Comodin

ARSENAL DESDE ADENTRO

El equipo finalista de la Copa Sudamericana y su peregrinación desde las categorías más chicas: cómo se fundó y cómo progresó hasta este momento de gloria.

Por Redacción EG ·

16 de noviembre de 2007

“Yo hice el club para casar a mis hermanas”, se jacta Julio Humberto Grondona, patriarca de Sarandí y de Arsenal Fútbol Club, el único de sus cuatro hijos que no lleva el apellido en la chapa, pero sí en su esencia, y enseguida uno comprueba que se ha quedado corto. Porque para Don Julio no fue suficiente con que María Elena y Marta Alicia, sus hermanas menores, encontraran a sus futuros maridos en los entrenamientos del Arse, sino que se dio algunos gustos que ni el más iluso de los futboleros podría construir en su cuento fantástico: vio a su hermano ser el máximo goleador de la historia del club y también conducir al equipo desde el banco de suplentes y desde el sillón de presidente; vio a uno de sus hijos defender la camiseta y ser técnico del equipo y al otro presidir el club en el momento de gloria máxima; vio a un sobrino jugar en Primera con los colores queridos y a otro conducirlo como máxima autoridad; vio como cuatro de los cinco presidentes que tuvo el Arse en su historia eran de la familia y el quinto, un amigo de la infancia. Lo vio todo Don Julio desde aquellos lejanos días de la década del 50 en que había que conseguir sede, terrenos, cancha y equipo; a estos otros en que el equipo de barrio –que puede ser como el que tiene usted en la esquina de su casa, igualito– ha llegado a la elite del fútbol argentino y demostró que la categoría no le queda para nada grande.
La saga de los Grondona, así como la de los Buendía en Cien Años de Soledad en la que se cruzan y multiplican los Aureliano y los José Arcadio, obliga a la confección de un árbol genealógico (ver páginas sucesivas) para no perder el hilo de la historia. Una historia sencilla y escrita a pulmón, con el amor con el que sólo se pueden construir las cosas que se sienten como propias.
 
EL EQUIPO DEL BARRIO
El primer Grondona del que Don Julio tiene referencias es Esteban Grondona, su abuelo paterno, nacido en Francia. Casado en Italia con Ana María de Saboya, se tuvo que venir a las Américas ya que sus padres lo desheredaron por no conformar una familia con la mujer que ellos pretendían. Se establecieron primero en Paysandú, Uruguay, y luego en Buenos Aires. Humberto, el cuarto de cinco hijos, nació en 1898, muy cerquita de la estación Avellaneda, frente al Frigorífico La Negra. Era el más futbolero de toda la familia y en la juventud se hizo muy amigo de Manuel Seoane, la Chancha, legendaria figura de Independiente en el amateurismo, y de otros muchachos que jugaban en el Rojo. Claro, la gente de la zona, mayoritariamente seguidora de Independiente, trabajaba en el Banco Avellaneda o en el Frigorífico, y Humberto Grondona, la Chancha Seoane y tantos más, no podían ser la excepción. Allí surgió el primer contacto de los Grondona con la vida Roja, que luego se prolongaría en sus hijos Julio y Héctor, que terminarían siendo presidentes.
Cuando sus padres murieron, Humberto se unió a Emilio Lombardi, un amigo de la familia, y ambos se mudaron a Sarandí, donde, en 1924, fundaron Lombardi-Grondona SRL, la empresa familiar de materiales para la construcción, más conocida ‰ ‰ como “la ferretería”, que todavía hoy tiene sus puertas abiertas. “El pueblo entero lo hizo Lombardi-Grondona, desde la iglesia hasta el cotolengo, de punta a punta. El tío Emilio fue el gestor de todo lo que nos ha pasado en la vida”, se emociona Don Julio, que llama “tío“ a Emilio Lombardi no porque lo conociera de chiquito sino porque se casó con la hermana de su mamá. Es decir: los dos socios se casaron con dos hermanas.
La situación familiar se complicó en 1951, cuando Humberto Grondona quedó postrado por una enfermedad, y empeoró definitivamente en 1956, cuando murió. Julio Humberto, que todavía no era Don Julio pero que a partir de ese momento debió empezar a ejercer entre los suyos el liderazgo que luego aplicaría en el fútbol, era el mayor de seis hermanos, tenía 24 años y cursaba el tercer año de Ingeniería en la Universidad de La Plata.
Debió abandonar los estudios para meterse de lleno en la ferretería, pero no fue suficiente para aplacar su desconsuelo. “Era tanto el dolor y la obsesión por la muerte de mi viejo, que necesitaba algo para suplir el pensamiento permanente hacia él”, cuenta hoy. Y allí hay que encontrar la fecunda semilla de la que habría de renacer Arsenal.
En realidad, Arsenal ya existía como equipo de barrio desde 1943. “Yo era muy chico –evoca Don Julio– pero recuerdo que estaban unos muchachos debajo de un árbol, en Salta y Soler. No se decidían: unos querían ponerle Defensores de Soler, otros Defensores de Salta, de esto o de lo otro; hasta que saltó un tartamudo que se llamaba Samuel, el arquero del equipo: ‘¿Por qué-qué, no le po-po-nemos Arsenal?’. Todos le preguntaron: ‘¿Y quién es Arsenal?’. Nadie sabía demasiado, pero en esa época, Arsenal era la potencia máxima del fútbol inglés. Después, como los muchachos eran miti y miti de Racing e Independiente, se decidió ponerles los colores celeste y rojo.”
Ventajas que ofrecen los clubes jóvenes: aquí no hay que hablar con el hijo del nieto del fundador, aquí no hay versiones opuestas sobre el origen de los colores, como puede ocurrir si se investiga la historia de River o Boca, acá se cuenta con el testimonio vivo de quienes construyeron el club.
Don Julio había nacido en 1931 y jugaba bien a la pelota, como número diez, a punto tal que en 1947 integró la reserva de River y hasta una vez fue al banco de suplentes de la Primera, contra Banfield, cuando se produjo la huelga del 48. Después estuvo en Defensores de Belgrano y terminó jugando en el barrio cuando las obligaciones laborales le cambiaron los hábitos.
Después de su surgimiento en 1943, Arsenal desaparece y vuelve a escena en 1954, compitiendo con equipos de los potreros y en las ligas de Avellaneda y Campagnale. Don Julio integraba la delantera del Arse con su hermano Héctor, un pichón de gran goleador, que jugaba de wing y que terminaría completando su formación en las inferiores de Racing, donde llegó a ser compañero del Bocha Maschio en la Tercera. Roberto Perfumo era el cuatro y de centreforward jugaba Juan Carlos Urtasún –otro de los grandes forjadores de Arsenal–, que sería presidente del club en los 70 y padre de Eduardo, hoy preparador físico en las selecciones juveniles y el segundo goleador histórico del club detrás de Héctor Grondona.
Los partidos, por lo general, no terminaban según el dictado del cronómetro sino por el de las piñas. “Una vez, contra General Madariaga, entró a caballo un loco con un chumbo a suspender el partido –recuerda Don Julio–, al final lo calmaron. Lo cierto es que así no podíamos seguir: el fin de semana nos dábamos como en la guerra y después yo tenía que atender detrás del mostrador al tipo con el que me había agarrado a las piñas. Para terminar con todo, les propuse a los muchachos inscribirnos en la AFA y jugar en Aficionados, lo que es hoy la D. Hasta ahí, nosotros juntábamos 20 pesos entre todos para jugar en los potreros. Yo dije: vamos a la AFA y lo que pase de 20 pesos lo pongo yo, pero vamos a la AFA. Así, a los 25 años, me dediqué a dirigir en Arsenal”.
Casualmente, el motivo que llevó a Don Julio a fundar formalmente el club de barrio es el mismo que lo impulsó a no concurrir más a las canchas, salvo para ver a la Selección, a partir de 1979. “Es la única manera de conducir la AFA. Por mi forma de ser, no tolero las puteadas”, admite Don Julio.
 
LA CONSTRUCCION
Para ir a la AFA y ser un club en serio, era necesario constituir una sede. Se necesitaba un lugar. Y el lugar surgió de manera casual. Resulta que la muchachada del Arse se juntaba en el bar “FFF” y allí se quedaban hasta tarde sin consumir demasiado. Un día, los dueños se enojaron y les cerraron la persiana en la cara. Don Julio y su pandilla prepararon la represalia y les hicieron un boicot: se paraban en la puerta del bar y le decían a la gente que no entrara. Así, mientras un día hacían el boicot se dieron cuenta de que frente a sus narices tenían el sitio soñado: era el baldío de un amigo de Humberto Grondona. Allí, el 11 de enero de 1957, fundaron con todas las de la ley el Arsenal Fútbol Club. El Negro Martín, un guitarrero de la zona, puso la piedra fundamental, que era un adoquín de la avenida Mitre, aprovechando que estaban repavimentando. Al fin el club tenía una sede social. Para completar la obra, faltaba el escudo. Pepito, uno de los muchachos que además estudiaba de noche, proclamó: “Acá tenemos que hacer cultura y deporte”. Entonces pusieron en el logo una pelota, una torre de ajedrez y listo.
Don Julio evoca los primeros tiempos: “Ibamos con los camiones del corralón a la cancha. Una vez, yendo a Rosario, se nos rompió el camión y el arquero, que era mecánico, tuvo que ponerse a arreglar el motor porque no llegábamos. A Héctor lo pedían de muchos clubes, incluso tuvo la posibilidad de ser profesional, pero no lo vendí. Sin él no hubiéramos subido tan rápido. Era distinto. Además, si lo vendía me iba a tener que quedar yo solo laburando en la ferretería. Ni loco”.
Mientras Julito, hijo de Don Julio y actual presidente, escucha con devoción la historia que ya escuchó mil veces, Héctor (171 goles en 347 partidos en Arsenal, ambos récords históricos), 6 años menor que Don Julio, aporta algunos recuerdos: “El primer partido en Aficionados lo jugamos contra Piraña y yo metí un gol. En esa época jugábamos de local en la cancha de Ateneo de Sarandí, un predio que manejaba Delfo Cabrera, y que se lo había regalado Perón cuando vino campeón olímpico de maratón. Nosotros pusimos alambres y cerramos la cancha. Ni ese año ni en la C cobrábamos nada, salvo un viático para los que tenían que viajar. Se hacían asados, eso sí. Laburábamos todos y entrenábamos a la noche gracias a unos focos que habíamos puesto para poder practicar”.
El equipo crecía y subía de categorías, entonces se convirtió en una necesidad la cancha propia con tribunas, ya que en el Ateneo no les dejaban cons-‰ ‰ truirlas. “Yo tenía un jeep y fuimos a recorrer la zona –evoca Don Julio–: era todo fangal y quintas. Nos dijeron que el lugar era de la Administración de Puertos. Fui al puerto y no querían saber nada, porque Dock Sud ya le había sacado tierras. Entonces levanto la vista, me acuerdo como si fuera hoy, y veo a Alberto De Stéfano, el hermano de Juan y amigo del barrio, que trabajaba ahí. El intercedió con el jefe y nos dio el predio en alquiler con la condición de que no hiciéramos nada fijo. ‘Está bien, nada fijo’, le dijimos. Y ahí nomás nos pusimos a construir las tribunas”.
–Y cuando esa gente vio que habían hecho las tribunas, Julio…
–¡Qué me las saquen! ¿Cuál es el problema?
Justo por esos días se dio otro hecho fortuito que contribuyó a la construcción del estadio: el fallecimiento de Atilio Lavarello, el médico del pueblo (hoy una calle de Sarandí lleva su nombre). Don Julio era su chofer y le llevaba la contabilidad. Antes de morir, Lavarello nombró a Don Julio administrador general de sus bienes para que hiciera la división, y los honorarios que percibió fueron destinados al nuevo estadio. La expansión estaba en marcha y había que conseguir los terrenos aledaños. Otra vez el destino le hizo un guiño a Don Julio: el secretario privado del presidente Onganía, un muchacho de apellido Klappenbach, había sido compañero suyo en el Colegio Salvador. Y le solucionó todo el papelerío. Hoy Arsenal tiene siete hectáreas que no se pueden vender ni hipotecar: allí hay una pileta, un gimnasio, una concentración para el plantel profesional, todo.
Ya en cancha propia se fueron sucediendo buenas y malas campañas, entre ellas un único descenso (a la C, en 1984) y el salto a la segunda categoría en 1992. A partir de entonces, en varias ocasiones Arsenal estuvo cerca de llegar a Primera, sobre todo durante los tres años en que el Chaucha Bianco fue el entrenador. Pero estaba claro que ese lugar de privilegio estaba predestinado para un hijo pródigo del Arse, que se había iniciado como futbolista en el club y que tocó el cielo una tarde de 1986, cuando con su gol le dio un campeonato mundial a la Argentina.
–Bianco había hecho tres campañas espectaculares y tenía ofertas de algunos equipos de Primera que al final no se concretaron –destaca Héctor–, y nos iba a costar mucho retenerlo por el aspecto económico. Burruchaga estaba siempre cerca de nosotros, pero nos parecía que no íbamos a poder llegar a él. Al final vino Mariani, al que Julio conocía de trabajar con Bilardo, un tipo muy serio, conocedor de la división, pero le fallaron los resultados. Justo en ese ínterin, Burru dejó Los Andes.
–Entonces se juntan dos muertos: Arsenal sin nada y éste sin nada –acota Don Julio.
–Yo le dije a Burru: dame una mano. Y él me dijo: vos dámela a mí –agrega Julito Grondona, 36 años, presidente del Arse desde el año pasado–. Bueno, vamos a un objetivo, le propuse. Si ascendemos, cobrarás los sueldos y tanto por la diferencia. Ahí nomás arreglamos todo.
–Al ascender callamos a los malpensados que decían que no queríamos subir porque le iba a hacer mal al club –se queja Don Julio.
–Nosotros tendríamos que haber subido hace dos años en cancha de Instituto y perdimos por un penal lamentable que no fue –sigue Julito–, nos perjudicó tener que definir de visitante. Este año nuestro objetivo era el octogonal, pero justo en la última fecha perdió Quilmes y nosotros le ganamos a Antoniana con un gol sobre la hora de Javier Morales. Entonces, imprevistamente, terminamos primeros y quedamos con la ventaja deportiva de definir de local y con el empate a favor. Ahí el grupo salió para arriba. Es una diferencia psicológica más que futbolística. Y si hoy estamos donde estamos es en gran parte gracias al plantel de los últimos años, que se mantuvo bastante, y al período de Bianco, que nos hizo muy profesionales, nos hizo ver que se podía. En Arsenal, los jugadores están muy cómodos, se sienten imprescindibles, se los respeta en todos lados.
–Acá no se queda un minuto un jugador que no quiera estar, eh, por más que sea Pelé o Coutinho. Hoy, entre plantel y cuerpo técnico, el presupuesto es de 150.000 pesos por mes –saca cuentas Don Julio–. No hay primas ni premios por punto, sólo premio por objetivo. Ahora, pagar se paga, eh. El jugador de Arsenal sabe que lo que se pacta, aunque sea en forma verbal, lo va a recibir. Así se forma una familia. Nosotros fuimos jugadores, técnicos, dirigentes, todo, así que sabemos cómo es la historia. Mirá, a mí no me gusta perder 5-0, yo no me banco los papelones. Siempre me gustó el fútbol de atrás para adelante; en el 65 yo llevé a Faldutti a Independiente para que empezaran a entender que el fútbol es táctica y técnica. Por eso apenas salimos campeones agarré el teléfono del campo y le dije a Julio: “Julito, te felicito, lo único que te digo es que tengo 70 años y no quiero pasar la vejez seco. No sirve tener 40 jugadores o contratos que no vas a poder pagar”.
–¿Soñaron una vez que iban a estar en Primera?
–Yo sí –se anticipa Julito.
–Son dos etapas diferentes, la de nosotros dos y la de él –razona Héctor–. Fijate Dock Sud, crecer al lado de Racing e Independiente es muy difícil. Hoy vas a las tribunas de Arsenal y ves chicos que no sabés de dónde salieron, en cambio Dock Sud se quedó quieto ahí.
–El último ascenso –se prende Don Julio– lo disfruté más que el Mundial del 86. Para un padre lo más grande es ver crecer a sus hijos y que tengan éxito. Argentina es un país; Arsenal es un grupo muy chiquito de gente que pensó algo un día y se terminó dando. El Mundial del 86 fue una gran satisfacción por los problemas previos, por las presiones políticas; pero lo de Arsenal en Primera es incomparable.
–Después de tres años en Perú, yo pensé en terminar mi carrera en donde la empecé –dice Gustavo, Coco, un diez que supo jugar en Independiente y Huracán, entre otros–. Es difícil explicar con palabras esto; es lo que uno siempre soñó, pero que nunca pensó que iba a ir más allá del sueño. Con Julito más que parientes somos amigos, porque vivimos la infancia juntos, empezamos a patear juntos, salíamos a bailar, a veranear. Fue muy especial reencontrarme en el club con él en un momento como éste del ascenso.
–Para este año se respetó mucho a los que habían ganado el ascenso, que es el 80% del actual plantel –señala Julito–, y se trajeron jugadores polifuncionales. Este plantel se integra con muchachos que cumplen, que se cuidan y se adaptan a la idiosincrasia del club. Acertamos en buscar a las personas. Esa es la clave.
–¿Lo imaginan en la Libertadores en un lapso no muy lejano?
–¿Quién sabe si en vez de que clasifiquen cuatro equipos pongo que vayan seis?… Es un chiste, je, je –se anticipa Don Julio, quién si no.
–Y… si llegó el São Caetano, que no tiene ni 20 años de vida, ¿por qué no vamos a llegar nosotros? –agrega Julito.
–Por favor, no nos olvidemos de que el objetivo son las 38 fechas –cierra Héctor y todos lo siguen afirmando con la cabeza.
 
Las 38 fechas. El objetivo. Arsenal se lo tomó muy en serio y quiere disfrutar de aquel sueño imposible de la Primera División de aquí a la eternidad.Nota publicada en El Grafico, edición 4309, diciembre de 2002