Pulgar en alto del DT de River. Tras 6 días de suspenso, confirmó la continuidad. Va por más.
Cuando unos segundos después de haber concluido la conferencia de prensa en la que anunció que seguiría en el club un año más, Marcelo Gallardo giró sobre sus pasos, volvió a la mesada, se inclinó sobre el micrófono y se aprestó a decir algo, unos miles o millones de corazones riverplatenses paralizaron sus latidos por un par de segundos. “¿A ver si este dice ahora que lo que acaba de comunicar era todo una joda y que se va porque está estresado?”, imaginaron unos cuantos, todavía con la piel rozagante de emociones por el anuncio del gurú que los conduce desde el costado del campo de juego. Pero no. “Felicidades para todos y buen año”, soltó, a lo Carlos Bianchi, porque se había dado cuenta de que entre tantas respuestas necesarias para un público ansioso, y confesiones que nadie le reclamó pero que igual quiso hacer, había omitido -tal vez por las pocas horas de sueño de la noche anterior- el saludo habitual de fin de año. Y como es un hombre educado y respetuoso, no quería obviarlo. Cerró así una saga de siete días cargados de ansiedad y adrenalina para los hinchas de River, que fueron desde una final infartante de Copa Argentina, pasando por una sensación de abandono por la salida del líder, a la confirmación definitiva de que su DT continuaba en el club. Una saga de siete días que mostró a un Marcelo Gallardo auténtico en gestos, actos y palabras. Ya lo estamos diseccionando.
Alcanzapelotas, con Gustavo Zapata.
LA PERSONA
“Soy reflexivo y sanguíneo”, se describió públicamente el miércoles 21 de diciembre, en una conferencia de prensa en la que se expuso abierto y genuino, confesando lo que fue sintiendo en esos días, en un ejercicio que lo distingue del resto. Siempre son buenas sus comparecencias públicas, pero esta última resultó particularmente especial, como si el hecho de haber mantenido en estado de vigilia a la feligresía riverplatense durante un par de días lo hiciera sentir con algo de culpa. Entonces se mostró desnudo, transparente, más introspectivo que nunca. Por ese motivo, pidió perdón a su manera: “Fue un error decir que me iba a tomar unos días para reflexionar”, señaló, conocedor de la angustia y exaltación que había provocado en los hinchas, que por sus palabras casi no habían podido disfrutar del nuevo título, cuando quizás lo mejor no hubiera sido expresar sus sensaciones internas e ir directamente al anuncio de su partida o a nada. “En estos días pude percibir el enorme cariño de la gente de River, que ya lo conocía”, resaltó, y al mismo tiempo aclaró, porque se dio cuenta de que, sin querer, había generado un terremoto emocional entre los hinchas que tanto lo admiran.
Algunos opinólogos de turno (país generoso el nuestro) señalaron que Gallardo hizo todo esto para recibir un mimo de la dirigencia, para medir su poder de convocatoria. Un disparate. He tenido la suerte de compartir con el entrenador de River durante más de un año una docena de encuentros para la realización de su biografía. En bares, en sus oficinas de Ezeiza y el Monumental, y hasta sentado como copiloto en su auto. Y también la chance de entrevistar a todos sus colaboradores. Una de sus características más salientes es que jamás se la creyó. Tiene los pies bien puestitos sobre la tierra. No es fácil, en esta jungla enloquecida que endiosa y aplasta con excesiva facilidad. Es difícil alcanzar esa claridad de espíritu y de ideas. A la salida de cada uno de los entrenamientos, en los bares, con el empleado de peaje de la Ricchieri, en todos los casos, ante el requerimiento del hincha de turno, Marcelo accedió con sencillez y respeto, siempre mirando a los ojos, con una sonrisa, y escuchando lo que le decía el interlocutor, no como un trámite indeseable que se cumple sin prestar atención, como se observa tan frecuentemente con ídolos de diferentes camisetas. Y cuando la demanda sobrepasaba su tiempo o ganas (el hincha te pide cualquier cosa), respondía con franqueza.
Su primer clásico en River, cancha de Vélez, invierno de 1993, Copa Centenario. River le ganó 1-0 a Boca con gol de oro de Walter Silvani.
-Marcelo, no me grabás un mensajito para mi cuñado, que cumple años….
-No, muchachos, no, a todos juntos que estoy apurado: “¡Vamos River!” -y enseguida subía la ventanilla, y arrancaba con una sonrisa cómplice ante el acompañante, con cara de “si tengo que mandar mensajes individuales no termino más”. En ese pequeño gesto menor, se advierte claramente una arista de su manera de ser.
Producción con la bandera de River, en su primer regreso al club, en 2003.
“Soy reflexivo y sanguíneo”, admitió en la conferencia, y enseguida uno repara en su atención a la prensa del domingo, en Bahía Blanca, donde de arranque manifestó su fastidio por esa bola gigante de incertidumbre que se había armado sobre su futuro. Ese es el sanguíneo. La bola se agrandó por sus palabras, y lo terminó reconociendo el miércoles. Y hasta asumiéndolo como un error. Ese es el reflexivo. A veces se enoja por alguna pregunta en las conferencias y contesta saliéndose del tono normal. Y enseguida se le pasa. En la elaboración de su biografía, un par de veces saltó con una respuesta algo extemporánea. “No sé qué hago respondiéndote esta pregunta, contándote eso, a mí no me gusta hablar del pasado”, me manifestó alguna vez, y por unos instantes vi el proyecto caminar por la cornisa, pero a los dos minutos se le pasaba y seguía. “Pone cara de malo, pero no es malo, sino todo lo contrario, es de buen corazón”, lo definió Jorge Bombicino, que además de kinesiólogo y manosanta, es una especie de hermano mayor de Marcelo, columna espiritual y laboral fundamental en su cuerpo técnico. Han vacacionado juntos, compartido cenas. Bombi lo conoce como nadie, por eso su caracterización es certera como pocas.
Festeja la Sudamericana tras el 2-0 a Nacional de Medellín en la final (1-1 la ida).
“Gracias a Dios me tomé estos días para reflexionar, sino posiblemente el viernes hubiera cometido un error, hubiera dicho que no seguía –admitió-; me quedo porque me lo dicta el corazón. Se generó un vínculo muy fuerte, con la dirigencia, con Enzo, con la gente pero sobre todo en el compromiso que tengo con la institución”. El compromiso no es el año que aún le resta de contrato, porque tanto Marcelo como D’Onofrio saben que lo pueden cortar si una de las partes (el DT) desea hacerlo y no habrá ningún reclamo ni conflicto. El compromiso va más allá de un resultado. Es el papelito que un día les llevó al presidente y al secretario Guillermo Cascio para modificar y potenciar las instalaciones del predio de Ezeiza y que, un año después, se transformó en un centro de entrenamiento de primer mundo (River Camp), previa inversión de dos millones de dólares. El compromiso es la promoción de juveniles que terminarán de potenciar a River.
Bromeando con Teo tras ganar la Recopa en cancha de San Lorenzo (1-0 x 2).
Rodolfo D’Onofrio sintonizó de entrada con Gallardo. Lo valora no solo por su capacidad profesional, sino que también lo aprecia por sus virtudes humanas. Lo ve como un hijo. En la entrevista para Gallardo Monumental, al presidente se le pusieron los ojos rojos y estuvo a punto de quebrarse cuando recordó la charla íntima que mantuvo con Marcelo, en la concentración del Monumental, dos horas antes de la final de la Copa Libertadores ante Tigres de Monterrey. Como el DT no podía entrar al vestuario por una sanción (“de alguna manera voy a entrar, no se preocupen, no voy a dejar solos a mis jugadores”, había reconocido entre amigos, y finalmente entró), se quedó charlando de la vida (y no de fútbol) con el presidente, mientras el Monumental entraba en ebullición.
Con Alario, bajo la tormenta, en casa (3-0 a Tigres; 0-0 ida).
Que la relación entre el DT y el presidente sea tan fuerte, en lo humano y en lo profesional, ha sido, sin dudas, uno de los motivos por los que Gallardo decidió continuar en el cargo. Con Francescoli el vínculo también es cordial y franco, como casi todos los lazos que genera Gallardo. Sin chamuyo ni especulaciones. Se podrá equivocar, será obsesivo, calentón, apretará las clavijas de sus colaboradores y de sus futbolistas hasta el límite de la puteada, al punto de admitirlo públicamente como una de sus falencias (“a veces sé que se me va la mano”, declaró), pero nunca se lo podrá acusar de no ser frontal o de andar con vueltas. Cuando Cavenaghi le dijo, antes del cruce de cuartos de final con Cruzeiro en Brasil, que se iba a ir del club porque no se sentía cómodo y quería jugar más, Gallardo le contestó que no había problemas, que él jamás le abriría la puerta de salida a un ídolo como él. Y cuando el propio Cavenaghi, tres días después, tras el 3-0 en el Mineirao, le pidió una reunión para contarle que había cambiado de opinión y se iba a quedar para las instancias finales, el DT no fue rencoroso y lo recibió del mismo modo: “No hay ningún problema, Fernando, vos sos un ídolo del club y yo no te voy a marcar la puerta de salida como hicieron conmigo hace unos años”. Pero enseguida le aclaró: “Sólo te aviso que voy a traer tres delanteros y por ahí ni te toca sentarte en el banco”. Cumplió: en ese receso sumó a Alario, Viudez y Saviola. El destino (y las lesiones) quisieron que Cavegol fuera por primera vez titular en la Copa en la segunda final, la noche de la consagración. Otra prueba de que no es un resentido. Esta pequeña historia pinta bien a Gallardo.
La Suruga fue la cuarta vuelta olímpica del ciclo Gallardo, menos de una semana después de ganada la Libertadores: 3-0 al Gamba Osaka. Festejan Mercado, Vangioni, Driussi y Pity Martínez.
EL DT
Para determinar el lugar que ocupa Marcelo Gallardo en la historia de los entrenadores de River hay que considerar diferentes ítems. Y también es imprescindible la perspectiva que da el tiempo. La historia no empezó hace 5 años, como pueden creer muchos jóvenes cuyas vidas transitan casi exclusivamente por las redes sociales. La historia de River no empezó con Ramón Díaz, ni siquiera con Angel Labruna. José María Minella, por caso, no es solo el nombre del estadio mundialista de Mar del Plata, sino un ex futbolista que se inició en Gimnasia y Esgrima La Plata, que luego fue campeón dos veces en River y que como DT del Millo ganó 5 de 6 campeonatos disputados entre 1952 y 1957, en tiempos en que se jugaba un solo torneo anual, todos contra todos y a dos rondas. En esa época no existían Libertadores, ni Recopas, y mucho menos Surugas, por lo que ni siquiera tenía la chances de ganarlas, aunque en los años 40 se llevaba a cabo la Copa Aldao, entre argentinos y uruguayos.
Imagen inédita: con la Copa en manos (Recopa), tras vencer 2-1 al Santa Fe en el Monumental (0-0 la ida), entre Pity, Driussi y su secretario Rodrigo Sbroglia.
En el recuadro de pie de página armamos un podio de los 5 entrenadores más exitosos de River, con sus períodos, conquistas, máximos logros y cuentas pendientes. Gallardo hoy está segundo en la tabla de los hombres que más vueltas olímpicas dieron en River en su doble función de jugador y DT (14, al igual que Ramón, a uno de Labruna) y como entrenador está a 3 del que más ganó, el riojano. Lo que asombra de Gallardo es que todo lo consiguió en muy poco tiempo, apenas dos años y medio, y por ese motivo tiene el promedio más alto (1 títulos cada 5 meses). Sus equipos han dado sobradísimas muestras de carácter (un déficit histórico del club), han sabido hacer pata ancha en el ámbito internacional (otro déficit histórico del club), han eliminado a Boca en ese mismo terreno (otro más) y por eso la gente se ha consustanciado con los diferentes equipos que ha armado su adorado DT. Siempre se anhela lo que no se tiene. River ha desplegado un fútbol admirable en casi toda su historia, es su sello distintivo pero, salvo contadas excepciones, fueron equipos que aflojaban en las bravas. Este es todo lo contrario: luego de un arranque de ciclo con un juego digno del Barcelona, las criaturas del Muñeco se sostuvieron en la personalidad, en la búsqueda de protagonismo, pero sin un fútbol químicamente puro. El DT lo sabe más que nadie: es una de las cuentas pendientes.
D´Alessandro encabeza la última consagración, la más reciente, la Copa Argentina (4-3 a Central) que además le dio el pasaporte a la Libertadores 2017.
No es la única, claro. Ganar el Mundial de Clubes (para eso hay que dar un pequeño paso antes, la Libertadores) obtener el principal campeonato local (ya ganó el segundo en importancia, la Copa Argentina) y superar a Boca en el ámbito doméstico son objetivos que Gallardo se planteará de cara a 2017, después de recargar las pilas en sus merecidas vacaciones. Lo llamativo de este último semestre de 2016 es que aún jugando muy bien a cuentagotas en breves pasajes de partidos, aún sin poder disponer de sus refuerzos más costosos, como lo son Lollo y Larrondo (algún error se cometió ahí, nadie imaginó que casi no podrían jugar en todo el semestre), a pesar de todo eso, el River de Gallardo levantó las dos Copas que se definieron en esta parte del año (el torneo local recién tendrá campeón a mediados de 2017). Es un mérito grande, sin dudas.
“Me gustan los desafíos, me hacen sentir vivo –expresó en la conferencia de prensa-. No tiene sentido estar por estar en un lugar. Si me quedo, es para redoblar apuestas”. A Gallardo no le gusta mirar para atrás. Lo manifestó claramente cuando trabajamos en su biografía, y sostiene ese pensamiento en cuanto a su tarea profesional. Si en algún momento pensó en irse de River, no fue para no arriesgar el estatus conseguido. No se pone a pensar en lo que ganó. No es su estilo.
Lleva el cuentakilómetros a cero y mira para adelante, y su ambición por ganar lo estimula. En 2017 tiene campeonato (está lejos), Supercopa (vs Lanús), Copa Libertadores, Copa Argentina, un Torneo de Transición y, quién sabe, un Mundial de Clubes. Semejante batería de competiciones terminaron también sumando muchísimo para que el DT se inclinara por quedarse.
Partido bisagra del ciclo Gallardo: el 1-0 a Boca por la Sudamericana. Pisculichi ya metió el 1-0 y corre a abrazar a su DT (la noche de Barovero).
“Driussi necesitó un tiempo de desarrollo para ser hoy, con 20 años, el jugador que es. A muchos jugadores no se les tiene paciencia”, puntualizó también en la conferencia de prensa, y tiene razón Gallardo. Es un buen caso que sirve de ejemplo. En los dos años anteriores, jugando en una posición que no es la suya natural (volanteando) el Gordo naufragó en la intrascendencia. Casi no convirtió, le costó encontrar su lugar, y si había 3 de cada 100 hinchas de River que confiaban en él, era mucho. La mayoría pedía su salida. A mediados de año, lo buscaron Vélez y Huracán, entre otros. Gallardo habló con Driussi, le aseguró que tendría chances de jugar en su puesto preferido. Y Driussi explotó. No hay que olvidarse de que Gallardo sabe muchísimo más de fútbol que el 95% de los hinchas y de los periodistas (aunque se puede equivocar, por supuesto) y que tiene a los jugadores todos los días de la semana. Ve demasiadas cosas que el aficionado común, no. Driussi, además, cuenta con un IVA particular: es un chico formado en el club. River ha invertido en él 10 años en profesores, entrenadores, podría ser pensión (no es el caso). Y todo esto desemboca en otro caso que ha generado controversias, el de Augusto Batalla. Tiene 20 años, y el puesto del arquero es más ingrato que el del resto. Un futbolista de campo comete un error (no llega a un cruce, hace un foul, le pifia a la pelota) y no necesariamente ese error se traduce en gol en contra. Batalla arrancó con nervios, demostró cierta inseguridad lógica en los primeros partidos y luego se afianzó hasta ser reconocido por todos los medios como un gran acierto del DT. Goles salvados, vallas invictas en numerosos partidos lo llevaron a ser aprobado con buena nota por la crítica. Pero un error contra Boca y dos contra Central ya llevaron a la mayoría a decir: “Este pibe no puede ser el arquero de River”. Momento. Si el hincha confía casi a ciegas en Gallardo, pues entonces que también confíe en sus elecciones. Si no, hay una contradicción. Habrá que ver cómo se repone Batalla de esas últimas dos actuaciones fallidas, si encuentra rápido ese equilibrio emocional indispensable para un arquero. Condiciones técnicas le sobran (por algo fue arquero de los juveniles y lo quiso el Real Madrid), la clave es ver si consigue absorber positivamente las críticas y estas tensiones emocionales. Pero no olvidar que Gallardo lo ve todos los días. Y Tato Montes, el entrenador de arqueros, que sabe bastante más del asunto que la gran mayoría de hinchas y periodistas, también.
“Voy a seguir un año más”, avisó Gallardo a poco de empezar la conferencia de prensa tan ansiada, y aunque la palabra clave para todos era “seguir”, al mismo tiempo puso un límite. No dijo “voy a seguir”, dijo “voy a seguir un año más”. Como para que no le metan presión desde ahora. Si más delante siguen los éxitos y las ganas, y el vínculo tan aceitado con la dirigencia (difícil que cambie eso), no es ninguna locura imaginar que D’Onofrio vuelva a presentarse a las elecciones, que las gane (lo ilógico sería que ocurra lo contrario) y que lo convenza a su pequeño gran DT de seguir un tiempo más. “Gallardo será a River más de lo que Bianchi fue a Boca”, arriesgó sin titubear el presidente de River en la nota de las 100 preguntas de El Gráfico el 5 de noviembre de 2014, antes de ir al Monumental para ver el 3-2 de River sobre Estudiantes que selló el pasaporte a la semifinal de la Copa Sudamericana. Es decir: en ese momento de su declaración, Gallardo aún no había conquistado ningún título como entrenador de River. Por supuesto que le falta muchísimo para igualar la obra de Bianchi (3 Libertadores, 2 Intercontinentales, 4 campeonatos locales), pero la senda y, sobre todo la sensación de los hinchas de River (y también de la contra) es que el club ha encontrado a su gurú. Sus números (65 partidos ganados, 42 empatados, 29 perdidos; 58,1% de eficacia) no son arrolladores ni mucho menos. Son buenos, sí, pero no están a la altura de su tremenda productividad medida en títulos: 6 en dos años y medio, 6 finales ganadas sobre 8 disputadas. Hasta en eso se parece a Bianchi: pierde los partidos que puede perder, pero en los decisivos, tira toda la chapa a la cancha.
Sigue Marcelo Gallardo. River es feliz.
Por Diego Borinsky / Fotos: Nicolás Aboaf y Archivo El Gráfico / Ilustración: Gonza Rodríguez
Nota publicada en la edición de enero de 2017 de El Gráfico