1987. Los 7 locos
Ser wing derecho y rayado han pasado a ser sinónimos dentro del fútbol. De Caniggia para atrás: Garrincha, Houseman, Bernao, Mastrángelo, Corbatta, Perinetti y más.
Claudio Paúl Caniggia estaba viendo televisión un domingo por la noche y el comentarista anunció: "¡Está con nosotros el señor Gol!" El wing derecho millonario le preguntó a su compañero Troglio: "¿Quién es el señor Gol?" Troglio le explicó: "El Toti Iglesias". Y Caniggia, en el colmo del despiste, volvió a preguntar: "¿Quién es Iglesias?".
Cuando conocimos la anécdota, pensamos instintivamente en un número 7 del pasado. Uno de los más famosos. Uno de los más geniales. Manoel Francisco dos Santos, Mané para sus compañeros, mundialmente conocido como Garrincha. Dos veces campeón del mundo con Brasil, nunca se preocupó por saber contra qué rival jugaba. Y cuando le preguntaban "¿Quién te marca esta tarde?", contestaba invariablemente "Joao. . ." Saber quién iba a marcarlo lo tenía totalmente sin cuidado. ¿Arrogancia, confianza ilimitada, tendencia a sobrar? Nada de eso. Simplemente, era un dato que no le interesaba. Una vez en la cancha, ya veda cómo era el "Joao" de turno y cómo se las ingeniaba para superado. El juego de Caniggia tiene un notable aire de familia con el de Garrincha. En la forma de encarar rectamente hacia el defensor que debería estar saliendo a su encuentro, provocando la confrontación directa para eliminado con una finta impredecible. El de enfrente sabe que Caniggia intentará pasarlo, normalmente por afuera. Lo sabe todo el estadio. Lo que ninguno sabe, salvo el mismo Caniggia, es el instante exacto en que el botín derecho de Caniggia deslizará suave pero enérgicamente la pelota hacia un costado para arrancar en una aceleración explosiva. Así era Garrincha. Así enloqueció a todos los defensores del mundo que quisieron controlarlo. "Garrincha nos deja acomplejados. Hace siempre lo mismo. . . pero pasa siempre", fue la compungida confesión de Gunnar Green, prócer de la Selección Sueca que disputó contra Brasil la final del mundo en 1958.
Es claro que a Caniggia le falta la trayectoria del gran puntero carioca. Y su vida tumultuosa, intensa, su destino dramático: cuando murió, a los 49 años, llevaba cuatro matrimonios y doce hijos, diez de ellos mujeres. Garrincha era moderno, desgarbado a causa de una pierna defectuosa ("Garrincha es la prueba de que, en materia de fútbol, Dios escribe recto por piernas torcidas", en la poética síntesis del colega carioca Armando Nogueira), y Caniggia es rubio, elegante, armoniosamente construido. Pero futbolísticamente la similitud es enorme. Los dos son —y permítaseme el presente admirativo para el inolvidable Mané— puro instinto. Juegan así porque así lo sienten. Cuando a Garrincha le preguntaban cómo hacía para dejar a sus rivales en el camino, su respuesta era de una simplicidad casi infantil: "Ellos se descuidan y yo paso. . ." Nos imaginamos que Caniggia podría dar la misma encantadora explicación. En el Torneo Preolímpico de Bolivia, nuestro compañero Hugo Suerte le vio hacer cosas como ésta: se cruzó en diagonal para recibir un pase al vacío y, mientras la pelota llegaba, se acomodó el pelo con una mano y paró la pelota con el pecho para seguir la jugada. Los suplentes festejaron jocosamente esa acción del wing, típica salida de un futbolista que hace siempre lo que siente, sin elaborar mentalmente la acción espontáneamente.
Cuando la Selección de Brasil inició el Mundial de 1958, el rendimiento de su ataque no conformó para nada a la comisión técnica que dirigía Vicente Ralo Feola. Se hacía necesario cambiar piezas. Pelé, un joven de 17 años que había llegado a Suecia can una rodilla lesionada, era uno de los que debían ingresar. El otro candidato era el puntero derecho del Botafogo, Garrincha. Se lo mandaron al siquiatra de la delegación para que le hiciera un test. El resultado fue descorazonador: "Este tipo tiene botellas en la cabeza", anunció el médico. Pero Didí y Nilton Santos intercedieron por él: "Doctor, crea en nosotros. Garrincha lo único que sabe es jugar al fútbol. Déjelo entrar que él nos hará ganar la Copa". Es evidente que nadie sabe más sobre un jugador de fútbol que otro jugador de fútbol.
Garrincha entró, enloqueció a los soviéticos, a los galeses, a los franceses y así llegó Brasil a la final de la Copa, contra los dueños de casa. Los suecos convirtieron el primer gol. Didí sacó la pelota del arco brasileño y, mientras iba hacia el centro de la cancha, confesó haber pensado una sola cosa: "Dar aquelha bola ao Garrincha ." Así lo hizo. Y a partir de Garrincha, su dribbling desconcertante, su llegada cerca del palo y sus centros rasantes buscando una pierna que los desviara hacia la red, Brasil edificó una contundente goleada y conquistó su primera Copa del Mundo.
Era un crack con alma de niño. Al terminar el encuentro Suecia 2, Brasil 5, Garrincha le preguntó a Nitton Santos: "¿Por qué se abrazan tanto?" "Porque terminó el juego, ganamos la Copa", fue la paciente explicación de Nilton. "Ah... ¿No tiene segundo turno?" —volvió a preguntar Mané. Durante el Mundial se apareció en la concentración brasileña con una espléndida radio recién comprada, escuchando música. Cuando el locutor pasó la tanda de avisos en sueco, lógicamente, el masajista Mario Américo vio la oportunidad de hacerse de una radio moderna. ..
—Mané, ¿usted compró esa radio?
—Compré, sí. ¿Por qué?
—usted es un bobo! Esa radio habla sólo eh sueco y usted no entiende nada de esa lengua... Se van reír de usted.
—Tiene razón. ¿Qué hago ahora?
—Muy simple, Mané. Me la vende a mí.
–No me gusta que los demás se rían de mí… Garrincha aceptó y Mario Américo pagó cuarenta dólares por la radio que a Mané le había costado cien...
Esta historia de los siete locos se remonta a los tiempos de leyenda, anterior al profesionalismo. De cuando los punteros derechos no llevaban número en la camiseta o el pantalón, pero ya tenían su linda rayadura. Al Mundial de 1930, el primero de todos, jugado en Montevideo, fueron con Argentina en esa posición dos espléndidos ejemplos de locura: Carlos Peucelle, a quien le decían Barullo, y Natalio Perinetti, a quien apodaban La Loca. Natalio era uno de los últimos exponentes del Racing glorioso de la era amateur. Cuando todos los jugadores modernizaban su equipo, usando los pantalones cortos, Perinetti los llevaba debajo de la rodilla. Era como un desafío al paso de los tiempos. Vivía cerca de mi barrio, en Remedios de Escalada, y por él me enteré de una anécdota vivida en la cancha de Estudiantes de La Plata: "Cuando estaba Pedro Ochoa, entraba en juego seguido porque Ochoíta era un insider que jugaba para su wing. Pero después, me dejaban olvidado sobre la raya derecha. Esa tarde, en La Plata, la pelota no me llegaba nunca y tomé la decisión: "Si no me la pasan, me voy de la cancha..." Empecé a caminar por la raya, hacia el túnel. Iba terminando el primer tiempo. En ese momento me tiraron una pelota. Con toda la bronca que tenía adentro le pegué un voleo. Quise tirarla a cualquier parte y la metí en el arco por un ángulo. Yo que nunca pateaba el arco, porque mi misión era llegar al fondo y colocar el centro, había marcado un golazo. Seguí caminando sin festejarlo, bajé los escalones, llegué al vestuario y empecé a cambiarme. Cuando llegaron mis compañeros les costó muchísimo convencerme para que saliera a jugar el segundo tiempo..."
Ese agudo observador que era Pepe Peña encontraba en el olvido que generalmente padecen los que juegan de wing derecho una de las causas básicas de la locura que suele aquejar a los número siete: "En todos los equipos hay mayoría de jugadores diestros. Por comodidad de pierna y perfil, habilitan casi siempre a la izquierda. Los zurdos son muy pocos y casi todos tienden a gambetear, casi ninguno la cruza a la derecha. Entonces, el pobre wing derecho se muere de soledad y de angustia. ¿Cómo podes pretender que no se vuelva loco...? Y hacía la lista: "Pierino" González, Corbatta, Bernao, Houseman, Perfecto Rodríguez... Carlos Peucelle se salvó de la locura porque fue el primer wing derecho que decidió rebuscársela atrás, por el centro o por la izquierda, tratando de conseguir por las suyas esa pelota que pocas veces viajaba hacia la punta derecha. "Pensar que por mi estilo de juego, corriendo por toda la cancha, me decían "Barullo". . . Hoy les llaman polifuncionales...", reflexionaba Carlitos treinta años más tarde de su apogeo cuando, retirado del fútbol activo, era un auténtico maestro de las generaciones juveniles. I n día, cuando ya no jugaba Moreno porque V se había ido a México, el insider derecho riverplatense se acercó tanto para hacerle un pase a su wing que terminó en "una entrega a domicilio", como las llamaba Pepe Peña. El wing derecho, uno de los tipos más divertidos y pintorescos del fútbol argentino, le estrechó la diestra mientras le decía: "Aristóbulo Deambrosi. ¡Mucho gusto!" El pollo Deambrosi tenía salidas geniales. Era un cuentista famoso por sus relatos sobre un supuesto tío que se llamaba Segundo Cruz y que, como no sabía leer, firmaba "2 X". Un antecesor, a su manera, de los cuentos de Heber Mastrángelo, otro riquísimo personaje de la punta derecha, sobre el Turco Abdala. Como aquel del viejo de Abdala que un día salió de caza por los campos cercanos a Rufino y encontró un loro en la rama de un árbol. Le apuntó con la escopeta y el loro lo frenó: "No tirés turco bruto que soy un loro..." El Turco viejo bajó la escopeta y le dijo muy respetuosamente: "Berdone, señor; creía que era un bájaro..." Mastrángelo era tan vivo que aprovechaba su gracejo para relatar cuentos en pleno partido. Se acercaba a su marcador y le preguntaba: "¿Conocés el cuento aquel de...? El rival lo sacaba zumbando: "Salí de acá, loco, no me desconcentrés..." Heber lo hacía para distraerlo, para sacarlo del clima del partido, mientras él espiaba de reojo la pelota para picarle en el momento justo y ganarle el lado de adentro... Otro loco lindo de la punta derecha fue Perfecto Rodríguez. Tenía dichos notables. Como su evocación de la defensa de Chacarita Juniors en los años cincuenta: "¡Qué defensores teníamos! Te pasaban la pelota con contrario y todo. . ."
Oreste Omar Corbatta apareció en Racing, con 19 años recién cumplidos, en marzo de 1955. En alpargatas, con una camisa a cuadros y respirando olor a campo. Venía de Chascomús. Un dirigente le preguntó: "¿Dónde dejó la valija, Corbatta?" "¿La valija? ¿Qué valija?", fue la respuesta. No tenía nada más que lo puesto. Y así sería siempre. Un ser solitario y desprotegido escondido detrás de un jugador genial.
—Todos hablan de Maschio, de Sívori, de Angelillo —decía Néstor Raúl Rossi evocando al cuadro argentino que ganó el Sudamericano de Lima en 1957—. Es cierto que los tres la rompieron, pero el genio de ese equipo fue Corbatitta... Corbatta era un número 7 distinto, moderno, sin posición fija. El asistente ideal para un patrón de la talla de Pipo Rossi, cuyo vozarrón resonaba en las tibias noches limeñas, recriminándole alguna jugada errática; "¡Corbatta! ¡Corbatitta! A tu entierro voy a mandar dos coronas en vez de una...”
No le molestaba que lo llamaran loco. "Si es casi un piropo al lado de otras cosas que te gritan del alambrado", solía decir. Ganó ese apodo por ser wing derecho y así lo decretaba la historia, y por su manera de jugar, sin puesto fijo. Un día, jugando contra Chacarita, arrancó con la pelota hacia su propio arco. Los compañeros le gritaban pero él seguía. Lo apretaban dos rivales: Restivo y Mario Rodríguez. Salió Negri del arco para pedirle la pelota. Cuando Corbatta lo vio, frenó, giró y arrancó hacia el arco de Chaca mientras sus rivales se comían la frenada y la cargada de la hinchada de Racing. En la revancha, cuando le tocó ir a San Martín, Restivo se vengó de aquel freno metiéndole un cabezazo y lo echaron de la cancha a los dos minutos de juego.
En la serie de clasificación para el Mundial de México, Corbatta le hizo un gol inolvidable al arquero chileno Quitral, la tarde que la Selección Argentina ganó 4-0 en cancha de Boca. A raíz de esa actuación y ese golazo, un periodista chileno le encontró la definición justa: "Es un jugador de dibujos animados". Su juego tuvo la sorpresa y la alegría de Cantos Chaplin. Y también su tristeza de vagabundo entemecedor...
Pepe Peña lo tenía muy claro: "Si el Chueco García era el Poeta de la Zurda, Raúl Emilio Bernao es el Poeta de la Derecha". Viniendo de un tipo tan exigente como Pepe, era un gran elogio. Ampliamente merecido, por otra parte. Detrás de su aire ausente, como si el partido se jugara en otra cancha, con su pinta de tipo raro y desconcertante, Bernao era un jugador de lujo. Nunca un acompañante. Siempre un protagonista fundamental. Casi todas las grandes performances de Independiente en los años sesenta coincidieron con los grandes partidos de Bernao. Y no era que Bernao andaba bien porque el equipo levantaba su rendimiento. El equipo levantaba porque el genio de la punta derecha andaba con todas las luces prendidas. Esta afirmación no es peyorativa para sus compañeros. Ellos también lo reconocían así. David Acevedo, Pepé Santoro, Pipo Ferreira me lo dijeron mu-chas veces: "Andando bien Raúl, el equipo es otro…" Bernao sabía cuándo estaba especialmente inspirado. Decían de él que tenía corto circuitos, que cuando no estaba enchufado era un desastre. Una vez, con humor poético, me anticipó antes de un partido: "Hoy se va a divertir porque me arreglaron la instalación…" Y ese día, contra Boca creo, la rompió. Le costó meterse en esa tribuna de Independiente que le reprochaba su frialdad. Terminó con todas las contras una noche que Independiente le ganó por 5-1 al Santos de Pelé, y Bernao jugó una barbaridad. A partir de esa noche, la hinchada roja se quemó la garganta durante varios años gritando "¡Dale, Loco!", porque el extraño señor de la punta derecha, talentoso y eléctrico, siempre les ofrecía el show de su inspiración y su clase. A la vuelta de los años, apareció con su misma casaca en Independiente otro puntero electrizante. En un estilo totalmente diferente. También con alma y corazón de loco generoso, abierto, franco. Ahora está en River. Sigue mateando a la uruguaya, como entonces. Antonio Alzamendi, el hombre que ganó en Tokio la Copa Intercontinental para River, supo prolongar en otro club aquel grito que llenó muchas noches de Avellaneda: “¡U-RU-GUA-YO! ¡U-RU-GUA-YO!” Lo consiguió con las mismas armas: encarando, yendo al frente con unas ganas y una nobleza que el paso de los años no deteriora, por el contrario, agranda.
EI Loco Doval y el Loco De Zorzi también le pusieron cascabeles de alegría al número 7 que lucían en su espalda. Narciso Horacio Doval fue el último de los "Caras Sucias" que surgieron en los años sesenta de las inferiores de San Lorenzo. Regó los campos de juego con su alegría, su vivacidad y su travesura. Hizo la mayor parte de su campaña en Brasil. Cuando volvió, para jugar en Huracán, venía más serio, más responsable. Pero fue siempre el Loco Doval. Al menor de los De Zorzi le decían el Potrillo o Rabanito. Pasó por un vagón de clubes, siempre con el pase en su poder, señal de que no era tan loco. En la cancha era un jugador barullero, enredado, que buscaba sacar partidos de los desparramos que armaba entre los defensores contrarios. Su especialidad era fabricar penales. Entraba al área apareado con un contrario, cruzaba un pie delante de otro y caía como si lo hubiera matado.
También en la década del sesenta apareció otro siete loco y genial, pero en Irlanda. Con-temporáneo de los Beatles y, como ellos, desenfadado, divertido, sorprendente, en constante actitud creativa. Se llamaba George Best. Jugaba como si hubiera nacido aquí, en Barracas. Amagaba patear y la pisaba. Amagaba pisarla y la entregaba. Amagaba el toque y sacaba el remate. A los 15 años, el viejo Matt Busby, legendario manager del Manchester United, fue a verlo jugar en Belfast y no dudó un instante en llevárselo: "Este es un genio en potencia. Hace más de veinte años que no veo nada igual a su edad..." A los 18 años, George Best había eclipsado en el Manchester United la fama del gran Bobby Charlton. Su hinchada, equivalente a la de Boca en las Islas Británicas, lo hizo su ídolo y lo amó hasta el delirio a ese joven irlandés audaz, desafiante, pintón, chispeante, atrevido, amigo de los Beatles, amante del vértigo a bordo de los más espectaculares coches sport y amante de todos los placeres de la vida. Cuando Inglaterra ganó la Copa del Mundo en 1966, George se atrevió a decir: "El mejor jugador inglés fue la mamá de Bobby y Jackie Charlton..." Se bebió todo de un sorbo. Su nombre y apellido aparecieron mezclados en las noticias de fútbol, de espectáculos y de escándalos. Subió y bajó como un meteoro. Su trayectoria, por lo espectacular y por lo corta, se pareció mucho a la de René Orlando Houseman, ese número siete increíble que Menotti descubrió en Defensores de Belgrano y proyectó a la fama desde el admirable Huracán en 1973. También para René, un superdotado que nunca entendió cómo el genio debe encuadrarse en las normas del fútbol profesional, la fama duró lo que la luz de un fósforo. Como si ésa fuera una constante de los 7 locos... Claudio Caniggia, el último exponente de esa generación de talentos nacidos para la gloria, debería mirarse en esos espejos. Y sin abandonar su maravillosa locura, acercarse más al modelo de quienes, como Bernao o el Heber Mastrángelo, siempre supieron sacar a tiempo el pie del acelerador. . .©
JUVENAL
Fotos: ARCHIVO "EL GRAFICO"