2007. Carne de diván
Facundo Sava combinaba sus dos pasiones, el fútbol y la psicología social. Con ideas claras le brinda esta entrevista a El Gráfico donde habla de la educación que recibe el jugador y que pasa después del retiro.
Saluda y pide disculpas por los diez minutos de retraso. Dice que la autopista a la que se zambulló en Ituzaingó estaba a full. Un barcito del club, todavía con las sillas de punta mirando el techo y sin demasiadas tentaciones gastronómicas sobre el mostrador, será el espacio para la charla. La puerta abierta deja entrar un vientito letal. Todavía no son las 9 de la mañana y falta más de una hora para el entrenamiento en la cancha de Racing, un lugar que Facundo Sava conoce muy pero muy bien. Es hincha de la Acadé desde chiquito. Y de verdad. No es uno de esos que llegan a un club y lo dicen para quedar bien. Ese fanatismo lo heredó de Alberto, su papá. El mismo que con el tiempo le trasladó la pasión por la psicología social y el trabajo en grupos.
Llegó al club hace una temporada, después de cuatro años en Europa, y la ilusión de pelar bien arriba se le vino abajo enseguida. Las peleas de Merlo con De Tomaso, los malos resultados, la llegada de Gustavo Costas y la repentina venta de Moralez, generan en su cabeza un amargo licuado difícil de digerir.
–Facundo, ¿te imaginaste otra cosa cuando llegaste a Racing el año pasado?
–La verdad es que me imaginaba pelear el campeonato, cosa que no ocurrió y eso me produjo una gran decepción.
–¿El sueño de ser campeón se puede quebrar sólo porque se fue Moralez?
–No, no es la excusa. No es la excusa. El enano para nosotros era un jugador importante, como lo era Gonzalo (Bergessio). Todo depende de un trabajo en equipo. Yo veo el Barcelona y si juega o no Ronaldinho para ellos es lo mismo.
–¿Cómo vivió el vestuario el día que Merlo explotó en la sala de conferencia de prensa y al ratito lo echaron?
–Era algo que se veía venir. Las cosas no estaban bien. Se dio así…
Casado con Cynthia, tiene dos hijos: Valentina (8 años) y Joaquín (3). Ninguno le salió colorado. Y asegura que cerró la fábrica. Dice que como padre implementa la estrategia de la responsabilidad, la misma que intenta poner en práctica con sus compañeros de equipo: “A mis hijos trato de explicarles todo, que entiendan para qué sirven las cosas. No me gusta obligarlos a nada. Si mi hija tiene una prueba en el colegio, yo no le digo que vaya a estudiar. Ella sabe que tiene una obligación que cumplir. Si le va mal, en la próxima tendrá que mejorar. Y si le va bien, se tiene que esforzar para que le vaya mejor”.
Recibido de psicólogo social en la Escuela de Enrique Pichon Rivière, Facundo se ganó un lugar en el mundo del fútbol no sólo por su fama de jugador polifuncional (aunque ahora a los 33 años ya nadie lo corre de su posición de nueve de área), sino también por sus inquietudes intelectuales y la lucha por incorporar a la psicología en un plantel para mejorar las relaciones interpersonales y hasta para ganar un partido de fútbol.
–Facundo, ¿quién sacó más chapa: Chatruc con la cocina o vos con la psicología social?
–(No le gustó la pregunta) A mí no me importa sacar chapa o no. Lo que me importa es cómo la pasé y lo que aprendí haciendo la carrera. Los amigos que hice y lo que sigo aprendiendo. Lo que digan o no, no me interesa para nada. Te dé chapa o no. Lo que aprendí y sigo aprendiendo, trato de volcarlo en mi trabajo. Para recibirme de psicólogo social me ayudaron mucho mi viejo y todos los entrenadores que tuve. Me dieron apoyo y contención. Es bueno estudiar, te ayuda a enfrentarte con otras cosas, a pensar en otras cosas, no siempre en el fútbol. A conocer gente, a crecer.
–Pero todavía no pudiste implementar tus conocimientos dentro de un plantel.
–Sí pude. Hasta ahora, en todos los equipos donde jugué, traté de que la comunicación sea buena, organizo reuniones y hablamos. No lo hago como un coordinador, pero desde mi lugar de jugador trato de ayudar lo que más pueda al equipo.
–¿Y lo hacés a pedido del técnico o te mandás por tu cuenta?
–No, lo hago por mi cuenta. Porque observo que es bueno para el equipo. Si llego a un punto en el que no puedo hacer nada, no sigo. También conozco mis limitaciones. Cuando sea entrenador será distinto. Pero como jugador hay cosas que se pueden hacer.
–¿Por ejemplo?
–Hacer reuniones entre nosotros. El jugador de fútbol debe tener mayor participación y responsabilidades. Adentro de la cancha, pero también afuera.
–¿Y hablan sólo de fútbol o de otros temas?
–De todo. Por ejemplo, cuando hablamos de fútbol la idea es opinar de tácticas, estrategias, las formas de entrenamientos, las concentraciones. Todo eso después se ve reflejado en la cancha. Eso sí, para ser más profundos los jugadores también tenemos que estar preparados. Y en muchos casos no se puede avanzar.
–¿Dónde está la dificultad?
–En la educación que recibimos. En especial los de nuestra generación, los que tenemos más de 30 años. A nosotros y a nuestros padres siempre, o casi siempre, nos dijeron lo que teníamos que hacer. Recibimos una educación muy rígida. Se hace lo que yo digo y nada más. Ese era el mensaje. Igual, creo que está cambiando en los más chicos. Tengo la sensación de que toman más protagonismo y eso es bueno.
–Dame un ejemplo bien futbolero, de partido.
–El tema es estar convencido de lo que uno hace. Y hacerse responsable por eso. No es cuestión de hacer esto y listo. En el fútbol pasa lo mismo. Si entre todos –jugadores y cuerpo técnico– nos convencemos de que al próximo rival tenemos que presionarlo, seguro nos va a dar más responsabilidades a la hora del partido. Y más resultado. Si alguien no lo hace, es como que te estás cagando a vos mismo. No es lo mismo que venga alguien y te diga: “Vamos todos para atrás”. Está bien, vamos. Pero yo no estoy de acuerdo con eso. Lo hago, total si nos va mal no es mi responsabilidad. Por eso es bueno que el jugador asuma responsabilidades, pero para eso el entrenador tiene que estar muy preparado. No se puede tocar de oído.
–¿Y los entrenadores están preparados para compartir las decisiones con el grupo?
–Los argentinos creemos que nos las sabemos todas. Es imposible que un entrenador sea psicólogo si no estudió. Podés haber vivido cosas, pero la psicología es estudio. No es fácil recibirse. Y, ojo, yo no soy psicólogo, soy psicólogo social, que es distinto. Tampoco puedo hablar de psicología porque no sé.
–Cómo viviste desde adentro la partida de Maxi Moralez, un chico de 20 años, al fútbol ruso.
–Cada caso es distinto. Yo a los 20 años no me hubiese podido ir. Habría vuelto enseguida. Si estás preparado, tuviste una buena educación que te permitió irte temprano y estás contenido por tu familia, está bien.
–¿Pero hay alguno que cumpla con todos esos requisitos o creés que se van al voleo?
–Yo creo que se van al voleo. La presión de todos los sectores lo llevan a tomar esas decisiones.
–¿La ambición por la plata es mayor entre los chicos de ahora que la de tu generación a la misma edad?
–Sí. Yo ni pensaba en la plata cuando llegué a Primera. Yo quería llegar. Mi sueño de toda la vida fue llegar a Primera. Jamás se me ocurrió, y ahora tampoco, pensar en la plata como prioridad. Yo quiero jugar y divertirme. El día que no lo haga más, me retiro. No me importa si voy a cobrar 10, 20 o no cobro.
–¿Está bien que un jugador quiera jubilarse a los 35 años?
–(Se enoja) Ojalá. ¿Decime cuántos jugadores se pueden jubilar a los 35 años?
–Todos no están salvados. Pero el objetivo parece que es ése. Con el discurso de que el fútbol es una carrera corta agarran lo que venga. De lo contrario no se irían a Rusia a los 20 años.
–En lo personal, mi objetivo es jugar al fútbol todo lo que pueda. Hasta los 35 o los 40. Hasta donde me dé el físico, que se va desgastando. Ahora hay muchas presiones y hay que estar preparado. Fijate cuántos mayores de 30 años por equipo hay. Muy pocos: el Colorado Lussenhoff, el Piojo (López), Campagnuolo, Calderón, Bossio, Palermo, yo… Tengo que hacer memoria, somos muy pocos.
–Después está el problema del retiro. Jubilados o no, a veces los jugadores no saben qué hacer de sus vidas.
–Es un gran problema. Los clubes no te preparan ni ayudan para superar ese momento. Desde el gremio, y yo también me hago cargo porque no me involucro todo lo que debiera, se hace poco en ese aspecto. Todos somos culpables, pero los jugadores tenemos la máxima responsabilidad. No nos damos cuenta de que hoy se nos puede terminar la carrera y hay que estar preparados para ese momento.
–¿Los jugadores son poco solidarios?
–Nos cuesta abrirnos para pensar en otras cosas. Tendríamos que hacer más trabajo de grupo, con mejor comunicación. Sí, creo que en ese sentido hay fallas.
–¿Los jugadores son vagos?
–¿Qué es ser vago?
–En el sentido de no querer progresar más allá del fútbol.
–Es como que uno deja todo por el fútbol. Si es por entrenar no somos vagos. El otro día estaba haciendo las cuentas de cuántas horas en la semana estuvimos entrenando y concentrados para un partido. Hice un análisis de las horas. La otra vez nos entrenamos un viernes, quedamos concentrados y a la tarde viajamos a Jujuy. Recién jugamos el domingo y llegué a mi casa a las 11 de la noche. Estuvimos más de 60 horas afuera de nuestras casas. Yo la concentración la tomo como un trabajo. A mí no me gusta estar concentrado. Yo no disfruto. Igual, creo que los jugadores tendríamos que hacer otras cosas y no las hacemos. En eso hay una gran falla.
Familia todo terreno
Los Sava, al igual que Facundo en la cancha, son una familia polifuncional. De eso no hay dudas. Alberto, el papá, es psicólogo social y trabaja en el Hospital Neuropsiquiátrico Borda. Fundó y coordina el grupo Frente de Artistas. Allí organiza con los internos talleres de teatro, música, mimo, pintura y poesía. Graciela, la mamá, es maestra jardinera jubilada. Y los hermanos del Colorado también se las traen. Axar, además de ser traductor de inglés y diseñador gráfico, es el guitarrista del grupo Interama, que será soporte de The Police cuando toque a fin de año en River. El otro, Dalmiro, es kinesiólogo, preparador físico y director de una escuela en Moreno. Facundo, antes de recibirse de psicólogo social, estudió cuatro años ciencias económicas. “Siempre fuimos una familia bastante estudiosa. Nuestros padres nos inculcaron desde chicos que el estudio es algo muy importante”, asegura Facundo.
Por Maxi Nobili
Fotos: Jorge Dominelli.