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Independiente: 50 años de la primera Libertadores

A 50 años de haber ganado la Copa Libertadores en Independiente –primer equipo argentino en conseguirla–, Acevedo, Guzmán, Ferreiro, Mura y Santoro se reencontraron para revivir la hazaña en el mismo campo de juego donde la lograron. Anécdotas sobraron en una juntada memorable.

Por Redacción EG ·

15 de septiembre de 2014
  Nota publicada en la edición de Agosto de 2014 de El Gráfico

Imagen INDEPENDIENTE saluda antes del choque frente a Nacional de Montevideo.
INDEPENDIENTE saluda antes del choque frente a Nacional de Montevideo.
CAMBIO LA ESCENOGRAFIA del teatro de operaciones; ya no está más la clásica Doble Visera de cemento. El estadio es otro, más moderno, hecho a nuevo, hoy solamente lujoso testigo de un tiempo de vacas flacas.

Sin embargo, el campo de juego resulta el mismo en el que Roberto Ferreiro, Osvaldo Mura, Miguel Angel Santoro, David Acevedo, Juan Carlos Guzmán y el resto del plantel de ese Independiente se convirtieron en héroes al vencer a Nacional de Montevideo por 1-0 y ganar la Copa Libertadores por primera vez en la historia para el club de Avellaneda y para el fútbol argentino.

A 50 años de aquella imborrable noche del miércoles 12 de agosto de 1964, los cinco integrantes mencionados de aquel sensacional equipo se abrazaron y se saludaron con el afecto de siempre en el espacio exacto en el que dejaron de ser meros futbolistas para convertirse en glorias eternas. Después del clásico “qué mal va el mundo” o “qué bien”, los “muchachos” caminaron por el terreno de juego, se sentaron en las plateas y luego también en el banco de suplentes, mientras recordaban jugadas, personajes de la época y anécdotas. Estaban felices y se divertían. La memoria les funcionaba a pleno.

“Desde aquí, desde este costado izquierdo y mucho antes de llegar al área, Mario Rodríguez pateó. Fue un tiro por elevación, imparable para el uruguayo Sosa. Mario metió muchos, pero ese fue el gol de su vida porque nos hizo ganar la Copa”, explicó Guzmán.

-¿Cómo está Mariulo Rodríguez? (Ferreiro).

-Nada bien, pobre; sigue internado. De lo contrario, estaría aquí con nosotros haciendo bromas; es una gran persona que está pasando un mal momento (Guzmán).

-Era un goleador sensacional. Ese partido lo vi desde la tribuna y Mario fue clave. Yo jugué el encuentro de ida, en el Centenario de Montevideo, en el 0 a 0, la noche del 6 de agosto, cuando Pepé Santoro se consagró en nuestro arco (Mura).

-¡Uh! Ese fue mi debut internacional y la verdad es que me tiraban de todas partes. Tuve suerte de sacarlas todas (Santoro).

-Me acuerdo de que en la tarde de ese partido en Uruguay, estaba en la habitación tomando mate con Pepé. El arquero iba a ser Toriani, que era el titular. Pero se acercó el técnico, don Manuel Giúdice, a la pieza del hotel, lo encaró a Pepé, y le preguntó: “Pibe, ¿y si le toca jugar?” (Ferreiro).

-“La rompo”, le respondí al toque. Eso lo convenció de que yo no tenía miedo, que me sentía seguro y con mucha fe.

-Yo compartía la habitación con Toriani, precisamente –irrumpió Acevedo–. Estaba algo dolorido de las costillas porque unos días atrás, en un partido contra Boca, chocó feo con Silveira. “Si te duele, mejor que no juegues”, le aconsejé. Me hizo caso, y se lo comentó al técnico, a Giúdice. Y no jugó. Pero no solo no jugó esa noche en Montevideo, ¡nunca más fue titular! Porque Santoro había sido figura. Con el tiempo me quedó remordimiento por el consejo que le di a Toriani. Pero son cosas del fútbol.

-Al final, Trucchia quedó de suplente (Santoro).

Imagen LA PELOTA dentro del arco, el arquero vencido y resignado. Independiente, campéon de América por primera vez.
LA PELOTA dentro del arco, el arquero vencido y resignado. Independiente, campéon de América por primera vez.
EL BUZO MAGICO Y PROSPITTI
“En Montevideo no estuve, porque en el segundo partido ante el Santos -anterior a la serie final-, me expulsaron junto al brasileño Toninho por un incidente que tuvimos. Me suspendieron una fecha y me reemplazó Zerrillo. Pero en el partido de vuelta de la final, aquí en Avellaneda, volví y salimos campeones”.

Guzmán lo contó en el Libertadores de América delante de sus cuatro compañeros. El diálogo seguía fluyendo de manera natural entre estos hombres que lograron un título esencial para que el nombre actual de la cancha de Independiente sea el que es. Los primeros conquistadores repasaban gustosos más vivencias que los llevaron hacia un momento único e irrepetible.

-En pleno partido, cuando te expulsaron contra Santos, cambiamos toda la línea de fondo. Yo ocupé tu lugar de central, Savoy fue de número 5 y el Negro Acevedo pasó al lugar mío, como lateral derecho, para marcar a Pepe, un puntero izquierdo que tenía mucha potencia para patear al arco (Ferreiro).

-Sí (risas)… Como nosotros teníamos una defensa fuerte, íbamos con todo a cada pelota, y Pepe cuando me vio que lo iba a marcar, me dijo en portuñol: “¡Viniste vos; es peor el remedio que la enfermedad!”. (Acevedo).

-¿Y vos, petiso, por qué no jugaste el último partido? (Santoro le consulta a Mura).

-Resulta que venía de una lesión y engordé como siete kilos. Entonces, el preparador físico, González García, que era muy exigente con su trabajo, me hizo colocar el “buzo mágico”, que era algo muy publicitado en su momento. Te ponías eso, lo conectabas, te daba calor y ¡cómo bajabas de peso! El asunto es que quedé nuevamente flaquito, pero estaba totalmente deshidratado. Entré a jugar en el Centenario y al rato no podía levantar las patas. Fui un desastre. Menos mal que empatamos gracias a vos, Pepé, que te atajaste todo. Para la revancha, preferí dar un paso al costado, no estaba recuperado del todo. Y me reemplazó Pedro Prospitti.

-Qué obsesivo era el profe González García -exclamó Acevedo-. ¿Se acuerdan cuando nos pesaba después de los partidos y pedía un aplauso del plantel para el que había bajado más kilos, para el que más corría? “¡Un aplauso para Navarro que bajó cuatro kilos!”, gritaba. Y todos aplaudíamos.

-Es que cuándo concentrábamos había una rígida disciplina (Guzmán).

-¡Tremenda! -retomó Acevedo-. Concentrábamos en Allá en el Sur, una quinta alejada de la ciudad, que era como estar en medio del campo. González García la tenía con los controles de peso. Por ejemplo, ponía en la misma mesa a los tipos más grandotes y los controlaba muchísimo en las comidas. Recuerdo que colocaba siempre juntos a Luis Suárez, Navarro, Rolan, Prospitti… Y les daba una botella de vino tinto, de tres cuartos, para repartir entre los cuatro. ¡Era lo mismo que nada para ellos! Y ellos, casi con desesperación, agrupaban las copas y las llenaban midiendo con sumo cuidado para que ninguno tuviera una gota de más. Y en el menú, casi siempre había sopa. Prospitti tenía la costumbre de que casi al final de las comidas pedía permiso para ir a su habitación. González García empezó a inquietarse con lo que hacía y una vez me pidió que fuera a ver qué le pasaba. Y fui, abrí la puerta, la pieza estaba a media luz y me encontré con algo impensado: Prospitti estaba abriendo una valijita chiquita que tenía preparada, de la que sacó dos tremendos salamines de Tandil y dos panes flauta gigantescos para hacerse dos sándwiches. “Negro, te pido por favor, no cuentes nada. ¡Con lo que nos da el profe, me muero de hambre!”, me dijo (risas generales).

NAVARRO, SANFILIPPO Y PELE
Las anécdotas continuaban surgiendo sobre aquel pasado perfecto. Sólo bastaba que uno de estos tipos empezara a modular. Ferreiro, entonces, la siguió: “Lo bueno de ese Independiente fue que, en su mayoría, éramos nacidos en el club e hinchas del Rojo. Vos, Flaco (por Guzmán) te integraste muy bien pese a que venías de Chacarita. Pero la mayoría habíamos jugado en inferiores y existía un gran respeto por los mayores. Cuando empecé a jugar en Primera, Ernesto Grillo era la figura. Yo lo trataba de usted, ni se me ocurría tutearlo. Resultaba tal mi devoción por Grillo que cuando se fue a jugar a Italia, le compré la casa con mis primeros pesos porque quise vivir en donde lo había hecho mi ídolo”.

-Pero el jugador emblemático de Independiente de comienzos de los 60 fue Hacha Brava Navarro. No pudo jugar la Copa porque en un partido en Rosario, se quebró la pierna izquierda. Pero siempre estuvo con nosotros, viajaba con el equipo a todos lados, apoyado en su bastón (Santoro).

-Y antes de la primera final, en Montevideo, todo el plantel fue a visitar al Nene Sanfilippo que jugaba en Nacional, y que en un amistoso se había quebrado también la pierna izquierda. Y ahí estaba Navarro, con su bastón, haciendo bromas con Sanfilippo. Ah, no me voy a olvidar un gesto de Pelé que pocos supieron. Pelé viajó especialmente de Brasil a la Argentina para saludar a Navarro al enterarse de su grave lesión. Pelé en la cancha era bravo, pero tenía esos buenos gestos (Acevedo).

Imagen EN LA PLATEA, Guzmán, Santoro, Ferreiro, Acevedo, que muestra una camiseta de antaño, y Mura custodian la Copa de 1964.
EN LA PLATEA, Guzmán, Santoro, Ferreiro, Acevedo, que muestra una camiseta de antaño, y Mura custodian la Copa de 1964.
LA COPA
Los “muchachos” se prepararon para la producción de fotos junto a la Copa de Campeones que ganaron hace medio siglo. Aquí, una aclaración: la Copa de Campeones es equivalente a decir la Copa Libertadores. Como de 1960 a 1964 sólo participaban los campeones de cada uno de los países de América del Sur, el torneo se llamaba así: Copa de Campeones. Pero a partir de 1965 el nombre mutó a Copa Libertadores de América y se conserva hasta hoy. ¿Por qué decimos, entonces, que ambas competiciones son la misma? Porque la Conmebol lo indica de esta manera. Para la casa madre del fútbol sudamericano, la primera edición de la Libertadores se desarrolló en 1960.

Pero regresemos a los instantes mágicos de las fotos. A Pepé Santoro se le piantó un lagrimón, y el resto guardó un reflexivo silencio. Seguramente, haber tocado otra vez ese trofeo resultó muy emotivo para ellos.

-En la Argentina se valorizó esta Copa en 1963, cuando Boca llegó a la final con el Santos, y la perdió. A partir de ahí, todos los equipos argentinos estaban pendientes de ganarla (Guzmán).

-Fue así. Yo la jugué en 1961 con Independiente, por haber sido campeones en el 60, pero disputarla en ese momento era otra cosa, como un torneito más. Después de la conmoción que produjo lo de Boca, motivó a todos a ganarla. Era la obsesión, el gran paso para jugar la Intercontinental (Ferreiro).

-Y a ese Independiente del 64 lo agarró en un gran momento. Teníamos un equipazo, con una defensa tremenda. Sabíamos que si hacíamos un gol, era muy difícil que perdiéramos (Guzmán).

-Encima teníamos a Giúdice, que era un gran técnico. Utilizaba muy pocas veces el pizarrón, pero veía muy bien el fútbol y en los entretiempos corregía acertadamente nuestros errores. ¿Se acuerdan cómo formábamos para la foto? No nos parábamos como se hacía: los defensores iban parados, y los volantes y delanteros, agachados. Y eso fue porque en el diario La Razón de los 60 se hizo una nota en la que publicaron una foto de Navarro y otra de Rolan, con un epígrafe que decía: “¡Asesinos!”. Nos dio tanta bronca que empezamos a saludar al público todos en fila, y el capitán por delante nuestro, levantando los brazos (Acevedo).

-Volviendo al equipo, hay que destacar también nuestro estado físico. ¡Eramos aviones! Se lo debíamos a González García, una persona excepcional que cuando ganamos esta Copa, invitó a todo el equipo, con sus novias o esposas, a una cena en el Automóvil Club Argentino. Y ahí nos regaló un anillo de oro, con el nombre grabado de cada jugador (Ferreiro).

-¡Cómo estaba la cancha esa noche! (Santoro).

-¿Y nosotros? Nos jugábamos el todo por el todo, porque el arreglo con los dirigentes era una cantidad importante de dinero sólo si nos quedábamos con la Copa. Creo que eso lo propuso el Negro Rolan, que nos dejó hace muy poco, y nos motivó todavía más (Acevedo).

-El partido no fue bueno, salvo el golazo de Mario Rodríguez. Ellos llegaron una sola vez, cuando Rolan le erró a una chilena y entró solito el uruguayo Oyarbide. Pero cabeceó desviado. Después, pasé una noche tranquila y fuimos campeones (Santoro).

El reencuentro finalizaba y cada uno propuso verificar si los números de teléfono de los demás seguían siendo los mismos para quedar aún más conectados. Abrazos, buenos deseos y después cada uno se ocupó de lo suyo: Guzmán se fue a trabajar al Congreso Nacional junto a la senadora por Santa Cruz, Esther Labado, del Frente para la Victoria; Santoro, entrenador e instructor de arqueros en Independiente, y Ferreiro, Director de la Escuela de Técnicos cuyo Secretario General es Victorio Cocco, empezaron a pensar en la próxima tarea; mientras que Mura y Acevedo, agentes de seguros con una amplia cartera de clientes, también vislumbraban lo que se les venía.

Más allá de sus actividades actuales, ellos son los “muchachos” de aquella epopeya roja de hace 50 años, la que marcó una etapa inolvidable para el fútbol argentino.

EL CAMINO A LA GLORIA
LEJOS DEL FORMATO ACTUAL, la Copa tenía otro desarrollo en 1964: los equipos se dividían en tres grupos de tres y el líder de cada zona avanzaba a las semifinales, donde esperaba el Santos, defensor de la corona. En la fase inicial, el Rojo les ganó a Alianza Lima 4-0 y a Millonarios 5-1 (con el que no jugó la revancha porque lo desafiliaron de la Asociación Colombiana de Fútbol), y empató ante Alianza Lima 2-2 en el duelo de vuelta. Así se clasificó a las semifinales, en las que venció al Santos 3-2 y 2-1, primero en Río de Janeiro y luego en Avellaneda.

En la serie final, empató ante Nacional 0-0 en la ida y lo superó 1-0 en la vuelta, con gol de Mario Rodríguez a los 34 minutos del primer tiempo, para consagrarse campeón de América por primera vez en la historia. De esta manera, acumuló cinco triunfos y dos pardas en siete partidos.

Por Cacho Lemos. Fotos: Emiliano Lasalvia y Archivo El Gráfico