Las Crónicas de El Gráfico

1930. El sabor agridulce del subcampeonato

Argentina tuvo una brillante actuación en el primer Mundial de la historia jugado en Uruguay. Perdió la final ante el local, en un partido condimentado por cuestiones extrafutbolísticas.

Por Redacción EG ·

11 de mayo de 2018

“Así es imposible saber quién es el mejor”. Una y otra vez, la frase repiqueteaba en las reuniones que la FIFA mantenía en la agonía de los años veinte, cuando el fútbol olímpico parecía insinuar una incipiente decadencia. Los ingleses –sabios inventores del juego– ya saboreaban el profesionalismo y no participaban de los Juegos. Y el germen de la actividad rentada estaba prendiendo en otras naciones de gran arraigo futbolero, como España, Francia, Italia, Austria, Hungría y   Checoslovaquia, que optaban por concurrir a los Juegos con elementos amateurs y de irrelevante capacidad técnica.

Sin   poner en duda la legitimidad y la brillantez de los títulos de Uruguay, campeón en París 24 y Amsterdam 28, en el ambiente flotaba la necesidad de crear un torneo internacional al que todas las selecciones concurrieran con su máximo potencial. Una idea que la FIFA ya había mencionado en su carta fundacional de 1904 y que el francés Jules Rimet, presidente del organismo, había fogoneado con creciente pasión durante la década del veinte.


Imagen La delegación argentina desfila en la fiesta inaugural, curiosamente realizada a mitad de campeonato, puesto que las obras del Centenario no se terminaron a tiempo por la lluvia.
La delegación argentina desfila en la fiesta inaugural, curiosamente realizada a mitad de campeonato, puesto que las obras del Centenario no se terminaron a tiempo por la lluvia.



Las notorias ausencias del torneo de Amsterdam terminaron  por convencer a la FIFA: el fútbol había crecido más que el movimiento olímpico, era la hora de motorizar la Copa del Mundo y consagrar al mejor sin la más mínima duda. En febrero de 1929, luego del anuncio oficial, Uruguay presentó su candidatura para organizar el primer Mundial, sustentado en su condición de bicampeón olímpico y con el apoyo de todas las federaciones sudamericanas. Del otro lado del Atlántico anunciaron su postulación Italia, Suecia, España, Hungría y Holanda, además de subestimar a los orientales poniendo  en duda la capacidad de organización de un  país con menos de dos millones de habitantes. Pero Uruguay ofreció pagar el pasaje y la estadía de los participantes  y anunció  la construcción de un estadio  especial para el certamen, jugada maestra que sirvió para  quedarse con la sede en el Congreso celebrado por la FIFA en Barcelona, en mayo de 1929.

Días después, el derrumbe de la bolsa de Nueva York  detonó  una profunda crisis financiera global. Y las principales selecciones europeas comunicaron que no asistirían al  torneo, sembrando el desconcierto en los escritorios de la FIFA. El 30 de abril de 1930, a 45 días del puntapié inicial, ninguna  nación europea había confirmado su presencia. Entonces  fue el propio Jules Rimet quien se arremangó y comenzó a negociar. Primero en su propio  país, obteniendo licencias de trabajo para los jugadores galos y esgrimiendo un  argumento lógico: “Puede desistir cualquier nación, menos la del presidente de la FIFA”. Y luego negoció personalmente con rumanos, belgas y yugoslavos, elevando  tan sólo a cuatro el número de europeos que tomarían parte del primer Mundial.  Un Mundial que tendría a Argentina como animador estelar, entrenando varios protagonistas lo hacían en las cubiertas de los barcos…

Con el rey Carol a la cabeza de la delegación, que eligió personalmente al plantel por su gran  afición al fútbol, Rumania subió al buque “Conde Verde” en el puerto de Génova. En la escala de Villefranche- sur-Mer embarcaron los franceses, Jules Rimet y una valija con la Copa del Mundo y  las medallas para los ganadores. Y en Barcelona se sumaron los belgas. Ya en el Atlántico, los tres planteles  se entrenaban sin pelota, esquivando reposeras mientras  trotaban por  cubierta. En  a escala de Río de Janeiro  subieron los brasileños, hasta llegar a Montevideo el 5 de julio, tras dos  emanas  de travesía. ¿Los yugoslavos? Se  cortaron solos y arribaron en el “Florida”, un pequeño barco de correo. 


Imagen Pitucos: Cherro, Evaristo y Monti paseando por Montevideo.
Pitucos: Cherro, Evaristo y Monti paseando por Montevideo.



Mientras ellos viajaban, Argentina preparaba un equipo de excelentes jugadores. Cracks de la talla del Nolo Ferreira, Luis Monti, Guillermo Stábile, los hermanos Roberto Cherro y un pibe de 19  años, delantero de Gimnasia, que luego dejaría huella como el máximo artillero de la historia de Boca: Francisco Varallo.

Panchito, justamente, recuerda el método de entrenamiento de aquel  equipo argentino: “Antes del torneo practicábamos tres veces por semana. Hacíamos gimnasia y  jugábamos un picadito. Yo era un loco de los entrenamientos, así que me quedaba a correr después de que se iban los demás muchachos. El técnico era Francisco Olazar, gran figura de  Racing. Lo habían designado en mérito a su trayectoria, pero en esa época no decidía demasiado. Nombraba a los once y listo. Las grandes decisiones eran de los dirigentes. De preparador físico estaba Juan José  Tramutola, que nos orientaba con los ejercicios. Nada que ver con  los  entrenamientos de ahora, pero bien para la época.”

Con todas las delegaciones instaladas en  Montevideo, se procedió al sorteo de los grupos y a una imprescindible reunión con los 15 árbitros, ya que se imponía unificar  criterios sobre la sanción de penales y posiciones adelantadas.

Nosotros  –remarca Varallo– nos concentramos en la Barra de Santa Lucía, a unos kilómetros de Montevideo. No queríamos estar en la ciudad porque había un clima espeso, una bronca bárbara contra nosotros. No sólo por la rivalidad tradicional, sino por algunos problemas que había tenido  Monti con un muchacho de ellos, Lorenzo Fernández, en el Sudamericano del 29. Nos querían ver perder a toda costa y lo amenazaron a Monti, diciéndole que su mamá correría peligro si nosotros ganábamos el Mundial. Era como una guerra psicológica, nos querían asustar. Ahí, en la Barra, no había mucho para hacer, pero siempre venía a visitarnos Carlos Gardel, un gran amigo, un fanático del fútbol. Se quedaba hasta las 12 de la noche jugando a la lotería y siempre agarraba la guitarra  para cantarnos las canciones que le pedíamos.” 


Imagen El equipo que jugó el primer partido de Argentina en la historia de los mundiales, ante Francia. Arriba: J.  Evaristo, Bossio, Monti, Muttis, Della Torre, Arico Suárez. Abajo: Natalio Perinetti, Varallo, Ferreira, Cherro, M. Evaristo.
El equipo que jugó el primer partido de Argentina en la historia de los mundiales, ante Francia. Arriba: J. Evaristo, Bossio, Monti, Muttis, Della Torre, Arico Suárez. Abajo: Natalio Perinetti, Varallo, Ferreira, Cherro, M. Evaristo.



El domingo 13 de julio de 1930, a las 15, Francia y México disputaron el primer partido de la  historia de los mundiales en la cancha de Pocitos. Los franceses ganaron 1-0 con gol de Lucient  Laurent. Horas después, Estados Unidos vencía 3-0 a Bélgica, cerrando un día soñado, verdadera fecha patria para el Planeta Fútbol. Y el 15 de julio, en el Parque Central, se produjo el histórico debut de Argentina, que se impuso a Francia por 1-0 con gol de Luis Monti y en medio de una  escandalosa situación.

¿Qué pasó? Vamos por partes. Primero, Varallo nos refresca el partido hasta el momento del gol: “Nosotros jugamos bárbaro, pero no la podíamos meter. Creamos como diez situaciones de gol y no quería entrar. Pegaba en el palo, se iba raspando o la sacaba el arquero, Thépot, el primero al que vi usar guantes. Faltando diez minutos, nos cobraron un tiro libre y Monti me pidió que lo tirara. ‘No, patéelo usted que va a ser gol’, le dije sin tutearlo, porque era pibe y trataba a todos mis compañeros de ‘usted’. Yo no quería saber nada porque el arquero me había tapado dos cañonazos tremendos, creía que no era mi tarde de suerte. Al final le pegó Monti, la metió y ganamos con lo justo.”

Luego fue el tiempo del escándalo. Confundido, el árbitro brasileño Gilberto de Almeida Rego pitó el final seis minutos antes. El público, en su mayoría uruguayo, invadió el  terreno y bañó de gritos hostiles a los jugadores argentinos, provocando crisis de nervios como la  que invadió a Roberto Cherro, que no quiso jugar más por el resto del torneo. Advertido del error, el árbitro fue hasta los vestuarios y les pidió  a los jugadores, que se estaban cambiando, que  regresaran a la cancha para completar el tiempo reglamentario, cosa que sucedió sin que se alterara el primer triunfo argentino en la historia mundialista.


Imagen Muralla francesa. El arquero Thepot fue un duro escollo para la Argentina en el debut del Mundial.
Muralla francesa. El arquero Thepot fue un duro escollo para la Argentina en el debut del Mundial.



La segunda presentación argentina fue en el Centenario, ante México, luego de surfear  inconvenientes de todo tipo. Jaqueado por las amenazas, Monti se negó a jugar. Cherro ratificó la postura que asumió tras las agresiones del debut. Y el Nolo Ferreira, insólitamente, retornó a La  Plata porque debía rendir un examen de su carrera de escribanía…

Pese a los escollos, Argentina  se impuso 6-3, con tres tantos de Guillermo Stábile, dos de Zumelzú y uno de Varallo. Y el mexicano Manuel Rosas se agenció de un lugar en la historia al convertir el primer gol mundialista  de penal, extrañamente ejecutado desde 16 yardas y no de 11.

Como Chile también había ganado sus partidos frente a Francia y México, el último enfrentamiento del grupo adquiría estatura de final, ya que clasificaría a uno de los semifinalistas. Lesionado Zumelzú ante los mexicanos, la  primera preocupación en el campamento argentino fue convencer a Monti para que reviera su actitud y aceptara jugar.

Lejos de amainar, las amenazas continuaban y el “Doble Ancho” no concebía  arriesgar la vida de su madre por un partido de fútbol. Otra preocupación era el chileno Guillermo Subiabre, tan buen jugador como mañero y mal intencionado. Por el rol que ambos ocupaban en la cancha, tendría roces con Monti, por lo que el cuerpo técnico argentino charló largamente con él: “Subiabre lo va a provocar, pero usted no reaccione. Mire que lo necesitamos…” Dicho y hecho. En medio de la batalla que Argentina ganó 3-1 con dos de Stábile y uno de Mario Evaristo, el chileno recibió una falta de Monti y le aplicó una trompada. Pero el argentino se la aguantó callado, pese a que le llevaba una cabeza y podía despatarrarlo con un  solo manotazo.

Lástima que Varallo no tuvo tanta suerte: “Ese Subiabre era malo de verdad. Mientras yo festejaba uno de nuestros goles, vino de atrás y me pegó una patada en la rodilla izquierda. De puro caliente, nomás. Y me la pegó tan bien que no pude estar en la semifinal, me  dolía una barbaridad.” Igual que contra Francia, los incidentes y las hostilidades decoraron la salida del plantel argentino del estadio. Argentina asomaba como candidato a pelear el título con los uruguayos y el público local quería impedirlo a   toda costa.

El azar le hizo un guiño a esa pretensión. Cuando se sortearon los partidos semifinales, los rioplatenses quedaron en veredas opuestas. A Uruguay le tocó Yugoslavia, a quien aplastaría por 6-1. Y Argentina enfrentó a Estados Unidos, rival al que liquidaría por idéntico marcador: 6-1.  Una goleada impensada, porque los americanos, que contaban con varios escoceses entre los  once, habían goleado a Bélgica y Paraguay en la fase previa. Stábile (2), Peucelle (2), Monti y   Scopelli convirtieron para Argentina, que mostró el debut del arquero Juan Botasso, “La Cortina Metálica”, en lugar de Angel Bossio, “La Maravilla Elástica”. Una Argentina que le sacaba lustre a  toda su jerarquía y soñaba con más…


Imagen Golazo de Guillermo Stábile para cerrar la goleada 6 a 1 a EEUU en semifinales.
Golazo de Guillermo Stábile para cerrar la goleada 6 a 1 a EEUU en semifinales.



El clima previo a la final se cortaba con una navaja. Si las amenazas habían sido moneda  corriente durante la competencia, mucho más en la antesala del gran choque rioplatense.

“Yo era demasiado chico, no tenía tanta conciencia de lo que estaba viviendo, pero nos hicieron cosas feas”, dice Varallo. “Nos cayó muy mal que vinieran a la puerta de la concentración para hacer bochinche, para impedir que durmiéramos. Nos tiraban piedrazas en las ventanas, de todo. Y siguieron con las amenazas.”

Agobiado por el apriete, Monti reiteró su deseo de marginarse. Desde Buenos Aires, y con carácter  de urgencia, viajaron Bidegain y Larrandart, dos dirigentes de su club, San Lorenzo, que le torcieron  la voluntad a duras penas. Carlos Gardel, que era amigo de ambos planteles, cumplió con la promesa de visitar las dos concentraciones, pero desistió de ocupar una butaca en las plateas del Centenario, para no comprometerse con ninguno.

La designación del árbitro fue todo un tema. Para evitar inconvenientes de cualquier tipo, la FIFA anunció al belga Jan Langenus un par de horas antes del  partido, dándole tiempo para tomar sus precauciones. Langenus, que también era periodista de la revista alemana Kicker, conocía perfectamente la rivalidad, ya que había sido juez de línea en la final que Uruguay le ganó a Argentina en los Juegos Olímpicos de 1928. Temeroso a ultranza, el juez durmió la noche previa  en Buenos Aires, donde pasó por un turista más, y llegó a Montevideo sobre la hora del partido.  Pidió custodia y la cobertura de un seguro. Y exigió que un buque lo esperara con sus máquinas listas para poder abandonar el país una hora después del pitazo final.

Como si faltara algo para complicar el panorama, la neblina se confabuló para que varios buques  no pudieran zarpar del puerto de Buenos Aires. Sólo 15 mil de los 30 mil hinchas llegaron a tiempo  al Centenario.


Imagen Festejo argentino en el estadio Centenario:  Ferreira, Paternoster, Peucelle, Stábile, Scopetti, Juan y Mario Evaristo.
Festejo argentino en el estadio Centenario: Ferreira, Paternoster, Peucelle, Stábile, Scopetti, Juan y Mario Evaristo.



Y un ratito antes de las 14.20, cuando Langenus ordenó el comienzo del juego, se cometió un error que costó caro. “Yo seguía dolorido en la rodilla, pero no me quería perder la final.  Probé una hora antes del partido pateando contra una pared y mis ganas hicieron que no sintiera nada. Me pusieron una muslera y salí a jugar. A los 15 minutos me di cuenta de que no podía. Y fue una macana, porque en esa época no había cambios. Me mordí los labios del dolor y seguí dejando el alma en la cancha.”

Como ambos querían jugar con su propia pelota de tiento, se procedió a un sorteo. El primer tiempo se jugó con la argentina y el complemento con la uruguaya. Paradójicamente, Argentina ganó 2-1 la primera etapa, con goles de Peucelle y Stábile, y Uruguay lo dio vuelta en la segunda, sellando en 4-2 que le otorgó el título del mundo. Ambos jugaron  mejor con su pelota.

“Nos hicieron de todo, pero esa final la perdimos nosotros”, resume Varallo.  “En el entretiempo estaba convencido de que ganábamos. Vamos un gol arriba y ellos, que eran más viejos que nosotros, se veían cansados. Pero en el vestuario escuché cosas que no me gustaron. ‘Si ganamos acá, nos matan’, dijo un compañero. Yo empecé a mirar las caritas y vi que varios estaban asustados, no sólo Monti, al que tenían apuntado. Habían perdido esa garra que mostrábamos Stábile, Peucelle, yo, por ejemplo. Para colmo, el árbitro dejó que pegaran demasiado. En la jugada previa a que ellos nos empataran 2-2, el Manco Castro le pegó con el muñón en las costillas a Botasso, el arquero nuestro. Lo dejó a la miseria, no podía levantar el brazo.  Por eso Iriarte le metió el tercero desde 30 metros, estaba doblado del dolor y nadie se  animó a poner a un jugador de campo en el arco, ni el técnico ni los jugadores de más experiencia.  Ellos hicieron bien la suya: metieron, aprovecharon la ventaja, la jugaron de guapos. Y yo me quedé con una bronca bárbara por perder esa final. Yo y muchos argentinos más. Los diarios  Crítica y La Razón querían que no jugáramos más contra ellos. Fue un escándalo, si hasta se  pensó en romper  relaciones diplomáticas…” Aunque Argentina y Uruguay no volvieron a  enfrentarse hasta 1935, el primer Mundial tuvo un epílogo digno, con los jugadores argentinos presenciando y aplaudiendo la coronación uruguaya frente a La Torre de los Homenajes. Y acompañándolos en la vuelta olímpica. Un gesto de caballerosidad tan grande como el título mismo…