Antes y después de Gallardo: del mercado outlet al River Premium en exactamente un mes
El rotundo cambio propiciado en apenas 30 días por la todopoderosa mano del emblemático entrenador que desembarcó en Núñez y cambió de un plumazo las reglas de juego.
RIVER PRESENTÓ A SUS REFUERZOS en un acto oficial que a esta altura parece parte de un pasado lejano pero que ocurrió hace exactamente un mes. Fue el 19 de julio cuando el presidente Jorge Brito encabezó la ceremonia en la que Adam Bareiro, Federico Gatoni, Jeremías Ledesma, Franco Carboni y Felipe Peña Biafore exhibieron orgullosos sus camisetas con la Banda Roja y un protagonista hoy olvidado lució su mejor sonrisa: Martín Demichelis.
El por entonces técnico riverplatense se aprestaba a afrontar los octavos de final de la Copa Libertadores, la gran obsesión del segundo semestre, con una nómina de incorporaciones para nada despampanante, de la que ninguno parecía hacerse dueño indiscutido y desde el vamos de un lugar entre los titulares.
Ni siquiera Adam Bareiro, cuya llegada desde San Lorenzo fue una novela con interminables capítulos, arribó con la certeza de jugar, habida cuenta de que en su puesto el amo y señor es Miguel Borja, goleador implacable y determinante.
Apenas diez días más tarde Demichelis ya no formaba parte del proyecto y de manera tan inesperada como rimbombante se dio la vuelta del ídolo absoluto: Marcelo Gallardo, quien para concretar su añorado regreso estipuló condiciones muy distintas a las de su antecesor.
Por eso en el mercado de pases hay un antes y un después del Muñeco; una predisposición y actitud para cerrar figuras que es el día y la noche respecto de lo realizado hasta el 27 de julio, el día que se supo que lo de Demichelis no iba más.
Así, en un santiamén, se pasó del mercado outlet al River Premium que contrató verdaderos pesos pesados y en el que la figura imponente de Napoleón, la seducción de formar parte de sus ejércitos y su poder de convencimiento ejercieron su notable influencia para que futbolistas que parecían alejados del radar Millonario se hicieran visibles en el panel de control y pidieran pista para aterrizar en Núñez.
El hasta hace poco dubitativo Germán Pezzella, que coqueteó en la previa de la Copa América con la chance de volver, decidió en un segundo el retorno una vez que Gallardo se sentó en el banco y lo tocó con su mano poderosa para ungirlo en adalid de su segundo ciclo.
Como un Jesús futbolero que obra milagros y convence con sus sermones, Gallardo chasqueó sus poderosos dedos y las aguas del Mar Rojo y Blanco se abrieron para facilitar la llegada de otras dos magnánimas piezas rendidas a los pies del gurú de la táctica y la motivación: Fabricio Bustos y Maxi Meza hicieron todo lo que tuvieron a su alcance y más para que la experiencia multisensorial de ser dirigidos por Gallardo se convirtiera en realidad.
Y como si con ello no bastara, el manantial de estrellas no se agotó e hizo emerger de sus vertientes a otro campeón del Mundo: Marcos Acuña (también tentado por el discurso convincente del Muñeco), que este martes se sumaría a un plantel que de la noche a la mañana, en un abrir y cerrar de ojos, pasó de la austeridad a la opulencia por los designios cuasi divinos de Gallardo.
¿Qué será de aquellos nombres presentados el 19 de julio y, en algunos casos, olvidados el 19 de agosto? Por ejemplo, Gattoni, Carboni y Peña Biafore ni siquiera están en la lista de los octavos de final que River espera superar ante Talleres este miércoles en el Monumental.
El rotundo y meteórico cambio en la política de contrataciones que convirtieron a River en un mega equipo con altas chances de levantar su quinta Libertadores en un raid de apenas seis partidos de acá en adelante, magnifica la fortaleza del emperador que volvió para restaurar su reino al detentar la suma del poder público.
Al mismo tiempo minimiza la figura vilipendiada y resquebrajada de un DT que desde México observa el radical cambio de situación en el sitial del que lo movieron. Y una ironía más del destino: el mismo Maxi Meza que jamás pensó tener en su River, dejó su Monterrey para alimentar la potencia motora del River de otro.
"Lo que quiero, lo tengo", parece ser el lema de un Gallardo sabedor de que con la rutilancia de los nuevos nombres no puede fallar en la consecución de otro objeto de deseo al alcance de la mano y a la vuelta de la esquina: la quinta Libertadores.
Con tamaños intérpretes, se achica el margen de error y lo que hoy es un irrefrenable anhelo se convierte en estricta obligación.
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