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Un Flaco Menotti auténtico

El ex manager de Independiente en una vieja nota con El Gráfico en la que habla de todo: de sus inicios, de boxeo, de Olmedo y Monzón y por supuesto de su querido y querible fútbol.

Por Redacción EG ·

13 de agosto de 2009
Nota publicada en la edición 4306 (septiembre de 2002) de la Revista El Gráfico

Imagen EN LA ESTACIÓN DE ROSARIO. No iba desde 1964.
EN LA ESTACIÓN DE ROSARIO. No iba desde 1964.
Toma un té con leche y vainillas. Son las once menos diez de la mañana. Y mientras moja lentamente la vainilla nos cuenta que, apenas termine, se mandará un cigarrillo. Y cuando le decimos que el faso de la mañana es el peor, promete pensarlo. “Por lo menos, en los partidos no fumo”, dice, y no podemos dejar de reírnos, pues verlo con un chupetín en la boca no es de Menotti. Y le comentamos la imagen de sufrimiento permanente del técnico en la cancha. 

–Sí, lo que quieras, pero es así. Competir es divertido, pero si me voy a enfermar del corazón no tiene sentido. Yo no dramatizo nunca, se gane o se pierda. Y tampoco festejo los goles que le hacemos al otro. Eso es lo mismo que cuando un jugador festeja un penal. ¿Qué festeja? Y mucho menos ir a gritárselo al arquero. Yo jamás en mi vida grité un gol, menos uno de penal. Para mí, eso es un gesto demagógico para quedar bien con la gente. Pero a costillas de la otra gente, la del otro equipo.

–Linda raza la de ustedes, los técnicos.
–Sí, linda raza. Raza de boludos, decí mejor, con tanto sufrimiento. Ya está: voy a proponer que los técnicos vayamos arriba, lejos de la cancha, porque después de todo, lo que uno no practicó ni entrenó en la semana, no va a salir en medio de un partido. El partido es de los jugadores. No, este laburo no es saludable y mucho menos lo es faltarle el respeto a la gente con demagogias.

–Supongo que habrás sido amigo de Olmedo.
–¡Qué te parece! Era un ser genial, único. Una vez nos encontramos en un restaurante de San Isidro y se puso a saltar por todos los sillones, la gente se volvió loca. Era capaz de cualquier cosa. Yo estaba en España cuando leí la noticia de su muerte en El País. Una nota pequeña en la que se destacaba en negrita el nombre de Carlos Monzón. Cuando leí todo, sentí que no era verdad, lo tomé como eso, no era verdad. Para nada.

–Y El Negro Olmedo era amigo de Monzón.
–Mucho. Y, por supuesto, tuve buena relación con Monzón, él vino muchas veces a vernos en la concentración para el Mundial del 78. Yo era amigo también de Brusa, su entrenador. Una vez cuando Monzón peleaba con Griffith en Montecarlo, El Negro iba perdiendo y Brusa lo agarró de las patillas, lo reputeó y lo hizo reaccionar. Y ganó.

–¿Y a vos te tocó algo parecido?
–No, porque el fútbol es distinto, a lo sumo tenés un solo descanso. Pero algo similar me pasó con Ardiles, para el Mundial. Un día tuve que agarrarlo y decirle: “Al final el único boludo que cree en vos soy yo... Demostrame por lo menos que vos también te tenés confianza”. Y me salió bien.

–¿Y cómo lo ves a Ardiles ahora, en Argentina?
–Y... creo que puede aportar y enriquecer mucho, lleva más de veinte años laburando, dirigió en Japón, en Croacia. Y tiene algo muy bueno, tiene raíces, él sigue siendo cordobés, sigue siendo un tipo del interior.  

Se trepa a la Toyota 3.0 Turbo E, SW 4. Empiezan a sonar pitos y alarmitas. “Hay que cerrar bien las puertas, este auto es un botón de mierda, vive chillando”, dice. Y le basta arrancar para tener que ir saludando a la gente, con el brazo afuera. Y “hacer las fotos” no será fácil, porque aparecen pibas, pibes, colegios, señores... Y el Flaco firma cada autógrafo con dedicatoria y todo, agradece a uno por uno y –se nota– habla con ellos en rosarino, de igual a igual, con esos pequeños códigos que sólo entiende aquel que ha nacido y morirá en el mismo suelo, pase lo que pase.

–Cuando estás afuera del país, hacés fuerza por la Selección y tu equipo. Cuando pasa el tiempo, hacés fuerza por cualquiera que sea argentino. Yo también, como hincha de Rosario, me alegraba de que perdiera Newell’s, pero cuando estaba afuera, hacía fuerza por la Lepra, por Boca... Por Argentina, ¿viste? Es como el tipo que vive en el extranjero y le da por el tango... Cuando yo entré como técnico en la cancha de Rosario la primera vez me temblaban las piernas. Fue un golpe muy fuerte, yo nunca quise dirigir a Central por eso, me hace mal, muy mal, aunque sea para bien. Imaginate, yo era pibe y corría por la cancha, detrás del alambrado, siguiéndolo al Tato Mur y de pronto, ahora, estoy con el equipo. A mí me cargan todos, hasta el utilero, porque saben lo que significa para mí. Y, por eso mismo, te digo que hasta los hinchas de Newell’s, en el fondo, me quieren un poco y si me putean, estoy seguro de que lo hacen con cariño... Nos acercamos a la estación de trenes. Y cuando baja, se le nota en la cara. El andén y boletería se han transformado, ahora, en una especie de exposición municipal. El andén, ahora, es inútil...

–No venía acá desde 1964, ¡La puta! Aquí empezó gran parte de lo que tuve que vivir. Mi viejo se había muerto y yo me subía al tren para ir a Fisherton, donde vivía, serán unos quince minutos de tren... Bah... Eran, porque el tren ya no corre más, es el país que tenemos. En esta estación, un día, estaba parado aquí, ¿ves? Justo aquí y de pronto veo un montón de gente, corrían todos y de golpe, se aparecen el Tacho Venini y Amadeo Carrizo. Iban empilchados de primera, con unos sobretodos bárbaros y yo los miraba...

–Qué te ibas a imaginar...
–¡Claro! Un día le dije a Amadeo: “Si todos los que dicen que vieron el gol que te hice lo vieron de verdad, la cancha tendría que haber tenido lugar para 200.000 tipos”. Y yo, acá, en esta estación, lo miraba sin saber nada, ¿qué iba a saber? Todos los sábados, a la seis de la tarde, salía un tren que llegaba a las diez a Retiro y, quince minutos después, estaba en el Luna Park. ¡Cuántas peleas que vi!, Bunetta con Gonzalito, Hugo Rambaldi, Pedro Benelli... ¡Que sé yo! ¿Te voy a hacer la lista?

–No, pero contame qué hacías después...
–Después, con los pibes salíamos por Corrientes. Donde había un lugar de tango, ahí nos quedábamos, pasábamos la noche dando vueltas y al otro día, en el primer tren, pegábamos la vuelta. Ojo, veníamos con muy poca guita, porque las entradas me las daba Natale, así que teníamos para el tren, para morfar algo y tomar algunos cafés. Me acuerdo de que tenía una tía, Helena, que vivía en Rodríguez Peña, entre Tucumán y Viamonte. Y cada vez que venía, mi vieja me preguntaba: “¿Fuiste a lo de la tía?” ¡Y yo qué iba a ir! Quería pasear por Buenos Aires, no ir a lo de la tía.

Helena Menotti. Ella supo ser muy amiga de la única novia oficial que tuvo Carlos Gardel y tenía discos de pasta, originales, los primeros, que le regalaba El Zorzal. Pasa un grupo de hombres golpeados por la vida ésta, de la globalización. Dice uno: “Gracias por la alegría que nos dio en el 78, César. Yo era pibe y todavía me acuerdo...”.

–¿Ves esta gente? Pensá que esta ciudad era rica, que tenía agricultura, ganadería, de todo, había trenes que pasaban por las estancias, pasaban por Rosario, y llevaban a las familias bacanas a Buenos Aires: se cambiaban en el tren, iban al Colón y después volvían. Y hoy queda esto, mirá esto...

“Yo tengo cada historia para contar...”, dice el Flaco. Y abre, con cuidado, un paquete de Parisiennes de 10. Sentado a la mesa del bar del hotel Riviera, en Rosario, luce como un clásico Menotti de siempre: el pelo, largo, lacio, con una mezcla de orden-desorden que enmarca su cara filosa. Suéter marrón oscuro, una camisa al tono de la cual sólo se ve el cuello. Las largas piernas terminan en un par de mocasines livianos, gamuzados, cosidos con gruesos cordones. Típico Menotti cuando, cruzándose de brazos, empinando el largo torso y apoyando los codos sobre la diminuta mesa, adopta un tono confidencial.

“Yo tengo muchas historias para contar...” Y es lógico. Estamos en su Rosario, donde nació hace 63 años. Para lograr esta situación de frente a frente esperamos mucho más de un mes. Una de las últimas llamadas, atendidas cordialmente por Raúl Porta, su ladero permanente, implantó una lógica irreprochable: “En quince días se va al Mundial, habrá que esperar a que vuelva”. Ahora ha vuelto. La cita era a las siete de la tarde en el hotel Riviera y llegó apenas un ratito después. Rompimos el hielo del encuentro hablando de una de sus grandes pasiones, el boxeo. 

–Yo... llegué a hacer guantes, me entrenaba con Aquiles Gregorutti (un destacado peso mediano de la década del 50). Para hablar de boxeo...

–Hay que haber sentido alguna vez un buen piñazo en la trompa...
–No, no es sólo eso, no creas. Gregorutti jugaba con nosotros, yo iba y le tiraba, pero nunca podía agarrarlo. El hacía defensa. Y yo iba y lo jodía, iba y le tiraba piñas y él esquivaba. Un día me puse cargoso, creo. Le tiré un par de golpes de más. El tenía los guantes chiquitos –ésos de hacer bolsa, ¿viste?– y en eso sacó una mano, una sola, bastante justa, bastante fuerte. “Dejate de joder”, me dijo.

–¿Y?
–Y... me dejé de joder, ¿viste? –se ríe el Flaco, evocando tiempos idos–. Me encanta el boxeo. Hace poco estuve en Salta y me encontré con Farid Salim, con Cirilo Gil. ¡Qué boxeadores, Dios mío! ¿Cómo puede ser que no haya quedado una película de la pelea entre Cirilo Gil y Luis Federico Thompson, por ejemplo? Acá no queda nada que rescate la memoria de esas cosas. De Alfredo Bunetta, del Chino Pita, grandes boxeadores rosarinos... Yo iba al Luna, era pibe y don Natale (por Humberto, uno de los grandes managers que dio Rosario) nos daba las entradas. Iba al Luna y los veía...

El hielo se rompe a través del boxeo primero, de un café luego y un cigarrillo. Pide fuego, el Flaco. No carga encendedor y ya no quiere fumar tanto. “Ahora compro paquetitos de 10, ¿viste? Uno los regula más”, explica. Aunque no le preguntamos por qué el pibe del hotel le trajo como cinco paquetes, todos juntos. Mejor no. El Flaco, con los codos en la diminuta mesa, ya se tomó el café y repite: “Yo tengo cada historia para contar...”.

"Cuando murio mi viejo, Antonio, quedé solo, con mi mamá. Yo soy hijo único. Yo jugaba al fútbol en el campo, imaginate: me daban 250 mangos por partido, o sea unos mil por mes, cuando un laburante ganaba 800 pesos mensuales. Era mucha guita. Yo tenía 15, 16 años. Mi abuelo había hecho una casa muy grande, muy linda, en el barrio Fisherton. Mi mamá la alquilaba durante los tres meses del verano y con eso había plata para el resto del año. En esos años iba mucho al barrio Pichincha, donde está la estación de trenes. Mi locura era sentarme con los viejos en un boliche. En Rosario hubo una época brava, de mafia pesada, de prostitutas traídas de Polonia para laburar. En los prostíbulos se tocaba música... tango, bah. Y los viejos me contaban sus historias. Y todos me decían lo mismo: “Eso sí, yo iba a bailar... ¿Todos iban a bailar nada más? Al final, cuando uno arrancaba contando esas cosas, yo le decía: “Sí, ya sé, usted iba solamente a bailar...”.

–¿Y Central?
–Era mi amor entrañable, heredado de mi viejo. Hubo muchos que me querían llevar a Newell’s, a Vélez; pero claro, en ese tiempo no pagaban, ¿para qué iba a ir?, ¿a hacer las inferiores? Yo jugaba desde... que sé yo, jugué toda la vida... Aunque empecé a los siete. Me acuerdo clarito, era un domingo a la mañana, estábamos en el Balneario y viene un profesor del industrial, donde yo estudiaba. “¿Y, cuándo venís?”, me dice. “Esta noche jugamos un partido en Totoras.” Fui. Me acuerdo de que jugaba Aresi, que ya estaba veterano, que había sido una figura en Central; yo me mandé dos goles. Me marcaba Aresi, imaginate. Después entré en un partido de la Reserva contra la Primera. Ganamos 2 a 1 y yo hice los dos goles. Me acuerdo de que en un diario salió que había aparecido un delantero cordobés...

–¿Vos cordobés?
–Y, te cambiaban los datos para que no te chorearan. El asunto es que les dejo mi teléfono. Un día me llama mi profesor y me dice: “Mañana a las cinco de la tarde te espera el viejo Flynn”. Flynn era el presidente de Rosario Central. “Pero, ojo, me dice: si llegás cinco y un minuto no te atiende”. A las cuatro y media estaba allí y a las cinco apareció el viejo Flynn. “¿Usted quiere jugar en Central o no?”, me dice. Yo le dije que era hincha de Central a muerte y, para que no quedaran dudas, le recité la delantera de memoria: Carnote, Gómez, Guzmán, Potro y García. Creo que lo impresioné, yo era muy pibe para acordarme de eso, pero me lo había enseñado mi viejo. “¿Cuánto gana?”, me preguntó. Yo le dije que ganaba para vivir. “Bueno, yo le voy a pagar 2.500 pesos por mes y 40.000 por el contrato”, me dijo. Cuando llegué a mi casa le pregunté a mi vieja, Olga: “¿Te gustaría que yo jugara al fútbol?”

–¿Y?
–Cuando le dije lo de la plata se puso a llorar, pobre vieja. Debuté en San Lorenzo, habíamos hecho 6 goles, entro y me mando uno más. Estábamos yo, Juárez y Castro. Jugamos contra Boca, ganamos 3 a 1 y yo hice el tercer gol. ¿Y sabés qué pasó? Como entré a ganar guita, me compré una moto, una Vespa. Un día llego al entrenamiento y Flynn, que era mi representante, todo, me ve y me reta: “¿Cómo anda en moto, usted?”. ¿Y qué quiere, que venga en colectivo?, le dije. Se puso loco y me gritó: “No lo quiero ver más en moto”. Le respondí que Miguel, por Juárez, tenía una. Me contestó: “Sí, pero él tiene 30 años, usted es un pibe. Le voy a comprar un auto”. Y fue y me compró un Auto Unión que le fui pagando poco a poco, con los premios. Pensar que yo, apenas un año atrás, todavía estaba jugando en el campo...

–Disculpá, pero ¿qué querés decir con el campo? 
–El campo, qué te parece, San Gerónimo, Carcarañá, los pueblos. Yo jugué con el Gringo Inveninato, con Zof... Onega salió de Las Parejas, por ejemplo. Sí, era en el campo, con cancha y todo, pero en el campo. Y al poco tiempo estaba vendido a Nacional de Montevideo. El Viejo Flynn, un histórico dirigente, me amaba. El me explicó que había mucho dinero, que tenía que hacerlo. Yo le respondí que haría lo que él quisiera, yo tenía entonces 23 años... Pero volví y Flynn me preguntó si quería jugar en la Argentina. “Lo que usted diga”, le respondí. Pasé a Racing. Eran otros tiempos. Me pagaban con documentos y entonces Flynn me mandaba a la librería Peuser. “Andá a cambiarlo, pero no digas que te mandé yo”. Yo iba y el dueño, que era un dirigente de Central, me daba la guita derecho viejo. Ya me podía empilchar. ¿Sabés qué hacía para comprarme la ropa?

–No.
–Eran los tiempos en que un operario ferroviario, por ejemplo, te salía de garantía y te daban crédito. Te hablo de un obrero, ¿eh? Yo tenía un amigo, Agustín Recard, que era ayudante de maquinista. El firmaba, entregaba el recibo de sueldo y me daban un crédito a 12 meses. A los 6 renovaba. Me compraba buena ropa, pero eso sí: le daba toda la guita a mi vieja, con los premios me alcanzaba. 

Hace un rato, a eso de las ocho, y tras mirar su reloj de cuadrante azul, nos dijo que sólo charlaría hasta las ocho y media. “Tengo una cena, así que mañana hacemos la nota”. No miramos el reloj ni por casualidad, a ver si se aviva. Sabemos que hace mucho que se cumplió el plazo. Pero el Flaco sólo hace una pausa para prender un cigarrillo. Y después la sigue.

–Una noche estábamos escuchando música. Estaba Hilda Herrera, una gran pianista, eran como las cuatro de la mañana y se puso a tocar tangos con Rubén Juárez... ¡Qué barbaridad! Sí, he pasado noches escuchando música, pero yo no era buen bailarín ni nada; me gustaba, me gusta escuchar, estoy lleno de compacts, de discos. De ahí me habrá salido la fama de hijo de la noche, pero no es tan así, para nada. Me gustaba escuchar, me encanta. Es que es nuestra música, son nuestros poetas. El Cuchi Leguizamón, el Dúo Salteño. Salta es una cosa grande. Hay un poeta, Ariel Petrocelli. ¿Escuchaste la poesía del perro que jugaba al ajedrez? La historia es en un pueblito salteño. En eso se escucha el motor de un auto, fija que es un turista. El turista va y encuentra a un perro fumando en una pipa jugando al ajedrez con un tipo fumando un habano. El turista se maravilla de que el perro juegue al ajedrez y cada dos por tres va y lo dice. El otro le pide que los dejen jugar, pero el turista insiste hasta que el hombre, podrido, le dice: “Sí... el perro juega al ajedrez, ¿y qué? Yo de vez en cuando le gano”. Tenemos tantos poetas fantásticos y no los conocemos, nos falta identidad. Esas son las cosas que me lastiman, ¿ves? Yo los pasearía por todo el país y los metería a dar charlas en las universidades. Esos tipos no pueden estar escondidos.

Imagen CON EL CHUPETÍN. Un apasionado del cigarrillo buscó otras cosas cuando lo impidieron en las canchas.
CON EL CHUPETÍN. Un apasionado del cigarrillo buscó otras cosas cuando lo impidieron en las canchas.
–¿Será porque muchas veces hacen pensar?
–Un día hubo una revuelta en un pueblito de Salta, los obreros se rebelaron. Tomaban un vino muy malo, querían vino mejor, entre otras cosas. Y un tipo dijo: “Lo que pasa es que el vino malo te da sueño, en cambio el vino bueno te hace pensar”. Acá son muchos los que prefieren que el pueblo tome vino malo, a ver si se le da por pensar... Esa es la historia. A mí no me molesta que Horacio Salgán, un pianista exquisito, esté tocando en El Club del Vino, al contrario. Pero creo también que tendrían que pasearlo por las universidades, para que los más jóvenes aprendan: un tipo de más de ochenta años y sigue trabajando, creando... Mirá... ¿Querés que te diga una cosa?

–A ver.
–No hay un país más capitalista o liberal que los Estados Unidos, pero allí cuidan las tradiciones. Vas al Village, en Nueva York, y se sigue manteniendo el jazz; vas a un lugar nocturno y está Woody Allen tocando jazz. Mantienen esos valores que nosotros estamos dilapidando, perdiendo. Yo no reniego de ninguna expresión musical. Respeto todos los gustos. Pero ruego por la difusión de los nuestros, de nuestros talentos, que la ley sea pareja. Yo no hablo desde el punto de vista del erudito: no lo soy. Soy, apenas, un tipo que tiene gustos, que defiende nuestra identidad. Hablo de música porque me gusta, porque el fútbol me dio el privilegio de conocer a algunos grandes. Goyeneche era un fenómeno porque sabía hacer un punto y un punto y coma, decía el tango como nadie. Tengo un disco que me firmó y puso: “Volvé, Flaco, te necesitamos”. Yo leo eso y me emociono. Me acuerdo de haber estado con Serrat eligiendo algún tango para su repertorio... Haber estado con Paco De Lucía y que me dijera: “¡Qué buenos músicos son los argentinos!”, ellos nos admiran y nosotros, a veces, los ponemos de costado.

–Tal vez vos con tu fútbol buscás lo mismo...
–Uno busca ante todo el respeto por el gusto popular, que es mucho. Oscar Cardozo Ocampo escribió: “Viendo la alfalfa, sus ojos negros se azulaban”. Yo no entendí hasta que un día vi la alfalfa en flor y ¡es azul! Esa capacidad de describir en una frase toda una imagen es la que admiro. Yo, a veces, no me acuerdo los autores de un tango, a veces no conozco algunas letras de memoria. Bah, a veces no me acuerdo de mi teléfono o el de mi mujer, pero ¿sabés por qué?: porque me pierdo en la búsqueda del contenido... Y el fútbol es igual.

–¿Por qué?
–Porque es como una obra de teatro. Cuando suena el silbato yo, como técnico, ya no tengo nada que ver. Son ellos, los jugadores, los actores, los que aportan su talento, su creatividad. Soy apenas un tipo de barrio, que cree que el fútbol es una forma de expresión. Cada vez que entro en una cancha siento lo mismo: que es el jugador el que te enseña. Vos tenés un orden, pero desde el orden (después de todo, estábamos hablando de un equipo) hay que dejar volar a los jugadores... Vas a ver una obra de teatro, pero cuando aparece una Norma Aleandro sabés que, además del texto ya escrito, es también cómo lo dice ella.

–¿Y con qué jugadores sentiste eso?
–Con el Tato Mur fue con el primero que lo sentí... con el Cabezón Sívori, con su estampa de barrio. ¿De dónde sacaba esa sabiduría? O con Pelé: no podía ser, sólo Dios podía jugar así, saltaba y se quedaba diez minutos en el aire, increíble. O con Houseman, no lo puedo creer. El venía de la C, de Defensores de Belgrano. Cuando lo traje a Huracán, el Coco Basile me preguntó de dónde lo había sacado, no tenía pinta de nada. “Y –le dije– a lo mejor porque lo vi con la camiseta.” Realmente: de civil no valía nada. ¡Cuando arrancó! Lo puse en la Primera contra Independiente, jugaba contra el Chivo Pavoni y la rompió. Antes del partido le dije: “Vea que esto no es joda, aquí jugamos para ganar”. ¿Sabés qué me contestó?

–No.
–“¿Y usted cree que yo puedo perder en la villa? Si pierdo me cagan a tiros.” El Gordo Coutinho fue otro grande. Cruyff me decía que hay técnicos que te entrenan y otros que te enseñan. Cuando llevó a Vaquero al Barcelona, a medida que empezó a jugar empezó a mostrar menos defectos. Esa es la cosa: un jugador es bueno cuando tiene una mayor cantidad de acción de juego para resolver más situaciones. Palermo, por ejemplo, tiene una sola acción de juego, pero ésa le sirvió para triunfar. Cruyff con Vaquero logró que resolviera varias situaciones de juego, en eso se ve la mano de Cruyff. Martillo Roldán tenía una: cuando te ponía una mano, noqueaba. En cambio, Monzón tenía todo un repertorio, te iba demoliendo poco a poco, el nocaut venía solo. Mirá, ¿sabés lo que un día dijo Borges?

–Contame.
–Borges dijo que escribir era “orden y aventura”. Uno busca el orden, hay que tener orden, pero también tiene que tener aventura. En la vida hay que tener aventura para crear. El fútbol es un equipo, pero también tenés que ayudar a algunos a volar, porque si no les estás cortando las alas. Con el orden sólo no se hace nada, imaginate a Maradona sin aventura, un tipo que hace lo que quiere, donde quiere. El problema es esta política del éxito por el éxito en sí. Da la sensación de que están los exitosos y los otros y yo creo que no es así. Son espejos imaginarios. Hace falta ser respetuoso de las cosas. 

–No sólo en el fútbol.
–¡Por supuesto! Hoy no hay respeto ni por las palabras; hoy le decís a un tipo “hijo de puta” y te pregunta en qué sentido lo dijiste, como si hubiera más de un sentido. Eso lo ves hoy en la televisión, donde todos se insultan, se degradan, se atacan, pero jamás discuten una idea. Esto forma parte, también, de un poder político perverso que oculta cosas detrás de las palabras. Hoy te dicen PBI, antes era “canasta familiar” y mi vieja y yo y cualquiera lo entendía. Te bombardean con frases que no quieren decir nada o que, queriendo decir, no son directas. A veces hasta caés en manos de provocadores, que lo que buscan es la destrucción. Entonces te cambian el sentido de lo que dijiste, te hacen decir una cosa por otra, por esto de los impactos mediáticos. Yo un día hablé de que el fútbol es calidad. Y cuando un periodista me preguntó qué quería decir con calidad, no supe responderle a fondo. Busqué en el diccionario y el significado de la palabra calidad no terminó de convencerme. 

–¿Y entonces?
–Hasta que una vez, leyendo al Che Guevara, leí que él dijo que de la revolución esperaba calidad. Y que calidad, para él, era respeto al pueblo, las ganas que uno pone para que la cosa salga bien. Si vos sos periodista y en lugar de meterte en tu laburo te la paseás faseando y chupando... ¿Creés que te van a venir las musas, así como así? Bueno, lo mismo pasa en todos lados. En ese momento me di cuenta del significado. Calidad en el fútbol es eso, compromiso con el otro y con uno mismo para lograr lo mejor. Yo jamás le pediría a mi equipo que tire la pelota afuera. Si alguien alguna vez te dice que yo pedí que tiren la pelota afuera es un mentiroso de mierda. He cagado a pedos a algunos jugadores por tirar la pelota afuera. Y te estoy hablando de cuando estábamos ganando en la final del campeonato del mundo, ¿eh? Mirá la película: íbamos ganando con Holanda, pero seguíamos jugando. No se podía tirar la pelota afuera, era una deslealtad con nosotros mismos. ¿Cómo se puede decir “escondan la pelota?”. Yo no me fijo en tamañas boludeces. Yo me pasé horas hablando con Pedernera, de él aprendí mucho. Yo puedo decir que algo sé de fútbol, ¿no? Dirigí a Huracán, la Selección, el Barcelona, River, Boca, Independiente... bueno, entonces de eso puedo hablar. Escuchaste hablar de técnicos ganadores, me imagino.

–Claro...
–En este mundo de vivos se habla de técnicos ganadores, mirá a Capello. Es un técnico ganador... Quedó noveno con el Milan, sexto en la Roma y después salió campeón. Una cosa es estar cinco años en un equipo y no anotar nada, pero eso de “ganador-no ganador” es una idiotez; discutamos ideas, eso es lo que no se discute aquí, ideas...

–¿Qué me decís de Bielsa?
–Yo quiero saber para qué se lo llevó y después hablamos. Que se quede no deja de ser un paso adelante, siempre y cuando se sepa si existe un proyecto. No sé qué puede pasar con este país. Passarella y Basile no duraron. Yo no puedo ni debo opinar del tema Bielsa, porque, te repito: si hay un proyecto, no lo sé, pero es un paso adelante que siga, es una forma de que el no éxito quede afuera. Aunque no haya sido campeón del mundo. Es el proyecto lo que vale... Mirá la política...

–...
–Aquí se discute ferozmente una interna, no un proyecto. No se habla de defender la calidad de vida de la gente, de su dignidad... No es el caso de ponerle 200 pesos en el bolsillo a la gente. Son los sueldos ganados con el trabajo lo que valen. Hay que hablar de una calidad de vida de la que hoy no escucho ni tengo referencia. Significa un club donde pueda hacer deportes, una escuela digna a la que pueda mandar a mi nieto, a tener seguridad... Estas luchas internas son vergonzosas, llenas de infamias en lo personal, agresivas, llenas de trampas, de denuncias que nunca llegan a ninguna parte. Dejame... Una vez leí que un técnico regaba los sectores de la cancha por donde corrían los punteros... ¿Sabés entonces qué hago yo?

–No.
–En el área hago una trampa como ésas que hacían los vietnamitas... ¡Por Dios, dejame de joder!

–Muchos no te quieren por no regar canchas...
–Yo hace 20 años que dije que discutiéramos ideas, que hacía falta un proyecto, que estábamos matando al fútbol. Lo puse en un libro que escribí en El Gráfico y me mataron. Una vez alguien dijo que poner cuatro en el fondo era una antigüedad, después con eso mismo ganaron y dejó de serlo. Yo con Rosario Central juego 4-3-1-2, pero, la verdad, es que jugamos como podemos, la práctica nos dice que si no resolvemos por un lado, tenemos que resolverlo por el otro. Depende del rival, del partido... la idea es jugar a jugar, aunque pongás dos en el fondo. La idea es recuperar la estrategia, no mientan más, por favor... Aquí lo primero es aprender a jugar, poner primero y ante todo la inspiración. Me dicen que un jugador estuvo fenómeno en el test de Cooper. ¿Y? Primero preocupate para ver la técnica en el entrenamiento, aprender a jugar. Con el test de Cooper no hacemos nada si no hay inspiración, si no hay conocimiento. Si no, te devora el orden...

–¿A Bielsa lo devoró el orden justamente?
–No, no voy a hablar de Bielsa, o si voy a hablar te diré que el trato con él fue siempre cordial, de mucho respeto, pero que no lo conozco mucho, porque él no habla mucho. No criticaría lo que él hace, no es mi estilo. Yo me enfrenté con Passarella, por ejemplo. Pero fue por un tema puntual. Cuando habló de hacerle rinoscopia a los jugadores, le contesté que entonces todos –técnicos, políticos, periodistas– nos hiciéramos rinoscopias. Bielsa tiene su manera, su estilo, como yo el mío. Y, porque quiero respeto, jamás podría descalificar a nadie.

–¿El orden es alinear a los jugadores en la cancha como muñequitos?
–Mirá... No se pueden discutir posiciones sin dar nombres, cada jugador es una persona, aunque esto suene medio a lugar común. Un día le preguntaron a Stielike sobre el puesto de líbero y él dijo: “Yo sé cómo juego yo de líbero”. Vos agarrás a un gran director de orquesta con músicos malos y en eso podés sacar algo más o menos bueno... Vos agarrás a un mal director con buenos músicos... Y entonces no sé si no se arma quilombo. El orden es importante, pero que también tengan lugar los aventureros. Es bueno ser ordenado, sí, de acuerdo, pero es bueno para desordenarse de vez en cuando...

Lo llaman al Flaco. Dijo que se iba a las ocho y media y son más de las diez. Se lo llevan los amigos. Nos damos la mano, nos decimos hasta mañana, se va. Y de pronto vuelve sobre sus pasos, encendido al mejor estilo Menotti: las largas piernas separadas, el cigarrillo (apagado) en la mano y los brazos acompasando las palabras: –Y escuchá esto: estoy podrido de que hablen de los equipos con chequeos atléticos. Un Balbo, un Reinoso, un Higuain, con chequeos atléticos... Está bien, pero que además jueguen y los dejen, que les permitan crear. Con el test de Cooper no hacemos nada, viejo. Esos son los golpes bajos que me duelen, que me hacen daño... Yo peleé con el barro, con Grondona, peleé porque me obligó, estuve 8 años en la AFA. A mí no me van a contar ciertas cosas. Sí, ocho años. Si digo que Grondona es el mejor, que él postula al candidato a la Selección, ¿quién tiene algo para oponerse? Esta continuidad de Bielsa es buena, por cierto.

–Algo tenés que ver vos en eso de defender la continuidad, el proyecto.
–Sí, pero también fue porque tuve apoyo.

–¿Y vos hubieras agarrado con las condiciones que le plantearon a Bielsa?
–No sé, porque desconozco cuáles fueron esas condiciones, así que no hablo de lo que no sé... 

Por Carlos Irusta / Fotos: Maxi Didari (Enviados especiales a Rosario)