Las Crónicas de El Gráfico

2002. Vení, vení, canta conmigo

River conquistó el campeonato Nº 30 en el profesionalismo con una victoria por 5-1 frente a Argentinos y desató el delirio de su gente. Las razones de una campaña que volvió a colocar al Millo en lo más alto del fútbol argentino.

Por Redacción EG ·

08 de octubre de 2019

¿Se­ra es­te país? ¿Se­rá es­te tiem­po? ¿Se­rá cier­to es­to que pa­sa aquí, en un Mo­nu­men­tal que ha de­sa­pa­re­ci­do de­trás de un te­lón de hu­mo, en el que 70 mil al­mas son­ríen y se ale­gran, se emo­cio­nan y en­cuen­tran un mo­ti­vo pa­ra ser fe­li­ces por un ra­ti­to? ¿Se­rá ver­dad que en es­te país de­ses­pe­ran­za­do y mal­he­ri­do, en es­te tiem­po de ca­ras lar­gas y vo­ces ron­cas de tan­to re­cla­mo amar­go ja­más es­cu­cha­do, aho­ra es­tos hom­bres, mu­je­res, ni­ños, an­cia­nos y ge­ne­ra­cio­nes por ve­nir han en­con­tra­do una ex­cu­sa pa­ra an­dar jun­tos y sol­tar un gri­to que no es de que­ja si­no de sa­na ale­gría, co­bi­ja­dos co­mo es­tán ba­jo un sen­ti­mien­to que es sen­ti­do de per­te­nen­cia fiel e in­se­pa­ra­ble?

Ri­ver Pla­te se abra­za al tí­tu­lo N° 30 de su re­co­rri­do pro­fe­sio­nal por el fút­bol ar­gen­ti­no y si al­guien ima­gi­na­ba, sin­ce­ra­men­te, sin com­pu­tar chi­ca­nas ni pos­tu­ras car­ga­das de en­vi­dia, que po­dría tra­tar­se de un fes­te­jo de­va­lua­do por el epí­lo­go al­go irre­gu­lar de la cam­pa­ña, se equi­vo­có fu­le­ro, fu­le­ro. No es fá­cil lle­nar el Mo­nu­men­tal, eh, y la gen­te de Ri­ver lo lle­nó. Pe­ro lo lle­nó en se­rio y ca­si en ex­clu­si­va, sin de­jar un hue­qui­to, des­bor­dan­do pa­si­llos, co­pan­do ba­ran­das y aba­rro­tan­do es­ca­le­ras. Lo lle­nó de gen­te, de ban­de­ras, de ben­ga­las, de es­tre­lli­tas. Lo col­mó de gri­tos, lo ador­nó de fies­ta, lo co­pó de chi­cos y chi­cas, de­por­tis­tas que día a día es­cri­ben sus pe­que­ñas his­to­rias ba­jo el ci­lin­dro del Mo­nu­men­tal y que se han da­do el gus­to in­men­so es­te do­min­go 12 de ma­yo de 2002 de sen­tir­se par­tí­ci­pes de la fies­ta, ar­man­do una co­reo­gra­fía con glo­bos en la que se lee: “Fe­li­ces 101 años”. Así se cre­ce con es­pe­jos de car­ne y hue­so, así uno se em­be­be de es­pí­ri­tu ri­ver­pla­ten­se, así se di­se­mi­na un sen­ti­mien­to que ha­ce cos­qui­llas de­ba­jo de la piel.

Imagen Cerveza para todos. En el camión de la alegría, Comizzo y Celso Ayala no fueron pura espuma.
Cerveza para todos. En el camión de la alegría, Comizzo y Celso Ayala no fueron pura espuma.

Tam­bién fue ge­ne­ro­sa con el es­pec­tá­cu­lo la ac­tual di­ri­gen­cia mi­llo­na­ria, que le brin­dó al hin­cha la chan­ce de go­zar con una vuel­ta olím­pi­ca lim­pia de in­tru­sos, ofre­cien­do una ta­ri­ma mó­vil con­for­ma­da por un tren­ci­to y un ca­mión re­par­ti­dor de cer­ve­zas, en la que se po­dían iden­ti­fi­car cla­ra­men­te los cuer­pos y los bra­zos de los ver­da­de­ros pro­ta­go­nis­tas, sus ges­tos y emo­cio­nes, y no las pe­no­sas co­rri­das de los ca­za­ca­mi­se­tas, pan­ta­lo­nes y, por qué no, ca­de­ni­tas y len­tes fo­to­grá­fi­cas.

Se ve ní­ti­do en esa ron­da de gri­tos a An­gel Da­vid Co­miz­zo, he­cho un pi­be aun­que es el ju­ga­dor más vie­jo del fút­bol ar­gen­ti­no. Só­lo él sa­be lo que su­frió ha­ce 10 años, por­que no hay peor in­fa­mia que la de los ru­mo­res ma­lin­ten­cio­na­dos, y só­lo él pu­do ha­ber creí­do que es­ta uto­pía era po­si­ble. Sal­ta co­mo un ne­ne Co­miz­zo, y no im­por­ta que se ha­ya te­ni­do que per­der los úl­ti­mos ca­pí­tu­los de la no­ve­la por un arres­to de irres­pon­sa­bi­li­dad: es fe­liz y se lo me­re­ce.

Le da al bom­bo con el al­ma Mar­tín De­mi­che­lis, uno de los que es­tre­na vuel­tas olím­pi­cas, y uno no pue­de de­jar de pen­sar en la per­so­na­li­dad que irra­dia es­te pi­be que se pu­so los guan­tes con­tra Ra­cing co­mo si tal co­sa en el mo­men­to más ca­lien­te del tor­neo, y or­de­nó la ba­rre­ra, y man­dó a su ca­sa a los al­can­za­pe­lo­tas con una de­ter­mi­na­ción cuan­do me­nos lla­ma­ti­va.

Di­ri­ge la ba­tu­ta tam­bién el Ca­be­zón D’A­les­san­dro, que cuan­do di­jo que no se que­ría ir de Ri­ver sin ser cam­peón pa­re­cía es­tar ex­cu­sán­do­se con un ca­ra­me­li­to pa­ra los hin­chas pe­ro aho­ra se com­prue­ba, ob­ser­van­do su ale­gría sin po­ses, que se lo ha­bía pro­pues­to de ver­dad, que no era ver­so.

No es­tá el Bu­rri­to, no es­tá su pe­ra sa­lien­te y su pa­so de cum­bia, pe­ro es­tá, cla­ro que es­tá, en el co­ra­zón del hin­cha, que lo evo­có an­tes que a na­die con el clá­si­co “Or­teeeeeee­ga, Or­teeeeee­ga” ape­nas el equi­po sal­tó al cam­po de jue­go y cuan­do el triun­fo co­men­za­ba a trans­for­mar­se en vuel­ta olím­pi­ca.

Abre los bra­zos Fer­nan­do Ca­ve­nag­hi, pe­da­zo de go­lea­dor que es­tá ha­cien­do las va­li­jas, que en su pri­mer tor­neo com­ple­to rom­pió to­das las re­des y los ré­cords, y ya se prue­ba la pil­cha de má­xi­mo ar­ti­lle­ro del cam­peo­na­to. Pe­ro lo que más con­mue­ve y lla­ma la aten­ción, al mar­gen de sus go­les, es la sen­ci­llez y su com­pro­mi­so con el equi­po. Sue­le de­cir­se de to­do go­lea­dor que el egoís­mo es uno de sus atri­bu­tos más pre­cia­dos; bue­no, es­te chi­co es la an­tí­te­sis del egoís­mo, sor­pren­de su ge­ne­ro­si­dad en el jue­go: se la da siem­pre a un com­pa­ñe­ro, aun­que pue­da man­dar­se so­lo. Y eso tal vez no se va­lo­ra tan­to, cuan­do en rea­li­dad tie­ne un va­lor enor­me.

Son­ríe Ra­món Díaz, le­van­ta sus bra­zos, sa­be que es­tá en el cie­lo de los en­tre­na­do­res, que su­pe­ró a su maes­tro La­bru­na, que na­die le qui­ta­rá sus per­ga­mi­nos aun­que co­mien­ce a en­sa­yar una des­pe­di­da con­sen­sua­da.

Bai­la Cue­vi­tas, su des­par­pa­jo ca­si in­cons­cien­te, su co­rri­da mi­la­gro­sa an­te Ra­cing. Se pren­de el Cha­cho, uno de los más que­ri­dos, usi­na crea­do­ra de buen hu­mor y pie­za vi­tal del equi­po. Sal­ta el Chi­no Gar­cé, el ca­pi­tán Cel­so, el si­len­cio­so Le­des­ma, el re­co­no­ci­do Za­pa­ta, el Cu­chu y sus go­les de­ci­si­vos y Ri­car­do Ro­jas, es­pe­cie mi­la­gro­sa de la re­su­rrec­ción fut­bo­le­ra que me­re­ce­ría ser ob­je­to de es­tu­dio pa­ra Víc­tor Suei­ro. De­li­ra el Cho­ri Do­mín­guez, im­pre­vis­to hé­roe de fin de fies­ta, aho­ra que esa ima­gen im­pac­tan­te de su frac­tu­ra te­le­vi­sa­da es pa­sa­do, por suer­te. ¡Cuán­tas ale­grías tie­ne guar­da­das  en el bol­si­llo es­te em­pe­der­ni­do ti­ra­dor de ca­ños pa­ra ofre­cer­le en el fu­tu­ro cer­ca­no a la gen­te de Ri­ver!

Imagen Subí que te llevo. Germán Lux es el maquinista del trencito millonario. Ledesma no tiene pantalones, pero está vestido de fiesta.
Subí que te llevo. Germán Lux es el maquinista del trencito millonario. Ledesma no tiene pantalones, pero está vestido de fiesta.

Fin de fies­ta. Ri­ver ha se­lla­do un cam­peo­na­to que no ad­mi­te dis­cu­sio­nes en cuan­to a su le­gi­ti­mi­dad, con una go­lea­da bar­ni­za­da por cin­co go­les de au­tén­ti­ca es­tir­pe mi­llo­na­ria, de to­que cor­to y jue­go aso­cia­do en ve­lo­ci­dad. Ri­ver ce­le­bra su cam­peo­na­to N° 30 pe­ro so­bre to­do se sa­ca la mu­fa de tres sub­cam­peo­na­tos con­se­cu­ti­vos que co­men­za­ban a mo­les­tar y que em­pu­ja­ban a de­sem­pol­var los vie­jos apo­dos de épo­cas trá­gi­cas, que aho­ra pa­re­cen tan le­ja­nas.

Fes­te­ja Ri­ver, can­ta la gen­te, que no quie­re aban­do­nar su ca­sa, don­de no se da­ba el gus­to de cam­peo­nar des­de 1997, la no­che de San Sa­las con­tra el San Pa­blo, por la Su­per­co­pa, ca­si cin­co años atrás. Fes­te­ja al fin un cam­peo­na­to des­pués de dos años, que no es tan­to en rea­li­dad si no fue­ra por­que en esos dos años, jus­ta­men­te, el pri­mi­to de siem­pre se lle­vó dos Li­ber­ta­do­res, una In­ter­con­ti­nen­tal y un tor­neo lo­cal. Y en­ton­ces los dos años se hi­cie­ron ca­si dos dé­ca­das. Por el su­fri­mien­to, ¿vio?

 

EL ME­JOR DE TO­DOS

Ha­cía­mos re­fe­ren­cia a la le­gi­ti­mi­dad del tí­tu­lo y aquí no pue­de ha­ber cues­tio­na­mien­tos. Es cier­to que el equi­po de Ra­món po­dría ha­ber da­do la vuel­ta olím­pi­ca con­tra La­nús y des­per­di­ció la chan­ce; tam­bién que Ar­gen­ti­nos en­tró des­trui­do aní­mi­ca­men­te a dis­pu­tar el cho­que de­ci­si­vo con­tra el Mi­llo por el des­cen­so an­ti­ci­pa­do al que lo so­me­tió el cro­no­gra­ma dis­pa­ra­ta­do de par­ti­dos. Y que la me­dio­cri­dad ha­ce tiem­po se co­mió al fút­bol ar­gen­ti­no. Lo que na­die po­drá de­cir es que hu­bo un equi­po su­pe­rior a Ri­ver. Y tam­po­co na­die po­drá re­fu­tar que el equi­po de Ra­món fue li­qui­dan­do su­ce­si­va­men­te a sus per­se­gui­do­res con cla­ri­dad y con­tun­den­cia: le ga­nó a Bo­ca en la Bo­ca y por go­lea­da, ven­ció a Gim­na­sia en La Pla­ta con una de­mos­tra­ción con­vin­cen­te de fút­bol y des­pa­chó a Ra­cing, des­pués de su­pe­rar­lo en el jue­go y de ha­cer mé­ri­tos pa­ra lle­var­se el triun­fo, con un de­sen­la­ce dra­má­ti­co que no se ol­vi­da­rá por los años de los años (a ver si no va a im­por­tar ga­nar un tor­neo lo­cal).

Tu­vo rá­fa­gas es­po­rá­di­cas de fút­bol ex­qui­si­to que no se vio en nin­gún otro par­ti­ci­pan­te del tor­neo, a ins­tan­cias del gran ta­len­to in­di­vi­dual de sus me­jo­res so­lis­tas, co­mo en esos mi­nu­tos en los que acri­bi­lló sin pie­dad a Hu­ra­cán, Es­tu­dian­tes y Unión. Tal vez no al­can­zó la cons­tan­cia en el al­to ni­vel que sí al­can­zó en el tor­neo pa­sa­do, cuan­do ju­gó “bien” bas­tan­te más tiem­po que en es­te Clau­su­ra. La di­fe­ren­cia es­tu­vo en que es­ta vez Ri­ver sa­có pe­cho en los com­pro­mi­sos de­ci­si­vos y se im­pu­so con gran per­so­na­li­dad, si­tua­ción que no se dio en el Aper­tu­ra, cuan­do per­dió pun­tos va­lio­sí­si­mos an­te Bo­ca y Ra­cing, por ejem­plo.

Imagen La banda descontrolada. Los que baten la marcha con partitura propia son Demichelis y Costanzo.
La banda descontrolada. Los que baten la marcha con partitura propia son Demichelis y Costanzo.

Aho­ra, en cuan­to al va­lor es­pe­cí­fi­co de un cam­peo­na­to lo­cal, es ver­dad que la eli­mi­na­ción de la Co­pa Li­ber­ta­do­res an­te Gre­mio pro­vo­có un mal­hu­mor ge­ne­ra­li­za­do en el hin­cha de Ri­ver. Y ese mal­hu­mor se po­ten­cia por­que Bo­ca lle­va ga­na­das dos al hi­lo y an­da­ba de­re­cho en el re­co­rri­do de la ac­tual, aun­que el pe­que­ño tro­pe­zón su­fri­do an­te Olim­pia po­dría ce­rrar un pri­mer se­mes­tre ca­si per­fec­to si se con­su­ma su eli­mi­na­ción. Por otra par­te, co­mo bien se­ña­la el pre­si­den­te Agui­lar, cual­quier hin­cha que ha­ya pa­de­ci­do aun­que sea par­cial­men­te la no­che de los 18 años sin tí­tu­los, ja­más po­dría me­nos­pre­ciar el va­lor de una vuel­ta olím­pi­ca. Hay nú­me­ros que re­sul­tan elo­cuen­tes al res­pec­to: Ri­ver y Bo­ca li­de­ra­ban la ta­bla de cam­peo­na­tos ga­na­dos has­ta 1974, con 12 ca­da uno. Aho­ra, a los 30 de Ri­ver lo si­guen bien de le­jos los 19 de Bo­ca, una bre­cha que re­sul­ta ca­si im­po­si­ble de ima­gi­nar co­mo des­con­ta­ble, en las pró­xi­mas dé­ca­das al me­nos, una bre­cha que no tie­ne an­te­ce­den­tes en el fút­bol mun­dial me­dia­na­men­te com­pe­ti­ti­vo.

 

CRÓNI­CA DE UNA VIC­TO­RIA ANUN­CIA­DA

Bien, va­ya­mos en­ton­ces a una pe­que­ña cró­ni­ca de lo que ocu­rrió en la tar­de de la con­sa­gra­ción. El equi­po de Ra­món sal­tó al cam­po de jue­go sos­pe­chan­do que el em­pa­te no le al­can­za­ba por­que Gim­na­sia iba ga­nan­do, re­sul­ta­do que se con­fir­mó cuan­do en Nú­ñez se lle­va­ban dis­pu­ta­dos diez mi­nu­tos de par­ti­do. Te­nía que ir a bus­car su des­ti­no. Y si bien lo hi­zo con con­vic­ción, pre­sio­nan­do des­de el mi­nu­to ce­ro, a los 13 mi­nu­tos es­ta­ba per­dien­do 1-0, des­pués de que Lux die­ra re­bo­te en un dis­pa­ro sin com­pli­ca­cio­nes de Cor­do­ne y que un tal Leo­nar­do Pis­cu­li­chi cap­tu­ra­ra el ba­lón pa­ra si­len­ciar a to­do el es­ta­dio. Fue­ron unos mi­nu­tos en los que re­vo­lo­tea­ron los fan­tas­mas más te­mi­dos: Ar­gen­ti­nos se acer­có pa­ra mar­car el se­gun­do, se es­cu­cha­ron al­gu­nos mur­mu­llos por la de­ci­sión de Ra­món Díaz de pe­dir el fa­mo­so ar­tí­cu­lo 225 por D’A­les­san­dro y no por Co­miz­zo, y has­ta en al­gu­nas ra­dios co­men­za­ron a es­pe­cu­lar qué ocu­rri­ría con el via­je pre­vis­to pa­ra el día si­guien­te de Cel­so Aya­la y de Cue­vas pa­ra in­te­grar­se a la se­lec­ción de Pa­ra­guay. En nue­ve mi­nu­tos, sin em­bar­go, el nu­do co­men­zó a de­sa­tar­se. Y Ri­ver fue un ven­da­val del me­jor fút­bol. Pri­me­ro em­pa­tó Cam­bias­so –uno de esos vo­lan­tes que cual­quie­ra quie­re en su equi­po por su afi­ni­dad no­ta­ble con el gol– en­tran­do co­mo nue­ve por el me­dio del área. A los 33, on­ce mi­nu­tos des­pués del 1-1, la de­fen­sa de Ar­gen­ti­nos se dur­mió en un ti­ro li­bre, el Cho­ri se la pi­dió a D’A­les­san­dro y de­fi­nió con un ca­ño­na­zo cru­za­do pa­ra el 2-1. Cin­co mi­nu­tos más tar­de se al­can­zó el clí­max: el fut­bo­le­ro y tam­bién el emo­ti­vo. En una ju­ga­da en la que se rea­li­za­ron 15 pa­ses en­tre fut­bo­lis­tas de Ri­ver sin que pu­die­ra in­ter­ve­nir nin­gún ri­val, que co­men­zó a en­he­brar­se por la de­re­cha y fue des­per­tan­do un “ole” in cres­cen­do a me­di­da que pro­gre­sa­ba la ac­ción, D’A­les­san­dro alar­gó pa­ra Cou­det, el Cha­cho se sa­có de en­ci­ma a Pe­na con un ca­ño, y con un cen­tro-pa­se al me­dio del área se la de­jó ser­vi­da a Ca­ve­nag­hi. El Gor­do la em­pu­jó y de­sa­tó el de­li­rio con­te­ni­do. Allí Ri­ver se sin­tió de­fi­ni­ti­va­men­te cam­peón.

Imagen El chorigol. Para Domínguez fue un domingo inolvidable: debut en el Clausura, golazo y título.
El chorigol. Para Domínguez fue un domingo inolvidable: debut en el Clausura, golazo y título.

Pe­ro si fal­ta­ba al­gu­na prue­ba más, en el úl­ti­mo mi­nu­to del pri­mer tiem­po el mis­mo Ca­ve­nag­hi le pu­so el bro­che a otra gran ma­nio­bra co­lec­ti­va que se ini­ció con una sa­li­da in­tem­pes­ti­va de Ri­car­do Ro­jas por la iz­quier­da (un clá­si­co a es­ta al­tu­ra, la ju­ga­da tes­ti­go de es­te cam­peo­na­to po­dría agre­gar­se), que se pro­lon­gó en D’A­les­san­dro y en el Cho­ri Do­mín­guez, gran asis­ti­dor de la no­che.

En ese mo­men­to co­bró fuer­za una idea que en­con­tra­ría una co­rro­bo­ra­ción más, por si ha­cía fal­ta, unos mi­nu­tos des­pués, con la con­quis­ta del quin­to y úl­ti­mo gol, tam­bién fac­tu­ra­do por Ca­ve­nag­hi tras asis­ten­cia de Do­mín­guez: cuán­tos pro­ble­mas se le ha­brían re­suel­to a Ri­ver si el Cho­ri hu­bie­ra si­do ins­crip­to pa­ra dis­pu­tar el cam­peo­na­to en lu­gar de Es­nai­der, Fon­se­ca y has­ta de Hu­sain. Has­ta ese lu­jo se dio Ri­ver, a ins­tan­cias de un error que a Ra­món Díaz le po­dría ha­ber cos­ta­do muy ca­ro. Pe­ro, evi­den­te­men­te, a es­te hom­bre que ya es ré­cord, lo dis­tin­gue un au­ra es­pe­cial, es­tá to­ca­do por la va­ri­ta. A di­fe­ren­cia de lo que le pa­só a Amé­ri­co Ga­lle­go, por ejem­plo, con Ra­món en el ban­co de su­plen­tes Bo­ca per­dió la In­ter­con­ti­nen­tal. Y a Ra­món, tam­bién, le to­có Gim­na­sia y Es­gri­ma co­mo per­se­gui­dor, mien­tras que el To­lo tu­vo que vér­se­las con el San Lo­ren­zo que rom­pió to­dos los ré­cords del fút­bol ar­gen­ti­no con su se­rie de triun­fos con­se­cu­ti­vos. Se­rá no­más un ilu­mi­na­do, co­mo sue­le ca­rac­te­ri­zar­lo el pre­si­den­te del club, Jo­sé Ma­ría Agui­lar.

Con­ti­nuan­do el re­pa­so cro­no­ló­gi­co, el se­gun­do tiem­po es­tu­vo de más. Sir­vió pa­ra que en un mo­men­to al­gu­nos hin­chas sen­ta­ran su pos­tu­ra en re­la­ción a quién de­be­ría con­du­cir los des­ti­nos del equi­po en los pró­xi­mos me­ses (al­gu­nos vi­va­ron a Ra­món, mu­chos in­sul­ta­ron a Pas­sa­re­lla y to­dos re­cor­da­ron con ca­ri­ño a Fran­ces­co­li); pa­ra que in­gre­sa­ran, a mo­do de ho­me­na­je, Mar­tín De­mi­che­lis, Ariel Fran­co y Nel­son Cue­vas; pa­ra que la gen­te ova­cio­na­ra a Cou­det, Ro­jas y Ca­ve­nag­hi en su sa­li­da; pa­ra que fue­ra afi­nán­do­se la gar­gan­ta pa­ra la ex­plo­sión fi­nal.

Era in­creí­ble, pe­ro cuan­do en el óva­lo de cés­ped se es­ta­ba dis­pu­tan­do un par­ti­do de fút­bol, en la vie­ja pis­ta de atle­tis­mo co­men­za­ban a des­ple­gar­se to­dos los ex­tras que ar­ma­rían la co­reo­gra­fía de la fies­ta, in­clui­da una lo­co­mo­to­ra tí­pi­ca de des­pe­di­da de sol­te­ros y un ca­mión con aco­pla­do. Era muy ra­ro. “Si Cas­tri­lli lo sus­pen­día por un ca­ma­ró­gra­fo mal ubi­ca­do, con es­to se ha­cía un fes­tín”, co­men­tó so­ca­rro­na­men­te un pla­teís­ta. La sa­ga de fes­te­jos co­men­zó cuan­do fal­ta­ban 20 mi­nu­tos pa­ra que con­clu­ye­ra el par­ti­do en uno de los án­gu­los de la pla­tea San Mar­tín al­ta, jus­to arri­ba del tú­nel de Ri­ver. Allí fla­mea des­de ha­ce dos años una ban­de­ra de Ri­ver con una so­la in­sig­nia: el nú­me­ro 29. En una bre­ve pe­ro emo­ti­va ce­re­mo­nia, co­mo di­rían los vie­jos cro­nis­tas, se pro­ce­dió al ac­to de reem­pla­zo: los hin­chas de ese sec­tor en­cen­die­ron las ben­ga­las pa­ra con­ci­tar la aten­ción, des­pués fue­ron re­ti­ran­do el “tra­po” vie­jo y ba­ja­ron el nue­vo has­ta ubi­car­lo en su po­si­ción ori­gi­nal al son de “Lle­ga­mos a trein­ta, la pu­ta que lo pa­rió”.

 

Imagen Las chicas le pusieron mucho color al festejo.
Las chicas le pusieron mucho color al festejo.
 

A par­tir de allí fue mu­cha fies­ta y po­co fút­bol, sal­vo pa­ra el bue­no de Pi­pi­no Cue­vas, que pa­re­ció ser el úni­co de los 22 par­ti­ci­pan­tes al que le in­te­re­sa­ba me­ter un gol. Je, a Pi­pi­no no le ven­gan con eso de los có­di­gos del fút­bol.

“Es­te cam­peo­na­to me da una sa­tis­fac­ción enor­me por­que pu­de ba­tir un ré­cord di­fi­ci­lí­si­mo pa­ra un en­tre­na­dor. Pe­ro no me que­do acá, voy por más”, se en­tu­sias­mó Ra­món en una con­fe­ren­cia de pren­sa en la que se chi­ca­neó con el Cha­cho Cou­det, con mu­cha on­da pe­ro tam­bién con un tras­fon­do de rea­li­dad in­cues­tio­na­ble. “Es­to es inex­pli­ca­ble, yo me crié en el club y nun­ca me ima­gi­né una ale­gría tan gran­de”, se emo­cio­nó D’A­les­san­dro, cons­cien­te co­mo po­cos de que tal vez sea la úl­ti­ma vez. “Nun­ca voy a ol­vi­dar es­te día, cum­plí uno de los sue­ños de mi vi­da”, ce­rró Ca­ve­nag­hi, y na­die du­da que di­ce la ver­dad.

In­creí­ble. En es­te país, en es­te tiem­po, to­da­vía hay mo­ti­vos pa­ra dar­se una tre­gua de fe­li­ci­dad.

 

 

Por Diego Borinsky (2002).

Notas: Tomas Ohanian y Maximiliano Goldschmidt.

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