell Hammett por Subsuelo. Está radicado en Madrid desde 2001.
El 13 de agosto de 2014, al filo de la medianoche, el pueblo sanlorencista festejaba desde el Bajo Flores la obtención de la Copa Libertadores ante Nacional, de Paraguay. En ese mismo momento, aunque eran las 5 de la mañana del día siguiente (porque nos vamos a ubicar en Madrid y hay diferencia horaria), un argentino gritaba y lloraba solo, recordaba su infancia y adolescencia viendo en cualquier cancha a su querido San Lorenzo, extrañaba a sus padres y hermanos -compañeros de aquellos tiempos- y pensaba en sus amigos del barrio de Mataderos. Pensaba, también, en Walter Perazzo, Blas Armando Giunta y aquellos Camboyanos que le hicieron festejar goles hasta colgarse del cuello de su padre y no soltarlo más. Aparecieron a la vez tantos jugadores que no vio porque no había nacido, pero que le contaron hasta antojárselos héroes; pero aquella, la noche de la Libertadores, sentía que estaban ahí, con él, para acompañarlo en la soledad madrileña. Aquello le pasó al escritor argentino Marcelo Luján, quien cuando se fue a vivir a España nunca pensó que la soledad era eso: la llegada de un título tan esperado y no tener con quién compartirlo. Tampoco había imaginado que San Lorenzo pasaría tantas buenas. Ni que el mundo tendría un Papa azulgrana. Ni que para sentirse más cerca del club de sus amores, aquella vez en que le entregaron un premio iría a recibirlo con una camiseta cuerva.

-¿Cómo se vive San Lorenzo a la distancia?
-Antes era un lío verlo en directo, pero ahora, con internet, puedo ver todos los partidos, aunque me caigan a deshoras. El fútbol y San Lorenzo son muy importantes en mi vida. Hace casi tres años ganamos la Libertadores, algo muy especial para el pueblo sanlorencista, y seguí el torneo por internet. Recuerdo la final, en agosto, con cinco horas de diferencia respecto de la Argentina. En los minutos finales, acá siendo las 5 de la mañana, yo estaba mirando el partido y necesitaba que termine. Estaba complicado. Pero ganamos y lloré solo, a 12.000 kilómetros, porque se cumplía el sueño de cinco generaciones de sanlorencistas. En ese momento me hubiese gustado estar en Buenos Aires. Iba siempre a la cancha. Pero estaba solo. Viendo y alentando por internet un momento único que no podía compartir con nadie: ni amigos, ni familia, ni club. Irse a vivir al extranjero es no poder disfrutar de un triunfo de San Lorenzo en directo. Lo llevo del mejor modo posible: estoy acostumbrado. Pero es difícil para alguien que solía ir a la cancha. Me fui de la  Argentina en abril de 2001, pero no por problemas económicos sino porque necesitaba experimentar una sociedad distinta de la argentina. No tuvo nada que ver con la crisis económica que estalló después. Era una necesidad mía. Pasaron 16 años y mi vida se convirtió en otra vida. No solo con San Lorenzo, sino también con la Selección. El fútbol es la gran conexión que tengo con la Argentina.

-¿La intelectualidad literaria acepta al deporte como temática?
-Hace mucho tiempo, desde Osvaldo Soriano y Roberto Fontanarrosa, que el fútbol se asentó en el mundo cultural. Antes era una actividad para gente considerada inferior. Creo que el fútbol y la pasión por el deporte son altamente literarios. Me gusta incluirlos en mis conceptos y en la ficción. Conozco mucha gente que mete al fútbol y al boxeo en sus historias. Ya están incorporados en la intelectualidad. El día en que me entregaban el (premio) Hammett no sabía que iba a ganar, pero por las dudas me puse una chomba blanca con el escudo de San Lorenzo que me trajo mi viejo. No era una de fútbol, pero tenía el escudito y sabía que si ganaba, San Lorenzo iba a salir en todos lados.

-¿El fútbol ha superado al boxeo en exposición literaria?
-Sí, tanto en la Argentina como en España, donde el fútbol domina todo. El boxeo queda un poco relegado porque las nuevas generaciones prefieren el fútbol. ¿Cuánto hace que el boxeo no sale en tapa de revistas? El fútbol se lo come todo. Entonces si a los escritores, a los creadores, que siempre reflejamos el mundo que vivimos, además nos gusta el fútbol, la conexión con el lector es más potente si le hablamos de algo que también él reconoce.

UN CUERVO DE MATADEROS
-¿Hiciste algún grupo de pertenencia con el cual intercambiar fútbol?
-Una de las preguntas que tenía en la cabeza cuando decidí irme era con quiénes iba a jugar. Porque juego al fútbol desde chiquito. En Buenos Aires lo venía haciendo todos los jueves. Con el paddle necesitás a uno, pero para el fútbol al menos 15 pibes que todas las semanas tengan ganas, voluntad. “No voy a poder volver a jugar al fútbol”, me decía. Pero por suerte lo resolví rápido: los domingos a las 9 de la mañana jugamos con una pandilla de acá. ¡Hay que levantarse un domingo a las 8 de la mañana, con frío y con nieve! En la Argentina es normal, pero no lo es en otros países en los que no se toman al fútbol con tanta pasión. Tenía miedo de perder eso. Es como los amigos, son lo que echas de menos: San Lorenzo, la esquina, la posibilidad de jugar al fútbol. Es muy nuestro. Eso sí me daba terror.

-¿De dónde eras en Buenos Aires?
-De Mataderos, de Alberdi y Larrazábal. Mataderos es un barrio muy sanlorencista.

-El barrio de Chicago.
-Para los que somos de Mataderos, Chicago siempre está ahí. Es un club muy muy especial, con una hinchada muy pasional. Si sos de Mataderos, no le podés ser ajeno.

Imagen Ganó el Premio Dashiell Hammett 2016 por su obra Subsuelo y fue a recibirlo así, enfundado en una remera de su amado San Lorenzo.
Ganó el Premio Dashiell Hammett 2016 por su obra Subsuelo y fue a recibirlo así, enfundado en una remera de su amado San Lorenzo.
-¿Por qué te hiciste cuervo?
-Fue mi viejo, Rodolfo, quien nos hizo. De chicos nos llevaba a la cancha a mí y a mis hermanos. La pasión nos la inoculó mi madre, Cristina. Yo tenía 6 años, más o menos. Recuerdo que la única vez que fui al Gasómetro de avenida La Plata mi papá estaba triste porque, como todos los adultos sanlorencistas, sabía que eso iba a desaparecer. Para la generación de mi padre y las anteriores la cancha lo era todo. Tanto que la vuelta a Boedo es lo que es. Los de otras generaciones no lo sufrimos tanto. Pero para ellos fue terrible. Las cargadas por no tener cancha fueron tremendas. Cierro los ojos y vuelvo a sufrir los 20 años de “fui a tu cancha y encontré un mercado”, o que nos tiraran un changuito a la cancha. Sufro por las cargadas de tener que ir un año a la de Ferro, otro a la de Vélez, Boca, Atlanta. Nos criamos con una sensación de desarraigo. Por eso la cancha en el Bajo Flores fue una felicidad que mi padre no sintió, porque para su generación fue avenida La Plata, un terreno mítico. La Selección jugaba ahí antes que en River o Vélez; hasta se hacía boxeo. En el 59, el Real Madrid de Di Stéfano jugó en el Viejo Gasómetro. Para nosotros el Bajo Flores fue sacarnos un peso de cargadas complicadas. No importaba salir campeones, sino que no nos dijeran más “te fuiste a la B” y “no tenés cancha”.

-¿Coincidís en que el hincha de San Lorenzo es sufrido?
-Creo que tiene unas cualidades de sufrimiento, de aguantar, de estar siempre al límite. Parecido al de Racing, en ese sentido. Son los dos primeros grandes que se fueron al descenso. Algo impensable en ese momento. A lo mejor por ser el primer grande en irse a la B, tal vez porque fue el primer grande al que le sacaron su cancha, su casa, y lo dejaron pagando, el hincha se templó, se hizo más fuerte. Hablar del hincha de San Lorenzo es como decir “fui a la guerra”. Ser de San Lorenzo es eso: nos pasaron todas las cosas malas por primera vez en el fútbol argentino.

-¿Uno es como su club?
-Puede ser, puede ser. Siempre la tuve que remar: como escritor, como persona. Y San Lorenzo no solo me identifica, sino que es parte de mi vida, es mi casa. Lo reconozco como una parte mía porque se parece a mí. Nunca ganamos cómodos, nunca las cosas son fáciles. Todo es siempre a último momento, cortando clavos. Es un poco el genoma del sanlorencista. Está bien que seamos así.

TERRIBLE ACCIDENTE DEL ALMA
-¿Para los españoles el fútbol argentino es Boca y River?
-River y Boca son fuertes, pero también se conoce a Independiente, Racing y San Lorenzo, que creció mucho con lo del Papa. Acá el catolicismo está en la primera línea, así que el Papa nos resaltó a nivel internacional. Estuve hasta con italianos que dicen “San Lorenzo” o gente que recuerda que el Papa terminó alguna misa diciendo “que gane San Lorenzo”. Los cuervos nos sentimos orgullosos, más allá de que tengamos o no acercamiento al catolicismo. Es una de las personalidades más importantes de la tierra. También Viggo Mortensen, que es conocido, ayudó a que San Lorenzo se destaque. Además jugamos la final de clubes en Marruecos con el Madrid de Cristiano. Lo que pasó ahí con la hinchada fue una sorpresa. Aquella bandera enorme de la hinchada quedó como un ícono para el español futbolero. De hecho, se habla de los cánticos de nuestra gente. Desde el programa Carrusel Deportivo, de la Cadena Ser, la más importante de España, se tuiteó una canción de nuestra hinchada con la música del nuevo tema de Enrique Iglesias. Acá cuando ven esas cosas no las entienden. No entienden a la gente de pie, saltando. Eso no se ve en España, donde tienen butacas. El folclore argentino se respeta mucho y se entiende como único en el mundo. Saben que el fútbol en la Argentina se vive de otro modo. Fui a ver partidos de Primera y de Segunda y se escucha hasta el ruido de las semillas de girasol que comen en las plateas. El silencio que hay es impensable para los argentinos.

-Aunque eras chico, ¿qué recordás de la tarde en que descendieron?
-Tenía 9 años, creo. Mi viejo ese día no fue a la cancha: no quiso ir. Lo notaba nervioso. En el momento del partido recuerdo que escuchaba Radio Rivadavia y él estaba afuera, lavando el coche. Solía estar con él cuando lo lavaba, pero ese día me mandaba para adentro. Me dijo algo maravilloso, años después: “Lavé el coche como 20 veces. ¡Imaginate la tensión que tenía!”. Hoy, con el descenso de Independiente y River, quedó como algo menos anormal, pero en aquellos tiempos no le había pasado a ninguno de los grandes. Era impensado para gente que vio a Sanfilippo, a los Matadores, que sucediera algo así. Era lo más denigrante. Por una mala gestión institucional se había perdido la cancha. Imagino lo que sentiría mi padre. Luego, retomando esa imagen de aquella tarde nefasta de 1981, me sitúo en lo que pasó en 2013, cuando San Lorenzo estuvo a un gol de descender. Estaba casi descendido. Perdido. No había forma de zafar. Después de empatar con Independiente 0 a 0, mi padre me mandó un mensaje. Estaba como entregado. Me acordé de aquella vez que lavó el coche 20 veces. Por suerte, esa tarde de 2013, treinta años después, ocurrió el milagro en la cancha de Banfield, pudimos jugar la Promoción y la grandeza del club nos hizo salir adelante. Esa mañana sentí que algo de mí se iba a perder para siempre. Porque San Lorenzo estaba casi descendido. Entendí el dolor de mi viejo del 81 y qué significa irse al descenso, vivir como hincha en una situación de inferioridad. Un amigo de Independiente me decía que se quería meter en un pozo y salir al año. Los clubes grandes no deberían descender nunca.

-¿Quién era tu ídolo de adolescencia?
-Idolo acérrimo, que además era del barrio, es Walter Perazzo, el goleador más fino que tuvo el fútbol argentino. Por lo menos en esos años. Mi padre conocía al suyo: vivían en Alberdi y Pola. Era un jugador extraordinario con el que yo soñaba. Hay un gol, cuando después de una lesión vuelve Franco Navarro a Independiente, que nunca voy a olvidar. Independiente estaba segundo y San Lorenzo, primero. Eramos locales en cancha de Boca. Ese partido fuimos a verlo con mi papá. Independiente nos dio un baile. Tenía a Bochini, Clausen, Villaverde, Percudani. En el segundo tiempo, los Camboyanos, Malvarez, Giunta, etcétera, remontamos. Empató Madelón. Y cuando faltaban 10 minutos hace un centro Malvarez, Perazzo la para de pecho y le pega en el arco del Riachuelo y la pone en el segundo palo del arquero. Me acuerdo de la foto de El Gráfico en la que Perazzo se abrazaba con Gugnali: teníamos a Zanella de publicidad; Independiente, Mita. Era un partido imposible de ganar pero que ganamos con un gol sobre la hora. Me colgué del cuello de mi viejo, que estaba adelante. Tenía 13 o 14 años. Quedé para siempre colgado del cuello de mi padre a partir de ese gol del 87. Cuando yo era chico, mi sueño era que San Lorenzo saliera en la tapa de El Gráfico, que era la referencia. De hecho, las carpetas del cole las forraba con alguna imagen de El Gráfico.

-¿Qué tapa es la que más te marcó?
-La del Bambino llorando es la que más recuerdo. La tengo. Es la del San Lorenzo campeón del 95. ¡El Bambino llorando como un niño! Fue la primera vez que vi a San Lorenzo campeón. El campeonato de la B no cuenta. Lo queremos borrar, aunque fue algo conmovedor, pero no hace mucha gracia. Aquel del 95 fue otro milagro, que lo hizo Independiente al ganarle su partido a Gimnasia en La Plata.

-¿Cómo es hoy la relación con tu viejo y tus hermanos en cuanto a San Lorenzo?
-Cuando hablamos por teléfono, son 10 minutos de cosas importantes; y después pasamos al fútbol. Cauteruccio, etcétera… Siempre empezamos por cualquier cosa y la conversación la termina por absorber San Lorenzo. Hay una conexión que no es el fútbol, sino San Lorenzo. Está bueno que haya un elemento común de amor entre padres e hijos. Porque ahí, a través de nuestro club de fútbol, hablamos en un mismo nivel.

-¿Y con tus hijos?
-Tengo dos: Santiago, de 20 años, que vive en Málaga; y Martina, de 14, en Buenos Aires. Santiago se hizo de Boca. Cuando no vivís con tus hijos te pasa eso. Lo llevé a la cancha una vez que estuvimos en la Argentina. Hice todo lo posible para que sea de San Lorenzo, pero no. En realidad, es del Real Madrid. Sabe los ríos de España y no conoce Pehuajó. El fútbol argentino no cuenta para él. Vive en España desde los 4 años. Yo, acá, soy del Atlético.

Imagen "En Madrid, Messi es el Diablo. El madridismo se hace antiargentino por Messi", dice Luján.
"En Madrid, Messi es el Diablo. El madridismo se hace antiargentino por Messi", dice Luján.
MESSI, BARCELONA Y LOS DE MADRID
-Me contaba tu colega Horacio Convertini que sos anti Real.
-Sí: soy anti Real Madrid. En España, el Real Madrid y el Barcelona, que nos parecen los River y Boca de la Argentina, son dos clubes que exceden la variable deportiva. El Barcelona se convierte en un bastión del independentismo catalanista y el Real Madrid representa un poco el centro del reino y la derecha española; y cuestiones de dinero. Eso no me gusta. Además, se magnifica tanto su poder económico que no tienen nada que ver con River y Boca. Hay muchas diferencias porque hay mucho dinero e intereses que exceden lo futbolístico. Eso me jode un montón. Quiero al Atlético, que ahora con Simeone es un equipo potente, pero hace cinco años hacía lo que podía. Eran pasión, dejaban la vida, llegaron a la final de Europa con el Cebolla Rodríguez. Ese es el club que quiero: que la pasión y el fútbol estén por encima de la variable política. River y Boca no tienen esa variable política. Acá, el Madrid y el Barcelona tienen una posición geopolítica que no me gusta para nada. Entonces, como no vivo en Barcelona y vivo en Madrid y sufro el madridismo, soy del Atlético.

-¿Vas a verlo?
-Suelo ir, sí, porque vivo en el barrio del Calderón. O sea, es el equipo que me representa. Más ahora que está Simeone, un tipo que emite mucha argentinidad. Lleva en Europa 20 años y emite argentinidad. Eso, viviendo en el extranjero, me gusta un montón. Simeone no tiene nada que ver con San Lorenzo, pero es un tipo muy argentino, que no pierde el genoma argentino. Eso me atrae.

-¿Cómo te llevás con la Selección?
-La miro siempre que juega, en directo. Siempre. Cada partido. Me da lástima por Messi, porque también lo veo jugar todos los domingos. Es algo extraordinario. ¡Extraordinario! Es el que gana los partidos, quien hace jugar a sus compañeros. La aceptación en la Argentina es tardía y no sé si completa. En la Copa América de los Estados Unidos se rompió el lomo para ganarla. Lo mismo en el Mundial. Pero no tiene suerte. Ese tiro contra Alemania tendría que haber entrado y Argentina era campeón del mundo. No tiene suerte: acá le entran todas. Creo que hay jugadores que necesitan un descanso. Habría que probar con nuevos. Me da pena que con el potencial que tiene el equipo esté así. A lo mejor me lastima más porque estoy tan lejos.

-¿Qué opinás de la reacción de muchos hinchas argentinos?
-Espero que la gente en la Argentina se dé cuenta de lo que es Messi. Es un lujo tenerlo. No entiendo cuando dicen que es pecho frío. Lo veo todos los domingos. Está muy catalanizado en España: cuando jugaba Argentina en el Mundial, en los bares de Madrid la gente hinchaba por el rival porque Messi es Barcelona. No lo pueden separar del Barsa. En Madrid, Messi es el diablo. El madridismo se hace antiargentino por Messi. Hay que defenderlo. No se puede decir que es pecho frío, que no cantaba el himno y esas cosas. ¿Qué importa? Hay que bancarlo. Es un jugador único. Me jode que haya sido tan tardío el apoyo a Lionel Messi.

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-¿Es cierto que no querés a Cristiano Ronaldo?
-No es que no lo quiera. Es un buen jugador, pero no se lo puede comparar con Messi. Lo compara la prensa porque necesita tener dos baluartes: uno del Madrid y otro del Barcelona. Deportivamente, no hay ni comparación. Ronaldo es un chiquito demasiado extrovertido. Lo único que me gusta de él es que es portugués y los portugueses me caen muy bien.

Perfil
Escritor, Marcelo Lujan nació en Buenos Aires, en 1973. En los primeros meses del 2001 se fue a vivir a Madrid. Hoy trabaja como coordinador de actividades culturales y talleres de creación literaria. Algunos de sus libros son Flores para Irene (Premio Santa Cruz de Tenerife 2003), En algún cielo (Premio Ciudad de Alcalá de Narrativa 2006), El desvío (Premio Kutxa Ciudad de San Sebastián 2007), La mala espera (Premio Ciudad de Getafe de Novela Negra 2009) y Subsuelo (por el que ganó el Premio Dashiell Hammett 2016, entre otros). Algunos de sus títulos fueron traducidos al francés, italiano, alemán, inglés y checo. Su página web es www.marcelolujan.com.

Por Alejandro Duchini / Fotos: Manuel Sevillano

Nota publicada en la edición de marzo de 2017 de El Gráfico