¡Habla memoria!

Selección básquet JJ.OO. 2004

En el momento justo, en el lugar ideal, llegó la justificación ideal para llamarla La Generación Dorada

Por Redacción EG ·

14 de agosto de 2008
Imagen Parados, de izquierda a derecha: Wolkowisky, Nocioni, G. Fernández, Scola y Oberto. Agachados: L. Gutiérrez y Herrmann. Sentados: Delfino, Sconochini, Montecchia, Ginóbili y J. Sánchez.
Parados, de izquierda a derecha: Wolkowisky, Nocioni, G. Fernández, Scola y Oberto. Agachados: L. Gutiérrez y Herrmann. Sentados: Delfino, Sconochini, Montecchia, Ginóbili y J. Sánchez.
Esa inigualable generación de talentos ya había dado un aviso serio en el Mundial de Indianápolis, dos años antes. En Atenas, cuna del olimpismo, llegaría la consagración sublime, extraordinaria, inolvidable. Eterna.

El primer paso se cerró con una jugada que empezaba a dar indicios de que la historia, esa vez, estaría del lado argentino. También, seguramente, sirvió como motivación para encarar con el ánimo bien arriba el resto de certamen. Claro, cómo olvidar aquella volada de Manu Ginóbili que se convirtió en el inolvidable doble de la victoria final sobre Serbia y Montenegro en el debut.

En el segundo escalón llegó el turno de España, seguramente la sombra negra de esta Generación Dorada. Como se repetiría en los años sucesivos en partidos de gran importancia, la victoria quedaría para los de rojo. Pero lejos de bajar los brazos, los muchachos conducidos por Magnano retomaron fuerza y aseguraron la clasificación con dos triunfos que empezaban a darle paso a una ilusión mayor.
 
La primera víctima fue China, aplastada por un contundente 82-57, y luego le llegó la hora a Nueva Zelanda, aunque en ese caso por una diferencia mucho más ajustada (cuatro puntos). El último partido del grupo, con el equipo ya en cuartos, fue traspié frente a Italia. La historia sería bien diferente en el duelo final.
 
A esa altura, ya se destacaba Ginóbili como líder del equipo, Pepe Sánchez era un armador de lujo, Scola había explotado al máximo y el resto acompañaba al mismo compás, varios con actuaciones memorables en momentos clave.
 
Llegó la hora de la verdad. Ganar y seguir hacia el sueño o perder y armar las valijas para pegar la vuelta. Allí Argentina sacó a relucir el fuego sagrado en plenitud y todo se fue encaminando hacia esa inolvidable coronación final con el oro colgando de los cuellos.
En cuartos se cruzó Grecia, un equipo durísimo, como siempre. Apoyado en una defensa incansable y absorbente y en Manu y Oberto, los líderes en goleo, el equipo argentino se metió entre los cuatro mejores.

La siguiente cita era nada menos que Estados Unidos, un “Team” ya no tan “Dream” pero que no dejaba de asustar con sus estrellas NBA. Fue difícil y estuvo cerca el adiós, pero el corazón pudo más. Un excelso Manu, con 29 puntos, fue la gran figura, aunque siempre quedará en el recuerdo la actuación colectiva de esos auténticos gladiadores.

Argentina ya tenía asegurada su medalla olímpica. Sólo restaba saber de qué color sería. Y fue de oro, nomás. Otra vez por el grupo, otra vez porque cada uno supo cumplir su rol a la perfección sin perder jamás la idea del juego de equipo. Y también por Scola, que resultó incontenible para los italianos y toda la vida podría contar que anotó nada menos que 25 puntos en una final olímpica.

De Atenas al mundo. Desde ese 28 de agosto hasta la eternidad.

Los ocho escalones
Vs. Serbia y Montenegro 83-83
Vs. España 76-87
Vs. China 82-57
Vs. Nueva Zelanda 98-94
Vs. Italia 75-76

Cuartos de final
Vs. Grecia 69-64

Semifinal
Vs. Estados Unidos 89-81

Final
Vs. Italia 84-69

El día de la consagración
Italia: Bulleri 5, Basile 9, Soragna 12, Galanda 7, Marconato 6 (fi), Garri 2, Chiacig 3, Rombaldoni 10, Righetti 3, Pozzecco 12, Radulovic. DT: Carlo Racalcati.
Argentina: Sánchez 3, Ginóbili 16, Nocioni 7, Scola 25, Wolkowisky 13, Montecchia 17, Fernández 1, Sconochini 2, Delfino. DT: Rubén Magnano.
Jugado el 28 de agosto de 2004.

LA PALABRA DEL ENTRENADOR
"Estos jugadores en la cancha muestran lo que es jugar como un auténtico equipo. El jugador argentino, cuando sale al exterior, es respetado por su hidalguía, por su sangre para jugar, por el espíritu ganador".