Las Entrevistas de El Gráfico

Javier Filardi, ese vicio de ganar

Séxtuple campeón de la Liga Argentina, cuenta su historia: desde sus inicios en Banco de Córdoba hasta conocer la gloria en Bolívar y hacerla eterna en UPCN. Volvió a la Selección como capitán en 2014, aspira a jugar la final del Mundial de Clubes en 2015, y sueña con ser olímpico en 2016.

Por Darío Gurevich ·

30 de agosto de 2015
Imagen La conquista que más valora no es un título, sino haber sido tercero en el Mundial de Clubes 2014. En octubre, tendrá revancha en la versión 2015 del torneo.
La conquista que más valora no es un título, sino haber sido tercero en el Mundial de Clubes 2014. En octubre, tendrá revancha en la versión 2015 del torneo.
“Me cuesta chapear. Cuando estoy afuera del ámbito del vóley, trato de pasar inadvertido. Si me tuviera que presentar, diría que me llamo Javier Filardi y que soy cordobés de alma y jugador de vóley. No me gusta mostrar qué gané, ni dónde jugué. No sé venderme muy bien”.

El capitán de la Selección, uno de los dos tipos con más títulos en la historia de la Liga Argentina tras lograr seis –al igual que Demián González–, sorprende al revelar cómo siente y piensa, al desnudar su sencillez, más allá del espacio de privilegio que ocupa. A menos de un minuto de haber comenzado la entrevista, no asombra que haya preferido sentarse a conversar a metros de la puerta principal del CeNARD, sobre una tarima de cemento a la intemperie, en la que el sol pega lindo y se disimula el frío.

La construcción mediática sobre su humanidad data de un hombre que a los 35 años es leyenda en la órbita nacional; se le valora su reciclaje y su presente de ensueño en UPCN Vóley, su liderazgo y su vigencia en el seleccionado, y su pasado perfecto en Bolívar, equipo en el que empezó a sumar campeonatos. Sin embargo, esa resulta apenas una parte de su historia.

“Nací en Argüello, y mi papá, Luis, decidió que nos alejáramos de la ciudad de Córdoba y nos fuimos para Unquillo. Era campo, calles de tierra, y nos preguntábamos de qué íbamos a vivir. Pero mi viejo siempre fue un buscador. Cuando parecía que no había nada, hizo una casa y al lado se puso su local: una ferretería. Hoy, sigue en el mismo rubro”, afirma y sonríe.

-¿Cómo eras de chico?
-Sucio, tenía el pelo larguísimo, rubio; me encantaba estar en la calle: andaba en bicicleta, le ponía peso a los autos para correr carreritas, salía con mis primos, y jugaba al fútbol, al rugby, a lo que fuera, porque con mis hermanos hacíamos muchas actividades. En el colegio, me iba muy mal; era conflictivo para mis viejos en ese sentido. Y mi carácter no lo cambié. Siempre fui el que estaba alegre en los grupos, el que trataba de hablar con los compañeros, de tirar para adelante y que no se me cayera ninguno.

-¿Quién te introdujo en el vóley?
-Mi familia es del vóley: mi vieja, Silvia Yolanda –“No olvidemos su segundo nombre”, acota a las carcajadas–, juega, mi viejo jugó, mis hermanos y mis primos lo practican de manera amateur. Todos los domingos jugábamos sobre el pasto en la chacra de mi tío, y era una obligación. En el colegio, nos agarraron a tres o cuatro chicos, nos llevaron a probarnos al club Banco de Córdoba, y empecé a los ocho años junto a Sebastián Garrocq, compañero mío en UPCN y en la Selección, y Sebastián Fernández. Me gustó, porque había un profesor que llevaba muy bien al grupo, que nos adoptó como si fuésemos sus hijos. Después, me enganché tanto que a mis amigos del barrio los hacía jugar al vóley.

-¿Cuándo supiste que vivirías del deporte?
-Hubo un quiebre en 1998, cuando arranqué en el seleccionado juvenil y me llamaron para ir a Obras de San Juan. Tenía que decidir entre jugar o estudiar. “Si querés probar unos años, andá; te banco”, me dijo mi viejo. En esa época, no se ganaba un peso, casi que pagábamos para jugar… Al final, me fui para San Juan: debuté en la Liga Argentina, jugué de punta y de líbero, posición que aparecía, pero anduve más o menos porque volvía seguido para Córdoba. Como iba a un acelerado, rendía materias y era un quilombo. Al año siguiente, arreglamos en Monteros con Seba Fernández. Lo único positivo era que jugábamos la Liga al ser titulares indiscutidos. Pero vivir en Tucumán fue complicado: parábamos seis en una misma casa, comíamos de una olla comunitaria, y no nos dejaban salir ni a tomar un café; y nosotros éramos jóvenes… Si íbamos a un boliche, la gente del lugar nos echaba. Salir con una chica de la ciudad era toda una historia, nos escondíamos… Encima, nos pagaban dos mangos y debíamos ganar porque el club es histórico en el vóley y la cancha se llenaba. Recuerdo que peleábamos el descenso, y los dirigentes nos anticiparon: “Si se quieren quedar, no hay problema. Pero este mes no van a cobrar”. Nosotros nos quedamos, mantuvimos la categoría, y nos renovaron los contratos con una pequeña mejora para el 2000. Pero la presión por ganar estaba, y al equipo no le daba para pelear.

-¿Imagino que, tras fichar para Alianza Jesús María, se te modificó el mapa?
-Sí, era distinto porque se trataba de Córdoba y siempre quise jugar la Liga para un equipo de mi ciudad. Se sumó, además, un grupo de pibes muy divertidos: Guille García, Scholtis, Reale… Sentíamos al club nuestro; encima el padre de Seba Fernández nos dirigía, y el asunto era más profesional. No nos presionaban por conseguir victorias, pero nosotros queríamos ganarles a los grandes. Entonces, nos matábamos entrenando y apuntábamos un poquito más alto.

-¿Qué anécdota recordás y todavía te reís?
-Teníamos un colectivo viejo para viajar a jugar. Le habíamos sacado la mitad de los asientos, tiramos colchones y dormíamos todos juntos. Se parecía más a un viaje de estudios que a jugar la Liga. Pero eso hizo que confiáramos en el compañero y fortaleció al grupo, que es más importante que las individualidades.

Imagen Festeja con el alma en el triunfo ante Bélgica, por 3-2, que dejó tercero al seleccionado en el Grupo 2 de la Liga Mundial 2015. Volvió a la Selección en 2014, y a los 35 años, está intacto.
Festeja con el alma en el triunfo ante Bélgica, por 3-2, que dejó tercero al seleccionado en el Grupo 2 de la Liga Mundial 2015. Volvió a la Selección en 2014, y a los 35 años, está intacto.
Pausa. Marche al congelador su carrera en clubes para tocar su experiencia en la Selección. “Competí por primera vez con la Mayor en un Sudamericano en 2003, y tuve un debut soñado en la Liga Mundial en 2005, contra Grecia en el Luna Park. Perdíamos 0-2, entré, ganamos 3-2, y me eligieron el mejor jugador –enfatiza–. Hasta el 2010, fui parte del plantel. En ese año, me desafectaron y la pasé mal. No me gustó la forma, porque había jugado muy pocos partidos como para saber si podía estar o no en el equipo”.

Ahora sí: desarrollado el paréntesis, a descongelar su trayectoria. Porque el receptor punta que conserva el vicio de ganar desconocía las mieles del éxito. Sólo había alcanzado las semifinales de una edición de la Liga con Jesús María, y había crecido al realizar una buena temporada en Tenerife, España, allá por 2005. La aguja no se movía de ahí hasta que le sonó el teléfono de cara a la campaña 2006/07. “Me llamaron al mismo tiempo para jugar en Francia y en Bolívar; decidí volverme al país porque Bolívar apuntaba a salir campeón, y yo quería ganar una Liga sí o sí”, confiesa.

-Lograste cuatro en fila, además de haber sido campeón sudamericano y cuarto en el Mundial de Clubes en 2010. ¿Qué hábito cambiaste en esos cuatro años para convertirte en un ganador serial?
-El jugador ganador se hace, justamente, ganando, y te acostumbrás a eso. Excepto Pablo Meana y el Caño Spajic, el resto de aquel plantel estaba integrado por muchos buenos jugadores que no habían conseguido un título. Y nos agarró a todos en una linda edad, entre los 23 y los 26 años, en la que vivíamos bien del vóley, aunque nos faltaba ganar. Entonces, con Javier Weber a la cabeza, nos entrenábamos duro… Meana y Spajic nos ayudaron a crear esa mentalidad, y no aflojábamos. Y empezó la racha ganadora, y todos los años mejorábamos más detalles, salvo en el cuarto porque hubo un desgaste.

-¿La competencia interna te llevó a dar un salto de calidad?
-Sí; cuando llegué al club, Guille García, Badá –un brasilero súper reconocido– y yo peleábamos por jugar. La competencia sana no dejaba de ser competencia. Existía a muerte. Con Guille, éramos vecinos, andábamos juntos… Pero cuando entrenábamos, parecíamos casi enemigos: él estaba del lado de los suplentes y quería mi lugar o el de Badá. Nunca lo hablamos, pero lo sabíamos. Después, entró y se mantuvo. Badá había quedado retrasado por una lesión, y cuando ingresaba, jugaba dos puntos como si fuera campeón del mundo. No se mezquinaba nada, y esa competencia interna nos llevó a crecer.

-¿Qué enseñanza te dejaron tus siete temporadas en Bolívar?
-Aprendí mucho de Meana. El loco me enseñó a entrenar en serio, a buscar todas las pelotas… Porque si él se tenía que pelear con Spajic, que era su gran amigo, por un simple toque, lo hacía. Pocos jugadores tienen esa actitud.

-¿Creías que tu carrera estaba terminándose hace dos años?
-Sí; Bolívar achicó el presupuesto para 2013/14 y me dejó libre. Podía irme a un equipo más chico, sin tanta exigencia, o al exterior otra vez. Pero prioricé a UPCN antes que el dinero, porque era una buena opción para seguir ganando. Además, Fabián Armoa es el entrenador, que me dirigió en Vélez en 2001 y en la Selección en 2005, y coincido mucho con su forma de vida y en cómo lleva al grupo. Entonces, me generaba confianza entrenarme de nuevo con él. UPCN ya había logrado la Liga tres veces seguidas, sabía cómo ganar. Lo único que tenía que hacer era recibir y atacar, y acomodarme rápido al equipo.

-¿Cómo se explica el fenómeno de UPCN, un club joven que es pentacampeón argentino, campeón sudamericano y tercero del mundo?
-Trabajamos horas en el gimnasio de pesas y de vóley, y nadie tiene coronita; ese es un mérito de Fabián. Tanto el número 1 como el 14 del equipo son indispensables. El cuerpo técnico y los jugadores defendemos la camiseta como si fuéramos del club de toda la vida, y el grupo que se armó es muy unido. Influye la corta distancia, que es lo que se pierde en Buenos Aires, porque el asado se organiza en 20 minutos en San Juan, y esa buena onda es importantísima para subir el rendimiento. La motivación siempre es al máximo, y mantenemos el hambre de gloria porque tenemos un jefe que está loco. Pepe Villa quiere más, no se conformaba ni con haberle ganado al SADA Cruzeiro, el mejor equipo del mundo, el Sudamericano de este año en San Juan, que nos clasificó al Mundial de Clubes, que empieza a fines de octubre. El loco es así: apuesta fuerte y baja la línea para todos.

-¿El equipo está capacitado para ganar el Mundial de Clubes?
-Es que UPCN creó esto. Al comenzar la temporada pasada, era difícil repetir los logros y nos superamos; y en el Mundial de Clubes, salimos cuartos, terceros (UPCN es el único equipo argentino que se metió en el podio en el torneo), y ahora queremos subir un escalón. O sea, jugar la final del mundo (se ríe). Ese es el gran objetivo; después, habrá que mantener los títulos argentino y sudamericano.

Imagen Se estira para salvar una pelota en el mismo partido. Se ilusiona con disputar los Juegos Olímpicos en 2016.
Se estira para salvar una pelota en el mismo partido. Se ilusiona con disputar los Juegos Olímpicos en 2016.
-¿Cuándo tomaste la real magnitud de los títulos que ganaste?
-El Sudamericano y la Liga de este año tuvieron otra repercusión en comparación con mis títulos anteriores. Una locura total. Hoy, en San Juan, me reconoce todo el mundo, pero juro que no era así el año pasado. Haber ganado la Liga seis veces suma en la gente. Pero, para mí, no es tan importante. Capaz lo valoraré muchísimo cuando me retire. Como sigo en actividad, me cuesta asimilar que soy una parte de la historia de la Liga Argentina. Ahora no miro los logros porque sería quedarme en el tiempo, y busco nuevos objetivos. Igualmente, todo lo que conseguí se lo debo también a compañeros, a cuerpos técnicos y dirigentes.

-¿Cómo clasifica en tu valoración haber sido tercero en el último Mundial de Clubes?
-Es el logro más importante de mi carrera. Era mi tercera participación en ese torneo, y venía de haber perdido una buena chance de ser tercero con Bolívar. Esa conquista es una de las que más disfruté, la que más la peleé; cuando jugamos por ese puesto, era como la final del mundo. Después, valoro mucho el Sudamericano que ganamos este año, en San Juan, delante de nuestra gente.

-El año pasado retomaste en la Selección y te confiaron la capitanía. Mejor no te podría haber salido, ¿no?
-Siempre deseé volver a la Selección, porque me había ido mal en 2010. Es difícil regresar a los 34 años y mantenerte. Julio Velasco me dio la chance y le estoy agradecido. El Mundial lo disfruté un montón, porque Polonia es la cuna del vóley. Siento orgullo por venir a entrenarme y le pongo todo, porque no sé cuánto tiempo voy a estar acá.

-Muchos hablan de Velasco, por su monstruosa trayectoria, pero pocos saben cómo es. Contanos alguna particularidad sobre él.
-Cuando camina, se parece a un científico. Anda con los pelos volados… Es un tipo que te interesa escucharlo, que te enseña porque te motiva a cambiar. Nosotros desarrollamos el trabajo habitual más cosas nuevas, y está bárbaro. A veces nos preguntamos: “¿En qué pensará?”. Intentamos entrar en su cabeza porque nos puede servir para el juego, pero siempre te sorprende con su salida. Después, es un hombre común que bromea, mismo en el final de los entrenamientos. Pero, como hay tanto respeto hacia él, no hay devolución del chiste.

-¿Cuáles son esas cosas nuevas?
-Los trabajos que hacemos. Por la mañana, le metemos pesas, pelota, unos ejercicios de pesas que no duran ni media hora; por la tarde, saque y pase, y otra media hora de pesas. Así rompimos con la hora y media de pesas de corrido, y es muy bueno para nosotros porque el gimnasio es lo que menos nos gusta. Entonces, vamos motivados para trabajar con las pesas y aprovechamos más el físico para movernos con la pelota porque no llegamos tan cansados.

-¿Qué conceptos transmitió Velasco?
-Jugar en equipo, un aspecto difícil de inculcar porque la Selección no estaba acostumbrada a eso. Además, intentamos tener volumen de juego, cuidar la pelota cuando no está buena, arriesgar cuando sí lo está, y entender a qué jugamos. Cuando uno toma una decisión, el equipo debe saber que eso no surgió de la improvisación, que nadie se cortó solo.

-¿A qué le apuntan?
-Terminamos 11º en el Mundial 2014, terceros en el Grupo 2 de la Liga Mundial 2015, y queremos posicionar al seleccionado más arriba tras ganar algo importante. El objetivo a corto plazo es clasificarse a los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro.

-¿Qué te queda por cumplir?
-Me gustaría jugar la final del Mundial de Clubes, y si bien no me quiero saltear este año con la Selección, disfrutaría al disputar los Juegos Olímpicos de 2016. Nunca participé en los Juegos, me quedé afuera de Atenas 2004, y si nos clasificamos y voy, competiría con todo lo que tengo adentro.


Imagen Mientras esta revista se imprimía, buscaba su medalla con la Selección en los Juegos Panamericanos de Toronto.
Mientras esta revista se imprimía, buscaba su medalla con la Selección en los Juegos Panamericanos de Toronto.
Fierrero y familiero

“El enduro y el motocross me gustan, y los disfruto con mis amigos. También, me encanta ver el rally; desde chiquito, soy un apasionado porque íbamos con mi familia a mirarlo, y todos los años tratamos de ir. Siempre intenté salirme de la rutina del vóley y me incliné por esto. Tengo 14 amigos que tienen motos, y a todos se las hice comprar. Cada vez que puedo, doy una vueltita con cuidado y precaución. Me entusiasma irme al campo, a la montaña, y andar por ahí. Tengo un montón de anécdotas: dormí acostado entre los yuyos, con cinco o seis grados, en el medio de El Cóndor; dejé una moto tirada y la busqué al otro día, me perdí en el Cerro Champaquí, disfruté de incontables asados. Todo esto me llena el alma, al igual que compartir tiempos con mi familia”, cuenta Javier Filardi que, tras el cierre de esta edición, esperaba su segundo hijo con Luciana. A Agustín –de tres años–, se le estaba por sumar Martina.

Por Darío Gurevich / Fotos: Emiliano Lasalvia

Nota publicada en la edición de agosto de 2015 de El Gráfico