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Riquelme presidente: de la verborragia al ostracismo

Tras su aplastante triunfo en las elecciones de Boca, el máximo ídolo cambió su postura y pasó de las múltiples declaraciones al más absoluto de los silencios.

Por Adrián Wowczuk ·

28 de diciembre de 2023

EL PUEBLO BOQUENSE HABLÓ EN LAS URNAS y el pasado 17 de diciembre, por una contundente mayoría, Juan Román Riquelme fue ungido como nuevo presidente de lo que, más que un club de fútbol, es una suerte de país dentro del Estado al que pertenece; un conglomerado multitudinario de almas (podrían ser 23.000.001 si se respeta el axioma que formula que son la mitad más uno) que se ponen felices o se entristecen según el vaivén de los resultados, de los logros que los trofeos traducen en estrellas que conforman el producto bruto interno de esa nación auriazul.

El presidente de club más votado de la historia argentina en la segunda elección más numerosa de la que haya registro en entidades deportivas (la primera fue en 2021, cuando Barcelona convocó a unos 58.000 socios) recibió el apoyo de 30.318 sufragantes para convertirse en soberano de una institución de la que, de facto, ya era la máxima autoridad aunque desempeñara en lo formal el cargo de vicepresidente.

 

Y ese triunfo masivo, arrasador y concluyente que expresó la voluntad del 65.5% del electorado no se produjo contra cualquiera. Como uno de los tantos marcadores a los que dejó sentados y sin reacción ante alguna de esas soberbias maniobras con la redonda que generaban asombro y admiración en las tribunas, el contrincante que sufrió esa goleada de votos fue Mauricio Macri, el líder con el que Boca alcanzó los momentos más gloriosos de sus conquistas futboleras.

Porque hay que ser claros: se trató de Riquelme vs. Macri, aunque éste haya sido el segundo eslabón de la fórmula opositora que encabezó Andrés Ibarra, a la postre un conspicuo colaborador suyo en su gestión como Jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires y como primer mandatario de la Argentina. 

La vieja contienda que arrancó con el silencioso pero elocuente Topo Gigio, esa desafiante actitud del genio rebelde de apenas 22 años contra la autoridad todopoderosa que encarnaba Macri, nació en 2001 y se prolongó por dos décadas hasta que la postergada batalla final de las urnas xeneizes por fin se libró y arrojó su claro vencedor.

 

2001: el “Topo Gigio” de Riquelme y el nacimiento de la rivalidad con Macri.
 

Pero lo que terminó por ser un duelo sin equivalencias tuvo un tortuoso camino previo con suspensiones, medidas cautelares y parafernalia jurídica a raudales, todo regado con incontables idas y vueltas mediáticos en los que los rostros de los candidatos fueron la figurita repetida a toda hora y en todo canal.

 

¿Habrá dudado en algún momento Riquelme de su victoria? En una de sus innumerables apariciones aseguró que se trataba de "las elecciones más fáciles de la historia" y arriesgó como chicana más que como riguroso dato estadístico que el resultado sería "95 a 5".

Es que la verborragia nunca fue una característica del supremo 10 boquense -sí: en Boca, más que Maradona-. Cuando habló con palabras y no con goles o asistencias de otro planeta, fue con frases precisas, quirúrgicas, en momentos cuidadosamente elegidos y jamás ganados por el impulso.

Por eso sorprendió verlo cada dos por tres sentado en sets televisivos o en los estudios del canal de Boca en las redes sociales, el que no había visitado aún desde su inauguración, para hacer un encarecido llamado a los socios. La frase, como un mantra, se repitió incesantemente e incluso sin que mediaran preguntas en tal sentido: "Macri quiere intervenir el club".

Ese fue el mensaje inequívoco, machacante, omnipresente; cinco palabras para estampar en remeras o bordar en banderas; una acción que podría ser cierta a la luz del posterior anuncio de Javier Milei, presidente de la Nación, aliado de Macri y votante de la fórmula que conformó con Ibarra: "Los clubes de fútbol podrán convertirse en sociedades anónimas si así lo quisieran", dijo al dar a conocer la modificación de la Ley de Sociedades.

Del otro lado también se multiplicaron de manera exponencial las intervenciones radiales y televisivas con los opositores que no se cansaban de subrayar la necesidad de que Boca recuperara "la gloria perdida".

En algo coincidían ambas partes: "El club es de los socios", repetía Macri al acusar a Riquelme de dictador que no podía adjudicarse la Bombonera como "el patio de su casa" y el 10 al indignarse por la posible conversión de Boca en una empresa regenteada por capitales foráneos interesados en hacer negocios y despojados de cualquier atisbo de amor por los colores.

Como sea, una vez que se concretó el aplastante éxito en las elecciones se esperaba la palabra jubilosa y emocionada del ganador. Pero las horas y los días pasaron, incluso las semanas... y ese mensaje no se produjo. Su última declamación pública fue el "vamos a ganar, no tengo dudas", al salir de la carpa donde emitió su sufragio. 

Entonces, de la locuacidad extrema durante la tortuosa previa del proceso eleccionario, Juan Román Riquelme, nueva máxima autoridad de Boca por escandalosa mayoría, pasó al ostracismo, al silencio absoluto.

Salvo su aparición en la fiesta de los empleados del club, en la que les agradeció por el trabajo hecho para el acto del 17 de diciembre, reconoció que ser el nuevo presidente no le va a "cambiar la vida" y aseguró que "somos el más grande del mundo",se acabaron las notas programadas y las apariciones por sorpresa en los medios de comunicación, como para que su mensaje llegara a los boquenses de Ushuaia a La Quiaca.

De hecho, este miércoles se realizó el traspaso de mando y Riquelme ni siquiera estuvo presente. Lo que podría haberse pensado como un emotivo jalón en la historia del ídolo deportivo devenido en presidente, fue una rutinaria junta de comisión directiva protagonizada por apoderados que se enfrascaron en la firma de fríos papeles. 

 

Imagen Riquelme, el ídolo con la pelota convertido en presidente de Boca.
Riquelme, el ídolo con la pelota convertido en presidente de Boca.
 

Román ya está en funciones y recuperó sus habituales formas: decir lo justo y en el momento indicado; pensar y actuar con frialdad; desbloquear laberintos con estocadas exactas e instantáneas, como hacía en el patio de su casa cuando tenía los botines puestos y la pelota debajo de la suela.

Serán cuatro años con su inconfundible sello, con posibilidad de otros 4 si el éxito lo acompaña primero y la voluntad popular lo hace después. Se enfocará en conseguir la esquiva séptima Libertadores tal como logró el propósito de triunfar en la arena política. Ejercerá su potestad convencido de que, salvo por esos 15 días de exposición impensada, mejor que decir es hacer.