Inolvidables: Carlos Bianchi Luti
Reconocimiento al velocista argentino que supo ser parte de la primera plana mundial de atletismo. Récords y victorias acumulaba el atleta cuando sufrió una penosa y temprana muerte.
Era un cordobés buenazo, tranquilo y sonriente. Se apuraba en la pista y nada más. Pero aun así, tampoco se apuraba en seguida, desde el vamos.
Bianchi Luti llevaba adentro un motor poderoso, capaz de hacerle correr los 100 metros llanos en lo segundos 4 décimas, marca que figuró durante mucho tiempo como record sudamericano de la distancia. Sin embargo, el gran sprinter carecía de pique. Los primeros metros los necesitaba para sacudir su modorra provinciana y hacerse a la idea de que estaba en carrera... Después, hendiendo el aire vigorosamente, dando una sensación de poder incontenible, los metros se le hacían centímetros y llegaba a la meta demasiado pronto, cuando recién empezaba a tomarle el gusto al jueguito... Vencedor en todas las competencias locales — desde los torneos internos hasta los campeonatos sudamericanos, — alcanzó la máxima distinción y vivió las emociones más perdurables cuando entró en la pista del estadio de Los Ángeles para representar al deporte argentino en los Juegos Olímpicos de 1932. Fue dignísimo representante de la evolución que en ese tiempo experimentaba el atletismo de nuestro país y consagró sus aptitudes llegando a la carrera final de 200 metros llanos, luego de haber sido tercero en la semifinal en que Metcalfe batió el record. Poco más tarde, Bianchi Luti realizó junto con Pojmaevich y Oliva —dirigidos por Alejandro Stirling — una memorable gira por Europa, durante la cual sufrió un sensible desgarramiento cuando ya bebía conseguido ir produciendo performances que permitían augurarle un porvenir sensacional.
De regreso a la Argentina, siguió molestándolo aquella lesión y surgió la enfermedad que habría de terminar con su vida, tan rápida, tan vorazmente como él terminaba con los metros de una carrera. Murió en plena juventud, cuando todavía estaba en todo su esplendor, cuando aún rimaba en sus oídos la voz maravillosa de la multitud que lo había consagrado entre los más grandes atletas del mundo.