¡Habla memoria!

Ermindo Onega: admirado, discutido, genial, lagunero e inolvidable

Juvenal repasa la carrera de uno de los referentes futbolísticos de la década del 60, quien dividía la platea entre ¨Oneguistas¨ y ¨Anti-oneguistas¨. Brilló en River y pasó por Vélez.

Por Redacción EG ·

03 de diciembre de 2019

Fue el INDISCUTIDO DISCUTIDO del fútbol argentino. INDISCUTIDO para los de adentro. Los que viven y sienten el fútbol con olor a vestuario, a mesa de masajes, a césped cortado en la misma mañana del partido, a césped bañado de rocío, a transpiración de carrera y salto, a crujir de huesos en los encontronazos, a ruido seco y sano de pelota empalmada de lleno con el empeine. Como le pegaba Ermindo Onega... INDISCUTIDO para los jugadores y los entrenadores. Los de su equipo y los contrarios. INDISCUTIDO para quienes mejor y más profundamente conocen lo fácil y lo difícil, lo simple y lo complicado de este juego. DISCUTIDO para los hinchas, para quienes asisten al fútbol con pasión, con sed de victoria a cualquier precio, viviéndolo con los sentidos pero no con el intelecto. Por eso, Ermindo Angel Onega no alcanzó dimensión de IDOLO para las tribunas. El ídolo exige universalidad, mayoría absoluta de mucho más que la mitad más uno. Y Ermindo Onega no consiguió nunca ese grado de aceptación entre la hinchada, ya fuera de su club (River, Peñarol o Vélez) o de los adversarios. Horacio Suárez o el Bubi Neuberger —por nombrar a dos que llevaban varias camisetas riverplatenses superpuestas debajo de la piel— lo amaban. Otros, como Héctor Patitucá y su barra de amigos, lo identificaban como el arquetipo de esos 18 años de vacas flacas que River padeció sin ganar un campeonato. Otros, como el Pato Rafael Carret o Pipo Mancera, vivían fluctuando entre el reconocimiento a veces exultante hacia el gran jugador que había en Ermindo y la censura más dolorida (porque les costaba admitirlo) hacia el gran lagunero que también convivía dentro del mismo gran jugador...

Imagen Independiente vs River, el partido fue disputado el 22 de noviembre de 1958.
Independiente vs River, el partido fue disputado el 22 de noviembre de 1958.

En 1968 vino el Manchester United a jugar la primera final por la Copa Intercontinental contra Estudiantes de La Plata, en cancha de Boca. Y en un agasajo que le brindaron los directivos pincharratas a la delegación visitante tuve oportunidad de dialogar con el más odiado de los jugadores ingleses: Nobby Stiles. Le pregunté qué sabía o recordaba del fútbol argentino Mencionó el Mundial de 1966 y el enfrentamiento Inglaterra-Argentina sobre el campo de Wembley, la tarde que lo expulsaron a Rattín y un cabezazo de Geoffrey Hurst nos dejó afuera de la Copa. Insistí. ¿Qué jugador argentino lo había impresionado especialmente? Nobby Stiles no dudó un instante, no necesitó rebuscar en su archivo. Me dio simplemente un apellido: "Oniiiga..." Pronunciándolo a la inglesa. Después de ese Mundial de Inglaterra charlamos frecuentemente con Rattín sobre aquel torneo, sobre nuestros jugadores, nuestros equipos, nuestro fútbol. Y el Rata desembocaba siempre en la misma conclusión: "Necesitamos creer más en nosotros mismos, en lo que tenemos, en lo que somos capaces de hacer. Por ejemplo: aquí se piensa que Ermindo Onega es frío, que no vive el partido. A mí no me interesa Ermindo caliente. Me basta y me sobra con Ermindo tibio. No hay jugador como él. Y con nosotros, en la selección, sintiendo la calentura de los demás, Ermindo era capaz de entibiarse. Y era un fenómeno..."

Imagen Onega en el Mundial de Inglaterra en 1966.
Onega en el Mundial de Inglaterra en 1966.

Lo recuerdo en el Mundial del '66. Vi Argentina-España y pocos días más tarde, Argentina-Alemania Federal, en una platea baja, apenas un metro y medio arriba del nivel del campo de Aston Villa, codo a codo con Carlos Fontanarrosa y Osvaldo Ardizzone. Bien encima de la cancha, como se estila en los estadios ingleses. Viviendo el partido muy de cerca. De entrada nomás, contra España, en un partido en el que hombrazos de la personalidad de un Rattin, un Roma, un Albrecht, un Marzolini acusaban los nervios de un debut en la Copa del Mundo, Ermindo Onega vino a buscar un rechazo largo sobre el lateral izquierdo del cuadro argentino. A no más de quince metros de nuestra posición en las plateas. Superó la llegada de la pelota, colocándose entre su caída y la raya de cal, con su hombro derecho apuntando al arco de Roma. Cuando lo quiso apretar Luis Suárez, atorándolo para que no pudiera recibir, Onega le presentó la cara externa del pie derecho, la enganchó con la elegancia de un torero y lo hizo pasar de largo al gallego Suárez, gran figura del Inter de Helenio Herrera, hombre clave de la selección española. A partir de esa demostración de clase, prestancia, manejo y talento que nos había brindado Ermindo en su primera intervención, todos nos estabilizamos, nos tranquilizamos, nos sentimos seguros y capaces de todo. Los argentinos de adentro de la cancha y los argentinos que estábamos afuera.

Esa tarde, contra España, Ermindo las hizo todas. Fue una de las grandes actuaciones individuales de ese Mundial y una de las mejores tarjetas de presentación para el fútbol argentino en el plano internacional. "¿Querían conocer a un exponente de la calidad argentina? Aquí lo tienen", parecía decir Onega en cada intervención. Hasta culminarla con el cruce de zurda para la entrada de Artime por la izquierda que Luisito enganchó a la pasada con el empeine derecho para clavarla en el segundo palo de Iribar con el zurdazo inatajable del gol de la victoria.

Fue tanto y tan brillante lo que hizo Ermindo contra España, tanta la impresión que causó en el técnico alemán Hemut Schoen y sus ayudantes, que para el segundo partido de la serie de Birmingham el comando táctico de Alemania Federal decidió sacrificar a su pieza más valiosa para destinarlo a la marca de Onega. Y así fue que el gran choque de los dos equipos que más habían prometido en su debut se diluyó en la mutua anulación de los dos jugadores más importantes que habían presentado: Beckenbauer se dedicó a que Ermindo Onega no jugara, y de ese modo no jugó ninguno de los dos.

El hecho, saldo negativo aparte, señala la dimensión que había alcanzado Onega en el plano mundial, la importancia decisiva que le adjudicaba el técnico que esa vez llevó a los alemanes al título de subcampeón mundial y ocho años más tarde a la conquista de la Copa del Mundo.

Imagen En River disputó un total de 229 partidos, convirtiendo 100 goles.
En River disputó un total de 229 partidos, convirtiendo 100 goles.

¨Yo siempre llegué tarde¨, solía quejarse Ermindo cuando nos reuníamos para comer y charlar de fútbol con pretensión de nota periodística. "Llegué a River cuando tenía 17 años, con edad de quinta. Y aparecí jugando en reserva. Me esperaban como sucesor de Sívori, el mismo año que Enrique se fue a Italia. 1957 fue el último gran momento de River con aquellas grandes figuras que eran Labruna, Loustau, Pipo Rossi, Federico Vairo... Al lado de esa gente, cualquier pibe con ganas y condiciones, como era yo cuando vine de Las Parejas, podía caminar con los ojos cerrados. Pero ya se estaban yendo. Alcancé a jugar algunos partidos con Cacho Prado, un gran jugador, también muy resistido por las tribunas en sus comienzos, pero que ya podía llevarnos de la mano a los más nuevos. Pero le dieron el pase en blanco porque se decía que no estaba para jugar un campeonato completo. Prado se fue a Gimnasia y allá jugó varios años. Los pibes que estábamos en River lo extrañamos mucho. Tuvimos que tomar la manija nosotros, y siempre se hace necesario tener algún hombre de experiencia al lado, sobre todo para no enloquecerse, aguantar y reaccionar cuando viene la mala... Después entraron a venir extranjeros, con los que se hacía muy difícil jugar. Al mejor de todos, que era el peruano Joya, lo largaron en su mejor momento, cuando parecía que le habían encontrado el puesto como wing izquierdo. Jugó una noche en esa posición, contra Nacional de Montevideo en el Centenario, y enseguida lo vendieron a Peñarol. Allá dejó un recuerdo imborrable. Y cuando pasé yo a Peñarol desaparecieron los hombres fundamentales, como el mismo Joya, Alberto Spencer, que era un goleador bárbaro, el Pardo Abbadie. Quedaba Pedro Rocha, gran jugador, pero lo vendieron a Brasil. También a Peñarol había llegado tarde...".

Imagen River vs Racing 1-9-1958. Onega es perseguido por Pedro Dellacha.
River vs Racing 1-9-1958. Onega es perseguido por Pedro Dellacha.

El maestro Borocotó solía decir: "Cuando el sol se agranda, es señal que llega el ocaso..." Eso era River en 1957. El último gran resplandor de una campaña brillantísima que enhebró cinco campeonatos ganados sobre los seis últimos disputados. Un ciclo único en el profesionalismo argentino. Y en Ermindo Angel Onega corporizó el hincha riverplatense la frustración que se vivió en el club de la banda roja cuando se terminaron los Labruna, los Rossi, cuando se fueron los Walter Gómez y los Sívori. Hubo una confusión de causa y efecto. No se cayó River porque apareció Onega en el horizonte riverplatense. Sucedió que cuando apareció Ermindo desapareció, de golpe y porrazo, aquella generación de maestros. Enrique Omar Sívori había sido transferido a la Juventus de Italia cuando comenzaba en Europa la temporada de 1957. Menos de un mes más tarde se incorporó a River un pibe nacido en Las Parejas, un punto perdido en el mapa de la provincia de Santa Fe, el 30 de abril de 1940. 17 años recién cumplidos. Espléndido físico. Jugaba con las medias caídas, como Sívori, y era número diez. El gordo Pezzuti, quien alternaba la atención de su fábrica de muebles en Rosario con la búsqueda de valores jóvenes del interior de la provincia para recomendárselos a su amigo Renato Cesarini, entonces a cargo de las inferiores millonarias. Por indicación de Pezzuti, Cesarini fue a verlo al pibe de Las Parejas y no tuvo dudas. Lo incorporó en el acto. Y me hablaba entusiasmado de su última adquisición: "Me hace acodar a Félix Loustau: dormido por fuera, con una lucecita por dentro... Onega arranca y hace un surco en la cancha... Puede representar hoy lo mismo que en su época representó Bernabé Ferreyra: el equipo que lo tenga, entra a la cancha ganando por uno a cero..." Desde el mismo instante que pisó el estadio de River se lo vio como al sucesor de Sívori. El peso fue demasiado grande. Y pronto se quedó solo, sin gente que lo ayudara a compartirlo y sobrellevarlo.

Debutó en la primera división en el último partido de 1957, sustituyendo a Angel Labruna, su ídolo. River ya estaba clasificado campeón y no importó la derrota por goleada frente a San Lorenzo, equipo en el que se afianzaba la estrella goleadora de José Francisco Sanfilippo. En 1958 quedó como titular de la primera, con sólo 18 años de edad. "Para mí era tocar el cielo con las manos. Estaba en el club del que era hincha desde pibe, jugando al lado del mejor delantero argentino que había conocido: Angel Labruna. Pero ya andaba por los 40 y venía de vuelta. ¡Lo que me hubiera gustado estar en la misma línea con él cuando le quedaba resto...! Hacía todo fácil, todo simple, que es lo más difícil que tiene el fútbol. Lógicamente, podía hacerlo porque colocaba la pelota como con la mano..." Jugando entre Labruna y Menéndez o con Menéndez y Prado, respaldado desde atrás por Pipo Rossi, Ermindo Angel Onega se convirtió en la revelación de esa temporada.

Imagen Onega jugó en River desde 1957 hasta 1968.
Onega jugó en River desde 1957 hasta 1968.

Pero vino el desastre de Suecia. De  sastre para River, su escueta y sus representantes, que eran mayoría en el cuadro argentino que concurrió al Mundial de 1958. Primero Prado y Rossi, después Labruna y Alfredo Pérez, la columna vertebral del gran conjunto se fue desmantelando. Quedó el Beto Menéndez, todavía inmaduro para asumir la responsabilidad de ser el conductor. Y Onega como una antorcha de esperanza. Pero ya no había equipo. No había arquitectos en River; predominaban los albañiles. .. "Un año más entre Prado y Labruna con el respaldo de Néstor Rossi era lo que yo necesitaba para hacerme al fútbol de primera división...", me decía Ermindo cinco años más tarde. "Creo que fue uno de mis mejores momentos. Sabía menos que ahora (estábamos en 1962), pero me sentía más seguro, más acompañado..." Cuando vino la mala, a Onega lo perjudicó otra circunstancia: haber actuado en las divisiones inferiores del club. "Al jugador de afuera se le tolera todo y se lo aguanta una temporada íntegra aunque juegue mal. Hay que justificar la inversión, y entonces hay que esperarlo porque el hombre debe pagar el derecho de piso. Al jugador de la casa no se lo aguanta ni se lo espera. No le perdonan la menor falla"...

En aquellos años de River era lamentablemente cierto. Por el club pasaron diez, doce delanteros de distintas procedencias y nacionalidades. Quien más quien menos, todos tuvieron su cuota de participación en los fracasos. Para todos hubo una cuota de tolerancia. Para Onega, no. Al menor error era silbado. No terminaba de recibir la pelota y de la tribuna llegaba el grito airado: "Largala" En esas condiciones era muy difícil jugar bien y manejar los hilos del equipo, función para la que Ermindo estaba perfectamente dotado.

Su compañero José Varacka nos dijo en 1963: "Ermindo es un gran jugador pero necesita que le den un mínimo de confianza. Que no le griten apenas recibe la pelota. Que lo dejen hacer su juego. Lo tiene todo para ser ídolo del público. Pero el público debe ayudarlo..." Vladen Lázaro Ruiz Quevedo, más conocido como Delem, discutió frecuentemente con Onega la casaca número diez, lo que no le impedía reconocer, en su porteño aportuguesado: "Si yo fuera millonario, me lo compro a Ermindo para que juegue en mi equipo..."

 

Imagen Superclásico disputado el 29-11-1954 en La Bombonera.
Superclásico disputado el 29-11-1954 en La Bombonera.
 

Rogelio Antonio Domínguez volvió de Europa en 1962 para alternarse con Amadeo Carrizo en el arco de River. Como portero del Real Madrid vio jugar a los mejores futbolistas de Europa. Y con su capacidad de análisis, Rogelio me decía: "Ermindo es un jugador completo. Sabe jugar de atrás y de adelante. Tiene un pique corto notable, a favor de la pelota o en contra. Está para las dos funciones de la pared: para ir a buscar adentro la devolución o rebotarla para otro. Y cuando arranca... ¡qué fuerza tiene!"

Imagen Ermindo con su esposa Maria del Carmen y sus hijas Karina y Paula.
Ermindo con su esposa Maria del Carmen y sus hijas Karina y Paula.

La tribuna se dividía en dos bandos perfectamente identificados: los "oneguistas" y los "anti-oneguistas". A comienzos de 1963 —el 16 de enero para ser más preciso— escribí para EL GRAFICO mi primera nota "de producción" sobre EL CASO ONEGA, con opiniones de otros sobre él, de él y su familia, analizando a fondo el caso de un jugador que para unos era CRACK, para otros TRONCO, de quien todos hablaban, en favor o en contra. Y lo enfrenté con algunas acusaciones de los "anti-oneguistas" que Ermindo contestó en su estilo, objetivamente, sin agresividad. Rescatamos algunos puntos de esa acusación y defensa del jugador más discutido de aquel momento.

Imagen Angel Labruna, su compañero en 1958, su técnico diez años más tarde.
Angel Labruna, su compañero en 1958, su técnico diez años más tarde.

• ACUSACION: "Le falta espíritu de sacrificio. No es capaz de ir a lugares donde no le van a dar la pelota, haciendo desmarques que puedan arrastrar o confundir a los rivales. Por ejemplo: nunca hace 'la de Labruna' de arrancar hacia la punta izquierda cuando el wing se interna para ampliar el frente del ataque o abrirle el camino a su compañero."

• RESPUESTA DE ONEGA: "Estoy dispuesto a realizar cualquier trabajo en favor del equipo. Pero necesito saber si ese trabajo será realmente útil. Correr porque sí no me gusta. Muchas veces podría hacerle creer al público que 'siento más el partido' corriendo por todos lados. Pero eso sería mentirle a la tribuna. Y yo juego POR MI VERDAD, NO PARA UNA MENTIRA..."

¿No hay un gran parentesco, en autenticidad, en respeto por sí mismo y por los demás, en esa respuesta de Ermingo Onega y en muchas respuestas que le hemos escuchado en los últimos quince años a Hugo Orlando Gatti?..

• OTRA ACUSACION: "Es perezoso. No le gusta moverse sin la pelota. Juega cuando la tiene. Pero hay que dársela en bandeja porque no es capaz de ir a buscarla."

• RESPUESTA DE ONEGA: "No es cierto. Vivo buscando el claro. En casi todos los equipos que juego hago goles. Y teniendo en cuenta la forma en que hoy se marca, eso no podría ocurrir si me quedase estático esperando la pelota."

Hay una foto de Ermindo Onega festejando un gol contra Brasil que es un símbolo del momento más sublime del fútbol y al mismo tiempo fija la hora cumbre de Onega y del fútbol argentino anterior a 1978.

Es el primer gol argentino contra Brasil en la Copa de las Naciones de 1964. Argentina, con pretensiones muy modestas (los jugadores discutían los premios por salir cuartos antes de la partida y los participantes eran cuatro...) había debutado venciendo a Portugal 2 a 0 y les tocaba enfrentar en el Pacaembú a Brasil, que venía de golear a los ingleses, con Pelé y Gerson...

—Fue una de las grandes emociones de mi vida —recordaba siempre el Ronco Onega—: 3 a 0 a Brasil, allá. Yo salí con el siete en la espalda para volantear y, si podía, arrimarme alguna vez al gol. Me tiré atrás, se la toqué a Pospiti en pared, entré sólo al área y cuando achicaba Gilmar se la toqué con la derecha al palo izquierdo. Salí corriendo como un loco y me paré enseguida. Había un silencio impresionante y creí que lo había anulado. El banco argentino saltaba de alegría pero no se escuchaba una voz. Cuando vi que el referí se daba vuelta para el medio de la cancha me fui a abrazar con todos...

Después vino el penal que Amadeo Carrizo le atajó a Gerson, los dos goles del Oveja Telch, el triunfo espectacular, nunca producido antes, nunca repetido después, frente al Brasil de Pelé y en la tierra de los tricampeones del Mundo. El equipo que salió de Buenos Aires resignado a volver último estaba para ganar la Copa. Bastó un triunfo más por 1 a 0 frente a Inglaterra y la proeza quedó plasmada. En la historia de Ermindo Onega y de José Varacka, dos grandes compañeros y amigos que padecieron en River los años de vacas flacas, fue la más grande e inolvidable de las conquistas. Y en la galería de las grandes fotos, esa estampa del grito de Onega en primer plano, los brazos abiertos, el gesto de frenética felicidad, Gilmar dos Santos Neves caído e impotente allá lejos, es un afiche del gol. Aunque le falten dos ingredientes básicos: la pelota y el arco. No están pero se adivinan, se sienten. Entonces, están. En la cara del Ronco

Onega está todo. El gol, la felicidad, la victoria, el fútbol.

Imagen En River fue campeón en 1957, luego comenzaría la racha negativa de 18 años sin volver a coronarse.
En River fue campeón en 1957, luego comenzaría la racha negativa de 18 años sin volver a coronarse.

Doce años antes de su lamentada desaparición física, la tragedia rondó la vida deportiva de Ermindo Onega. River estaba de gira por Chile y en un encuentro contra el Colo Colo, la noche del 11 de enero de 1965, el defensor local Motalva golpeó con su frente el parietal izquierdo de Onega. El accidente obligó a internarlo en el Instituto de Neurocirugía de Santiago de Chile. Durante diez días, José Varacka fue el único jugador del plantel riverplatense autorizado a entrar en su habitación.

En un principio se temió por su vida. Con el correr de los días, el cuadro clínico fue aclarándose. El diagnóstico fue traumatismo en la región parietotemporal izquierda y rotura del peñasco. Los primeros días de su internación se advirtió que de su oído izquierdo manaba un líquido cerosanguinolento. El temor declinó algo pero siguió siendo temor. Ermindo Onega puede quedar sordo. Cuando también esa posibilidad quedó descartada, surgió otra igualmente dramática para alguien que quería tanto a este juego: Ermingo Onega no podrá jugar más al fútbol.

—No me importa que no pueda jugar nunca más... Ruego al cielo que quede bien... Que quede bien...

Para don Raúl Onega, quien había mudado a toda su familia de Las Parejas a Buenos Aires para estar cerca de Ermindo cuando vino a jugar para River, lo único valioso era la salud de su hijo. Por eso, con los ojos bañados en lágrimas, repetía su ruego: "Que quede bien..."

En los últimos días de febrero, al mes y medio del accidente, volvió al entrenamiento. Pero sentía todavía los efectos de la lesión: se mareaba y caía sobre su izquierda. Lo fue superando. Tan sólo le quedaba un molesto zumbido en el oído izquierdo que le duró hasta los primeros días de abril. Pero ya estaba otra vez fuerte, con ganas, corriendo, peloteando, jugando al básquet. Su físico estaba entero. Y espiritualmente no le quedaba ningún trauma.

— ¿Cómo voy a tener miedo si no sentí nada? —explicaba Ermindo cuando se disponía a reaparecer.

—Yo me acuerdo que choqué y nada más. Me desperté a las dos horas en el sanatorio y recién me asusté cuando empecé a leer los diarios. Pero les juro que no sentí nada.

Fue un primer aviso del destino. Pero como a mediados del 65 ya estaba otra vez en plena actividad, cada vez más maduro como jugador, cada vez más admirado por los compañeros y adversarios, cada vez menos discutido por la tribuna que reconocía su notable calidad y comenzaba a perdonarle sus lagunas, nadie le dio importancia.

 

Imagen Hermanos de sangre, Ermindo y Daniel Onega.
Hermanos de sangre, Ermindo y Daniel Onega.
 

En 1965, bajo la dirección de Renato Cesarini, River apuntaba para campeón. Pero se quedó en las últimas fechas y fue aventajado por Boca, sobre la línea de llegada. Como le había sucedido en 1963 con Independiente en los últimos tres partidos del año o también con Boca en 1962. En 1966, su gran año con la Selección Nacional en el Mundial de Inglaterra, River se topó con un adversario de esos que no se caen nunca: el Racing de las 39 fechas invicto, el Racing de Pizzuti, EL EQUIPO DE JOSÉ, el último momento brillante de la Academia. River le sacó el invicto en el monumental (2 a 0, goles de Oscar Más y Luis Cubilla), pero aquel Racing de Perfumo, Basile, el Chango Cárdenas y el Bocha Maschio tenía una moral de acero y no aflojó, ni se paró, ni se vino abajo. Siguió metiéndole hasta salir campeón.

En ese mismo 1966, River llegó a la final de la Copa Libertadores. Perdió en Montevideo con Peñarol por 2 a 0, ganó en River 3 a 2 con una brillante actuación de Ermindo Onega, quien ya tenía a su lado en la primera a su hermanito Daniel Germán, y fueron al desempate en Santiago de Chile. Parecía una tarde de gloria para River Plate, holgado vencedor por 2 a 0 hasta promediar el segundo tiempo, con una formación y un juego netamente ofensivos. En la media cancha estaban el Nene Sarnari y el Indio Jorge Solari. Arriba, Luis Cubilla, Ermindo y Daniel Onega, el Mono Más. De pronto, salió Sainz, marcador lateral izquierdo. En el banco quedaba un solo hombre de características defensivas, pero en función de mediocampista: Daniel Bayd. Renato Cesarini optó por un cambio que era un himno al fútbol de ataque, una expresión de desprecio absoluto por la especulación y las precauciones, pero al mismo tiempo una exagerada demostración de confianza. En lugar de un marcador de punta, puso otro delantero: el zurdo Lallana. Le quedaban en el campo, además de Amadeo Raúl Carrizo, tres defensores y siete hombres con más vocación ofensiva que aptitud para defender. Repasemos: Solari —quien bajó a cubrir la posición de Nicha Sainz—, Sarnari, los dos Onega, Lallana, Cubilla y Más. ¿Qué quiso hacer el viejo maestro? Se llevó la respuesta a su tumba.

Hubo un rápido conciliábulo entre los jugadores para ver quién jugaba de volante defensivo en lugar de Solari. Y Ermindo decidió: "Yo juego de cinco". Sobrevino la reacción de Peñarol. Tuvo mucho que ver la inteligencia del Pardo Abbadie, quien se tiró a la izquierda para fabricar un cerco de casacas aurinegras en torno a Ermindo Onega, juntándose con Lito Silva y el peruano Joya. Hubo un remate muy afortunado de Abbadie, que le pegó en la espalda a Matosas y se metió por la otra punta del arco en tanto Amadeo Carrizo iba a buscarla a la dirección lógica, la del tiro inicial. Empató el campeón uruguayo. Sobre la hora quedó solo Daniel Onega frente a Mazurkiewicz, y cuando el gol parecía inevitable levantó el remate sobre el travesaño. Si River marcaba ese tanto era el 3 a 2 y el final. El empate obligó al alargue. Y en el tiempo suplementario, con la defensa de River haciendo agua por todos lados, especialmente por la zona de Matosas, Peñarol se impuso 4 a 2.

 

Imagen Segundo gol a Peñarol.
Segundo gol a Peñarol.
 

Fue una de las grandes amarguras de esos años amargos en los que River arrancaba para campeón y se quedaba en los últimos metros. Y un renovado motivo de orgullo para los uruguayos, quienes olvidaron que sus héroes de esa tarde en Santiago de Chile habían sido el ecuatoriano Spencer y el peruano Joya... Años más tarde, recordando aquella final, Tito Goncalvez, centro medio y caudillo de aquel equipo de Peñarol, expresaba: "Para ganar hay que saber ser malo en algún momento. Y en aquel equipo de River habla muchachos que eran más buenos que el pan, como Ermindo Onega y Roberto Matosas..."

Detrás de la crítica a la bondad de Ermindo hay un reconocimiento a la calidad humana, a la decencia, a la invariable honradez deportiva que siempre fue patrimonio de Onega. Dentro de un fútbol que fue desvirtuando su esencia de juego limpio para dar paso a los vivos, los ventajeros, los guerreros, los que enarbolaban la bandera del machismo y el triunfo a cualquier precio, Ermindo Angel Onega pasó incontaminado, puro, honesto, creyendo siempre en su verdad, aunque esa convicción lo llevara a perder, una y otra vez, la posibilidad de salir campeón con su querido River. Un año más tarde, en 1968, River perdió la semifinal del Metropolitano en cancha de Racing frente a un gran adversario: San Lorenzo de Almagro, cuando se lo llamaba el equipo de "los Matadores". Y cuando terminaba el Nacional, en el desempate disputado por el primer puesto entre River, Racing y Vélez, enfrentando al Fortín en cancha de San Lorenzo, se produjo aquel penal de Gallo que el árbitro Nimo no cobró, pese a lo visible de la falta, y dio el partido por terminado aunque faltaban varios minutos. Con ese empate y el posterior triunfo de Vélez sobre Racing, River volvió a quedarse en la antesala del campeonato. En 1969 Ermindo Onega pasó a Peñarol de Montevideo junto con Matosas.

Imagen Cuando dejó River pasó a Vélez, para juntarse con un grande: Carlos Bianchi.
Cuando dejó River pasó a Vélez, para juntarse con un grande: Carlos Bianchi.

Volvió a la Argentina en los comienzos de 1972 para alistarse en Vélez. Fui a verlo al estadio de Liniers para hacerle un reportaje y en el vestuario, mientras los jugadores se cambiaban para el entrenamiento matinal a las órdenes del binomio Osvaldo Zubeldía-Jorge Daguerre, fui testigo de una escena reveladora. Un pibe de las inferiores del Fortín se acercó al rincón en que el Ronco Onega dialogaba con nosotros y le pidió respetuosamente: "Cuando termine quiero sacarme una foto con usted". Ermindo accedió. El fotógrafo gatillo la foto. "Muchas gracias", le dijo el joven aspirante a jugador con el mismo respeto.

Zubeldía nos había dicho: "Está físicamente entero. Y con las luces de siempre. Aparte de lo que puede rendir personalmente como jugador, me interesa lo que representa para el plantel la admiración que le tienen los muchachos...

La escena que acababa de presenciar confirmaba lo dicho por Zubeldía y lo que muchas veces había pensado: a Ermindo lo discutieron y lo pueden seguir discutiendo las tribunas, pero los jugadores no lo discutieron nunca. Simplemente, lo admiraron.

 

Imagen Con la camiseta de Renato Cesarini, su última aventura.
Con la camiseta de Renato Cesarini, su última aventura.
 

Decidió largar en 1973. Se enganchó con el Equipo de las Estrellas. Vinieron a buscarlo de Chile, de Deportes La Serena. Fue parte importante de la hermosa aventura que significó la creación del Renato Cesarini de Rosario, junto a su hermano Daniel y sus amigos Jorge Solari y Luis Artime.

La noticia, dolorosa, cruel, brutal, me sorprendió estando en Bariloche. Aquel año de 1979 había sido muy ajetreado para mí y me tomé unos días de vacaciones en el sur. Un periodista me reconoció y me acercó la información: "Esta mañana se mató Ermindo Onega en un accidente de auto; iba con su mujer, una de sus hijas, su hermano Daniel". Era el 21 de diciembre de 1979. Sentí que había muerto un gran jugador, un leal amigo y por sobre todas las cosas un hombre de bien. Un hombre de esos que ayudan a creer que la vida es algo hermoso, limpio, agradable, digno de ser vivido y disfrutado.

 

 

Por JUVENAL (1984).