Anónimos reconocidos

Ramón García, el más canchero

Esta es la historia de Lelo, símbolo de Vélez que, a los 80, sigue trabajando. Desde 1954 vive en el club. Lo acompañan su hermana María y su hijo Carlos. Hace el mantenimiento de otras canchas. Un número uno.

Por Redacción EG ·

15 de octubre de 2010
Nota publicada en la edición septiembre 2010 de la revista El Gráfico.

Imagen RAMÓN OSCAR GARCÍA nació el 4 de agosto de 1930. Está casado, tiene tres hijos y dos nietos.
RAMÓN OSCAR GARCÍA nació el 4 de agosto de 1930. Está casado, tiene tres hijos y dos nietos.
EL HOMBRE tenía un almacén en la calle Bogotá, pero le tiraba más el club. Entonces iba casi todas las mañanas y muchas veces también por las tardes. Por esa época –estamos hablando de principios de la década del 20- el club Atlético Argentinos de Vélez Sarsfield había suprimido el “Argentinos” para hacer más breve el nombre. Y también por esos años (1923) asumió la presidencia José Amalfitani.

Pero el hombre, por sobre todas las cosas, estaba enamorado de la nueva cancha ubicada sobre la calle Basualdo (así quedaría bautizada popularmente, “La cancha de Basualdo”). Y lo que al hombre, que se llamaba don Ramón, más le gustaba era, justamente,  la cancha. Le gustaba arreglarle el césped, ponerlo lindo a fuerza de guadaña y regarlo de a poco, como debe ser. Y, también y de paso, cuidar la utilería.

Cuánto habrá sido el cariño que, finalmente, fundió el almacén. Y ante la emergencia y teniendo en cuenta sus sentimientos, la gente del club le ofreció que se dedicara todo el día a la cancha. Por esa época, don Ramón trabajaba junto a un amigo, de apellido Ferrón; pero como a Ferrón el amor por la cancha no le duró demasiado, don Ramón se quedó solo a cargo de la tarea. Es fácil imaginarlo al hombre, de pie junto a la línea de cal, los brazos cruzados sobre el pecho, la mirada altiva y la sonrisa serena, sintiéndose amo y señor de aquel gigantesco rectángulo verde, como un general dispuesto a entrar al campo de batalla.

Esta es la historia del hijo de don Ramón, que heredó de su padre el amor por ese césped, al que siente propio y sobre el cual se han ido viviendo momentos inolvidables, a puro fútbol.
Esta es la historia de Ramón Oscar García, conocido como "Lelo" por todos, el hombre que nació un 4 de agosto de 1930 y que, hasta el día de hoy, mantiene intacto su romance con la cancha de Vélez, a la que cuida, mima y conoce como nadie en este planeta.

YA DE MUY pibe, Lelo comenzó a frecuentar la cancha. Su padre permaneció junto a ella a lo largo de casi medio siglo, entre 1932 hasta 1983, cuando murió. Y Lelo que lo ayudaba en todo –en esos tiempos, todos los roles eran uno: canchero, utilero, zapatero, barrendero, albañil- se metió en un bazar, pero la vocación tiraba más fuerte que una carreta de bueyes, así que ni bien llegaba del trabajo... ¡Se iba a la cancha!

A medida que fue creciendo, el muchacho empezó también a enfilar para la calle Corrientes: el Bajo... los cafetines... los bares con sus grandes orquestas... Las luces del centro no lo encandilaron, pero le alegraron el corazón. Pero una noche, cuando él iba para su trabajo y ella –porque siempre hay una mujer en cada historia- se cruzó con él y las miradas hablaron sin decir nada, el muchacho se dio cuenta de que estaba enamorado. El empezó a piropearla y ella, a revolear los ojitos. Se llamaba Inés, le decían Coca. Y aunque él salía de ronda los viernes por la noche, poco a poco aquellos ojos pudieron más. Por otra parte, ¿para qué ir al centro, si en Vélez lo tenía todo? ¿No era su club, su casa, su barrio? Sobre todo cuando tocaba don Osvaldo. Pugliese, claro...

Hace ya más de medio siglo, el Lelo y la Coca se casaron. Tuvieron tres hijos, Carlos –que hoy es padre de Vladimir, de 15 y que está siempre junto a Lelo en Racing-, Rubén –que tiene una hija de 17, María Belén, y un pibe de 15, Lucas- y Oscar, que no tiene hijos. La familia entera, y no es un juego de palabras, siente a Vélez como su casa, puesto que por muchos años, vivieron en la cancha.

EN 1940, don José Amalfitani lanzó una frase que todavía rebota en los rincones de la institución: “Señores, yo no he venido al funeral de Vélez, ¡Qué me importa la segunda o tercera división! El club sigue de pie...”. Sucede que en 1940 Vélez descendió de categoría y junto con el descenso, fue desalojado del predio que ocupaba, razón por la cual se trasladaron a la nueva cancha, la actual.
Lelo se casó en 1954 y se fue a vivir a la cancha, al igual que su hermana soltera, María. Hoy por hoy, su hijo Carlos recuerda que aquella vida era algo diferente, por cuanto los domingos había fútbol y era imposible organizar cualquier reunión familiar. No existían ni el Día del Padre ni el Día de la Madre, una porque había fútbol y otra porque don Lelo tenía que trabajar. Vivir en una cancha de fútbol puede ser apasionante y también convertirse en una extraña experiencia.

A partir de 1966, Lelo comenzó a hacerse cargo totalmente de la cancha que, por entonces, parecía ser apenas una parte más del club, como si nadie entendiera que era el lugar en donde se desarrollaba la acción y que había que cuidar su superficie para que se pudiera jugar mejor. Lelo –que siempre fue inquieto y deseoso de aprender cosas nuevas- logró llegarse hasta el INTA (Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria) junto con Alberto Ríos, que era jugador.

Busca que te busca, encontraron a un ingeniero: Arturo Enrique Ragonese. Tal vez no sea elegante afirmarlo, pero se podría decir que se juntaron el hambre y las ganas de comer, porque el ingeniero Ragonese publicó más de cincuenta trabajos dedicados a las pasturas y estudios de forrajeras. Fue docente, se le dedicaron a su nombre varias especies vegetales y, hoy, este hombre, fallecido en 1992, es considerado una de las más grandes autoridades en descripción y clasificación científica de vegetales. Todo esto sirve para entender, también, la pasión y la profundidad con que Lelo comenzó a aprender y a crecer. Aprendió de pasturas, de siembras, de mantenimiento, de heladas, de superficies y de profundidades, de fumigaciones y riegos. Comenzó a comprar alguna maquinaria y, al mismo tiempo que atendía a su cancha, le empezaron a pedir que hiciera lo mismo con algunas otras. Llegó a tener un tractor, una máquina de cortar... Mientras en los otros clubes esto era algo desconocido, don Lelo, que es un pionero, empezó a atender a Huracán, San Lorenzo, Tigre... Adelantado el hombre y enamorado de lo suyo.

LA CANCHA es un trabajo de todos los días, suele contarles a quienes quieran escucharlo y aprender. Si se juega un sábado, hay que tenerla lista para el domingo, hay que cuidarse muy bien de los pozos y nivelarlos, para después hacer un nivelado más general. Pasarle el rodillo, pero no demasiado, cuando se levanta mucho. En invierno todo es más difícil, porque la semilla no prende demasiado, ya que se necesitan temperaturas que estén entre los 18 y los 25 grados. Entonces, las semillas para renovar pasturas necesitan en lugar de cinco o seis días para germinar y crecer, hasta quince días. Ese cuidado –no obsesivo, pero si detallista- que Lelo tiene de la cancha, en su momento lo ha llevado a enfrentarse con algunos técnicos. Una creencia ya antigua, casi olvidada (pero no del todo) es que el trabajo de un canchero o un utilero, es considerado menor, lo que habla de la ignorancia de aquellos que creen semejante cosa.

Muchos técnicos fueron puestos en caja por don Lelo, ya que si algo tiene que estar cuidado y preservado siempre, es el césped; y por ende, la cancha. Vélez, que posee una Villa, puede practicar en canchas alternativas, fortuna que no tienen otros clubes, y que obligan a un trabajo mucho más intenso de mantenimiento general. Hoy por hoy, cuentan los que saben que el Flaco Gareca se ganó totalmente la confianza de Lelo y viceversa, pues ambos comprenden de sobra el valor de un césped en buen estado.

Lelo cuenta que así es como se tiene que trabajar todos los días en la cancha, con tres personas por lo menos, aparte de la gente de utilería, aunque igual se pueden sumar dos más que trabajan en el Polideportivo. Claro que las máquinas ayudan mucho. Ahora, esos fierros sirven para sacar los panes de césped (pensar que antes se hacía todo a mano y con una pala), para fumigar bien parejo y en poco tiempo...

Imagen EMBLEMA. Por gestión de Gámez, el campo lleva su nombre.
EMBLEMA. Por gestión de Gámez, el campo lleva su nombre.
En rueda de amigos, Lelo confiesa que si alguien fue una inspiración para él, ese fue José María Muñoz, apasionado y recordado relator de radio Rivadavia, que estudiaba mucho todos los temas. Muñoz siempre hablaba del estado de las canchas y eso a Lelo le llamó la atención, porque si fuera del país estaban muy bien conservadas, ¿por qué no podíamos tener también nosotros ese sistema de conservación? Esa inquietud, llevada al ingeniero Ragonese, sirvió para mejorar, ampliar y también -¿por qué no?- dignificar el rango de canchero.

MARIA, hermana de Lelo, tiene 74 años. Recuerda que en los tiempos de su padre había que esperar a que aclarase un poco para empezar a trabajar la cancha. En el invierno había que luchar contra las heladas: se ponían braseros cada unos cuantos metros para que la helada no quemara al pasto. El viejo Ramón pasaba la guadaña y pintaba las líneas con una brocha y cal, él solito, y encima llevaba la regadera con agua para el riego y andaba con un hilo para marcar las líneas...
Hoy la tecnología aporta un montón de variables.

Cuando Lelo empezó a darles forma a sus nuevas técnicas, empezó también a correrse la voz de que la cancha de Vélez era la mejor. Entonces, cuando terminaba su horario de trabajo, se iba a hacer mantenimiento, acompañado de su hijo Rubén y algunos muchachos, a otros clubes: Huracán, Banfield, Racing, Argentinos Juniors, San Lorenzo... Iban dos o tres veces por semana y luego seguían el tratamiento los hombres de cada club con lo que Lelo, casi sin darse cuenta, empezó a hacer docencia y a transmitir sus inquietudes a través de sus espontáneos apóstoles, los otros cancheros...
La cancha de Huracán es la más sufrida, porque no hay otra para practicar. A Racing le pasó con la auxiliar: mala administración, empezaron a usar la cancha oficial y a otra cosa. En Vélez siempre hubo una cancha auxiliar; en el 78, la sacaron y la pusieron en el Polideportivo. La anterior estaba mala porque practicaban primera, inferiores, socios... Las canchas europeas tienen 4 auxiliares, dice don Lelo en charla de amigos, y por eso aguantan de otras maneras.

LA UTILERIA es una zona diferente. Acá reina la luz mortecina de los focos, no hay ventanas y en los anaqueles, mudos, se encuentran los testigos del esfuerzo. Botines, remeras, fotos, banderines, recortes, trofeos, mesas enormes sobre las que se agolpa la ropa...Albino Carrizo tiene 65 y lleva 44 en el club; Héctor Adolfo Incola, de 55 años, ingresó hace 28 años; y Guillermo Moallem (45) lleva 24. Ya mencionamos a María García. Si bien Lelo no es el utilero, trabaja a la par de todos. De hecho, en sus años mozos supo ser zapatero: arreglaba no sólo el calzado de Vélez, sino de Ferro. Solía tomar calzado de los jugadores de Primera y arreglarlos para los pibes de Inferiores. De hecho, guarda como una reliquia un par de botines con el rótulo de Carlitos Bianchi.

Por fin una vez el club compró calzado Prócer, pero eran solamente números grandes, pero don Lelo –que jamás se dio por vencido, nunca- se las arregló para achicarlos en una hora. Hasta que un día, de la mano de Pepe Peña pudo conocer a la gente de Adidas y logró obtener hormas y otros detalles técnicos. De alguna manera, Lelo fue el primero en lograr un convenio con una firma de calzado deportivo: Sportlandia. Es que su vida no empieza ni termina en una cancha. Fue delegado gremial, peleó muchas veces por los derechos laborales de sus colegas y hasta fue pionero en el empleo de ropa deportiva.

FUE GRAN amigo de Daniel (Willington, claro) y extraña a jugadores como El Gato Marín, o el El Turco Whebe. Lo conoce a Bianchi desde que es un pibe y un día se animó a decirle algo así como “Carlitos, de técnico ganaste todo, ya está, no podés permitir que te puteen si volvés y perdés un par de partidos”. Solamente Chilavert le regaló una camiseta, cuando le ganaron a Boca 2 a 1 con goles de Basualdo, y Lelo no lo podía creer. Igual, posee una gran colección de camisetas, que prácticamente donó al club. Entre sus recuerdos, está una medalla que El Flaco Pellegrino le regaló una vez... Le encantaba salir de gira con los muchachos, en los tiempos en los que, en lugar de avión, iban en ómnibus escolares que los obligaban a hacer varias paradas para salir y estirarse. Después de los partidos en el Interior siempre había un ratito para pasar por una milonga, y bailarse algunos tangos. Una noche, en Rosario, se encontró con El Flaco Morán, histórico cantor de don Osvaldo Pugliese, y guarda ese recuerdo como uno de los mas preciados, como aquel campeonato del 68, porque fue el primero de todos y, se sabe, es como aquella primera –y única- novia...

Todavía sigue acompañando a Vélez cuando es visitante y no hay que viajar demasiado, porque ama la utilería y le gusta ir y poner el lomo, aunque claro, ya no es como antes; pero ahí está Carlos, su hijo, para seguirlo como una sombra, para estar atento a todo, para complementarse ambos como si fueran uno solo....

RECUERDO... Como el inolvidable tango de don Osvaldo Pugliese... Recuerdo... Y es así, don Lelo vive de recuerdos, porque hace ya varios años que empezó su sordera. Arrancó por el 93, 94, no se acuerda bien. Uno de sus oídos comenzó a decrecer en las funciones tal vez por una causa de edad, pero ello llevó a que, al someterse a una resonancia magnética en el Hospital Británico, le encontraran un tumor en el oído izquierdo, de un centímetro y medio. Tal vez si no hubiera sido por el notorio desnivel de audición entre uno y otro, no se habría hecho revisar a tiempo.

A través de una charla con los periodistas Adrián Paenza y Tití Fernández supo que en los Estados Unidos, más precisamente en Los Angeles, había una gran clínica, House Ear Clinic, y allí viajó para ser operado por una eminencia como el doctor Antonio de La Cruz. La operación en algo no funcionó. En esa ocasión, viajó gracias al aporte de UTDYC y el club. Hubo una segunda operación, se trataba de un implante cloquear, una especie de audífono de alta tecnología que se inserta en el oído. No funcionó, también por culpa de él...

Hoy, este hombre, de voz metálica y ruidosa como todo aquel que no puede escuchar, tiene a su mano una pizarrita para responder lo que se le pregunta, mantiene encendido su fuego de amor por Vélez y acepta la vida como es, con una sonrisa esperanzada cada mañana. Hace lo que le gusta y vive como quiere, es feliz en su Vélez, con sus máquinas, su césped, su familia y sus amaneceres rigurosos.
Solamente por un momento su sonrisa se vuelve triste, y hay un rictus de amargura cuando, con esa voz metálica y ruidosa, afirma que lo único que lamenta de su sordera es no poder escuchar la orquesta de don Osvaldo Pugliese, aquella con la que, una noche, tomó la cintura de Coca para empezar una historia de amor, que todavía continúa...

Por Carlos Irusta / Foto: Emiliano Lasalvia