1991. Fuego de campeón
Las crónicas, las síntesis, los videos y las fotos de la fase final de Argentina en la Copa América 1991. Los triunfos ante Brasil, Chile y Colombia, y el buen fútbol, permitieron que la Copa vuelva a casa después de 32 años.
Es un momento emotivo, muy feliz. Allá abajo los jugadores y el cuerpo técnico están unidos en un abrazo interminable. La barra argentina agita banderas, el resto del estadio sigue la escena en silencio, con respeto, es el reconocimiento. Nadie le puede discutir el título a Argentina. Es un campeón legítimo.
Por eso el Cabezón Ruggeri levanta la Copa América con orgullo, la besa, la comparte con sus compañeros, se van todos juntos a dar la vuelta olímpica. Hay cosas que uno tiene que hacer, más allá de un nudo en la garganta, inevitable. Hay que bajar escaleras, reencontrarse con la máquina, pedir una comunicación, y que la vieja magia no diga que no. En un pasillo el encuentro con Julio Grondona. Su sonrisa dibuja el momento que vive. Habla de los jugadores, del cuerpo técnico, por fin confiesa por lo bajo, con sana vergüenza: "Era la única Copa que me faltaba ganar". El periodista lo entiende, es la única Copa que le faltaba ver ganar a un equipo argentino. Por eso el nudo en la garganta. Porque la Copa América tiene historia, es parte de los recuerdos más queridos. En esta hora, la de Ruggeri, la de Batistuta, la de Caniggia, la de Leo Rodríguez, hay un eslabón que une los tiempos.
Esta Copa América la ganaron los Pontini, los Di Stéfano, los Eliseo Mouriño, los Tucho Méndez, los Masantonio, los Moreno, los Chueco García. Nada es casualidad; por aquellos campeones, estos campeones. El nudo en la garganta va de una sensación a otra. Cuando uno habla de la comunicación con el lector piensa en ese hincha que habita los grandes estadios, y también en aquel otro de la humilde canchita. La Copa América, después de 32 años, ha vuelto a la casita de los viejos. Hay que abrirle la puerta, abrazarla y besarla como el Cabezón Ruggeri. La ganaron los jugadores, pero es de todos, de este hermoso fútbol que tenemos... El Estadio Nacional de Santiago apaga sus luces; la función terminó, pero detrás de ese telón imaginario ocurrió todo, pasa el camino al título...
La batalla de Santiago
Argentina 3 - 2 Brasil, segunda fase. Copa América 1991
Pudo ser un gran clásico del Atlántico. Al minuto, gol de Franco de cabeza, como para ratificar lo peligroso que es dentro del área rival, el timming que tiene para entrar y sorprender a todos. A los cinco, el empate, un misil de Branco desde 30 metros (tiro libre) con potencia, dirección y la ayuda de un descuido de Goycochea. Con virtudes, también con fallas, parecía que Argentina y Brasil estaban para un gran partido, sin regalarse nada, pero buscando el ataque; por lo menos, lo insinuaban. Pero la fiesta duró poco, el tiempo que le insumió a todo el estadio, jugadores en especial, y público en general, saber que el espectáculo estaba en manos de un inepto, el paraguayo Carlos Maciel. Lo que propone una rápida reflexión. La FIFA puede darse el lujo en un Mundial de mandar a su casa a los árbitros que representan a los países intervinientes en la rueda final, tiene resto; la Confederación Sudamericana, no. Se quedó sin un Juan Carlos Loustau, sin José Roberto Wright, sin Gastón Castro, y tuvo que apelar al sobrante, que a excepción del uruguayo Ernesto Filippi, no está para un Argentina-Brasil. Así le fue a Maciel, aunque, en el fondo, es más culpable quién lo designó. Brasil, que hoy por hoy es mucho menos que Argentina en materia de fútbol, apeló al foul, al sistemático y al grosero.
El tema era no caer en la trampa, pero Caniggia le metió un codazo a Mazinho como respuesta a una simple falta y este último devolvió un cabezazo. Tumulto, y quizá por esto, afuera los dos. El fútbol había pasado a un segundo plano, menos en los goles, donde Argentina seguía mostrando un poder mortífero. Pocas llegadas, pero con un dividendo generoso. Desborde de Leo Rodríguez, y otra vez Franco, siempre de cabeza, golpeando en el corazón de Taffarel: 2-1. A Brasil le faltaba un golpe de gracia, y pareció que se lo daba Batistuta, en una jugada que mostraba tres cosas. 1) Argentina tiene gol en muchos jugadores, aun con Caniggia fuera de la cancha. 2) Otro desborde de Leo Rodríguez, en una actuación casi consagratoria. 3) A aquel regalo de Goycochea le llegaba una atenta devolución de Taffarel, quien miró pasar un cabezazo atajable de Batistuta. El partido seguía durísimo, por foules mutuos y por otros que inventaba la incapacidad de Maciel, con un tufillo extraño: le cobró dos a Vázquez en la puerta del área realmente insólitos porque, además, traían aparejado lo más peligroso que hacía Brasil: el tiro de Branco o Neto. Vino un descuento de Joao Paulo y lo de Argentina se complicó, incluido un hecho agravante. Una irresponsabilidad deportiva de Enrique, que le costó la tarjeta roja, tres partidos de suspensión y una factura aún más cara en su futuro, porque es difícil que Basile lo vuelva a convocar, terminó en otro incidente generalizado y otro fallo disparatado de Maciel: lo expulsó a Marcio por el simple hecho de ser golpeado por Enrique. El partido ya era una parodia; quedaban los dos con nueve jugadores, y a Brasil ya le importaba más la pesca del hombre que la pelota. La prueba más terminante fue lo de Careca III: entró y dos minutos después salió expulsado por pegarle una trompada a Ruggeri. El alivio fue el final; seguramente, para Maciel también.
Llueve sobre Santiago
Esos dos puntos frente a Brasil, y el empate en la primera jornada entre Chile y Colombia, le daban a Argentina una ventaja para jugar una esperada revancha, justamente por los chilenos, cuando todavía se hablaba en Santiago de un resultado injusto (aquel 1-0 con gol de Batistuta), y de un penal a Zamorano que Wright (con total acierto) no había sancionado. Pero nada fue igual.
Ese viernes 19 de julio de 1991 se recordará en la ciudad por el diluvio que cayó y no por un partido de fútbol. Llovió todo el día, con ráfagas de temporal a la hora de jugar. Cada uno hizo lo que pudo. Tratar de llevar la pelota hacia el campo adversario; pero era difícil tenerla en el pie y, por el contrario, un pase largo podía quedar en cualquier lado. Si de algo no se puede hablar en esas condiciones, con una cancha casi inundada, es de precisión, que es el arte mayor del fútbol. Quedó para resaltar el coraje, una noche espectacular del Cabezón Ruggeri, parado siempre donde llegaba la pelota, y el desencanto de los chilenos que veían como un sueño muy querido, la Copa América, no se transformaba en una realidad palpable, visual, duradera. También un arbitraje casi perfecto de Ernesto Filippi, quien debió expulsar a otro irresponsable, Patricio Yáñez, por pegarle un codazo a Vázquez. Era el mejor jugador de su equipo y lo dejó con diez. Faltaba una fecha y Argentina seguía en punta, sin brillar como la noche de Concepción (4-1 sobre Paraguay) o la otra recordable de Santiago (1-0 a Chile), pero cada vez más cerca del título.
Santiago inolvidable
El triunfo de Brasil sobre Chile imponía una obligación: ganarle a Colombia para ser campeón. Lo que no era una misión imposible, pero tampoco fácil. El desarrollo del partido diría hasta dónde eran verdad los presagios. El arranque fue como un cuento de hadas. En dos avances profundos, Argentina ganaba 2-0. Ese poder de gol que fue la carta decisiva en esta Copa, la que desequilibró, la que certifica y le da legitimidad a un título, parecía anticipar un paseo hasta la vuelta olímpica. Funcionaba todo. El trabajo en bloque. La salida de medio campo. El pase gol de Leo Rodríguez. La habilidad de Caniggia. La explosiva definición de Batistuta. Está dicho y parece una verdad irrefutable que el 2-0 es el peor resultado del fútbol. El cuadro de Basile le dio iniciativa a los colombianos, pensó en el menor esfuerzo, en el contraataque, quiso congelar, que pasaran los minutos. Pero vino el gol de De Avila y todo cambió. Colombia no quería ser el partenaire de una fiesta. Se sintió protagonista, fue a buscar el empate. Argentina quedó acorralada, sin salida, nadie apelaba a la vieja y sabia receta de poner la pelota bajo la suela. Por suerte, fue una tormenta en una noche sin nubes. Si Colombia empataba, el campeón sería Brasil. Y los dioses del fútbol no permitieron semejante injusticia. El mejor equipo de la Copa América, el que estaba ganando trece puntos sobre catorce en juego, el que pasaba por el unánime elogio de todos los técnicos, todos los jugadores, todos los periodistas, era Argentina. Y el final lo encontró campeón.
No podía ser de otra manera. Ahí está la Copa, en los brazos de los jugadores. El Coco Basile los mira de lejos, desde ese segundo plano que no es una pose, sino una íntima convicción. Es el primer gran triunfo en este proceso. Es la hora de celebrarlo. El fútbol argentino está de fiesta. El nudo en la garganta no se va. La emoción hará inolvidable esta noche de Santiago, de un domingo 21 de julio. Por todo. Por el título, y porque esta Selección, como dijo EL GRAFICO, estimula y sienta bien. Juega el fútbol que el país argentino ama y quiere.
Por NATALIO GORIN
Fotos: GERARDO HOROVITZ y FABIAN MAURI.