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"Maravilla" Martínez: entre la sangre y el show

Pasen y vean a este hombre, que es una mezcla de modelo publicitario, comediante, escritor y filósofo aficionado. Pasen y vean. Tiene 37 años, termina de recuperar el campeonato mundial de los medianos tras darle una paliza a Julio César Chávez Jr. y se pregunta qué significa ser boxeador.

Por Redacción EG ·

08 de octubre de 2012
  Nota publicada en la edición de octubre de 2012 de El Gráfico 

Imagen EL MUNDO ES MIO. Festeja Maravilla en Las Vegas. A su lado, Pablo Sarmiento.
EL MUNDO ES MIO. Festeja Maravilla en Las Vegas. A su lado, Pablo Sarmiento.
JUAN Carlos Tito Lectoure, que algo sabía de boxeo, solía aconsejar a los jóvenes boxeadores de esta manera: “Cuando tengas que pelear con un hombre con cara de boxeador, o sea con la nariz abollada y gesto muy amenazador, no te hagas problema, señal de que le pegan fácil. En cambio, hacete problemas con los que tienen la cara bien cuidadita, porque a esos sí que es difícil pegarles...”.

Si Lectoure hubiera conocido a este Maravilla Martínez, seguramente con un guiño cómplice, habría dicho: “¿No les dije? De esta clase de boxeador hay que cuidarse”.

O, traducido al lenguaje Maravilla, “Chicos, no se preocupen porque bajo las manos... Preocúpense el día que no las baje...”.

Fenómeno raro, mezcla particular de comediante, escritor, modelo publicitario, bailarín y ante todo boxeador. Bate récords de audiencia en la televisión nacional, es capaz de paralizar a un país de la misma forma en que se convierte en tapa de las revistas del corazón. Aparecen exnovias despechadas, se tejen desconfianzas sobre su sexualidad, se lo liga a Susana Giménez porque la diva viaja a Las Vegas, escribe en una revista y al mismo tiempo se está publicando un libro sobre su vida y, aunque parezca mentira, salvo una marca de ropa, todavía no apareció, al menos en la televisión local, vendiendo celulares, o tarjetas de crédito.

¿POR DONDE entrarle, pues, a un fenómeno que ha puesto al boxeo entre el top luego de años y años de estar escondido, al menos en algunos medios, en las crónicas policiales? Lo reportea Alejandro Fantino y su historia se hace popular. Niñez de cierta pobreza –no exageremos–, potencial crack de fútbol devenido en boxeador, profesional con bolsas flacas, un avión a Las Vegas para perder con Antonio Margarito, regresó a la Argentina y luego, impulsado a fondo con bolsas más magras todavía y un negro clima de crisis en el país, otro avión, para España, con un papelito arrugado en el bolsillo. En el papelito, el teléfono de Pablo Sarmiento, por entonces boxeador profesional. “¿Cómo dijiste que te llamabas?”, le preguntó Pablo. “Sergio Martínez, no sé si te acordás de mí, me dicen Maravilla”, fue la respuesta. “Venite”, y ahí empezó todo.

¿Qué hay dentro de él que mueve a que las señoras lo alaben, las más jovencitas lo persigan y los hombres le canten loas y hasta le escriban canciones? Este cronista confiesa, con dolor, que no lo sabe.
O sí, quizás sí, ¿por qué no? Porque se exhibe, pero sin exhibiciones. Porque no tiene falsa modestia. Porque no duda en contar que pasó hambre. Porque reconoce que en él, todo es esfuerzo y trabajo. Porque se hizo solo y –por supuesto– a los golpes. Porque no tiene pelos en la lengua. Y, como se dice por ahí, porque además demostró que se las banca. Ante casi 20 mil personas, en medio de un rugido similar a la erupción de un volcán, cayó en la lona frente a Julio César Chávez Junior. Era el último round, faltaba algo así como un minuto y medio, iba ganando amplio y de pronto: “Buuummmm!”, la mano cruzada, la caída, el réferi agazapado y luego, repetida hasta el cansancio en las redes y casi inadvertida en el momento, la mirada a su propio rincón, la mano extendida, una especie de “Estoy bien” en la mirada y la pelea que se reinicia, el correr de la sangre palpita con la del reloj, quince mil mexicanos empujan a Julito, el Hijo de la Leyenda, pero a él lo empujan cuarenta millones de argentinos, hasta la victoria siempre ha sido su lema, se planta, se va, se planta, pelea, pega y le pegan, corre la sangre, corren los segundos, explosión, final, campanada, aullidos, ganador y nuevo campeón del mundo.

Imagen UN GANADOR, dentro y fuera del ring. Sostiene que Monzón es el más grande de todos.
UN GANADOR, dentro y fuera del ring. Sostiene que Monzón es el más grande de todos.
OBSESIVO en todo, se levanta todos los días a las cuatro y media de la mañana, se entrena durante dos horas y media, regresa, desayuna, descansa, pasa por el gimnasio, vuelve a su casa de Oxnard, en California, almuerza, duerme la siesta, va al gimnasio a las 18.45, regresa, cena y ya. Solamente un rato frente al ordenador, como le gusta llamar a su computadora.

“Mi pregunta continúa aquí, en mi mente –escribió hace poco, en vísperas de su pelea con Julio César Chávez Junior–. ¿Quién lleva las riendas de nuestro ser? ¿Por qué boxeo? ¿Por qué elegí ser boxeador? A esta altura de mi vida deportiva, a esta hora de mi existencia, más cercana al ocaso de una vida dedicada al pugilismo, suena casi descabellado plantearse y replantearse tamaña pregunta (...) ¿Por qué es el estado de conciencia natural humana el golpear, dañar y buscar aniquilación de un hombre de carne y huesos? ¿Dónde radica el gen que me dirigió desde el primer día que fui a un gimnasio? ¿Fui yo, o ese lado animal que todo ser lleva en sí? Sea como sea, mi Destino es Victoria”.

PABLO Sarmiento, su entrenador, es el encargado además del desayuno: cereales con leche, jugos de frutas, una clara de huevo con queso y un poco de pechuga de pavo. Café, muy poco. Ana Georgina Baeza, californiana de origen mexicano, es la secretaria general y la que le ordena sus entrevistas. A su vez, la doctora Raquel Bordons Cortázar, su médica personal, es según sus propias palabras, “Mi ángel custodio”. El equipo se completa con Sampson Lewkovicz, un uruguayo radicado desde hace años en los Estados Unidos. “Cuando se lo ofrecí a Bob Arum me dijo que no, cuando se lo planteé a Oscar De La Hoya, dijo que no; pero Lou Dibella confió en mí y aquí estamos”, dice Sampson. Lou Dibella ex alto ejecutivo de la cadena HBO, es su promotor. Y el hijo de Sampson, Nathan, se ocupa de los detalles de logística. El grupo se completa con Miguel Angel De Pablos, quien tiene 37, igual que Maravilla. “Sabemos que todo esto es hermoso, pero cuidado, ya somos grandes –dice–, así que cuando subimos a una limusina o nos invitan a una suite de diez estrellas, miramos todo sabiendo que es parte de un sueño: que lo que hoy es; mañana, no; y nosotros trabajamos para el futuro, para cuando Sergio ya no boxee más”.

Sergio es promotor de boxeo, tiene una línea de ropa, se maneja con varias empresas españolas, sabe que el futuro del boxeador es la pelea más difícil, al estar entrenado para la otra vida.

“Miro al espejo y veo a un hombre próximo a cumplir 38 años”, dice. La pelea con Chávez le costó una lesión en la rodilla y en la muñeca, se dice que peleó con una costilla fisurada y recibió dos cortes: uno en un ojo, el otro en el cuero cabelludo, pero ganó y sabe que, por ahora, como todo guerrero, tendrá que reponerse. No se sabe si habrá revancha con Julito , porque le encontraron rastros de marihuana en la sangre y tendrá para un tiempo, pero él ahora sabe que le ha tocado el turno de pelear, ganar y entonces, esperar.

Imagen CLAVE DE SUS cincuenta victorias con 28 KO: cuerpo, corazón y mente.
CLAVE DE SUS cincuenta victorias con 28 KO: cuerpo, corazón y mente.
CARLOS Monzón fue campeón mundial de los medianos, como lo es él ahora. “Ya que me nombren al lado de Carlos es demasiado. Mis pantalones son rojo y negro, como los colores de Colón, los colores de Carlitos, el más grande de todos, chicos, por favor, no mezclemos”, dice. Usa el chicos, el ostias, el cabrón. Confiesa que es un aburrido en muchas cosas, “Porque vivo para entrenar, mi vida sexual, cuando me entreno, casi no existe, solo pienso en la pelea”.

Aunque tiene negocios en España, vive en Oxnard, regresa de vez en cuanto a su Quilmes natal para descubrir que “Cada vez tengo más amigos de chico y más primos, ostias, que no sé de dónde salen tantos”. Se mueve todo el tiempo, “Mi madre dice que tengo el mal de San Vito” y posa para las fotos como un profesional. ¿Qué tú quieres? –parece preguntar–.¿Sexy? ¿Boxeador? ¿Modelo? ¿Intelectual?
Curioso fenómeno el de este hombre. Se pregunta por qué se hizo boxeador y luego se prende, cabeza a cabeza, con Julio Chávez, a pesar de haber caído, pegando y recibiendo, bañado en sangre, altanero y casi heroico.

Curioso fenómeno de este hombre que cada vez que firma una nota, lo hace con una frase del Che: HASTA LA VICTORIA SIEMPRE.

Por Carlos Irusta. Fotos: AFP. Ilustración: Gonza Rodríguez