Anónimos reconocidos

Millonario en imágenes

Alberto Haliasz es socio de River desde los diez años. Allí conoció a su primera mujer. Como fotógrafo, estuvo en la guerra y ha retratado alegrías y tristezas del club de sus amores. Esta es su historia.

Por Redacción EG ·

15 de julio de 2010
Nota publicada en la edición junio 2010 de la revista El Gráfico.

Imagen NACIDO EN Buenos Aires, es casado, tiene dos hijos y tres nietas. Ha viajado por todo el mundo.
NACIDO EN Buenos Aires, es casado, tiene dos hijos y tres nietas. Ha viajado por todo el mundo.
DON ANGEL se plantó: la panza ligeramente prominente, el saco abierto, la corbata pendiendo de un cuello abierto, las piernas separadas. Y comenzó a hablar. Lo hizo no como un técnico, sino como un padre. En los vestuarios de Vélez, el grupo de pibes estrechó filas para escucharlo mejor. A un costado, sentado en un banco, un hombre delgado, de grandes anteojos y pelo rebelde y rubión, con una cámara de fotos colgándole del cuello, también escuchaba.

-Pibes, ustedes pueden entrar en la historia, hoy. Pueden entrar y van a entrar en la historia. Solamente les pido un favor: que jueguen, que se diviertan, que hagan lo que saben. Todos sabemos que River lleva 17 años sin salir campeón, todos sabemos que la presión es muy grande, pero también todos sabemos que esto, después de todo, es un partido...

Siguió hablando don Angel. Mientras tanto, el hombre delgado y de los grandes anteojos se levantó, despacio, y retrocediendo hacia la puerta se escurrió hacia la salida. Se notaba que estaba nervioso, que estaba excitado: la traspiración le bañaba la frente. Mientras caminaba, se cruzó con un hombre: “Disculpe, pero no puedo trabajar, me voy, disculpe, pero me voy...”.

Casi corriendo, el hombre delgado se tomó el tren en Liniers, se bajó en Plaza Miserere, llegó hasta su casa, dejó a los tirones su cámara fotográfica y su bolso y luego, aliviado, volvió hasta Vélez. Cuando llegó, River había marcado el primer gol, que fue el único del partido. Ese gol fue el que consagró a River campeón 1975, de la mano de don Angel Labruna.

El hombre delgado recuerda, hoy, aquel momento. “Yo era el fotógrafo del equipo, pero después de escuchar todo lo que dijo don Angel, sentí que no iba a poder trabajar. Entonces me fui a mi casa y dejé el equipo. Aquellas palabras me excitaron tanto que necesité volver, sí, pero como hincha, para estar en la tribuna, para alentar a River como uno más. Fue tan fuerte esa experiencia que me olvidé de todo, hasta de mi obligación profesional como fotógrafo de la revista River. Gracias a don Angel, yo tenía el privilegio especial de poder ingresar a momentos tan íntimos como el de ese partido definitorio. Y, esa vez, la emoción pudo más que el deber”.

Se emociona, todavía hoy, aquel hombre que sigue siendo delgado, al que todos conocen simplemente como Palito y que se llama Alberto Haliasz, el hijo de don José, un inmigrante polaco que un día lo anotó como socio de River para que no andara en la calle, sin saber que su hijo se convertiría en Palito, un símbolo del club...

PALITO jugaba con las zorras de traslado de canto rodado, cuando se estaba construyendo la ex tribuna Almirante Brown (actualmente, tribuna Sívori). En River jugó al básquet, tenis y fútbol interno –allí empezaron a llamarlo Palito, justamente-. En River conoció a su primera mujer, Kuky, con la que tuvo dos hijos, Cynthia y Diego, que también crecieron, como él, en el club. En River cosechó amigos como Néstor; Perfumo (el sobrenombre de un amigo que jugaba como el Mariscal); el Tupa, uruguayo de Cerro; el Rumano; Serra; Guiller; Manolo; Oscar... Tan amigos fueron que formaron un equipo de fútbol en el torneo interno, Santiago del Estero.

Palito estudió electrónica en el Ingeniero Huergo. Y su vida hubiera recorrido otros andariveles si no hubiera sido que una vez, allá por los años 70, su madre quiso regalarle un equipo de música. En su lugar, Palito vio una cámara, una Kónica. Fue amor a primera vista. La compró y empezó a sacar fotos, sin saber que en esa pieza de material plástico estaba encerrado su destino. Primero, comenzó a sacar fotos de lugares históricos que encontró en un artículo del diario La Prensa, referidos al club Platense. Después, fue de la mano de Antonio Di Pietro, el intendente del club, como logró ingresar en los partidos de Tercera para sacar fotos. “Por aquella época yo era díscolo y solían sacarme el carnet, así que cuando lo fui a ver a don Antonio, lo primero que me preguntó fue: ¿Qué hiciste? Le dije que quería sacar fotos. Le hice una ampliación de 18x24 y cuando se la regalé, empecé a entrar más seguido”.

Sin quererlo y sin notarlo, se convirtió así en el fotógrafo oficial no oficial de River. El último fotógrafo oficial fue Mario Casale hasta 1959. Sin embargo, fue Palito quien sacó todas o casi todas las fotos que hubo que obtener de River, de su historia, de sus jugadores y sus partidos. Cuando José María Aguilar asumió como presidente, a Palito lo bajaron de un hondazo sin decirle agua va. Quedó fuera de la página oficial, de la que fue el pionero en la gestión de Alfredo Dávicce. “Nunca nadie me preguntó nada, y eso me produjo un dolor que todavía me dura –confiesa-, porque aquí conocí a mi primera mujer, porque aquí se criaron mis hijos, porque este tipo de sentimientos hay que experimentarlos para entenderlos...”.
LA GUERRA DEL GOLFO estalló. Y allí fue Palito, enviado por la agencia Télam, en la que trabajó durante 19 años. Cubrió por tierra la liberación de Kuwait. Tuvo que aprender primeros auxilios. Podía hablar con su familia cada dos días cuando le facilitaban una cabina. Comió lo que pudo. Tenía que cargar una mochila con agua y galletas, porque los hoteles estaban abandonados. Cuando salía a la calle tenía que rogar para que no lo viera algún francotirador. A veces lo llamaban sin anticipación y tenía que meterse de noche en aviones que lo llevaban cubriendo las ciudades. Y, muchas veces, podía salir pero sin sus cámaras, porque le daban ya listo el material. Por supuesto, él y otros corresponsales de guerra se negaban, ya que el tema de las fotos era parte de su vida y su viaje. Cuando embarcó en el Almirante Brown, tuvo que tomar clases de primeros auxilios. “Usted es un civil, pero si pasa algo tiene que ayudar de alguna manera”, le dijeron. Pronto comprendió la misión de aquel barco enviado por el gobierno argentino. Había que rastrear minas. Una vez que se comprobaba que el camino estaba despejado, los demás buques podían pasar. “Lo mejor es venirse a la noche a la Santa Bárbara (el depósito de municiones del barco). Allá escuchamos radios internacionales para seguir las noticias. Y, si chocamos con una mina, ni nos vamos a enterar: en cambio, arriba, uno puede quedar averiado, lastimado, ahogado o inútil. Acá abajo, si agarramos una mina, todo se termina en un segundo y chau. Sin dolor”.

Y Palito, el mismo que conoció a quien sería su esposa en la pileta del club, decidió que, efectivamente, era mejor pasar las noches en la Santa Bárbara...
Imagen CREDENCIAL. Aquí, una de las tantas acreditaciones de TELAM.
CREDENCIAL. Aquí, una de las tantas acreditaciones de TELAM.
NACIDO el 29 de octubre de 1946, tuvo dos hijos con Kuky: Diego, que hoy tiene 33 y Cynthia (30). Diego le dio dos nietas, Agustina (6) y Guadalupe (1) y Cynthia una nieta, Kiara (1). Agustina, a los seis, ya le da algunas instrucciones para sacar fotos, aunque confiesa que, a la hora de obtenerlas de entrecasa, es bastante malo. Y eso que es corresponsal de ABC de Madrid, El Tiempo de Bogotá, el Universal y La Reforma de México, entre otras cosas. Que cubrió no sólo la Guerra del Golfo, sino la de los Balcanes (1993 y 1995), y que tuvo misiones especiales en Angola, India, Canadá, Estados Unidos, Sudáfrica e Italia. Hoy encabeza la agencia Latin Press Photo.

Pero sus recuerdos giran en torno a River. El River de aquel Beto Alonso que, un día, festejó exclusivamente para él. “El Beto había hecho un par de goles –recuerda Palito-, y se fue a festejar para otra punta, lejos de donde estaba yo, y me quedé sin la foto. Cuando se lo comenté, me preguntó adónde iba a estar... Y, sin haberme dicho nada antes, fue y lo gritó para mí... Ese era el Beto”.

Lleva a River en la sangre. Tiene el único archivo de la remodelación del Mundial 78, tarea que cumplió luego que don Rafael Aragón Cabrera lo designara especialmente. Es más, aún recuerda parte del viejo túnel del vestuario a la cancha para ingresar directamente, que existía y que fue tapado y dejado como un recuerdo. Y, así como nunca olvida que gente como Ricardo Alfieri y Mario Casales fueron quienes más influyeron en su carrera dereportero gráfico, tampoco olvida otras cosas. Que alguna vez le robaron el equipo fotográfico trabajando para River y que nadie le reconoció nada. Que cuando encaró el sistema de foto digital, un hombre al que hacía muy poco que conocía, Antonio Caselli, le prestó dos mil dólares. “Esa tarde me fui llorando. De agradecimiento hacia Antonio, pero también de dolor, puesto que me hubiera gusta recibir una ayuda de River”.
DON ANGEL lo marcó mucho, con sus códigos, con sus lecciones de vida. “Pibe, usted puede entrar a los vestuarios, pero lo que se ve y se escucha adentro, adentro queda”, le dijo y, efectivamente, así fue. Solamente una vez la relación casi se va al tacho. Sucede que en el 78, River cumplía años. Y Palito fue enviado a la fiesta por la revista Goles, con la que colaboraba entonces. Obtuvo una linda foto de don Aragón Cabrera bailando con su hija. Entregó el material y el martes siguiente, cuando volvió a River, se encontró cara a cara con Labruna, que tenía el rostro enrojecido de ira: “Me traicionaste, sos un traidor”, gritaba enloquecido.

“Yo, por las dudas, me rajé, porque nunca lo había visto tan enfurecido a Angelito, así que me dije, si este me agarra, me mata...”. Después vino la explicación: “Como River venía bajo de actuaciones, alguien de la redacción de Goles agarró la foto y le puso en el epígrafe: “Mientras River se debate en su crisis, el presidente baila”. Claro, cuando yo llegué a River todavía no había visto la revista, pero Angelito ya la tenía en sus manos... Y por eso estaba tan loco, no sabía que si bien la foto era mía; el epígrafe, no. Al final, por suerte, lo entendió, pero esa vez pensé que me mataba”.

Al poco tiempo, me llevó a los vestuarios y sentados en aquellos viejos bancos de madera, me dijo: “Vos sos pibe, así que aprendé la lección y cuidate mucho de las fotos que hacés y a quiénes se las das, porque ya te diste cuenta de cómo una foto sencilla puede terminar con una amistad o ser utilizada para otra cosa...”.

Así era don Angel y así es Palito, el de los anteojos, el pelo ligeramente rebelde, el de la cámara siempre a cuestas, el que ve la vida a través de una lente y el que lleva a River, a pesar de las ingratitudes, en el lugar más preciado de su cuerpo: junto a su corazón, un corazón rojo y blanco que palpita fútbol y pasión.

Por Carlos Irusta / Fotos: Alejandro del Bosco y archivo El Gráfico.