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Siria: el fútbol sobrevive
En medio de la cruenta guerra civil que vive Siria, el deporte más popular del país no dejó de existir, aunque también quedó manchado por la división reinante, presente hasta en la selección.
Nota publicada en la edición de octubre de 2014 de El Gráfico
La creciente guerra civil en Siria y la lucha por liberarse del régimen opresivo de Basher Al Assad han transformado las vidas de muchos para siempre. Con sus casas destruidas y las provisiones de comida y agua que disminuyen día tras día, muchas comunidades se transformaron en irreconocibles: quebradas, divididas, enfrentadas y abandonadas. Sus habitantes, desesperados, viven entre el fuego que no cesa y los ataques aéreos que ponen en riesgo su existencia. La naturaleza monstruosa de la guerra, que recuerda a la de otros países de la región (Palestina, Irak, Bahrein, entre otros), ahora es parte de su cotidianeidad.
Y el conflicto, con la devastación y división que acarrea, se volcó al deporte. Jugadores, técnicos y dirigentes se desplegaron en tres bandos bien visibles: los pro-Assad, los pro-democracia y los neutrales.
Un futbolista como Abdul Basit Saroot colgó los botines para unirse a la revolución. Se convirtió en símbolo de la lucha por una Siria más democrática. Su compatriota, el internacional Musab Balhous, pasó un período en prisión acusado de albergar a rebeldes armados y fortalecer la organización Al Karamah, formada por miembros de su club, contra Assad.
Otros, en cambio, dejaron el país, ya sea como protesta por su propia seguridad, como es el caso del bien viajado Firas Al-Khatib, el mejor jugador de la historia de Siria. Al-Khatib se negó a representar a la selección en solidaridad con aquellos que buscan la liberación, y se fue a China, a jugar al Shanghai Shenhua.
“Hay compañeros que renunciaron a la selección porque creen que en ella representan un cierto bando”, dice Tareq Hindawi, jugador del Al Ittihad. Y completa: “Estoy en desacuerdo con ellos. Nosotros representamos una bandera y nuestra alianza es con este país. Jugamos para arrancar una sonrisa de los habitantes”. Para otros, el uso de la pasión futbolera significa un apoyo intangible a Assad.
Antes de la revolución, el fútbol sirio atravesaba un período brillante, marcado por el éxito del club Al Karamah (de la ciudad de Homs), que fue finalista de la Champions League de Asia en 2006, el mejor resultado jamás obtenido en Siria a nivel de clubes. Perdió ante el gigante coreano Jeonbuk Motors, pero eso no opacó la gran campaña. El estadio Khalid Bin Walid, que había sido una fortaleza inexpugnable de su campaña, luego se convirtió en base para la resistencia contra Assad.
La selección continuó con los buenos resultados y logró clasificarse a la Copa de Asia 2011, por primera vez en 15 años, después de ganar el grupo clasificatorio por encima de China y estar cerca de entrar a cuartos de final en un grupo difícil, con Japón y Arabia Saudita.
Además, Siria promocionaba promisorios entrenadores: Nizar Mahrous llevó al éxito nacional y continental al club jordano Shabab Al Ordun, al que sacó campeón de Asia; otra aparición fue la de Maher Bahri, que recientemente consiguió el ascenso con el Al Ahli a la Primera de Jordania.
“Por supuesto, el futuro del fútbol sirio estaba lleno de posibilidades gracias a los jugadores que empezaban a jugar en el exterior”, explica Bahri. “Las campañas de Al Karamah, Al Jaish y Al Wehda, hicieron que el fútbol sirio se popularizara todavía más. No es casualidad que los entrenadores sirios ahora seamos tan buscados y estemos en casi todos los países del mundo árabe”, añade.
Pero el crecimiento tuvo un sorpresivo giro de 180 grados que cambió la vida de cada sirio para siempre. Fue el 9 de marzo de 2011. Apenas unos meses después de la participación en la Copa de Asia, y mientras la Primavera Arabe se extendía en la región, miles de personas salieron a las calles de Dara´a para pedir cambios democráticos.
Desde entonces, el conflicto sangriento nunca se detuvo. Y el fútbol sufrió como el resto de los ámbitos. Muchos jugadores y técnicos dejaron el país por seguridad, varios clubes quebraron al no poder pagar los sueldos, algunos campos de entrenamiento se transformaron en ruinas, los partidos se postergaron y la temporada 2010/11 directamente se canceló. La cantidad de gente que asistía a los partidos disminuyó notablemente. Jugadores perdieron la vida, como el famoso caso de Yousef Sleiman, del Al Wathbah.
“El fútbol sirio está en una situación inimaginable, sin dudas la peor de su historia”, cuenta Omar Abdulrazzaq, que juega en Bahrein. Y añade: “La liga es demasiado débil, la mayoría de nosotros dejamos el país y los partidos se juegan en condiciones muy difíciles. Para los que dependemos realmente del fútbol para vivir, las postergaciones y cancelaciones nos inclinaron a irnos. Yo me fui a Jordania. Y así muchos. Hoy, mirar lo que pasa en Siria diriamente nos llena de dolor y tristeza”.
Mohammed Muselmani, futbolista sirio que huyó hacia el Líbano, amplía: “Es todo política, ya no se siente como fútbol. La oposición intenta crear una selección paralela, mientras los assadistas quieren mantener el orden establecido bajo el mismo sistema. Por eso, la selección se desintegró y hoy la forman sólo juveniles de algunos clubes”. Muselmani jugaba en el Al Karamah cuando estalló la revolución y la guerra civil. “Y desde entonces, el país dejó de ser tierra para poder jugarse un partido en circunstancias normales, especialmente en Homs. Nos obligaron a irnos de nuestras casas y dejar de entrenarnos”.
Sin importarle el conflicto, para sostener la idea de normalidad, la asociación del fútbol sirio reinstaló el campeonato doméstico con 16 equipos divididos en dos grupos. Los primeros cuatro se clasifican para un octogonal final. Al Ittihad y Al Karamah, dos de los más conocidos, pero a su vez pertenecientes a ciudades devastadas como Aleppo y Homs, nunca pudieron salir a flote. Estadios como el Al Hamdania de Aleppo (usado por el Al Ittihad) o el Lattakia se transformaron en bases militares y centros de detención de las tropas de Assad.
“Al principio tenía miedo de salir de mi casa e ir al club, pero ya me acostumbré. El miedo a la muerte ya no me consume, aunque mis padres todavía se niegan a verme ir. Pero yo elegí el fútbol como salida y es lo que me sigue motivando a levantarme”, relata Hindawi.
Al Karamah, que llegó a ganar cuatro ligas consecutivas entre 2005 y 2009, apenas es una sombra que debió buscar un estadio donde jugar fuera de Homs. Sin estadio, el Al Ittihad se quedó sin poder pagar los sueldos y debió vender a 16 jugadores para no desaparecer. Y no fueron los únicos en atravesar una situación similar.
Mientras tanto, los clubes de Damasco, donde la guerra apenas es una referencia, tomaron plena ventaja de los sufrimientos de sus rivales del interior y clubes como Al Shorta o Al Jaish comenzaron a dominar el campeonato.
“El fútbol sirio no está nada bien. Faltan los hinchas, que siempre habían sido los número uno. No hay dinero, que siempre fue una motivación. Y el campeonato se define entre dos distritos, lejanos de la guerra. Por esto, tantos técnicos y jugadores se exiliaron en Líbano y Jordania, a cambio de algo básico como un salario mínimo”, refleja el DT Alias Shgri.
“Pero ninguno de nuestros padecimientos se compara con lo que es una gota de sangre derramada en esta guerra”, sostiene otro futbolista, Saif Al Haji. Al contrario de muchos colegas, él no pudo irse a jugar al exterior porque nunca hizo el servicio militar y eso le impide tener un pasaporte válido. “Y lamentablemente recibí muchas ofertas”, aclara.
De acuerdo con el periodista especializado Mohammed Nasser, más de 200 jugadores dejaron el país, con Irak como primer destino. Y pocos quieren volver a la selección nacional.
Durante el primer año de la revolución, el deporte estuvo en declive por culpa de la destrucción que causaron las fuerzas de ocupación, pero ya en el segundo año, la gente se adaptó a la vida en guerra. “La liga se jugó en condiciones infrahumanas. Algunos jugadores murieron durante los partidos. Así y todo, el fútbol es de las pocas cosas que iluminan el corazón de nuestra gente”, asegura Nasser. “Nos cortaron las rutas, secuestraron jugadores, mataron a otros deportistas famosos, como el basquetbolista Basel Ria y Marwan Arafat. Recientemente perdimos al técnico de las divisiones juveniles, Salah Matar, y una estrella que prometía, como Tareq Gharir, del Al Wathbah. Fueron víctimas de los morteros de las fuerzas rebeldes”.
Así y todo, los resultados continentales fueron sorprendentes: el triunfo de la selección en la West Asian Cup de 2012 y la llegada a cuartos de final del Al Shorta en la AFC Cup de 2013, equivalente a la Europa League.
Pero eso no quita la realidad que atraviesa Siria, bajo constante bombardeo, con muchas ciudades literalmente en ruinas. La gente aún juega al fútbol en las calles pavimentadas y también en las que son puros escombros.
“Lo que pasa en Siria es una matanza. El campeonato no debería jugarse mientras el país no se libere de esta angustia”, explica el adminsitrador de Al Karamah en facebook.
El presidente de los atletas sirios, Yasser Al Hallaq, hizo una condena que pocos oyeron: “La persistencia del régimen por continuar las actividades deportivas es una decisión irresponsable y pone en riesgo la vida de los deportistas, como demuestra la muerte de varios, incluso en las supuestas zonas seguras, como el campeón de fisicoculturismo, Firas Suleiman, entre otros. El régimen quiere mostrar que la vida es normal, cuando es completamente lo contrario”.
Más de 190 mil personas murieron en la guerra civil de Siria. Millones se vieron desplazados por el conflicto y sueñan con volver a sus casas, sin ruinas, sin baños de sangre ni misiles, sin tiranía ni autocracia.
“Conozco a técnicos a quienes les han secuastrado a sus hijos delante de sus ojos, mientras saqueaban sus casas. Nuestros corazones lloran día tras día”, dice desde Irak Moataz Mando, un técnico que logró irse a tiempo, pero aún no logra entender qué pasa. “Sólo sé que extraño todo lo que alguna vez fue Homs”. Allí, entre las ruinas de su tierra, todavía queda espacio para el fútbol. Y donde hay fútbol, hay esperanza.
Por Omar Almasri. Especial desde Bahrein. Fotos: AFP
IMPACTANTE foto tomada en la ciudad de Homs, sede de feroces combates: un rebelde juega en un momento de distracción.
Y el conflicto, con la devastación y división que acarrea, se volcó al deporte. Jugadores, técnicos y dirigentes se desplegaron en tres bandos bien visibles: los pro-Assad, los pro-democracia y los neutrales.
Un futbolista como Abdul Basit Saroot colgó los botines para unirse a la revolución. Se convirtió en símbolo de la lucha por una Siria más democrática. Su compatriota, el internacional Musab Balhous, pasó un período en prisión acusado de albergar a rebeldes armados y fortalecer la organización Al Karamah, formada por miembros de su club, contra Assad.
Otros, en cambio, dejaron el país, ya sea como protesta por su propia seguridad, como es el caso del bien viajado Firas Al-Khatib, el mejor jugador de la historia de Siria. Al-Khatib se negó a representar a la selección en solidaridad con aquellos que buscan la liberación, y se fue a China, a jugar al Shanghai Shenhua.
“Hay compañeros que renunciaron a la selección porque creen que en ella representan un cierto bando”, dice Tareq Hindawi, jugador del Al Ittihad. Y completa: “Estoy en desacuerdo con ellos. Nosotros representamos una bandera y nuestra alianza es con este país. Jugamos para arrancar una sonrisa de los habitantes”. Para otros, el uso de la pasión futbolera significa un apoyo intangible a Assad.
ALGUNOS DE LOS EVACUADOS que dejó el conflicto juegan un picado en un centro de refugiados.
La selección continuó con los buenos resultados y logró clasificarse a la Copa de Asia 2011, por primera vez en 15 años, después de ganar el grupo clasificatorio por encima de China y estar cerca de entrar a cuartos de final en un grupo difícil, con Japón y Arabia Saudita.
Además, Siria promocionaba promisorios entrenadores: Nizar Mahrous llevó al éxito nacional y continental al club jordano Shabab Al Ordun, al que sacó campeón de Asia; otra aparición fue la de Maher Bahri, que recientemente consiguió el ascenso con el Al Ahli a la Primera de Jordania.
“Por supuesto, el futuro del fútbol sirio estaba lleno de posibilidades gracias a los jugadores que empezaban a jugar en el exterior”, explica Bahri. “Las campañas de Al Karamah, Al Jaish y Al Wehda, hicieron que el fútbol sirio se popularizara todavía más. No es casualidad que los entrenadores sirios ahora seamos tan buscados y estemos en casi todos los países del mundo árabe”, añade.
Pero el crecimiento tuvo un sorpresivo giro de 180 grados que cambió la vida de cada sirio para siempre. Fue el 9 de marzo de 2011. Apenas unos meses después de la participación en la Copa de Asia, y mientras la Primavera Arabe se extendía en la región, miles de personas salieron a las calles de Dara´a para pedir cambios democráticos.
Desde entonces, el conflicto sangriento nunca se detuvo. Y el fútbol sufrió como el resto de los ámbitos. Muchos jugadores y técnicos dejaron el país por seguridad, varios clubes quebraron al no poder pagar los sueldos, algunos campos de entrenamiento se transformaron en ruinas, los partidos se postergaron y la temporada 2010/11 directamente se canceló. La cantidad de gente que asistía a los partidos disminuyó notablemente. Jugadores perdieron la vida, como el famoso caso de Yousef Sleiman, del Al Wathbah.
“El fútbol sirio está en una situación inimaginable, sin dudas la peor de su historia”, cuenta Omar Abdulrazzaq, que juega en Bahrein. Y añade: “La liga es demasiado débil, la mayoría de nosotros dejamos el país y los partidos se juegan en condiciones muy difíciles. Para los que dependemos realmente del fútbol para vivir, las postergaciones y cancelaciones nos inclinaron a irnos. Yo me fui a Jordania. Y así muchos. Hoy, mirar lo que pasa en Siria diriamente nos llena de dolor y tristeza”.
Mohammed Muselmani, futbolista sirio que huyó hacia el Líbano, amplía: “Es todo política, ya no se siente como fútbol. La oposición intenta crear una selección paralela, mientras los assadistas quieren mantener el orden establecido bajo el mismo sistema. Por eso, la selección se desintegró y hoy la forman sólo juveniles de algunos clubes”. Muselmani jugaba en el Al Karamah cuando estalló la revolución y la guerra civil. “Y desde entonces, el país dejó de ser tierra para poder jugarse un partido en circunstancias normales, especialmente en Homs. Nos obligaron a irnos de nuestras casas y dejar de entrenarnos”.
Sin importarle el conflicto, para sostener la idea de normalidad, la asociación del fútbol sirio reinstaló el campeonato doméstico con 16 equipos divididos en dos grupos. Los primeros cuatro se clasifican para un octogonal final. Al Ittihad y Al Karamah, dos de los más conocidos, pero a su vez pertenecientes a ciudades devastadas como Aleppo y Homs, nunca pudieron salir a flote. Estadios como el Al Hamdania de Aleppo (usado por el Al Ittihad) o el Lattakia se transformaron en bases militares y centros de detención de las tropas de Assad.
“Al principio tenía miedo de salir de mi casa e ir al club, pero ya me acostumbré. El miedo a la muerte ya no me consume, aunque mis padres todavía se niegan a verme ir. Pero yo elegí el fútbol como salida y es lo que me sigue motivando a levantarme”, relata Hindawi.
Al Karamah, que llegó a ganar cuatro ligas consecutivas entre 2005 y 2009, apenas es una sombra que debió buscar un estadio donde jugar fuera de Homs. Sin estadio, el Al Ittihad se quedó sin poder pagar los sueldos y debió vender a 16 jugadores para no desaparecer. Y no fueron los únicos en atravesar una situación similar.
Mientras tanto, los clubes de Damasco, donde la guerra apenas es una referencia, tomaron plena ventaja de los sufrimientos de sus rivales del interior y clubes como Al Shorta o Al Jaish comenzaron a dominar el campeonato.
FUTBOL PARA NADIE: El afiche del dictador Assad, en Al Wahda-Al Jaish, con tribunas vacías.
“Pero ninguno de nuestros padecimientos se compara con lo que es una gota de sangre derramada en esta guerra”, sostiene otro futbolista, Saif Al Haji. Al contrario de muchos colegas, él no pudo irse a jugar al exterior porque nunca hizo el servicio militar y eso le impide tener un pasaporte válido. “Y lamentablemente recibí muchas ofertas”, aclara.
De acuerdo con el periodista especializado Mohammed Nasser, más de 200 jugadores dejaron el país, con Irak como primer destino. Y pocos quieren volver a la selección nacional.
Durante el primer año de la revolución, el deporte estuvo en declive por culpa de la destrucción que causaron las fuerzas de ocupación, pero ya en el segundo año, la gente se adaptó a la vida en guerra. “La liga se jugó en condiciones infrahumanas. Algunos jugadores murieron durante los partidos. Así y todo, el fútbol es de las pocas cosas que iluminan el corazón de nuestra gente”, asegura Nasser. “Nos cortaron las rutas, secuestraron jugadores, mataron a otros deportistas famosos, como el basquetbolista Basel Ria y Marwan Arafat. Recientemente perdimos al técnico de las divisiones juveniles, Salah Matar, y una estrella que prometía, como Tareq Gharir, del Al Wathbah. Fueron víctimas de los morteros de las fuerzas rebeldes”.
Así y todo, los resultados continentales fueron sorprendentes: el triunfo de la selección en la West Asian Cup de 2012 y la llegada a cuartos de final del Al Shorta en la AFC Cup de 2013, equivalente a la Europa League.
Pero eso no quita la realidad que atraviesa Siria, bajo constante bombardeo, con muchas ciudades literalmente en ruinas. La gente aún juega al fútbol en las calles pavimentadas y también en las que son puros escombros.
“Lo que pasa en Siria es una matanza. El campeonato no debería jugarse mientras el país no se libere de esta angustia”, explica el adminsitrador de Al Karamah en facebook.
El presidente de los atletas sirios, Yasser Al Hallaq, hizo una condena que pocos oyeron: “La persistencia del régimen por continuar las actividades deportivas es una decisión irresponsable y pone en riesgo la vida de los deportistas, como demuestra la muerte de varios, incluso en las supuestas zonas seguras, como el campeón de fisicoculturismo, Firas Suleiman, entre otros. El régimen quiere mostrar que la vida es normal, cuando es completamente lo contrario”.
Más de 190 mil personas murieron en la guerra civil de Siria. Millones se vieron desplazados por el conflicto y sueñan con volver a sus casas, sin ruinas, sin baños de sangre ni misiles, sin tiranía ni autocracia.
“Conozco a técnicos a quienes les han secuastrado a sus hijos delante de sus ojos, mientras saqueaban sus casas. Nuestros corazones lloran día tras día”, dice desde Irak Moataz Mando, un técnico que logró irse a tiempo, pero aún no logra entender qué pasa. “Sólo sé que extraño todo lo que alguna vez fue Homs”. Allí, entre las ruinas de su tierra, todavía queda espacio para el fútbol. Y donde hay fútbol, hay esperanza.
Por Omar Almasri. Especial desde Bahrein. Fotos: AFP