¡Habla memoria!

1932. El impenetrable y misterioso Ochoíta

El símbolo de Racing Pedo Ochoa, decidía dejar el fútbol, el rey de la gambeta había debutado en 1916. Borocotó, con emoción, despedía a un verdadero crack de su época.

Por Redacción EG ·

06 de febrero de 2020

Se fue amagando una vuelta, como cuando por la cancha corría llevando la pelota al costado y dando la impresión de que se la olvidaría, que más que él llevarla, ella lo seguía. Se fue así, en esa su actitud característica tan engañadora para el half, quien no podía adivinar si haría un pase al winger o al centro, o se cortaría hacia el arco. Se escapó de la cancha en una de esas corridas, amagando una vuelta que no se produjo, que no podía producirse, porque aquel Ochoíta no retorna aunque él vuelva.

 

¡Ese sí que sabe fútbol! Lo dijo un reo adversario en la tibieza confidencial de un boliche. Lo expreso con la admiración del que ha sufrido y gozado de esa capacidad futbolística de Pedro Ochoa. La admiración de los partidarios puede ser esencialmente sentimental; la de los rivales es reconocimiento puro. De esto último puede alegrarse Ochoíta, el forward de más calidad de los últimos años.

No olvido a nadie. No relego la figura del negro Seoane. Este fue el peligro que aún se cierne para las vallas; fue el remate de cabeza o de shot; fue la flecha que buscó el claro para sacudir la red. Aquél, en cambio, fue el clásico jugador; lo depurado, lo sobrio, lo admirable, lo que podía vivir sin el goal, el que dió siempre la sensación de que podía jugar cuanto quisiera, de tener ganas para ello. De tanto era capaz que todas sus actuaciones dejaron la duda de haber podido ser superadas. Cuando otros forwards, también capaces, realizaron pobres performances, pudo admitirse "el mal día" y otros atenuantes. En Ochoíta no. Se creyó siempre que jugaba de acuerdo a su voluntad; que era capaz de lo imposible con solo proponérselo. He aquí la enorme diferencia que encarna un reconocimiento por las vías de la duda.

 

Imagen Debutó en 1916, una época gloriosa para la Academia.
Debutó en 1916, una época gloriosa para la Academia.
 

Unía a su juego, su aspecto y su temperamento. Siempre hubo tras sus palabras, por gestos, sus mismas jugadas, una posibilidad de algo que estaba próximo a manifestarse, un no sé qué velado, un fondo de misterio. Serio, huraño, reconcentrado, cono defendiéndose contra todo; parco en palabras, sin expresar ninguna emoción. Todo le era igual: lógico o previsto. Nada quebraba su indiferencia: ni los aplausos, las insinuaciones femeninas. Midió siempre con indiferencia las cosas y los mismos hechos. Parece que hasta haya mirado igualmente su propia obra que tanta admiración causara. No ha negado valores para asignárselos. Ante los mismos aplausos, él ha expresado la alegría de sentirse satisfecho, ni el asombro, ni la duda, ¡nada! Miró indiferente, como si fuera a otro a quien aplaudieran... y él tampoco se interesara por ese otro. ¿Recuerdan ustedes que Ochoíta, después de alguna de sus grandes jugadas, o de un goal, se entregara a las expansiones tan comunes en otros futbolers? Casi nunca; y cuando lo hizo a medias, pareció que era la consecuencia de un contagio. Tampoco se le vió indignarse por el fracaso de una jugada. Si le quitaban la pelota, estaba previsto; si le salía bien un dribbling, estaba previsto; si metía goal, estaba previsto. Todo era posible y todo admitido. ¿No es eso, Pedro?

Que venga lo que Dios o el Diablo quieran. Parece regir toda su vida. No le interesó el concepto que otro mereció, como tampoco se formó un concepto de los demás. ¿Para qué? Es perder tiempo. Es como afeitarse seguido cuando la barba habrá de crecer. Sólo una vez advertí en su voz un temblor emotivo. Fue al recordar a su madre muerta. Entonces, se acentuó su gesto de hombre que está enojado contra alguien a quien conoce y no conoce, contra algo que puede ser el destino, la vida, Dios, el Diablo, pero alguien.

Imagen Junto a Perenitti formo una de las mejores duplas del amateurismo.
Junto a Perenitti formo una de las mejores duplas del amateurismo.

Le dije en aquella oportunidad que el final de su vida futbolística se avecinaba y me miró como diciéndome con su silencio: "¡Valiente novedad! Todo termina; el hierro, las rocas, todo..." Lo sabía y lo esperaba. Lo tenía tan previsto como aquellas posibilidades que terminaban con sus jugadas. Y con el mismo gesto, me dijo días pasados: "Tengo pocas ganas de fútbol".

¿Habrá o no valorado todo lo, que nosotros le avaloramos? ¿Habría sentido emoción de oír aquel reo adversario que se compensó con la verdad en el afectuoso ambiente del boliche? No lo sé. Le conozco otros amores; el cigarrillo, las noches, el silencio, las callejas dormidas... Pero ignoro si Ochoíta ha creído en la sinceridad de aquellos aplausos que fueron efímeros y que premiaron un chispazo genial de ese futboler que siempre pudo hacer más, que dejó la duda de una posible superación aun en sus performances insuperables. Es posible que dentro, bien en lo hondo, envuelto en la penumbra misteriosa que lo hace impenetrable, Ochoíta guarde recuerdos amables de emociones ya gustadas. Es posible que allí dentro exista la verdad que el gesto no tradujo.

En cambio, para admirar las noches, no precisa hablar. Ni siquiera necesita decir que gusta del cigarrillo, y que éste y aquéllas son, acaso, sus grandes amores. ¿Verdad, Pedro? Basta con vivir esas horas que ruedan en el cuesta abajo del tiempo buscando la aurora; basta hablar con el humo que va entibiando y sacando de foco las cosas del boliche aquel que nació sin puertas de puro criollo. Basta eso. Es como cuando se echa "la falta" en último extremo: "Está todo dicho".

Imagen Ganó con la Academia los Campeonatos de Primera División de 1919, 1921 y 1925.
Ganó con la Academia los Campeonatos de Primera División de 1919, 1921 y 1925.

¡Qué lindas son esas noches en que nunca es tarde! Aquellos que las hemos vivido, aunque no salgamos de casa, no podemos acostarnos sin hacernos la ilusión de que seguimos viviendo horas que sólo vuelven a recoger el aparejo de los recuerdos. En el anzuelo de la evocación hay siempre prendida una de aquellas noches. Vos, Pedro, las habrás recordado desde las sierras del Tandil; yo las sigo evocando desde todos los sitios cuando el silencio parece caer de las estrellas y tres mates amargos nos retornan a los veinte abriles bohemios.

Y las noches se vienen envueltas en la niebla de los años, como si vinieran fumando...

Aquel futboler no ha de volver. Los años dieron, término a su campaña. Por esa cuando se anuncia su retorno, no creo. Y aunque lo viera jugando, no sería aquél. El que siempre dió la sensación de poder hacer más, no pudo contra el tiempo.

Y esto también lo tenía previsto.

 

 

Por Borocotó (1932).