¡Habla memoria!

Julio Libonatti: Goleador de exportación

Surgido de Newell’s, en 1925 se convirtió en el primer sudamericano que fue transferido a Europa. En el Torino la rompió, y le abrió las puertas del Viejo Continente al pujante fútbol argentino de la época. Además, fue campeón de América con la Selección Argentina en 1921.

Por Redacción EG ·

18 de noviembre de 2014
Imagen LIBONATTI con la camiseta de la Selección Argentina. Fue campeón continental en 1921 y goleador del torneo.
LIBONATTI con la camiseta de la Selección Argentina. Fue campeón continental en 1921 y goleador del torneo.
“Pequeño, rápido y ágil en el remate, el argentino tenía un control de balón natural y un disparo directo y preciso. Desinteresado en el juego como en la vida, marcó hordas de goles golpeando el centro de la pelota con la punta del pie, como si fuese un jugador de billar. Un ‘número’ que nunca se había visto en Italia”. Así definió Giglio Panza, periodista e historiador italiano, a Julio Libonatti, el delantero que en 1925 abandonó Newell’s para probar suerte en el Torino. Su experiencia fue la primera de un jugador sudamericano en Europa, y con su éxito se convirtió en el guía de un éxodo que se extiende hasta el presente.

Hijo de italianos, nació en Rosario en 1901. Se inició en Belgrano y pasó por Central, pero su debut en la liga local fue a los 16 años con la camiseta de Newell’s. En la Lepra jugó ocho temporadas y ganó tres Copas Nicasio Vila (1918, 1921 y 1922) y la Copa Ibarguren (1921), que por entonces tenía alcance nacional y enfrentaba al campeón rosarino con el ganador de la liga argentina, que en la práctica la disputaban sólo equipos de Buenos Aires. En la final, Newell’s, con el recordado quinteto ofensivo de Celli, Badalini, Libonatti, Saruppo y Francia como bandera, derrotó 3-0 a Huracán y el Matador –apodo por el que ya era conocido el delantero– marcó el último tanto.

Esa edición de la Copa Ibarguren lo puso en la órbita de la Selección Argentina, con la que disputó y ganó el Campeonato Sudamericano de 1921. Libonatti jugó los tres partidos y marcó tres tantos (contra Brasil, Paraguay y Uruguay), siendo el goleador del torneo. Esa fue su consagración en Buenos Aires, y una leyenda popular cuenta que luego del último partido ante los charrúas, que Argentina ganó 1-0, los hinchas lo llevaron en andas desde la cancha de Sportivo Barracas, en Iriarte y Luzuriaga, hasta la Plaza de Mayo, en el centro porteño. Dado que hay casi cuatro kilómetros de distancia entre ambos puntos de la ciudad, la veracidad del relato es dudosa, pero su sola mención es útil para entender la importancia que se le dio a su gol en los años posteriores, épocas en las que el fútbol empezaba a instalarse como una pasión criolla y la rivalidad entre argentinos y uruguayos se convertía en un clásico.

Imagen LA TAPA de la edición 526 de El Gráfico fue dedicada al quinteto ofensivo del Torino que hizo una gira por la Argentina en 1929.
LA TAPA de la edición 526 de El Gráfico fue dedicada al quinteto ofensivo del Torino que hizo una gira por la Argentina en 1929.
En las temporadas siguientes, Newell’s no sumó títulos, pero Libonatti siguió haciendo goles. En 1925 ya era una celebridad en Rosario, y su popularidad local estaba a la altura de la de Gabino Sosa, el emblema de Central Córdoba. Ese mismo año visitó la ciudad Enrico Maroni, el presidente del Torino, y se quedó maravillado con el delantero luego de verlo en un partido contra Tiro Federal en el que marcó un doblete. Rápido de reflejos, el dirigente le hizo una oferta para que se mudara al Calcio y, amparándose en una ley que habilitaba a los hijos extranjeros de italianos nativos a obtener la nacionalidad, le consiguió la ciudadanía en pocas semanas. Libonatti aceptó el desafío, y dejó Newell’s con un saldo de 141 partidos y 78 goles en su haber.

Veinte días de viaje en barco después, el rosarino se bajó en el puerto de Génova sin saber que, tiempo más tarde, sería el responsable de que esa ruta se replique por miles, transportando de un lado al otro del Atlántico a los mejores talentos sudamericanos. El éxito de Libonatti en el Torino fue inmediato: en su primer partido contra el Brescia hizo dos goles en la victoria 4-3 de su equipo. Fue sólo el puntapié inicial de una primera temporada arrolladora en la que redondearía 18 tantos en 22 partidos.

En la campaña 1926/1927, el Torino, dirigido por el maestro húngaro Imre Schoffer, avanzó a paso firme en el Campeonato Italiano y se consagró tras dejar en el camino a la Juventus, al Milan, al Inter y al Bologna. Libonatti, como parte del tridente que conformaba con Adolfo Baloncieri y Gino Rossetti, contribuyó al título con 21 goles en 27 encuentros. Sin embargo, estalló el Caso Allemandi y trascendió que un directivo del club le había dado 50.000 liras a Luigi Allemandi, defensor de la Juventus, para que cediera durante el clásico turinés de la última fecha, que ganó el Torino 2-1. Automáticamente, la Federación Italiana de Fútbol despojó al equipo granata del título y declaró desierto el torneo de ese año. Ese fue el primer gran escándalo del Calcio y fue tan popular que incluso el escritor Mario Puzo, conocido por ser el literato de la mafia y autor de El Padrino, le dedicó una pequeña novela.

Libonatti, no obstante, pudo ahogar las penas de esa frustración con un reconocimiento en el que también fue pionero: el 28 de octubre de 1926, en un amistoso contra Checoslovaquia, se convirtió en el primer futbolista extranjero que jugó para la selección italiana. Su carrera con la Azzurra se extendería hasta 1931, totalizó 15 goles en 17 partidos, y logró en 1930 la Copa Dr. Gerö, un torneo de selecciones en el que participaban Austria, Checoslovaquia, Hungría, Suiza e Italia y que habitualmente es considerada la antecesora de la Eurocopa.

En la temporada posterior al Caso Allemandi, el Torino conservó su poderío y, libre de proscripciones y actos de corrupción, logró el título. Fue el primer campeonato que ganó Libonatti en Europa y firmó su mejor tarjeta: hizo 35 goles en 34 partidos para ser el goleador y la figura del Campeonato Italiano. Todos en la península hablaban de su velocidad, su habilidad para manejar la pelota con las dos piernas y sus goles rematando ferozmente de puntín. De allí que fuese comparado con un jugador de billar por el lugar en el que golpeaba la pelota.

Imagen EN SU CASA de Rosario, con su habitual postura de dandy. Detrás, en la pared, están colgados banderines de Newell`s y Central Córdoba.
EN SU CASA de Rosario, con su habitual postura de dandy. Detrás, en la pared, están colgados banderines de Newell`s y Central Córdoba.
Las siguientes campañas también fueron fructíferas para el Matador, aunque el Torino perdió fuerza a partir de 1929, cuando el Campeonato Italiano, que estaba descentralizado, se unificó en la Serie A. Ese mismo año, Libonatti sufrió una seria lesión en la rodilla que lo apartó de las canchas por tres meses, pero le permitió recuperarse a tiempo para la gira que su equipo hizo por la Argentina en agosto.

“Al Torino no se le puede exigir lo imposible si reconocemos que en estos pagos se juega el mejor fútbol del mundo”, fue la explicación que encontró El Gráfico para la derrota 1-0 del equipo granata en su primer partido en el país ante la Selección Argentina. La revista esperaba con gran expectativa al conjunto que se presentaba como el gran dominador de Italia, y le había dedicado la tapa de la edición 526 del 3 de agosto de 1929 al quinteto ofensivo de los turineses. “Cinco figuras destacadas del Torino Football Club, campeón de Italia en 1927/1928 y segundo en 1929”, era el epígrafe que acompañaba las imágenes de Baloncieri, Rossetti, Libonatti, Breviglieri y Monti.

El segundo amistoso del Torino se jugó en Buenos Aires y fue, otra vez, contra la Selección Argentina. El resultado final fue 1-1, pero la nota de la jornada la dio el abucheo general del público hacia el juego brusco de los italianos. Después, el equipo granata empató 1-1 contra un combinado de futbolistas porteños, perdió 4-1 en un nuevo amistoso con la Albiceleste, derrotó 2-1 a Independiente y 4-2 a una selección de Rosario, y se despidió con una caída 2-0 ante Newell’s. Aún aquejado por las dolencias en la rodilla, Libonatti no convirtió goles en la gira, pero, curiosamente, jugó contra su hermano Humberto en el partido de despedida ante la Lepra.

La imagen que dejó el Torino en la Argentina no fue buena, e incluso los empresarios que organizaban los encuentros amistosos se replantearon el negocio. Por aquellos años, los partidos internacionales con equipos europeos no funcionaban, y el público no solía concurrir. La excepción a la regla fue la visita del Ferencváros húngaro, que llegó al país casi al mismo tiempo que los turineses, y maravilló a los hinchas argentinos con el juego depurado de la escuela danubiana, que cayó en gracia rápidamente por su consonancia con el estilo sudamericano.

En su regreso a Italia, Libonatti se resintió de la lesión y desde entonces ya nada sería igual. Siguió jugando con cierta regularidad, pero en sus dos últimos años, convirtió sólo 16 tantos. Se despidió del Torino en 1934, y sus 164 goles en 278 partidos lo convirtieron en el goleador histórico del club hasta que Paolo Pulici superó su marca en 1982. Su siguiente destino fue el Genoa, en la Serie B. Con 34 años, fue la figura de un equipo que ganó el campeonato y ascendió a la categoría de elite. Ya de vuelta en la Serie A, Libonatti abandonó el fútbol en la campaña 1935/1936 con siete goles en 27 fechas.

Imagen MOSTRANDO sus recuerdos fotográficos en una de sus últimas entrevistas.
MOSTRANDO sus recuerdos fotográficos en una de sus últimas entrevistas.
En 1937 aceptó el cargo de técnico en el Rimini, en la Serie C. En principio se comprometió como entrenador/futbolista, pero el físico no le respondió para volver a jugar y sus tareas se limitaron a la conducción del equipo desde el banco de suplentes. No cumplió una mala labor, y finalizó quinto en la temporada 1937/1938, pero esa sería su primera y única experiencia en el puesto.

Fuera de la cancha, Libonatti también se convirtió en un mito: en el Norte italiano de la moda de alta costura y las costumbres elegantes, fue reconocido como un dandy. Siempre alegre y predispuesto para una copa, era amante de las corbatas llamativas, de las mujeres y de la buena vida. Otra de sus debilidades eran las camisas de seda y nunca diversificó los ingresos que había logrado jugando al fútbol. Al cabo de un par de años, dilapidó todo su dinero, y tuvo que volver a la Argentina con la promesa de pagar el pasaje del barco en el puerto de Buenos Aires. Desde su regreso, se estableció en Rosario, donde trabajó en las inferiores de Newell’s. Falleció a los 80 años, el 9 de octubre de 1981.

Fundador de las transferencias intercontinentales, con su legado invalorable estableció una línea directa entre Sudamérica y Europa. Con calidad rioplatense y picardía de potrero, destruyó el estático fútbol italiano de su época, y su despreocupada voracidad goleadora allanó el camino para una migración que continúa hasta hoy. De Vernazza a Batistuta, de Sívori a Maradona y de Di Stéfano a Messi... Todo comenzó con Libonatti.

Por Matías Rodríguez. Fotos: Archivo El Gráfico

Nota publicada en la edición de noviembre de 2014 de El Gráfico