2007. Copa América: ya es trauma
Dura derrota de la Selección frente a Brasil en la final de la Copa América organizada por Venezuela. Fue 3 a 0 con goles de Baptista, Ayala en contra y Dani Alves. Fue la segunda final perdida en 3 años frente a la Verdeamarela.
Dicen que el primer paso para superar un problema es reconocerlo. Quizás sea el momento de admitir que Argentina tiene uno. Y bastante inquietante: ganarle a Brasil se ha transformado en un trauma. La última Copa América fue una muestra más de lo candente que está el síndrome verdeamarelho.
De otra forma, sería difícil encontrarle explicación a lo que pasó en Venezuela, en donde la Selección volvió a quedarse en la puerta de algo grande, un sueño que había sido bien alimentado por sus propias performances y por la calidad de los jugadores en cancha.
El equipo de Basile poco menos que se paseó durante toda la Copa, goleó a todos sus rivales (salvo Paraguay, pero con suplentes) y llegó merecidamente a la final. Hasta podía darse el lujo de ganarla jugando mal, que igual el equipo iba a ser recordado como aquel del 91, por la sobredosis de talentosos, su poderío ofensivo y por algunos de los goles (golazos) que metió.
Del otro lado, el cuco, como en 2004, llegaba con un equipo B y a los tumbos: venía de padecer contra Uruguay en las semis (Pablo García desperdició un match-point en los penales), ya había perdido contra México en el arranque y no había logrado dar muestras de ser un equipo confiable, salvado casi siempre por la magia de Robinho. Para colmo, su capitán y mejor jugador, Gilberto Silva, estaba suspendido y no podía jugar la final. En Maracaibo, los periodistas brasileños daban a la Argentina como candidata en proporción de 9 a 1.
¿Entonces?
Que finales son finales y clásicos son partidos aparte, eso está claro. Pero sin Kaká, sin Ronaldinho, sin Lucio, sin Zé Roberto, sin Ronaldo, sin Dida, y con jugadores como Vagner Love, que difícilmente vuelvan a integrar el Scratch, el aparentemente disminuido Brasil se coronó campeón de América con pasmosa naturalidad.
El equipo de Dunga no sólo ganó sino que encima lo hizo contundentemente. No dejó dudas. Y tuvo un plan de vuelo que se ejecutó con precisión máxima. El jueves anterior a la final, en el hotel Del Lago de Maracaibo, Dunga se encerró en una habitación con Jorginho, su ayudante de campo, para cranear cómo anular todos los circuitos argentinos. Salieron a la una de la madrugada, tras cinco horas de planificación detallada. “Me basé en la Italia de Lippi”, dijo.
En la cancha, ese Brasil obrero fue un neutralizante para cualquier tibio intento de la Selección, que nunca supo encontrar variantes y bajó los brazos mansamente. Basile prefirió adherirse a una frase característica de su impronta: “En las finales gana el que se levanta mejor”. Pero si, como él dijo, en el entretiempo tenía que haber hecho siete cambios, ¿no será que falló algo más que las prestaciones de los jugadores?
Haber perdido no es ni puede ser un drama, pero sí tiene que servir para encontrar respuestas mirando al futuro, el verdadero objetivo de este grupo de jugadores y cuerpo técnico.
DIFERENCIAS MARCADAS
Desde el año 1994, los brasileños nos sacan una ventaja de 8-0 en títulos logrados con la selección mayor. Tres de esas copas las obtuvieron en confrontaciones directas contra la Selección. Todo empezó en aquella pelota que bajó Adriano en Perú, por la Copa América 2004.
Precisamente, Carlitos Tevez –presente en aquel partido– fue el único que se animó a hablar de lo que para él habría sido una revancha, palabra a la que todos le escaparon, aunque igual subrayó que ganarles a los brasileños en Venezuela no iba a hacerle olvidar cómo se perdió en Perú. Ahora, el tema se profundiza.
Fue otra derrota 3-0, como el amistoso que se había jugado en septiembre de 2006. Fue otra derrota por tres goles, como el 4-1 que había sufrido el equipo de Pekerman en la Copa de las Confederaciones. Diez goles en los últimos tres partidos. Lo peor de todo, quizás, es la sorprendente normalidad con la que se pasó del triunfalismo –en la gente, no en los jugadores– al derrotismo, a digerir que contra Brasil, si no es en Buenos Aires, se pierde y punto.
Si a nivel clubes siempre se dice que la mentalidad ganadora se contagia de los grandes a los jóvenes, ¿será para preocuparse que haya un mix de jugadores de tres generaciones distintas que no sepan lo que es ganar un título con la Selección mayor?
Por otra parte, la sensación de que Argentina tiene el mejor equipo y juega el mejor fútbol de cada torneo se fortalece, tanto como lo hace un antecedente que también es para preocupar: en el momento clave, se tilda. Desde el Mundial 98, contra Inglaterra (y por penales), que no le gana un partido a un equipo europeo de clase A. Perdió contra Holanda en esa Copa, contra Inglaterra en 2002 y contra Alemania en 2006, equipo al que tampoco pudo derrotar en la Copa de las Confederaciones.
Es una lástima, porque el que parecía ser el momento justo como para iniciar una recuperación argentina comandada por Messi y Riquelme (recuperación que igualmente iba a tener que ser refrendada contra un verdadero Brasil, no lo neguemos), terminó acrecentando el trauma de quedarse siempre a las puertas de algo. No hay nada más peligroso que empezar a contentarse con ser campeones morales.
MIRANDO AL FUTURO
Ahora, el único objetivo visible de Basile es el Mundial 2010 y hacia eso se deben reorientar los cañones. Falta muchísimo, pero hay que empezar a definir cosas ya mismo.
La derrota parece haber arrastrado a Roberto Ayala, quien anunció internamente su retiro internacional tras un récord de 115 presencias. Será difícil reemplazarlo, pero mejor ahora que tener que hacerlo en 2009. Y quizás la ola también se haya llevado consigo a Juan Sebastián Verón, en lo que habría sido un retorno efímero, si se confirma su intención de dejarle paso a los más jóvenes, tal cual declaró en caliente.
También hay dudas relacionadas con la edad de algunos de los integrantes del plantel, y que se amplifican después del resultado adverso.
¿Debe seguir Abbondanzieri de titular –está por cumplir 35 años– o hay que empezar en pensar en darle rodaje a Carrizo mirando a Sudáfrica? ¿Es Heinze un lateral apto para los esquemas que propone Basile o sirve más como central? ¿Qué reemplazantes de Zanetti o Ibarra se perfilan para la franja derecha? ¿Qué alternativas hay por izquierda? ¿El suplente de Crespo es Diego Milito o es Tevez, de características totalmente distintas? ¿Si no juega Riquelme, va a haber enganche? ¿Y quién sería ese enganche? ¿Un clásico como Aimar o un reposicionado como Messi, que en la Selección rindió mucho más jugando abierto por derecha?
El tema de tener laterales de proyección, sobre todo para el 4-3-1-2 que quiere Basile, es clave: fue uno de los puntos fuertes de Brasil, con Maicon y Gilberto, y aparece como uno de los grandes déficit del fútbol argentino. Paulo Ferrari es el gran candidato a sumarse al grupo, pero por izquierda faltan nombres de referencia. El mediocampo pareciera estar destinado a que de alguna forma coexistan Mascherano y Gago: los dos demostraron que pueden complementarse y balancear mejor al equipo.
Mientras tanto, habrá que seguir rezando no cruzarse contra Brasil. Y que en alguna final toque México, equipo que, si de traumas se trata, contra Argentina tiene uno que ya parece incurable. Esperemos que el nuestro con los brasileños no llegue a tanto.
Por Martin Mazur
Estadisticas: Roberto Glucksmann
Fotos: Photogamma
El camino a la final