Las Crónicas de El Gráfico

“Una cosa que pieza con B... “

Murió Mario Boyé el 21 de julio de 1992 a los 69 años. Gloria de Boca, Racing y de todo el fútbol argentino, el artillero es recordado y reconocido por Juvenal en sus goles, virtudes y títulos.

Por Redacción EG ·

08 de agosto de 2019

Como ocurre con muchos grandes amores, el romance de Mario Boyé con la tribuna boquense tuvo un comienzo tormentoso, de rechazo, de oposición, casi de odio. No es empresa sencilla ganarle a una hinchada difícil, por lo apasionada y exigente, máxime si el pretendiente es un muchacho del club que no se destaca por su virtuosismo técnico sino que trata de imponerse únicamente por su empuje y su potencia.

 

Imagen 1945. Mario Boyé avanza con el balón dominado
1945. Mario Boyé avanza con el balón dominado
 

Ese era el caso de Mario Boyé cuando apareció en la primera de Boca para ocupar el puesto de Aníbal Tenorio, un puntero derecho de juego clásico, corrida por la línea y centro o pase al medio, quien había formado en un brillante ataque del campeón de 1940: Tenorio, Alarcón, Sarlanga, Gandulla y Emeal. Ese joven rubio de agresivo perfil, ascendido de las inferiores, era su contrafigura: se metía en diagonal buscando el arco y le pegaba de cualquier lado. "Y a cualquier lado también", recordaba Mario años después, rememorando sus duros comienzos en primera. "Muchas veces, la pelota iba a parar a los carteles de la tribuna..."

La hinchada xeneize no le perdonaba el menor error y lo hostilizaba permanentemente. Por su estilo de futbolista, Boyé no era wing preparador de juego sino un rematador a quien había que ponerle la pelota delante de su carrera para que pateara con esa salud que le brotaba por todos los poros. Un día de 1941, cansado, desesperado por lo que ya era una persecución de la tribuna, tuvo un gesto de rebeldía: se sacó la camiseta azul y oro para tirarla contra el alambrado, detrás del cual se parapetaban sus "enemigos", esos que lo silbaban y lo insultaban domingo tras domingo. Le costó recomponer su relación con la hinchada. Un boquense de ley no olvida ni perdona. Sin embargo, Mario Boyé logró el milagro. De la única manera que sabía y podía. Que era, a la vez, la mejor forma de entrar en el corazón de la multitud. Metiendo goles. Cada vez más decisivos y más espectaculares. Sus cañonazos que antes iban a los carteles comenzaron a encontrar el destino exacto de los tres palos adversarios. Lo que antes soportó él, ahora lo sufrían los arqueros, porque sus disparos eran inatajables. Ya no importaba que Boyé no gambeteara ni luciera recursos típicos de la picardía criolla. Había encontrado su función dentro del equipo boquense.

 

Imagen La Selección Argentina que ganó el Sudamericano de 1945, en Chile. De pie: Guillermo Stábile, entrenador; José Salomón, Héctor Ricardo, Bartolomé Rodolfo Colombo, De Zorzi, Ángel Perucca. Hincados: Mario Boyé, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino, Félix Loustau. Un poderoso conjunto y una de las más completas líneas de ataque que haya tenido el fútbol argentino en competencias internacionales.
La Selección Argentina que ganó el Sudamericano de 1945, en Chile. De pie: Guillermo Stábile, entrenador; José Salomón, Héctor Ricardo, Bartolomé Rodolfo Colombo, De Zorzi, Ángel Perucca. Hincados: Mario Boyé, Tucho Méndez, René Pontoni, Rinaldo Martino, Félix Loustau. Un poderoso conjunto y una de las más completas líneas de ataque que haya tenido el fútbol argentino en competencias internacionales.
 

Tenía un insider como Pío Corcuera que le hacía el juego y un centro delantero inteligentísimo como Jaime Sarlanga que le limpiaba el terreno para que Mano llegara a reventar la red con bombazos que en aquellos primeros años del cuarenta coincidieron con la aparición de la bomba atómica. Entonces, surgió para el goleador de la potencia explosiva el apodo justo. Dejó de ser Mario Boyé para convertirse en "el Atómico". Fue integrante de un conjunto boquense que ganó dos campeonatos consecutivos para la azul y oro en 1943 y 1944. Aquel que habitualmente integraban Claudio Vacca, Perico Marante, Víctor Valussi, Lucho Sosa, Ernesto Lazzati, el Leoncito Natalio Pescia, Boyé, Corcuera, Sarlanga, el uruguayo Severino Varela y Mario Sánchez. A sus furibundos remates de pie derecho, que a veces entraban, se embolsaban en la red y volvían a la cancha, de tanta potencia que traían, le agregó su temible cabezazo, generalmente de pique al suelo, sacando el frentazo desde la cintura para darles más fuerza. Así se consagró goleador absoluto del campeonato 1946, primera vez que ese honor correspondía a un puntero en el fútbol argentino, con 24 tantos y señaló en total 107 para Boca en su hora de máximo apogeo, entre 1941 y 1949. El pueblo boquense terminó entregándole todo su amor en un canto, el primero que coreó toda una tribuna como homenaje a un futbolista en la historia del fútbol argentino. Era aquel que con la música de una canción de moda repetía este estribillo:

"Yo te daré/ te daré niña hermosa/te daré una cosa/una cosa que empieza con B/¡BOYE!".

Y el coro multitudinario subrayaba el ¡BOYE! final con el acento vibrante de una clarinada de victoria. En 1945 fue convocado para la Selección Nacional donde integró uno de los más grandes quintetos ofensivos que tuvo nuestro fútbol. Aquel que formaban Boyé, Tucho Méndez, René Pontoni —su socio, su amigo, su hermano—, Rinaldo Madino y Félix Loustau. Ganó tres títulos Sudamericanos, 1945, 1946 y 1947, y en 1949 viajó a Italia para incorporarse al Genoa. Muy pronto estuvo de regreso y arrancó el campeonato de 1950 jugando en el Racing Club, donde se encontró con su compañero de la Selección, Tucho Méndez.

 

Imagen 1951. Mario Boyé gana en lo alto, jugando para Racing
1951. Mario Boyé gana en lo alto, jugando para Racing
 

En la Academia fue integrante de otro notable ataque: Boyé, Méndez, el Maestro Rubén Bravo, Llamil Simes y Ezra Sued o Julio Gagliardo. Fiel a su tradición ganadora, Mario conquistó dos títulos más con la albiceleste de Racing sobre el pecho, en 1950 y 1951. En esta última conquista su participación fue vital porque la Academia definió el campeonato en la vieja cancha de San Lorenzo de Almagro, jugando dos finales con Banfield. Empataron la primera y en la segunda, Mario Boyé tuvo el honor de convertir el gol de la victoria con un cañonazo digno de los que forjaron su fama de goleador. El viejo canto del "Yo te daré... una cosa que empieza con B..." mantenía su vigencia, aunque ahora defendiese otros colores, porque seguía entregándoles lo mejor de su bagaje de futbolista: su indomable coraje, su insobornable dignidad deportiva, su enorme corazón. Ese corazón que dejó de latir un 21 de julio de 1992, abriendo un vacío de nostalgias y recuerdos inolvidables.

JUVENAL

Fotos: ARCHIVO "EL GRAFICO"

 

Imagen Mario Boyé, todo un simbolo xeneize
Mario Boyé, todo un simbolo xeneize
 

RECORDANDO CON LA AZUL Y ORO

Por Raúl Carman *

Para un viejo boquense hay pocos recuerdos tan emotivos como aquellas tardes de la década del '40, cuando al aproximarse el final de un partido empatado o con resultado adverso se apelaba al último recurso ofensivo: cambio de posiciones en la línea delantera, Boyé al medio y Sarlanga de puntero. Con el aliento ensordecedor del "jugador N° 12" se sucedían entonces las "cortadas" que propiciaban la carrera y el disparo violentísimo, o llegaban los centros precisos de Carlos Sosa para el frentazo fulmíneo, hacia abajo, típico del goleador. A veces, esa táctica —más heroica que racional— daba su fruto y el estallido de millares de gargantas y brazos en alto sellaban la gloria de Mano Boyé, con ese gozo especial que tiene un triunfo boquense logrado a punta de corazón y cuando ya expira el tiempo para conseguirlo.

 

Imagen Boyé posa junto a parte del plantel de la Selección que brilló en el sudamericano de 1945
Boyé posa junto a parte del plantel de la Selección que brilló en el sudamericano de 1945
 

Naturalmente, como todo goleador auténtico, Boyé era capaz de convertir el gol imposible y también de malograr alguno de esos que —según la tribuna—"es más fácil hacer que errar". Así, sus terribles cañonazos abollaron lejanos carteles publicitarios o tuvieron como damnificado a algún vigilante distraído; pero él reiteraba con fe indeclinable aquellos remates que muchas veces terminaron en la red. Desde sus comienzos en sexta división, en 1936, Boyé hizo gritar goles a los boquenses, algunos inolvidables. Recuerdo especialmente un gol en la Bombonera, contra Huracán, logrado con disparo tan lejano y violento que la gente recién lo gritó cuando la pelota, después de rebotar en un parante interior, salía mansamente del arco. Nadie la vio entrar. Algo increíble. Termino mi evocación de este gran goleador —que al final de su vida traté como amigo— con una curiosidad. Su partido más glorioso con la azul y oro, el partido que él siempre consideró inolvidable, se jugó ante 40.000 espectadores, pero muy pocos boquenses estaban en las tribunas. Fue la noche del 29 de diciembre de 1955, en el estadio Centenario de Montevideo, cuando se enfrentaron en un torneo hexagonal rioplatense Boca y River. Venció Boca 5 a 2, con 4 golazos de Boyé a Amadeo Carrizo.

(*) Director de la Revista "Chacra & Campo Moderno"

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