Rodrigo Palacio tira para tres
La historia poco conocida del delantero, quien supo jugar al básquet en Primera y también en algunos picados con Pepe Sánchez. En aquel momento la rompia en Banfield.
Juani pica la pelota con la misma naturalidad que parpadea y avanza ante rivales que adornan la escenografía. Ya está por firmar otra de sus obras de arte en el oscuro gimnasio de Bahía Blanca, pero no. Un enano le pellizca un gajo de la naranja y se va corriendo, como si Juani, ya Pepe, no fuera Pepe Sánchez, el base de la Selección con perfil NBA. Los otros ocho jugadores quedan estupefactos mientras contraataca el irrespetuoso, uno más entre los cinco de La Falda, en el ascenso regional.
“Uno de los peores equipos… Nos comíamos 70 puntos por partido”, recuerda el souvenir de basquetbolista. “Aún hoy, cuando Pepe está por Bahía, nos juntamos para ir a jugar. Y le he robado más de una pelota, eh”, lanza, in your face. Pero recula: “En realidad, él también se defiende… Bah, nos pinta la cara a todos, la gasta”. Y lo gasta. Hasta que viene la revancha, al fútbol, donde el chiquito le paga con caños las volcadas que le debe. “Ojo, no es tanta la diferencia en el fútbol, porque Pepe se la banca jugando de cinco, tipo Redondo. Le gusta pisarla y lo hace bien, pero igual casi siempre jugamos de compañeros”, aclara Rodrigo, el petiso que para abrigar su futuro, definidamente como deportista y no como estudiante, decidió cambiar la musculosa por una remera de mangas cortas:
“Al básquet jugué desde los 7 años hasta los 16. Me las rebuscaba. Bahía es la capital del básquet y ahí todos lo juegan. Llegué a debutar en Primera, en el 98, y la pasaba muy bien. Pero el mío era un equipo de amigos, muy humilde. No podía dedicarme a eso, y estudiar tampoco me gustaba. Había que buscar otra cosa…”. El fútbol es otra cosa. Todavía como jugador de básquet, debutó como futbolista en la Primera de Bella Vista, y su padre le exigió la monogamia: “Jugaba a las dos cosas, pero mi papá me dijo que tenía que elegir una de las dos, y me quedé con el fútbol”. Uno lo hacía demasiado chiquito. Y el otro le ofrecía ser demasiado grande. Quizá, tanto como su vecino. “Con todos los pibes del barrio, nos juntamos a comer cuando viene Pepe y siempre seguimos su carrera –reconoce–. Vive a una cuadra de mi casa y, además, soy muy amigo de los hermanos desde que éramos chiquitos.”
Sólo amistades quedaron de su paso por el básquet, donde aún hoy es Rodrigo. En el fútbol, ya es Palacio, una propiedad fértil que cayó en manos de Boca, como principal latifundista, aunque actualmente lo trabaje Banfield y parte de sus frutos se lo lleve Huracán de Tres Arroyos. “Huracán tiene la mayor parte de mi pase, el 65 por ciento. Boca tiene el 17,5 y Banfield, también el 17,5. Pero el ciento por ciento de los derechos federativos son de Boca”, explica, con un 1,1 por ciento de seguridad y un 98,9 de desconcierto: “Yo todavía no caigo que soy de Boca, porque nunca estuve ahí, entrenándome, ni jugando. Es como que no me doy cuenta. Pero el día de mañana, si me toca ir, seguro me preocuparé muchísimo por esa camiseta”. Mientras tanto, mira la tabla y, una vez más, tira para tres: “Sí, la verdad que siempre me fijo cómo les va a Banfield, a Huracán y a Boca… Me gusta que les vaya bien a todos, y estoy como el pase, me alegro por porcentajes”.
Mauricio Macri lo reservó por tres años. Pero Palermo, Tevez, Guillermo y otros tantos nombres amenazaban con freezar el desarrollo futbolístico de Pala en un plantel tan numeroso. Por eso, los dirigentes de Boca decidieron ponerlo a calentar en Banfield para llevárselo cuando esté a punto. “El primer año estoy a préstamo acá, y los otros dos serían, serían… si Dios quiere, en Boca”, reza.
Pego un salto demasiado grande y por eso todavía no termina de caer. “Fue todo muy rápido –resalta-. Yo a mitad de 2002 estaba jugando el Argentino B, que es el regional que juegan los equipos del interior. Entonces estar en Primera y tener la posibilidad de jugar contra equipos grandes es algo impresionante”. Hace apenas dos años, era jugador de Bella Vista, con un sueldo que, bien administrado, le podía alcanzar para viajar, y hasta para comer: “Cobraba 45 pesos por partido ganado, 30 si empatábamos y 15 si perdíamos… Yo me hacía cargo de mis gastos con esa plata, pero en realidad también me mantenían mis viejos”.
Aun con ese panorama, estudiaba la posibilidad de convertirse en jugador profesional. Era lo único que estudiaba: “No me gustaba la idea de ir a la facultad. Yo quería ser jugador de fútbol y le metía duro para algún día poder llegar. Sabía que era complicado porque al principio pedían mucha plata por mí. Pero al final, apareció la gente de Huracán de Tres Arroyos, que se entusiasmó conmigo y me contrató”.
Tuvo que pelear mucho para que el Huracán se lo llevara de Bella Vista. Pelear, literalmente, pelear. “Mi equipo llevaba mucha gente y siempre se armaba lío –recuerda-. Es más, hubo un par de batallas terribles, los once contra los once…”. Como esa vez que presentaron el innovador esquema táctico: 2-1-2. “Sí, a siete nos expulsaron aquel día. Y hubo peores… En la cancha de Independiente de Villa Obrera, en San Juan, un rival le gritó un gol a la gente de Bella Vista. Entonces, al término del partido, mientras el tipo daba una nota, fue un compañero mío, le tapó el micrófono y le empezó a pegar… Ese jugador terminó internado en el hospital, y a todos nosotros la policía de San Juan nos quería meter presos…”.
Palacio era inocente, pero no tanto como para involucrarse sin defensas en una causa. “Obviamente, yo no era de meterme, porque soy chiquitito. ¿Sabés cómo me escapaba? Lo veía siempre de lejos… Así y todo varias veces sentí miedo, especialmente al ver que la gente del otro equipo invadía la cancha…”, enfatiza. Igual, el clima no era tan malo. No era tan malo como las canchas: “Muy malas... La de Cutral Có tenía yuyos, pozos, alambrados rotos… Y también era una cancha peligrosa”. Pero ahí aparecían los hombres de negro, para imponer el peso de las tarjetas. De Prode. “De visitante, los árbitros no te cobraban nada. Simplemente, tenías que bancarte que te hicieran cualquier cosa, porque no te iban a dar ni un fallo a favor”. Fútbol en su estado más puro, recién ordeñado, fútbol querible, a pesar de todo. “Era todavía más lindo que jugar en Primera –señala–. Allá se juega por la camiseta, y uno vive muchas cosas lindas, con amigos.”
Un dia los medios de Tres Arroyos anunciaron que llegaría el hijo de José Ramón. Y la gente lo adoptó, sin saber siquiera cuántas piernas tenía. “Mi papá jugó muchos años en Huracán y también en el seleccionado de la ciudad. La gente lo aprecia un montón y por eso cuando llegué, aunque nadie me conocía, todos pedían que me pusieran”, dice, reconociendo el crédito. Y aclarando el costo: “La presión de defender el apellido me costó un poco al principio, pero a medida que fueron pasando los partidos, pude conseguir la tranquilidad que me hacía falta”.
Su papá le metió pólvora durante doce años a la delantera de Huracán. Y entonces se hizo inevitable la explosión de comparaciones. “La gente que vio jugar a mi viejo siempre me dice que somos idénticos, que jugamos igual y que tenemos la misma forma de correr –remarca–. A mí me gusta, porque a mi papá lo quiero mucho y es lindo que me comparen con él.”
Banfield significó su emancipación futbolística, tras un largo viaje, con escala en España: “Me consiguieron una prueba en la filial del Betis, y estuve como quince días allá. Les gusté, pero como ya estaban en pleno campeonato querían que yo fuera en junio. Y ahí surgió la chance de venir acá, que me sedujo más, porque el equipo al que iba a ir estaba en la Tercera División española y esto significaba llegar a Primera...”.
Y a tierra firme, porque Banfield venía remando duro desde 2003, con aquellos cinco triunfos consecutivos como visitante, una marca que no se lograba desde el 41. Recién se había ido un año entero con ruido de Taladro en todos los arcos, menos en el propio, por otro récord: 770 minutos de paz interior para su red. Y comenzaba el Clausura 2004, un túnel hacia la luz: “Entrar en la Libertadores fue un sueño para nosotros y para los hinchas, porque es la primera vez que el club se mete en una copa”.
Esta vez sin piñas, la receta también fue pelearla. “Nos clasificamos porque fuimos un equipo que luchó mucho –argumenta–. Apretamos y defendimos bárbaro. Formamos un grupo bastante completo, que estaba muy bien de la cabeza.” De la cabeza de Bustos Montoya, que se puso roja de tanto cabecear los centros de Rodrigo.
Pero a pesar de eso, Palacio no le exigió un porcentaje de su venta a Independiente: “No, no, yo también me sentí muy cómodo con él, porque es un muy buen jugador y me enseñó muchas cosas. Yo le tiraba los centros, y él se encargaba de hacer los goles”. Ahí apunta su autocrítica actual. Más que solidario con los demás, es egoísta consigo mismo. “Debería meterla más en el arco. Siempre pienso en el pase antes que en el gol. Tengo que mejorar eso y aprender a usar más el cuerpo, porque como soy chiquito a veces me sacan muy fácil”, dice.
Pero no se nota. Algunos ya lo ven en blanco y celeste. El, no. Su perfil tampoco tiene altura de basquetbolista: “Creo que todavía me falta mucho para llegar a la Selección. Hay jugadores muy buenos, y yo estoy muy por debajo de ellos. Es mi sueño para el día de mañana, pero antes tengo que aprender muchas cosas y adquirir la experiencia que sea necesaria”.
Ve grande la camiseta de la Selección y todavía siente que le falta peso para no perder el equilibrio en el temblor de la Bombonera. “No estoy en Boca, porque todavía me falta. Yo no debo olvidarme que recién empiezo. Llevo seis meses en Primera nomás y tengo mucho por aprender. Por eso me parece mejor estar acá. Y si el día de mañana tengo la posibilidad de ir a Boca, seguramente habré madurado bastante”. Inmaduro, como dice estar, levantó la cabeza en Avellaneda y, sobre la pelada de un tal Navarro Montoya, tiró desde cuarenta metros un sombrero extralarge, que pasó de largo y se metió, burlón, entre la red, frente a la Visera.
El Pala ya perdió el miedo y va tomando velocidad en un pique que todavía es corto. “Poco tiempo atrás, no hubiera creído que Boca iba a fijarse en mí. No lo imaginaba, pero las cosas se dieron así y me ponen contento. Quizá sea premio al esfuerzo, por no haber bajado los brazos nunca”. Ni cuando integraba una oscura escenografía para la magia de Juani, ni ahora, que lo ilumina todo el fútbol argentino
Por Nacho Levy
Fotos: Jorge Dominelli
ESTUVE POR COMPRARLO
Pala es muy bueno jugando al básquet. Pero muy bueno de verdad. Hay un aro en mi casa y, como él es íntimo amigo de mi hermano menor, Juan Federico, toda la vida lo vi tirando. Tiene mucho talento. Además, en los picados que jugamos, me deslumbró siempre su rapidez, tremenda. De pibe me harté de escuchar a mi hermano diciendo “no le puedo ganar al Pala, ni en pedo”, y ahora mi hermano juega en los Estados Unidos… No sé hasta dónde habría llegado Rodrigo si se hubiese dedicado al básquet. Seguro no a la NBA, pero sí a un nivel muy importante. Eso sí: él cuenta que me robó un par de pelotas, y puede ser. Pero fue cuando yo estaba distraído. Y alguna tapa también le puse, eh.
Hablando en serio, estamos mucho más parejos al básquet que al fútbol. Aunque él diga que yo soy bueno con los pies, la realidad es que sólo me parezco a Redondo por la altura y porque soy zurdo... Así y todo, hace un año y medio, cuando él ya estaba en Huracán, hicimos un picado con los del barrio, ¡y lo mandamos al banco! Se quedó sentado y nunca reclamó que lo pusiéramos.
Por eso es raro para mí ver al Pala donde está. Siempre fue un chico de barrio, muy querible, y ahora es muy loco tratarlo de profesional a profesional. Yo no pensaba que era tan bueno. Cuando debutó en Bella Vista, yo estaba por llegar a la NBA. Entonces, en el kiosco de un amigo en común, pegaron una foto mía en la pared y una fotito de él en el mostrador. Y yo siempre lo gastaba, diciéndole que todavía no estaba para la pared… Se lo decía en joda, pero sinceramente no creía que era crack crack.
Es más, esto es algo que recién se lo conté a él antes de irme a Atenas, pero es cierto: no bien empezó a jugar en la liga regional de fútbol, mi amigo Juan, el del kiosco, me sugirió que compráramos el pase del Pala. Me insistió mucho ,y lo pensé bastante. Teníamos la chance de comprarlo por 30 mil pesos, pero no me quise arriesgar. Y miren dónde está ahora… ¡Me perdí un negoción!
A pesar de eso, me llena de alegría lo que está viviendo porque no existe una palabra para definir la humildad de Pala. Seguramente, todavía no tomó conciencia de lo que ha conseguido, pero eso es lo mejor que le puede pasar a un profesional, porque mientras uno no cae, se preocupa por seguir sembrando. Y quizás, al tomar conciencia de dónde está parado, empieza a dedicarse más a la cosecha que a la siembra. Eso no le pasará a él… Es un pibe excepcional. Y llegó la hora de aceptar que sí, ya se merece un lugar en la pared del kiosco. Posiblemente, pronto me desplace de ese lugar.
Por Pepe Sánchez