Comodin

Un escritor para el Oscar

El secreto de sus ojos ganó el premio de la Academia a mejor Película Extranjera. Está basada en la novela de Eduardo Sacheri, un fanático del fútbol a quien El Gráfico te invita a conocer.

Por Redacción EG ·

18 de noviembre de 2008












Nota publicada en El Gráfico en la edición de octubre de 2007.
 
Negro Fontanarrosa hubo y habrá uno solo.
Imagen Eduardo Sacheri, autor de la novela La pregunta de sus ojos, en la que se basó la película de Campanella que ganó el Oscar.
Eduardo Sacheri, autor de la novela La pregunta de sus ojos, en la que se basó la película de Campanella que ganó el Oscar.
Vieja costumbre de esta tierra, vicio periodístico imposible de disimular, el juego de las comparaciones entra siempre a jugar su partido con la pelota bajo el brazo. No existe en este recorrido el mínimo intento de profanar la figura sagrada del Negro, su talento y humildad, la condición de pieza única en el museo cultural de la argentinidad, pero uno tampoco puede dejar de observar ciertos guiños que asombran, señales paralelas que invitan al juego de las semejanzas.
Eduardo Alfredo Sacheri tiene 39 años y apenas una década como escritor profesional. Sin abandonar su ocupación original, la de profesor de historia, alcanzó un hito difícil de empardar: entre 1996 y 2000 los oyentes de Todo con Afecto, el programa de Alejandro Apo en el que comenzaron a difundirse sus creaciones, llamaban una y cien veces a la radio para preguntar en qué libro podían encontrar esos cuentos conmovedores. Y la respuesta era siempre la misma: en ninguno. Sin publicar, Sacheri ya era best seller. Best seller virtual.
Eduardo Sacheri escribe cuentos de fútbol pero no se queda en el pique de la pelota. Y entonces se introduce en submundos comunes que rozan el juego o no tanto, como infancia, amistad, vivencias de colegio, travesuras de barrio, reuniones de egresados, declaración de amor en una parada de colectivos, desafío a trompadas con el hijo del almacenero que le fía a la familia, desaparecidos y dictadura, intento de conquista en un café del centro con el Maracanazo como arma de seducción, oficina, hermanos, familia.
Uno termina de leer un cuento de Sacheri y se queda con la extraña sensación de haber vivido alguna vez eso que el autor capta con extrema sensibilidad y escribe con calidad e ingenio. La impresión que irrumpe es que uno, argentino promedio de clase media, podría salir caminando de las páginas de sus libros como uno de los protagonistas. Allí reside, en parte, la particular comunión que une a Sacheri con sus seguidores, que ahora sí pueden comprar cualquiera de sus cinco libros editados hasta aquí.
–¿Qué tiene el fútbol de atractivo para ser carne de escritor?
–El fútbol es un juego que en este país hemos jugado todos, entonces hay un montón de sobreentendidos que el lector argentino comparte con el escritor. Es tan amplio el fútbol, que incluye en su universo a mucha gente. No es exclusivo de pocos, está al alcance casi de cualquiera, por lo menos el fútbol donde mis cuentos se refugian. No es el fútbol de 150 cámaras sino el de 20 vagos que se juntan o el de hinchas de equipos ignotos que tienen todo para perder y nada para ganar. En ese sentido el fútbol te ofrece tantas oportunidades de derrota como la vida. Por eso la derrota, el riesgo y el juego son campos fértiles para la literatura. Y el fútbol tiene mucho de juego, de desafío y de derrota. Es más: la victoria es algo bastante incómodo y momentáneo. En realidad, como hincha tenés más derrotas que victorias en el fútbol. Y como jugador lo mismo: por cada una que te sale bien hay muchas que te salen mal. ¿Y si digo eso, estoy hablando de fútbol o de minas? ¿Y estoy hablando de minas o de laburo? ¿Y estoy hablando de laburo o de afectos familiares?
–El intelectual siempre despreció el fútbol.
–Ese prejuicio existe, pero ha cedido un poco. Creo que en el país falta narrativa que tenga que ver con la vida cotidiana de la gente, para ponerle algo bien amplio, ahí está el agujero. Y en ese agujero se incluye la literatura que se roza con el fútbol. A mí la literatura futbolera que me gusta es la que tiene vasos comunicantes con otras esferas de la vida cotidiana. Por eso me gusta Fontanarrosa. La pelota por sí misma habla sola, por suerte, por eso es tan bello el fútbol. Un relato descarnado que hable sólo de la pelota es pobre. Cuando empezó Víctor Hugo Morales en Argentina, ¿por qué era el boom? Porque te inventaba lo que decía el árbitro, lo que le contaba el jugador. Eso era lo novedoso, montarte a otra cosa que incluyera a la pelota como excusa, pero que fuera más allá. Me parece que con el cuento es lo mismo.

–¿Se puede vivir de ser escritor en Argentina?
–Digamos que si sigo vendiendo a este ritmo, sí, pero tampoco me interesa porque perdería el contacto con los mundos que me nutren como escritor. Me quedaría sin tema muy rápido. Yo tengo un equilibrio que me satisface: a la mañana enseño con pibes, con todo lo que te obliga, y a la tarde me encierro en mi mundo de escritor. Ser escritor de ficción es algo muy metido para adentro y el riesgo de aislarse es fuerte. Sos vos con los personajes. Cuando escribo, puedo estar cinco horas y no pronuncio una palabra. Y cuando estás terminando una novela te levantás con los personajes, te acostás con los personajes, hablás con los personajes, llegás a un límite cercano a la locura. Entonces el hecho de que haya un mundo afuera que te obliga a salir de ahí me parece que es sano.

–¿Cómo se lleva tu mujer con los personajes?
–Trata de llevarse bien, pero hay momentos en que me deja, porque estamos en la mesa, me está hablando y se da cuenta de que estoy en cualquier otro mundo menos con ella. 
La charla avanza en un pequeño bar de Ramos Mejía, a 100 metros del Colegio Santo Domingo, de donde el profe Sacheri ha salido hace unos minutos con una carpeta roja algo despellejada bajo el brazo. “Los pibes me preguntan por los cuentos. Es que el tema de los escritores parece lejano, que vean que es una persona común les llama la atención. Quizás imaginaban que el escritor vivía en una extraña torre con una Olivetti tecleando”, bromea.
Como tantos futbolistas frustrados, Sacheri encontró en las letras un modo de encauzar su pasión futbolera. “Empecé a escribir a los 25 años –asume–, cuando ciertas posibilidades ya estaban clausuradas. Como diría Dolina: ‘Si a esa edad no llegué a la Selección, ya no lo conseguiré, sobre todo si aún no debuté en Primera’. Me di cuenta de que mi profesión, la que yo hubiera elegido, ya me estaba vedada. Esperaba a mi primer hijo y me resultó muy movilizante. También sentía insatisfacción por no ver escritas ciertas historias que nadie las escribía. Me pareció que empezar a escribirlas era el camino”.
Estamos en el año 95 y al Sacheri que Passarella no miraba le costaba pegar un ojo. “Soy un tipo al que le cuesta dormir, me encanta la noche, estar despierto cuando todos duermen. Y una manera de matar los insomnios fue empezar a escribir cuentos. Justo para esa época Alejandro Apo empezaba su programa de los sábados. Y algunos amigos que leyeron mis cuentos, ¡siempre son importantes los amigos!, ¡siempre!, me empezaron a hinchar: ‘Dale, boludo, llevale los cuentos a Alejo a ver si los lee, él siempre dice que hay poco material sobre fútbol’”.
El arquero nacido y criado en Castelar aceptó el consejo de sus amigos. Sin programar ninguna cita se acercó a la radio y dejó un sobre oficio con una carta dirigida a Apo, quien pasaría a ser el Francis Cornejo de nuestro personaje, dándole cancha (micrófono) todos los fines de semana. Así fue durante tres años, en los que Sacheri y Apo ni siquiera tuvieron un mínimo contacto telefónico. En el 2000 saltó a escena su primer libro (Esperándolo a Tito) con 16 cuentos que sus fanáticos ya conocían de memoria.
Ahora que el pasatiempo le abrió paso a la producción sistemática, Sacheri va tres o cuatro tardes por semana siempre al mismo bar de Ituzaingó al encuentro de sus musas (con ese, no con doble zeta). “Intento dedicarle no menos de tres horas –destaca–. Es un café chico, mesa contra la ventana si es posible, como para ver un poco el mundo. Y si esa está ocupada, voy a otra y, cuando se desocupa, la moza agarra las cosas y las lleva ahí, ya tenemos ese acuerdo. A veces no queda nada, pero al menos tengo el método de sentarme e intentar. Yo escribo todo de un tirón y a mano, supongo que eso es muy personal. Siempre tengo 3, 4 o 10 ideas dando vuelta como satélites en mi cabeza en diferente grado de maduración. Las ideas son imágenes fuertes que merecerían una historia alrededor. Por ejemplo, en Esperándolo a Tito, la imagen es un jugador consagrado atravesando el portón de una cancha de un sindicato con el bolsito al hombro que viene gritando que lo esperen”.
–¿Cuáles son las principales virtudes que debe tener un escritor? –Saber mirar alrededor y escuchar lo que dice la gente. El escritor debe tener buena imaginación y buen vocabulario, debe leer mucho y tiene que encontrar la voz del narrador, eso es clave. Si yo decido situar un cuento desde una mujer, tengo que intentar sentir y pensar como una mujer, porque si no, se nota. Hay cuentos que están contados desde la mirada de un chico, otros de un viejo. Eso exige encontrar un vocabulario, un clima, para mí es lo que puede volver potencialmente bueno a un cuento.
–¿El escritor nace o se hace?
–Supongo que es una mezcla. Se hace leyendo. No veo una medida de cuánto hay que escribir para convertirse en escritor, pero no me imagino escritores leyendo poco. En mi caso, soy un lector voraz. Leí desde los cinco años, cuando le pedí a mi hermana que me enseñara porque no quería esperar hasta primer grado. Arranqué con Patoruzito, después la colección Robin Hood y ya no paré. Me encanta leer. En estas jornadas de laburo, si voy a estar cinco horas en un bar escribiendo, una horita le dedico a la lectura. Y si estoy agotado de escribir, largo y me pongo a leer, me paso a lector, cambio el switch. Leyendo a otro no te copiás, pero te afina. Es como el músico que agarra el diapasón.
–Tu padre ausente aparece seguido en tus cuentos. ¿Tu obra es muy autobiográfica?
–En muchas historias me permito toques autobiográficos. Es muy catártico. Escribir, para mí, es una manera de drenar, de liberar cosas que uno tiene atragantadas. La ventaja de escribir ficción es que te da más libertad para mezclar lo real con lo ficticio. Es bastante terapéutico poder charlar con otro de cosas que le pasan a tu personaje, aunque sean cosas que te han pasado también a vos. Tragar la muerte de tu viejo a los 10 años, como me pasó a mí, es muy jodido. Ahora, que tu viejo resucite falsa pero bellamente también, para que miles de personas conozcan cómo era, digamos que es una linda gambeta frente a la muerte. Son cosas que se te traban en la garganta y se te destraban en las manos.
–Lo contás en “Señor Pastoriza”.
–El Pato se murió un lunes y el sábado Apo le hizo un homenaje en su programa. Yo tenía que ir a Mercedes a dar una charla y viajé los 100 kilómetros con la radio prendida y llorando todo el camino, me revolvía el tema de mi viejo. Cuando llegué a Mercedes tenía el cuento en la cabeza y en lugar de ir a dar la charla, me metí en un bar y lo escribí. Llegué tarde a la charla pero ya tenía el cuento. Independiente para mí es eso: un puente que me conduce hacia mi viejo. Y un puente que me conduce hacia mi hijo también. Porque cuando vemos un partido, aún desesperándonos porque no se puede jugar tan mal, es un momento que estamos compartiendo.
“El cementerio de tristezas que todos tenemos en algún lugar del alma”, escribe Sacheri en esa conmovedora carta a Pastoriza. También puede cambiar de frente y tipificar los días de la semana, como ocurre en “Estimado Doctor”. “El martes es el símbolo de la monotonía por excelencia. No es como el lunes, paradigma de la depresión, ni como el miércoles, bisagra de la esperanza, ni como el jueves, preludio de la alegría, ni como el viernes, éxtasis de la liberación”. Una pinturita.
Al momento de elegir los escritores que más influyeron en su formación, arma su equipo de fútbol cinco con Cortázar, García Márquez, Vargas Llosa, el Gordo Soriano y Pérez-Reverte. Y si se trata de armar el mismo podio con las actividades que más placer le generan, no duda por cuál arrancar: “Jugar al fútbol es fundamental, una de las cosas más lindas que hay en la vida. No me puedo imaginar no jugando al fútbol, alguna vez va a ocurrir, pero no lo quiero ni pensar. Como la muerte”. Hincha de Independiente, a su hijo varón lo lleva no sólo a ver al Rojo, sino también a otros equipos. “Que vaya a la cancha es esencial, para mí forma parte de su educación”, asegura a modo de declaración de principios.
–¿Cuál es tu mayor orgullo como escritor?
–Ver que algo que vos creás puede conmover a otra persona, en el sentido de conectarlo con sus emociones y su propia vida. Es maravilloso. Muchos lectores me escriben y me dicen que hacía años que no leían y volvieron con un libro mío. Eso es mágico. “Es lo mejor que me podés decir”, les respondo. “Y seguí leyendo, claro”.

 Por Diego Borinsky