La aparición de Luca Vildoza, un extracto de la increíble historia de Quilmes
El base marplatense que surgió en pleno sufrimiento en el Cervecero y llegó a la NBA y a la Selección Argentina.
LUCA VILDOZA es uno de los grandes jugadores que surgieron en el básquetbol argentino durante los últimos tiempos. Llegó a Europa, fue finalista del mundo con la Selección Argentina en China 2019, se puso la camiseta de los Milwaukee Bucks en la NBA, fue campeón panamericano y ganó la Liga ACB de España, entre otros logros.
Su historia comenzó, sin embargo, en plena era de "sufrimiento". Más de una década atrás emergió en Quilmes de Mar del Plata, en un momento de angustia para el Cervecero, en el que le costaba sacar provecho en la Liga Nacional.
La aparición de Vildoza, un base que surgió como recambio para la era post Generación Dorada, representó un bálsamo en el desierto quilmeño. Su historia está contada, con lujo de detalles, en "El que nunca se rindió", el libro que recorre cada pormenor de la vida de Quilmes en la Liga Nacional.
Se trata de una obra a cargo de los periodistas Sebastián Arana -también publicó la historia de Peñarol de Mar del Plata en la Liga Nacional- y Martín Pellegrinet, quienes tomaron como lapso de investigación el ciclo 1987-2022 para hacer un trabajo que tiene prólogo de la escritora María José Sánchez.
La historia, al detalle, del primer Vildoza
La presentación ante Peñarol significó un baño de realidad. El Milrayita se impuso casi sin despeinarse: 77-58. La preocupación generalizada ocultó el motivo por el que hoy muchos recuerdan ese partido. Aquella noche Luca Vildoza debutó en la Liga Nacional.
“El Loro me llamó y yo pensé que a lo mejor querría agua. ‘Entrás’, me dijo cuando me paré. Creo que reemplacé a Gonzalo Gorostiaga. Me hace defender a Franco Giorgetti y lo primero que hice fue pisarle el pie y caerme. Después, tenía que atacar a Lamonte. Me daba miedo, no quería ni mirarlo, y la pasaba. No me conocía nadie y escuchaba cómo les gritaban a Goyo o a Faca. Pensaba que no quería estar en la piel de ellos”, se sincera Luca sobre su primer superclásico.
(...) “Enfrentamos a Boca en Zárate y nos robaron. De ahí nos fuimos en colectivo a Comodoro Rivadavia. Llegamos a las tres de la mañana del día del partido y, después de semejante viaje, no lo ganamos de pedo. Volvemos en micro de Comodoro a Lanús y perdimos feo. Y de ahí regresamos a Mar del Plata para otra vez caer con claridad ante Lanús. Todo salía mal”, relata el DT Daniel Maffei.
El único beneficiado de esta debacle parecía ser Luca Vildoza, quien continuaba con buenos minutos. “Me sentía con confianza. De nene que era, de inmaduro, no me daba cuenta de que estábamos viviendo una situación tan crítica. Disfrutaba de estar y había momentos en los que la gente me pedía y yo me ponía feliz. O metía un doble en un partido y llegaba al vestuario contento. Pero veía las caras de los demás y me daba cuenta de que algo andaba mal. Estaba dentro de un sueño y al mismo tiempo vivía algo muy feo”, describe Luca.
Una secuencia de cinco caídas consecutivas terminó con el crédito del inconsistente Brian Morris. Como el torneo ingresaba en un receso de trece días por el viaje de la Selección a los Juegos Panamericanos de Guadalajara, se decidió despedirlo e ir a buscar un pivote natural para reubicar a Truscott en su posición original. Y, al mismo tiempo, procurar la contratación de un “4-3” criollo. En tanto se confirmaban las fracturas de Faca Piñero (dedo pulgar del pie izquierdo) y Gonzalo Gorostiaga (mano derecha) como para complicar un poco más el panorama.
Antes de la reanudación de la competencia, como resultado de las tratativas, Quilmes contrató al pivote Rolando Howell, de 2,06 metros y 29 años, elegido en su momento como el mejor centro de la Lega Due de Italia y con antecedentes posteriores en la máxima categoría de ese país y en la ACB española. Y además sumó a Axel Weigand, alero o ala-pivote de dos metros, quien entonces contaba con 26 años y en su etapa de juvenil había sido considerado una de las grandes promesas del básquet argentino. Por un error administrativo, en lugar de inscribirlo como reemplazo temporal de Piñero, al platense se lo anotó en la AdC como recambio de Román González. Y así el club se gastó el primero de los dos reemplazos disponibles de nacional por cuestiones deportivas. Otro dato del caos que se vivía en aquellos días.
La cuestión fue que el funcionamiento del equipo siguió siendo igual de malo. Weigand enseguida mostró que podía alternar y, de hecho, se ganó la titularidad en su segundo partido. Howell, en cambio, tranquilamente podría estar en un Top Five de los peores extranjeros que Quilmes tuvo en toda su historia. Vinieron Bahía Básket y Peñarol en el Polideportivo y fueron sendas derrotas. “Algo hay que cambiar”, afirmó luego de esos juegos el manager Sergio Guerrero. Como si se hubiera cambiado poco. El equipo, entonces, tenía el peor récord del certamen. Pero preocupaba más que, con tantas modificaciones, estuviera tan en formación como el primer día. Y los rendimientos individuales y colectivos eran tan bajos que no había otro camino que intentar más variantes.
Sí o sí debían llegar uno o dos jugadores capaces de mejorar a sus compañeros, de dar ese salto de calidad que se buscó con Román González y que finalmente fue un salto al vacío. Antes de visitar a 9 de Julio y Obras para cerrar la primera fase, los hinchas hicieron un banderazo de protesta en la puerta del club. El volantazo de ocasión parecía ser la incorporación de un tirador puro en lugar de Truscott o Howell, cuestión que todavía no estaba clara. Y surgió el nombre de James Maye, un alero que Julio Lamas descartó en Obras tras seis partidos, pero que ostentaba un llamativo 60% de aciertos en tiros de tres puntos.
Los acontecimientos, sin embargo, tienen su propia dinámica. Quilmes perdió en 9 de Julio (84-95) y Maffei no ahorró críticas hacia sus jugadores: “Defendimos horrible y además Howell y Truscott fueron un desastre y así no ayudan”. Pero lo peor fue que Britton Johnsen, el único extranjero que daba la talla, se resintió de su lesión en la rodilla. Con Johnsen afuera del equipo en Buenos Aires -ingresó para probar unos minutos y salió rápido-, Quilmes fue humillado (71-114) por Obras. El mejor fue Luca Vildoza, quien jugó más de veinte minutos. “Fue el día que más jugó conmigo. Los periodistas de Buenos Aires me preguntaron aquella vez por qué lo hacía tanto: ‘Porque juega bien. Si juega bien no importa cuántos años tiene’, respondí. No me extraña dónde está, ni lo que hizo luego. Eso sí, en otro contexto de equipo, no sé si hubiera tenido tanta participación”, sostiene Maffei. “Si me preguntás por el partido de Luca que más recuerdo, ese de Obras, cuando estuvo tanto en cancha con dieciséis años recién cumplidos, es uno de ellos”, apunta papá Vildoza.
Ahí acaban, sin embargo, los recuerdos gratos de esa noche aciaga en Buenos Aires. Las caídas consecutivas habían sido nueve; el récord de la primera fase (2-12), el peor de la historia; la última actuación, un papelón. De regreso a Mar del Plata, por la mañana, Daniel Maffei se reunió con Sergio Guerrero para elegir los nuevos americanos según el plan que todos habían acordado al momento de la salida de Román González. Y fue citado a una nueva reunión por la tarde. El Loro acudió convencido de que se iba a avanzar en la reestructuración de la plantilla.
“Me encontré con que, en lugar de armar el equipo, me hablaron de una salida consensuada. ‘¿Salida de qué?’, les tiré. ‘Tenemos muchas presiones del periodismo y de la gente’, argumentaron. Les pregunté directamente si ellos querían que me vaya y me dijeron que sí. Les recordé cuál había sido la idea que ellos habían aprobado, argumenté que si traíamos los americanos que supuestamente podíamos según la economía del club, y de acuerdo a lo que habíamos hablado con el Gato, íbamos a levantar. Incluso antes de entrar a la reunión me hicieron una entrevista y dije que íbamos a salir. Ellos pretendían que les dijera a los medios que renunciaba porque no me sentía capacitado para hacerle frente a la situación. Puedo ser un mal entrenador, pero no un mentiroso. Les aseguré que, con los americanos que había elegido, no me iba al descenso, pero ellos insistieron en que no daba para más”, recuerda Maffei aquella reunión.
“’Está bien, si ustedes piensan eso, ustedes son los patrones. Pero yo no me quiero ir’, aclaré. Insistieron con lo de la salida consensuada y me negué. ‘Si me quieren echar, me echan y punto. Esto no tiene nada que ver con la plata’, les dije y se terminó la reunión. Me fui mal. Me echaron mal”, concluye el Loro.
(...) Luciano Beto Martínez, que jamás había sido entrenador principal en la Liga y no hablaba inglés, se hizo cargo de un equipo con cuatro extranjeros. Tras diez partidos, Quilmes llegó al receso con apenas dos triunfos, hundido en el último lugar, a tres puntos del último equipo que evitaba los play-off de Permanencia y todavía sin poder ganar de visitante. Y, para peor, la relación entre jugadores y DT comenzaba a desgastarse.
Luca Vildoza, con más de veinte minutos en el último partido de Maffei, desapareció de escena con la llegada de Martínez. Quilmes estuvo a nada de perder a su joya.
“Un día me encontré con Oveja Hernández en el café de la Boston del Paseo Diagonal. Se acercó a saludar a la mesa y se dio la charla. ‘¿Qué pasa que Luca no juega?, ¿qué pensás hacer?’, me preguntó. Le pedí que me dejara hablar en el club. Lo hice con el Gato Guerrero y me armó una reunión con el entrenador. Pero el problema no era que no jugaba, sino el maltrato. Luca nunca me dijo nada, pero me venían a contar Tobi Maffia o Pipa March cómo Beto lo puteaba en las prácticas. Yo sé que a Luca no lo querés de entrada, no es Campazzo, es amargo, tiene cara de orto… La cuestión es que charlé con el técnico, le dije lo que a mí me parecía y me aseguró que esa noche lo iba a poner frente a Atenas”, cuenta Marcelo Vildoza su intervención en la cuestión.
“Cuando llegué a casa y le conté a Luca: me respondió que no iba a jugar más al básquet. Pasó una semana sin ir a entrenarse. Alquilábamos una cancha y le dábamos al tenis todos los días a Once Unidos. Y entonces me encontré con Sergio Hernández y le dije que Luca no quería jugar más, la pura verdad. Después se le pasó, pero este tipo lo tenía montado en un huevo”, completa Vildoza padre. Tras el receso, cambiaron algunas cuestiones. Martínez comenzó a buscarle reemplazo a Brock -como a Johnsen se le había dado de baja por lesión, todavía había tres recambios disponibles-, Gonzalo Gorostiaga fue cedido a préstamo otra vez a Unión Progresista y Vildoza volvió a ingresar en la consideración.
(...) "Había jugado un Mundial con la Selección y me creía Dios. Con mi categoría también me sentía distinto. Pero llegué a la Liga y me di cuenta de que no era nadie, que todavía me faltaban años para ser como mis compañeros. Con el correr de la temporada, ya no podía salir contento de la cancha porque había metido un doble si el equipo había perdido por treinta. Me di cuenta de que no le importa a nadie cómo juegues vos si el equipo se está yendo al descenso. Y entonces mi cabeza hizo un ‘clic’ y entendí que era mejor jugar para el equipo que para uno mismo”, afirma, convencido, Luca Vildoza.
*Extracto del libro "El que nunca se rindió"