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El genio de Messi

El capitán jugó un buen Mundial. Determinante en los cuatro primeros partidos, se plegó a las necesidades del equipo en el tramo final. La amargura del último trago no debe minimizar su aporte.

Por Redacción EG ·

15 de septiembre de 2014
  Nota publicada en la edición de Agosto de 2014 de El Gráfico

Imagen LEO HECHO PINTURA, imponiendo su habilidad entre cuatro marcadores belgas.
LEO HECHO PINTURA, imponiendo su habilidad entre cuatro marcadores belgas.
Advertencia: este texto no contiene ningún reproche para Leo Messi. Quienes quieran leer críticas, injurias y cuestionamientos varios, pueden abandonar la lectura en este punto.

Sobre nuestro escritorio están las seis ediciones especiales que produjimos durante el Mundial. En cinco está Leo en tapa. Las repasamos velozmente: “En Río hubo Lío” (Argentina 2-Bosnia 1), “Genio del fútbol mundial” (Argentina 1 – Irán 0), “Leo invita a soñar” (Argentina 3 - Nigeria 2), “¡Aguantá, corazón!” (Argentina 1 – Suiza 0, tapa de Di María, goleador en el alargue tras gran jugada de Messi), “Cantalo, cantalo…” (Argentina 1- Bélgica 0, Leo celebrando con sus compañeros) y “Orgullo nacional” (tras ganar la semifinal y perder la final, con Messi integrando la postal del equipo, imagen elegida para una portada homenaje a la gran campaña).

Para los enviados de El Gráfico, Leo promedió 7,42 puntos de calificación en sus siete presentaciones. Que si se quiere fueron ocho, ya que Argentina disputó tres alargues de 30 minutos, total 90 minutos.
Durante la primera fase, cuando el equipo no era tal y recurría a los destellos individuales para concretar sus victorias, tuvo un andar devastador: golazo inolvidable a Bosnia para cortar su sequía goleadora en Mundiales; gol fantástico para la victoria agónica contra Irán; doblete y función de lujo frente a Nigeria.
En el cruce de octavos ante Suiza, cuando el equipo atravesó la turbulencia más riesgosa, se encargó de bordar la jugada determinante, la que definió Di María a escasos tres minutos de ir a los penales. Una jugada que le valió el cuarto Man of the Match en cuatro partidos, hito que no alcanzó ningún otro jugador en la Copa.

De allí hasta el final, cuando Argentina varió el sistema y fue un equipo más sólido que audaz, también registró aportes trascendentes. Frente a la marca escalonada de Bélgica dio una cátedra de cómo defender la pelota en inferioridad numérica –lo marcaban de a cuatro–, manejó los tiempos que más le convenían al equipo, encabezó los contraataques con lucidez y estuvo a punto de engrosar el resultado en un mano a mano que le desactivó Courthois. Ya en semifinales, con Argentina afianzada en el rol de equipo tenaz pero también solvente para defenderse o digitar los ritmos a través de la posesión, Messi se debatió en soledad con su acompañante de turno en el 4-4-2 (primero Higuain, luego Palacio o el Kun). Dibujó una apilada espectacular que no pudo definir Maxi Rodríguez y convirtió el primer penal de la serie, clave para poner el 1-0 luego de la atajada de Romero a Vlaar.

“Falló en la final”, se sentencia ahora, con el diario del lunes 14. Concedamos que no jugó su mejor partido. Tuvo una actuación normal, humana. Así y todo, generó dos de las cuatro jugadas claras de Argentina: una corrida por derecha que cortó Boateng cuando él y Lavezzi estaban por empujarla dentro del área chica, y un mano a mano que salió a milímetros de un palo. Antes y después, ganó y perdió, pero intentó siempre.
“Messi le dio más al equipo que lo que el equipo le dio a Messi”, definió Mascherano al describir el sacrificio al que debió plegarse Leo por la metamorfosis de la Selección durante el desarrollo del Mundial. Tal cual. Con los problemas físicos que arrastraban los Cuatro Fantásticos, la reconversión táctica era esencial para llegar a la final y jugarla en un tono competitivo. Para compensar la fortaleza física y el segundo de velocidad que, por genética, siempre aventaja a los alemanes.

Imagen EL FINAL de la película, con la cinta de capitán y la medalla de subcampeón en la discreción de su espalda. También le dieron el Balón de Oro.
EL FINAL de la película, con la cinta de capitán y la medalla de subcampeón en la discreción de su espalda. También le dieron el Balón de Oro.
Así lo entendió Leo, que envió al matadero a su lucimiento personal para ponerse al servicio del equipo, encarnando un rol colaboracionista, un ladrillo más en la pared que se valía de la posesión en el medio para abortar el ritmo adversario y, a la vez, iniciar el tejido de las chances propias.

Así lo entendió Leo, ya sin dos o tres acompañantes por delante de su línea, sin oferta de pase y ni de distracción, con la misión ciclópea de capturar la pelota a cincuenta metros del arco y enhebrar un slalom frente a tres o cuatro custodios, entregado a un desplazamiento más de fondo que explosivo.
Así lo entendió Leo y lo hizo, porque asumió que había transcurrido un abismo táctico –y demasiados heridos en combate–, entre el “Somos Argentina” de su conferencia post-Bosnia y el ser Argentina con chances de llegar a la final y disputarla con un plan apto para ganarla.

Así lo entendió Leo, el genio que pudo ser jugador de España –nunca lo olvidemos–, pero eligió a su Argentina y ya le ofrendó un título Mundial Sub 20 y un oro olímpico, además de un subcampeonato continental y un subcampeonato mundial de mayores.

Así lo entendió Leo, aunque todavía haya ingratos que no lo entiendan.

Por Elías Perugino