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Stracqualursi, el nombre del gol

La increíble historia del delantero que se hizo bien de abajo.En la Liga de Rafaela cobraba 30 pesos por partido y ni siquiera era titular Ahora, llegó al Everton inlgés.

Por Redacción EG ·

10 de junio de 2011
Nota publicada en la edición mayo 2011 de la revista El Gráfico

Imagen STRACQUA tiene 23 años. Entró al fútbol grande cuando pensaba que ya se le había pasado el tren.
STRACQUA tiene 23 años. Entró al fútbol grande cuando pensaba que ya se le había pasado el tren.
Su lugar en el mundo era uno mucho más picaresco que una cancha de fútbol: era una esquina del barrio Villa Dominga, de Rafaela, su ciudad. “Estaba siempre ahí, con mis amigos”, dice Denis Stracqualursi, y afloja una mueca de atorrante que sería la envidia de una banda de rock chabón.

-¿Y qué hacías?
-Nada, estaba con los pibes, ahí, en la esquina.

-¿Qué esquina? ¿La intersección de qué calles?
-Uh, no sé los nombres. Pero la esquina de ahí, en la plaza, con mis amigos.

Y es tan en serio que Stracqualursi pasaba casi todo el día en la esquina donde las calles no tienen nombre, que la mañana de 2007 en la que su padre, Roberto, hizo cuentas y advirtió que la carrera de futbolista de Denis (que ya tenía 19 años) tardaba demasiado en arrancar, no encontró a su hijo en la cocina ni en el living ni en el dormitorio de su casa, sino que tuvo que caminar hasta la plaza del barrio para encararlo y ponerle un límite: “No seas boludo. Te aguanto un año más o te ponés a trabajar. Es tu última oportunidad para que seas jugador de fútbol”, lo desafió.

El currículum de Stracqualursi acababa de dibujar una parábola de las que pocos sobreviven: Infantiles en Peñarol de Rafaela; Inferiores en Ben Hur, donde tuvo un paso fantasmagórico por uno de los planteles que compitió en la B Nacional -aunque no jugó ni un minuto y ni siquiera estuvo sentado en el banco de suplentes- y regreso al Peñarol doméstico para participar en la Liga de Rafaela, a cambio de 30 pesos por partido.

El final de su ciclo como futbolista se acercaba a la velocidad de Usain Bolt porque, además, en su vuelta a Peñarol solo tenía lugar como suplente de otro rafaelino, Sergio Comba, aquel 9 que movió el amperímetro del Ascenso en Defensores de Belgrano en la B Nacional 2001 y luego pasó con fugacidad por Huracán, en Primera A.

Y encima, su padre lo intimaba: había que despabilarse o se terminaba todo, y contrarreloj surgió una chance en Sportivo Norte, un club con espíritu obrero amoldado a la cultura barrial de Villa Dominga, que se preparaba para una aventura en el Argentino C, una categoría tan descolgada del organigrama federal de la AFA que es compatible con la Primera D Metropolitana.

Pero Stracqualursi, atrapado en su fisonomía de rugbier que por entonces le impedía cierta fineza en su trato con la pelota, ni siquiera fue titular en su pago chico. “En ese club me sentía como en mi casa, porque era de mi barrio, pero había otro muchacho delante de mí. Lo bueno es que tuve suerte, porque el día que teníamos que jugar un amistoso de pretemporada contra Unión de Sunchales, que estaba en el Argentino A, nuestro 9 titular se fue de vacaciones y entonces jugué yo. Anduve bien, hice un gol para Sportivo Norte y los de Unión me preguntaron si me interesaba pasar para ellos. Dije que sí”, se ilumina Denis.

Parece filosofía barata, pero todo lo que vendría menos de cuatro años después, su imagen en las tapas de los diarios nacionales, sus goles recorriendo el país por todos los canales deportivos y su cotización en 10 millones de dólares, dependió de una cadena de casualidades antes, durante y después de un entrenamiento casero entre Sportivo Norte de Rafaela y Unión de Sunchales: ¿Qué habría sido de Stracqua si el 9 de aquel equipo del Argentino C se hubiera tomado vacaciones una semana después?

Pero por supuesto, a medida de un destino que solo lo premiaría después de parir cada uno de sus segundos en el fútbol, Stracqualursi también fue suplente en Unión de Sunchales: “Los titulares eran el Conde (Manuel) García y el Lagarto (Juan Ramón) Fleita, que habían jugado en Racing, pero yo entraba bastante, no desde el arranque, pero entraba”. Estamos en la temporada 2007/08, en la que el futuro goleador de la Argentina, que ya tenía 20 años y cobraba 300 pesos por mes, jugó 22 partidos y convirtió cinco goles: “El Argentino A todavía era amateur”, se lamenta.

Su llegada inesperada a la Primera División ya había entrado en su cuenta regresiva pero (y a esta altura de su biografía no debería sorprender) Stracqua aún tendría que rebelarse ante una nueva adversidad: el desencanto de haberse probado en Tiro Federal, de Rosario, y de no haber sido aceptado.
-El técnico era Bianco (José María), el Chaucha. Fui un día, no quedé y chau, no tuve más chances.

-¿Y ahí pensaste en largar todo?
-Fue un golpe, uno más, pero el peor había sido cuando de Ben Hur volví a jugar a Peñarol de Rafaela. Ahí me salvó mi viejo. Si no, chau. ¡Yo me conformaba con jugar en la B Nacional! ¡Me parecía un sueño tener algún día esa posibilidad!

Denis es el hombre que no creía que podría ser futbolista. Pero no solo el padre lo salvó de un futuro incierto: la pelota también fue su cable a tierra con el resto del mundo, la única actividad que por un momento al día lo despojaba de su relación umbilical con La Esquina. “En todo lo demás era un vago. El colegio nunca lo terminé, llegué hasta tercer año del Polimodal y basta, y eso que lo empecé como diez veces, pero siempre lo dejaba. Intenté de mañana, de tarde, de noche, y nada, un desastre. También hice un curso para especializarme en bobinados y otra vez nada, aguanté dos meses. No le podía mentir a nadie, je. Y para trabajar tampoco me ponía las pilas. En una época lo ayudé a mi tío, que arregla heladeras, a cargarlas sobre la chata, pero tenía que entrar a las 8 de la mañana y nunca llegaba antes de las 10”, se ríe.

A veces, no conseguir lo que uno quiere es un maravilloso golpe de suerte, y Tiro Federal le hizo un favor al haberlo rechazado: a los pocos días Stracqualursi llegó a Gimnasia La Plata. Atrás quedaba una carrera espasmódica: liga de Rafaela, presencia testimonial en el Nacional B, regreso a la liga local como suplente, paso efímero por el Argentino C en el que solo jugaba cuando el 9 se iba de vacaciones, llegada al Argentino A pero sin titularidad, prueba rechazada en Tiro Federal y, ahora sí, Primera División.

Imagen LOS HINCHAS no lo pueden creer. Lucchetti no lo quiere ni mirar. Stracqualursi ya sacaba patente de héroe, el día de los tres goles en La Boca.
LOS HINCHAS no lo pueden creer. Lucchetti no lo quiere ni mirar. Stracqualursi ya sacaba patente de héroe, el día de los tres goles en La Boca.
-¿Cuándo te hiciste el tatuaje de Colón?
-Uh, hace como 10 años, por 2000, 2001, más o menos. Tengo como 17 tatuajes y me voy a seguir haciendo algunos más.

-¿Y no pensabas que cuando fueras futbolista de Primera te podría traer algún problema con la hinchada del club para el que jugaras?
-¡Es que yo ni pensaba que algún día iba a ser jugador! La verdad es que mi viejo tenía más ganas que yo. El también jugó en Sportivo Norte de Villa Dominga, nuestro barrio, y le encanta el fútbol. El me ponía más fichas a mí que yo mismo.

El hombre que no se permitía soñar con ser el goleador del fútbol argentino y convertir por triplicado en la Bombonera fue conocido al principio por su apellido impronunciable, herencia de su abuelo italiano Roberto, que llegó a Rafaela desde un pueblito del norte de la península. “Llamarme Stracqualursi me hizo un favor. Si hubiera sido Pérez o García, me habría costado mucho más haberme hecho conocido”, se divierte.

Debutó el 22 de noviembre de 2008, con 21 años, ante Racing, y ocho días después convirtió su gol bautismal, justo contra Colón, en el Bosque. Su corazón sabalero no le impidió gritar ese gol como si fuera el último: lo festejó con la pasión de alguien que hacía tres meses debía rasparse las rodillas en el Argentino A por un puñado de pesos. Y ese bautismo en la red fue por supuesto de cabeza, en armonía con lo que implica un delantero de 190 centímetros, después de un centro teledirigido de Ignacio Piatti.

Los encargados de titular las páginas deportivas de los diarios se hacían un festín con esa maraña díscola de ocho consonantes y cinco vocales y Gimnasia parecía haber encontrado un remedio para sus dolores crónicos. Pero para la siguiente celebración de Denis faltaría un año, el 17 de noviembre de 2009, contra Huracán. De solo pensarlo da vértigo: ¿Cómo sobrevive un 9 sin goles? ¿Cómo se evita un ataque de ansiedad? “Fue un momento difícil, pero mis compañeros me hablaban mucho, en especial el Tornado Alonso y el Pampa Sosa”.

Un miércoles de febrero de 2010 tuvo una tarde de santidad, al convertirle dos goles a Estudiantes en un clásico de reivindicación para el pueblo de Gimnasia; pero su paso por La Plata terminaría pronto y sin números intimidantes: 6 tantos en 46 partidos, o sea un esquelético promedio de 0,13 por fecha.

-¿Qué pasa en Gimnasia que casi todos los jugadores que dejan el club rinden en un nivel muy superior al que tenían en el Lobo?
-Parece una justificación, pero en Tigre descubrí lo que es pensar solo en el fútbol. En Gimnasia tenés la cabeza en otras cosas, en lograr que te paguen, por ejemplo. No es fácil mantener una familia y vivir cuatro meses sin cobrar el sueldo. Te desespera. Y todo eso influye en el futbolista y el perjudicado también termina siendo Gimnasia, algo que realmente lamento, porque es un club al que quiero con todo mi corazón y solo le tengo agradecimiento, mucho agradecimiento.

-¿En Gimnasia aprendiste a cabecear? Hay pocos mejores que vos en el juego áreo.
-Sí, entre otras cosas. Me ayudó mucho el Pirata (Adrián) Czornomaz, el ayudante de campo de Leonardo Madelón.

-¿Y qué te enseñó?
-Que primero hay que poner el cuerpo. No sirve de nada tener buen cabezazo si cabeceás con el defensor encima. Lo primero entonces es tratar de que el rival no te moleste, y eso se consigue con el cuerpo. Y una vez que lo conseguís, pumba. Cuando metía un frentazo seco, el paraguayo Rubén Maldonado me decía: “¡Eso fue el golpe de la cobra!”.

Pero, además de sus cabezazos, fue también su nombre lo que empezó a ser venenoso en Gimnasia: sus goles no fluían, los hinchas murmuraban y, a mediados de 2010, Ricardo Caruso Lombardi ensayó una de sus prototípicas apuestas por futbolistas subterráneos y se lo llevó a Tigre. “Era difícil que alguien comprara a un delantero que no hacía goles, pero Caruso me conocía de Unión de Sunchales. Un día le pregunté si me había visto de ahí, y me dijo que sí, y hasta me dio detalles”.

Lo demás, el refulgir de su historia, es conocido. Con 11 impactos en 19 partidos, Stracqualursi fue el goleador -junto a Santiago Silva- del Apertura 2010, un título honorífico que nadie había conseguido en Tigre: el nadie incluye al colosal Bernabé Ferreyra y al mítico Juan Andrés Marvezy, el máximo goleador del club.

Ya era demasiado, pero un domingo de abril de 2011 se convirtió en el séptimo jugador que le hace tres goles a Boca en la Bombonera, junto a Luis Artime (Atlanta, en 1960), Dante Sanabria (Huracán, 1980), Roque Alfaro (Newell’s, 1987), Antonio Vidal González (San Martín de Tucumán, 1988), Rubén Capria (Racing, 1995) y Guillermo Barros Schelotto (Gimnasia, 1996).
-Al principio no me di cuenta porque estaba enojado ya que no habíamos ganado, pero empecé a caer el día siguiente. ¡Me llamaron mucho más que cuando fui goleador del torneo! Una cosa de locos.

-¿Y a qué épica le das más valor? ¿A los tres goles en la Bombonera o al haber sido el goleador del Apertura 2010?
-Al haber sido goleador del torneo. Te repito: para mí, jugar en el Nacional B ya era un sueño.

La noche del domingo en que había puesto en jaque a Boca, Stracqualursi celebró el rito de un asado con Roberto, su padre. “Desde que empecé a jugar solo se perdió tres partidos míos. Viajó a dedo, durmió en plazas y faltó a su trabajo de marmolería, pero siempre estuvo en la cancha. Por eso te digo que él tenía más ganas que yo para que fuera futbolista”, dice.

-¿Y todavía le agradecés que aquel día, cuando eras suplente en la Liga rafaelina, te animó para que no dejaras el fútbol y lo intentaras un año más?
-Sí, eso no lo olvido nunca. Y en la sobremesa de ese domingo, después de lo que pasó en la Boca, volvió a salir el tema. Yo nunca bajé los brazos, pero no sé qué sería de mi vida sin esa charla.

Esa charla que fue, por supuesto, en La Esquina donde las calles no tienen nombre.

Por Andrés Burgo / Foto: Hernán Pepe