¡Habla memoria!

1934. Figuras típicas de nuestro fútbol: Calomino

Félix Frascara pone el ojo en los grandes jugadores de comienzos del profesionalismo, en este caso se centra en una leyenda de Boca: Pedro Bleo Fournol, más conocido como Calomino.

Por Redacción EG ·

30 de diciembre de 2019

En él se encarnó el espíritu de su club y de su barrio. Con él salía a la cancha Boca Juniors y La Boca entera. Y para que el símil fuera más acentuado, se le llamaba en xeneise: "Calumín".

Figura inconfundible, de físico escaso, enclenque, desencuadernado... Ídolo, sin embargo, tan grande para los suyos, que ninguna de las figuras famosas que más tarde pasaron por el team de la franja alcanzó a eclipsar el recuerdo de Calomino. Había una leyenda en su vida y en su juego. Se llamaba Pedro Bleo Fournol, pero ¿quién lo hubiera conocido por ese nombre? El azar, según se dijo, le había dado ese otro apelativo, más hecho al grito de las tribunas. Y el grito era un coro uniforme que llenaba el estadio cuando el flaco puntero tomaba la pelota, se le apareaba el half y, en plena carrera, Calomino hacía la célebre "bicicleta", dejaba parado al hombre y seguía, medio perdida la cabeza entre los hombres, hasta colocar el centro justo, medido.

Se recuerda un partido de él en que tuvo que actuar contra un half europeo, el que expresó sus deseos de conocer, antes del match, al winger a quien tendría que marcar. Se lo señalaron, y al verlo así, insignificante en su presencia, el visitante tuvo una sonrisa. Él era alto, grande, fuerte. ¿Qué podía hacerle ese adversario?... Pero empezó el partido, recibió "Calo" el primer pase, se encontró al lado de su oponente, le hizo la "bicicleta"... y aquél quedó parado. Así dos veces, tres, cuatro, ¡todo el partido! Después, en la casilla, alguien le preguntó, recordando su gesto anterior: "¿Y, míster?" Y el míster, que no era inglés, dijo unas palabras cortas que nadie entendió.

Así era de desconcertante ese Calomino, típicamente inconfundible en su juego y en su figura, dueño de una popularidad que pocos llegaron a igualarle.

 

 

Por Félix D. Frascara (1934).

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