¡Habla memoria!
Antonio Báez, justicia para un olvidado
Jugó en La Máquina de River y en el Millonarios de Di Stéfano, pero su perfil bajo lo condenó a un ostracismo del que nunca renegó. Tampoco fue tapa de El Gráfico hasta 1962, cuando ya llevaba diez años retirado y Panzeri lo desempolvó del archivo. La historia de un crack rescatado de las cenizas.
Baez jugó en una época dorada de River y también brilló en Millonarios de Bogotá.
Nacido en 1922 en la tierra fértil de Rufino, que también gestó a Bernabé Ferreyra y Amadeo Carrizo, llegó a Buenos Aires, justamente, de la mano del gran Bernabé. Hizo inferiores en River y saltó a la Reserva en 1943, año en el que fue campeón. Sin embargo, con edad de estrenarse en Primera, la sobreabundancia de delanteros atentó contra sus posibilidades. Era el River de La Máquina, de Muñoz-Moreno-Labruna-Pedernera-Loustau, el paradigma que trascendió a su era y que quedó anclado en el imaginario colectivo como uno de los mejores equipos de la historia del fútbol. No importa que en cuatro años hayan jugado juntos solo 18 partidos, lo que, a priori, parece demasiado poco para solventar la leyenda, porque cada uno de los integrantes de ese quinteto era una orquesta en sí mismo.
Con ese panorama, Báez volvió a ser rescatado por Bernabé, que le consiguió un préstamo en Tigre, que entonces jugaba en la Primera B. Ferreyra tenía contactos en el Matador porque era ídolo, y desde allí había sido vendido a River por una camionada de plata y había solidificado, junto a Carlos Peucelle, el apodo de Millonario que se había granjeado el club con sus inversiones. En Tigre, Báez se hizo un nombre y, según algunas estadísticas, convirtió 33 goles en 33 partidos. No obstante, el equipo terminó segundo, detrás de Gimnasia de La Plata, que ascendió a Primera. Sumado a eso, en uno de los últimos partidos de la campaña, Báez se rompió los meniscos, por lo que fue operado y estuvo más de un año inactivo.
Baez aprovecha un rebote del arquero Carletti, de Atlanta, para convertir en 1946.
“Yo también contribuí a frustrar la posibilidad de que integrara el primer equipo de River –confesó años después Peucelle, su entrenador entre 1946 y 1947–. Muchas veces no quise incluirlo por no hacer decaer la moral de Labruna”.
En 1948 pasó a Platense y allí marcó, ante Racing, el que para él fue su mejor gol: “Recibí una pelota en el área, la levanté con una pierna y la empalmé de volea con la otra. ¡Fue un golazo!”. En medio de ese campeonato explotó la huelga que enfrentó a los jugadores con el peronismo. La negativa del Gobierno a reconocer la personería gremial de Futbolistas Argentinos Agremiados y el tope salarial fijado en irrisorios 1500 pesos generaron una hemorragia de talentos que vació el fútbol argentino y dinamitó una época de gloria. Báez tuvo posibilidades de emigrar, pero decidió quedarse en el país.
Salto acrobático para marcar otro gol en 1946, con la camiseta alternativa de River, en el 3-1 a Huracán.
El campeonato de 1950 también lo encontró en Platense, y tras un recrudecimiento en los conflictos entre el Gobierno y Agremiados, y un nuevo éxodo, Báez decidió aceptar la suculenta oferta de Millonarios de Bogotá, tentado por Pedernera, que era el entrenador del equipo y todavía seguía jugando.
Por aquellos años el fútbol colombiano experimentaba un fuerte crecimiento a través del acercamiento de empresarios que invertían en los clubes. Los jugadores argentinos eran especialmente solicitados, y la huelga había convertido a Colombia en El Dorado: un lugar apacible a donde ir a transitar los últimos tramos de la carrera y cobrar una importante suma en dólares. El problema era que los equipos no pagaban por los pases, la FIFA no reconocía el campeonato local, por lo que era considerada una liga pirata, y el dinero que nutría al deporte era sospechado de tener origen en el narcotráfico. Todo ello generaba proscripciones a los futbolistas, pero, así y todo, el éxodo era imparable.
Para Platense jugó en dos etapas.
“Era un jugador que estaba fuera de la categoría en la que actuaba –rememoraba Peucelle–. De su actuación en Colombia, donde jugó con Pedernera y Di Stéfano, recuerdo que en determinado momento llegó a superar a ambos”.
De su paso por Colombia se destacan dos hechos muy curiosos. El primero es que Báez era una figura indispensable en Millonarios, pero tenía un temor espasmódico por los aviones, por lo que solamente jugaba de local, cuando el equipo se presentaba en Bogotá, lo que le generaba grandes pérdidas económicas. El segundo es que Ernesto Guevara, el Che que aún no era el Che, pero empezaba a forjar su espíritu revolucionario, en su primer viaje por Latinoamérica junto a Alberto Granado, lo vio en un amistoso ante el Real Madrid que terminó en victoria del Ballet Azul por 2-0. Los viajeros argentinos llegaron al partido por invitación de Di Stéfano, que los cruzó en un restaurante de Bogotá.
Ya retirado, trabajó en el servicio social del Banco Nación.
En Millonarios estuvo hasta finales de 1953, cuando decidió volver a la Argentina, aunque no pudo incorporarse inmediatamente a Platense porque estaba suspendido de por vida por la AFA a instancias de la FIFA. En 1954 se levantó la proscripción, y Báez se convirtió en el primer futbolista que volvió del exilio. En 1955 jugó su última campaña en Primera, el Calamar descendió tras una muy floja temporada, y Báez, que ya arrastraba el apodo de Maestrito que había traído de Colombia, empezó a masticar el retiro. Estuvo a punto de sumarse a Huracán para el Campeonato de 1956, pero al final se cayó el pase y terminó jugando en Sportivo Baradero, por la liga local. Su último intento fue unos meses más tarde, en Defensores de Belgrano, en donde fue entrenador y jugador al mismo tiempo, hasta que desistió y quedó solo como director técnico.
Durante los años que siguieron, su nombre se perdió en el tiempo y en la vorágine del cambio del fútbol argentino, que arrasó con todo a su paso, hasta que en 1962 Dante Panzeri, director de El Gráfico, entró en conflicto con los dueños de Editorial Atlántida, que gerenciaba la revista, por negarse a publicar un comentario del entonces Ministro de Economía, Alvaro Alsogaray, en medio de la crónica de un Boca-River. Con su salida arreglada, publicó su última tapa como director el 5 de septiembre de 1962, y la aprovechó para reparar un error histórico. “El Gráfico tiene una gran deuda con un gran jugador al que nunca puso en la tapa –le dijo a Héctor Vega Onesime–. Es Antonio Báez. Andá y hacé una nota con él”.
En Defensores de Belgrano fue DT y jugador al mismo tiempo.
Después de esa tapa, Báez volvió a desaparecer. Salvo algunas declaraciones esporádicas, se refugió en un anonimato voraz, y los ríos de tinta que se escribieron sobre los cracks de su época fueron sepultando su legado. No existe huella filmada de su fútbol. Tampoco apariciones suyas en televisión o radio, y las entrevistas que le hicieron son contadísimas. Durante los noventa, los dirigentes de Platense quisieron homenajearlo en vida, pero no pudieron encontrarlo. Falleció el 27 de junio de 1995. La reconstrucción de su historia continúa mientras se corre la voz de unos pocos recuerdos ajados. Es la historia de un mito cualquiera.
Por Matías Rodriguez / Fotos: Archivo El Gráfico
Nota publicada en la edición de Agosto de 2017 de El Gráfico