Las Entrevistas de El Gráfico

2001. LAS MANOS MÁGICAS

Gatti, Navarro Montoya y Córdoba se repartieron el arco de Boca durante 25 años, sembrando y cosechando gloria. El Gráfico los juntó en una charla muy rica, a pura anécdota, a puro fútbol.

Por Redacción EG ·

03 de febrero de 2022

Imagen Gatti, Navarro Montoya y Córdoba, tres figuras del arco Xeneize
Gatti, Navarro Montoya y Córdoba, tres figuras del arco Xeneize

Us­te­des sí que tie­nen una suer­te del ca­ra­jo. Yo se las de­jé ser­vi­di­ta en ban­de­ja. ¿Sa­ben có­mo tie­nen que agra­de­cer­me? Vos Mo­no, es­tu­vis­te en Bo­ca gra­cias a mí. Y vos Os­car, lo mis­mo. ¿La tie­nen en cla­ro, no? Gra­cias a pa­pá apren­die­ron có­mo es es­te cir­co. ¿O me lo van a ne­gar aho­ra? Por­que es­te cir­co sa­bés có­mo lo co­noz­co. Ha­ce más de cua­ren­ta años que le ven­go dan­do y dan­do. Y voy a se­guir por­que siem­pre hay clien­tes nue­vos.”

El Lo­co Gat­ti em­pe­zó con to­do. Ju­gan­do el par­ti­do que más le gus­ta. Po­nién­do­le muchas fi­chas al hu­mor. Des­per­tan­do son­ri­sas. Re­crean­do su on­da de ti­po que es­tá más allá del bien y del mal. Y to­dos par­ti­ci­pan a su ma­ne­ra. El Mo­no Na­va­rro Mon­to­ya con su vie­ja ad­mi­ra­ción por Gat­ti. Os­car Cór­do­ba y su voz cal­ma pa­ra apa­ci­guar el fue­go y el swing del eter­no Lo­co. Los tres gran­des pro­pie­ta­rios del ar­co de Bo­ca en los úl­ti­mos 25 años com­par­tie­ron un al­muer­zo con El Grá­fi­co que tu­vo una ex­qui­si­ta va­rie­dad de con­di­men­tos y pi­car­día fut­bo­le­ra. Ju­go de fút­bol, en de­fi­ni­ti­va, con tres vo­ces muy au­to­ri­za­das.

“Un ju­ga­dor no se mi­de por lo que ga­nó”

–Os­car, una pa­va­da, pe­ro te la ten­go que de­cir –afir­ma Gat­ti–. Por fa­vor, no te pon­gas más ese bu­zo ver­de. No, ele­gí bien. El ver­de no va. Pa­re­cés un ar­que­ro an­ti­guo. A vos te que­da bien la pil­cha ne­gra. Ha­ce­me ca­so. Co­mo a mí y al Mo­no, que nos que­da­ba bien la ro­pa de va­rios co­lo­ res. Qué sé yo, me ha­cía sen­tir bien el co­lo­rin­che. Me da­ba ale­gría.

La res­pues­ta de Cór­do­ba, alen­ta­do por el Lo­co a to­mar­se unos va­si­tos de vi­no blan­co en la co­mi­da, fue bre­ve: “Sí, pue­de ser. Va­mos a ver qué ha­go”.

El Mo­no asien­te de­trás de su ca­mi­sa blan­ca y tra­je os­cu­ro, que lo lle­va a Gat­ti a dis­pa­rar­le que pa­re­ce un ofi­ci­nis­ta o un em­pre­sa­rio: “No, si sa­bía que el Mo­no se ve­nía así, con cor­ba­ta y sa­qui­to, yo me cam­bia­ba el look...”.

El look del Lo­co es bien des­con­trac­tu­ra­do: re­me­ra ro­ja, pan­ta­lón arre­man­ga­do ca­si has­ta la al­tu­ra de las ro­di­llas y za­pa­ti­llas blan­cas sin cor­do­nes. Pa­re­ce un pes­ca­dor suel­to en la ciu­dad.

 

Imagen 1977. En el estadio Centenario de Montevideo, Gatti le ataja el remate decisivo a Vanderley, del Cruzeiro, y le da a Boca la primera Copa Libertadores de su historia en la dramática definición del tercer partido.
1977. En el estadio Centenario de Montevideo, Gatti le ataja el remate decisivo a Vanderley, del Cruzeiro, y le da a Boca la primera Copa Libertadores de su historia en la dramática definición del tercer partido.

Imagen 1989. Navarro Montoya, también volando hacia su izquierda, contiene el disparo del Luifa Artime en el arco de la Doble Visera, allanando el camino para que Boca conquiste su única Supercopa frente a Independiente.
1989. Navarro Montoya, también volando hacia su izquierda, contiene el disparo del Luifa Artime en el arco de la Doble Visera, allanando el camino para que Boca conquiste su única Supercopa frente a Independiente.

Imagen 2000. La noche en que Córdoba fue el León del Morumbí. En la definición ante Palmeiras le atajó uno a Asprilla y éste a Roque Junior. Boca se reencontraba con la Libertadores 22 años después.
2000. La noche en que Córdoba fue el León del Morumbí. En la definición ante Palmeiras le atajó uno a Asprilla y éste a Roque Junior. Boca se reencontraba con la Libertadores 22 años después.

–¿Fue ca­sua­li­dad que us­te­des tres lle­na­ran el ar­co de Bo­ca en el úl­ti­mo cuar­to de si­glo con un es­ti­lo más o me­nos ale­ja­do del cla­si­cis­mo?

El arran­que es del Mo­no: “Creo que en es­te sen­ti­do exis­tió cier­ta es­tra­te­gia. No fue fru­to de la im­pro­vi­sa­ción. La di­ri­gen­cia ha­brá pen­sa­do en lí­neas y en es­ti­los y las de­ci­sio­nes fue­ron pa­ra ese la­do. Y, mi­ran­do los re­sul­ta­dos, acer­ta­ron”.

El con­tra­pun­to fue de Cór­do­ba: “La ver­dad, yo no es­toy al tan­to. Pe­ro por otro la­do quie­ro de­cir que mi con­ti­nui­dad en Bo­ca, com­pa­ra­da con las trayectorias del Mo­no y de Hu­go, es muy bre­ve. Acá ha­ce un po­co más de cua­tro años que estoy. Y creo que no voy a es­tar mu­cho más. En mi ca­rre­ra re­co­rrí varios clu­bes. Y lo má­xi­mo que per­ma­ne­cí en una ins­ti­tu­ción fue­ron cua­tro años. Así que me pa­re­ce que no ten­go mu­cho tiem­po por de­lan­te en Boca. Ojo, no estoy diciendo que ya cum­plí un ci­clo, pe­ro...”.

La res­pues­ta fue del Lo­co: “Oja­lá que pue­das li­gar una trans­fe­ren­cia al fút­bol eu­ro­peo. Va a ser jo­di­do, por­que un ar­que­ro no se com­pra to­dos los días, pe­ro me gus­ta­ría por vos. Te lo me­re­cés. A Bo­ca le ren­dis­te mu­chí­si­mo. Y si lle­gas a ir­te, ya ten­go a tu reem­pla­zan­te”.

–¿Quién es, Hu­go?

–¿Có­mo quién es, Mo­no? ¿Es­tás ha­blan­do en se­rio? ¿No lo sa­bés? Sos vos. Te­nés que ser vos. Ya co­no­cés lo que es Bo­ca, ya ren­dis­te, sa­lis­te cam­peón. Se­ría lo ideal. Se lo ten­go que de­cir a Ma­cri. Cuan­do vos que­das­te afue­ra de Bo­ca, al po­co tiem­po, char­lé con Mau­ri­cio so­bre ar­que­ros. Él que­ría traer a Chi­la­vert. Y me di­jo que la Bom­bo­ne­ra se ven­dría aba­jo cuan­do Chi­la cru­za­ra la mi­tad de can­cha pa­ra pa­tear un ti­ro li­bre. Pe­ro le di­je que tam­bién se iba a ve­nir aba­jo cuan­do le me­tie­ran esos go­les que él se co­me. Por­que Chi­la­vert co­mo ar­que­ro no me gus­ta pa­ra na­da.  Me­ te go­les, le pe­ga muy bien a la pe­lo­ta, pe­ro na­da más. A mí no me la ven­de. En ese mo­men­to le di­je que el hom­bre pa­ra el pues­to era Cór­do­ba. Y me hi­zo ca­so. Lo que yo le veía a él era una gran po­ten­cia­li­dad. Pe­ro me gus­ta­ba más an­tes, cuan­do sa­lía más. ¿No la ves co­mo yo, Os­car?

Imagen 2001. Otra vez volando hacia la izquierda -todo un clásico de los arqueros de Boca en los últimos 25 años¬–, el colombiano le ataja un disparo crucial a Galdames y apuntala el bicampeonato de América en la Bombonera, ante el Cruz Azul.
2001. Otra vez volando hacia la izquierda -todo un clásico de los arqueros de Boca en los últimos 25 años¬–, el colombiano le ataja un disparo crucial a Galdames y apuntala el bicampeonato de América en la Bombonera, ante el Cruz Azul.

–Sí, pe­ro es que el sis­te­ma tác­ti­co de Bo­ca me obli­ga a te­ner que sa­lir me­nos a an­ti­ci­par. La lí­nea de fon­do, en ge­ne­ral, se pa­ra muy cer­ca del área. Y no ten­go es­pa­cio. Pe­ro es cier­to: aho­ra no par­ti­ci­po co­mo estaba acostumbrado a hacerlo en los equipos de mi país o en la se­lec­ción Co­lom­bia.

–Yo es­toy se­gu­ro de que a vos te gus­ta­ba más lo que ha­cías an­tes. Por­que ju­ga­bas más. A mí  ver­les el cu­lo de cer­ca a los de­fen­so­res me     po­nía lo­co. Los que­ría lo más le­jos po­si­ble, por­que ahí, me­ti­dos ca­si en el área, me ter­mi­na­ban as­fi­xian­do. Me aho­ga­ba. Y les de­cía que ra­ja­ran pa­ra ade­lan­te, que ahí no los que­ría ni en pe­do. A vos, Mo­no, te de­be pa­sar lo mis­mo. Por eso tu me­jor eta­pa fue con el Fla­co Me­not­ti. Sa­lías a ta­par, a an­ti­ci­par, ha­cías la de Dios, un fe­nó­me­no. Dis­fru­ta­bas, vie­jo... Y el fút­bol es un dis­fru­te. ¿O me equi­vo­co?

–Mo­no, ¿se equi­vo­ca?

–No, Hu­go tie­ne ra­zón. Con Me­not­ti pa­sé una épo­ca bár­ba­ra. Te­nía que ser una es­pe­cie de ju­ga­dor li­bre con an­ti­ci­po, con achi­que. Y Bo­ca lle­gó a ju­gar muy bien.   

–El pro­ble­ma es que no ga­na­ron na­da.

–Ju­ga­mos la fi­nal de la Su­per­co­pa y per­di­mos sin me­re­cer­lo an­te In­de­pen­dien­te, pe­ro siempre digo que no to­do pa­sa por ga­nar. Un ju­ga­dor no se mi­de só­lo por lo que ga­nó o por lo que de­jó de ga­nar. La di­men­sión de un ju­ga­dor o de un director téc­ni­co pa­sa por lo que pro­po­ne y por lo que de­ja. Y el Flaco Me­not­ti me de­jó un pa­que­te de co­sas.

–Es que Cé­sar res­pi­ra fút­bol –agre­ga Gat­ti–. Y es del pa­lo de los ju­ga­do­res. Los en­tien­de, in­ter­pre­ta to­do y sa­be mu­cho. Dis­tin­to, pe­ro tam­bién un ca­po, es el To­to Lo­ren­zo. Lo que hi­zo en Bo­ca no fue jo­da.

Imagen UNA TÍPICA del Loco Gatti. La pelota mansa, la intuición a full, el show funcionando a pleno.
UNA TÍPICA del Loco Gatti. La pelota mansa, la intuición a full, el show funcionando a pleno.

El Mo­no me­te la cu­cha­ra: “Me que­dó al­go re­la­cio­na­do con eso de que ga­na­mos muy po­co. No fue así. Ga­na­mos bas­tan­te: la Co­pa Mas­ter, el Aper­tu­ra 92, el Clau­su­ra 91, que la AFA no nos qui­so re­co­no­cer, el tor­neo de...

–¡Por fa­vor! –dis­pa­ra el Lo­co sin anestesia–. Pa­ren un po­qui­to al Mo­no que si lo de­ja­mos se­guir re­sul­ta que ga­nó más cam­peo­na­tos que Cór­do­ba y yo jun­tos.

“Con­tra los ru­sos ju­gué en pe­do”

Con fre­cuen­cia, es­ta­llan las ri­sas. Gat­ti es cen­tro y pun­tal de la me­sa. A ve­ces to­ca y sa­le, co­mo lo ha­cía su ad­mi­ra­do Mu­ham­mad Alí. A ve­ces de­ja caer la fi­cha y se di­vier­te con la bom­bi­ta que de­ja es­ta­llar. Se sir­ve otra co­pa de vi­no blan­co, to­ma un par de tro­zos de hie­lo con la ma­no iz­quier­da, con­vi­da y alien­ta a Cór­do­ba pa­ra que se en­to­ne un po­qui­to y va por otra.

–Unos vi­ni­tos ha­cen muy bien. Yo siem­pre to­mé an­tes de los par­ti­dos. Me sa­ca­ba el ca­ga­zo. Por­que aquel que di­ce que nun­ca sin­tió ca­ga­zo, mien­te. Y el vi­no me da­ba swing.

Cór­do­ba me­te una pre­gun­ta, en­tre sor­pren­di­do y cu­rio­so: “¿Y cuán­to to­ma­bas an­tes de los par­ti­dos?”.

Imagen COMO SI FUERA un homenaje a su ídolo Gatti, Navarro Montoya hace “la de Dios” frente a River.
COMO SI FUERA un homenaje a su ídolo Gatti, Navarro Montoya hace “la de Dios” frente a River.

–Más o me­nos me­dio li­tri­to. Pe­ro la me­di­da del ca­gó­me­tro de­pen­de de ca­da uno. El vi­no me sol­ta­ba. Me li­be­ra­ba. Me ha­cía per­der el mie­do. Pe­ro to­má, Os­car. Da­le, ve­ní que te sir­vo. No te ha­gas el ju­ga­dor eu­ro­peo ni el fi­no con­mi­go, que te co­noz­co bien. A vos te gus­ta la ca­ña. Y me acuer­do có­mo le da­bas a la ca­ña con el ne­gro As­pri­lla. En­tre los dos se ba­ja­ban una bo­te­lla...  

–Hu­go, con­tá lo de la pe­ta­ca de whisky que te­nías den­tro del ar­co en el par­ti­do fren­te a la Unión So­vié­ti­ca en el 76.

–Es que en Kiev ha­cía un frío que te ase­si­na­ba. Por la nie­ve la can­cha pa­re­cía una pis­ta de hie­lo. Y yo con la pe­ta­qui­ta. Ca­da tan­to, un tra­gui­to. Por eso de­be ha­ber si­do que con­tra los ru­sos la rom­pí. Si es­ta­ba en pe­do... Pe­ro no fue só­lo en ese par­ti­do: en to­dos con la pe­ta­ca. Con­tra Po­lo­nia, Hun­gría... La ver­dad, muy bue­no.

–Os­car, ¿com­par­tís lo que afir­mó Hu­go res­pec­to a esa sen­sa­ción de mie­do?

–Sí, al­go hay. Exis­te. Me pa­só en las eli­mi­na­to­rias, en un par­ti­do fren­te a Ecua­dor. No­so­tros lle­gá­ba­mos con el an­te­ce­den­te de cua­tro par­ti­dos con­se­cu­ti­vos sin triun­fos y yo me reincorporaba a la Selección después de una ausencia de dos años. Y sen­tí eso.     

Imagen EL SUPERMAN del nuevo tiempo es Oscar Córdoba, que ya conquistó seis títulos en Boca.
EL SUPERMAN del nuevo tiempo es Oscar Córdoba, que ya conquistó seis títulos en Boca.

–Yo tam­bién –sos­tie­ne el Mo­no–. A mí me trans­pi­ran las ma­nos. Es la an­sie­dad. No me ban­co las char­las téc­ni­cas. Y quie­ro que em­pie­ce el par­ti­do ya. Me acuer­do dos ca­sos: en el 91, cuan­do em­pa­ta­mos y sa­li­mos cam­peo­nes fren­te a San Lo­ren­zo en can­cha de Vé­lez, con el gol de Pi­co, y en el 92, an­te San Mar­tín de Tu­cu­mán, en la Bom­bo­ne­ra. Esa tar­de em­pa­ta­mos 1-1 y tam­bién sa­li­mos cam­peo­nes con el Maes­tro Ta­bá­rez.

–Ese 1-1 es­tu­vo arre­gla­do –co­men­ta Gat­ti–. Ma­mma mía lo que fue eso...

–No, pa­rá –le res­pon­de Navarro Montoya al to­que–. No hu­bo nin­gún arre­glo. Yo lo vi­ví des­de aden­tro.               

“El res­pal­do de Bian­chi fue cla­ve”

Cór­do­ba, con pan­ta­lón ne­gro ajus­ta­do, za­pa­tos ne­gros y ca­mi­sa blan­ca de man­ga cor­ta, es quien apor­ta más si­len­cios. Pe­ro tan­to él co­mo el Mo­no pa­re­cen es­tar atra­pa­dos por el ca­ris­ma de Gat­ti. Si­gue la ron­da del vi­no acom­pa­ña­da por fiam­bres, ra­vio­les a la bo­log­ne­sa, piz­za y el ini­gua­la­ble per­fu­me del fút­bol. Na­va­rro Mon­to­ya va por otra ru­ta: be­be agua mi­ne­ral. Y fes­te­ja las sa­li­das del Lo­co; di­ce que es in­creí­ble que su ído­lo no ten­ga un lu­gar pa­ra de­sa­rro­llar to­do lo que sa­be y suel­ta al­go que a Gat­ti lo ha­ce sal­tar de la si­lla.

–Pa­ra mí, estoy convencido, los ar­que­ros tie­nen que ata­jar y ju­gar. Por­que a ve­ces hay que ata­jar y en otras hay que ju­gar.

–No, Mo­no. Yo no pue­do iden­ti­fi­car­me con el rol de ata­ja­dor. No­so­tros so­mos ju­ga­do­res, que te­ne­mos la ven­ta­ja de que en de­ter­mi­na­do lu­gar de la can­cha po­de­mos usar las ma­nos. Pe­ro na­da más, no nos con­fun­da­mos. ¿Qué es eso de ata­jar? No, yo no en­tro. Siem­pre fui un ju­ga­dor.

 

–¿To­da­vía exis­te el pre­jui­cio de que el pues­to de ar­que­ro es pa­ra los gi­les?

–Sí, to­tal­men­te –apu­ra el Lo­co–. Se de­cía an­tes    y tam­bién aho­ra. Es­to no cam­bió. Y mu­cho tie- ­ne que ver el he­cho de que hu­bo y hay ar­que­ros de me­te­gol. Esos que se pa­ran ca­si de­ba­jo del tra­ve­sa­ño. A al­gu­nos se les va a caer no só­lo el tra­ve­sa­ño en la ca­be­za si­no los pos­tes tam­-   bién. To­do al mis­mo tiem­po. Pen­sar que ha­ce   ca­si cua­ren­ta años que de­bu­té en Pri­me­ra y to­da­vía es­toy ade­lan­ta­do al res­to. Cla­ro que hu­bo ex­cep­cio­nes.

El Mo­no pre­gun­ta: “¿Cuá­les fue­ron, Hu­go?”.

–Una fue el ru­so Yas­hin. Lo vi en un par­ti­do en la Ar­gen­ti­na y la rom­pió. Se an­ti­ci­pa­ba, adi­vi­na­ba, la ba­ja­ba con una ma­no. Era dis­tin­to. Sa­bía. Otra ex­cep­ción fue Errea. El Fla­co era un ex­qui­si­to. Fi­no, téc­ni­co, in­te­li­gen­te. Una bar­ba­ri­dad.

Aho­ra el que pre­gun­ta con gran interés es Cór­do­ba: “¿Y Ama­deo Ca­rri­zo?”.

El Lo­co to­ma la pos­ta: “Ama­deo te­nía una gran téc­ni­ca pa­ra cor­tar un cen­tro, pa­ra pe­gar­le a la pe­lo­ta, pa­ra ma­tar­la con­tra el pe­cho. Pe­ro no sé sí era tan in­te­li­gen­te. Lo que pa­sa es que des­lum­bra­ba por su téc­ni­ca. Otro que me de­ja du­das es Hi­gui­ta. Es atre­vi­do, sa­le, jue­ga con los pies, ha­ce la del es­cor­pión que yo nun­ca la hi­ce ni en jo­da, pe­ro in­te­li­gen­te, no sé...

–No, Re­né es muy in­te­li­gen­te –acla­ra Cór­do­ba–. No es só­lo au­da­cia. Sa­be en se­rio. Lo vi du­ran­te mu­cho tiem­po. Se­guí su ca­rre­ra de cer­ca y no me que­da­ron du­das. Aun­que re­co­noz­co que a mí el que más me lle­gó fue Pe­dro Za­pe, quien ju­ga­ba en el De­por­ti­vo Ca­li du­ran­te los 70. Yo lo mi­ra­ba. Y mi­rán­do­lo me fui for­man­do. Pe­ro Hi­gui­ta fue un gran­de. 

–Hu­go, tie­ne ra­zón Os­car –afir­ma el Mo­no–. A Hi­gui­ta lo dis­tin­guía la in­te­li­gen­cia. No era ape­nas in­tui­ción. Te­nía mu­chos co­no­ci­mien­tos.

–Ha­blan­do de co­no­ci­mien­tos –ata­ca el Lo­co–, uno que es­tá del otro la­do y es un ver­da­de­ro de­sas­tre es el fran­cés Bart­hez. El téc­ni­co del Man­ches­ter no pa­ra de ban­car­lo, pe­ro hoy la me­jor ma­ne­ra de pro­te­ger a Bart­hez es sa­cán­do­lo. No pue­de se­guir ju­gan­do con el ni­vel que tie­ne. Hay que dar­le un des­can­so sí o sí. Se es­tá ha­cien­do ca­da go­les que no se en­tien­den. Atro­pe­lla a sus pro­pios de­fen­so­res, sa­le cuan­do no tie­ne que sa­lir, no sa­le cuan­do tie­ne que sa­lir. En fin, es­tá pa­ra las ca­che­ta­das. Yo lo veo y la ver­dad no lo pue­do creer.

–¿Vos pen­sás lo mis­mo, Mo­no?

–Sí, es te­rri­ble. El mu­cha­cho an­da a con­tra­ma­no.

–Es­ta­mos de acuer­do –di­ce Cór­do­ba–. Es­tá co­me­tien­do mu­chos erro­res. Pe­ro el téc­ni­co con­si­de­ra que la me­jor ma­ne­ra de dar­le con­fian­za es que si­ga ju­gan­do.

–¿A vos, Os­car, te pa­só más o me­nos lo mis­mo en el arran­que del Aper­tu­ra 98?                            

–No, no fue tan así, de nin­gu­na ma­ne­ra. Bian­chi me ban­có en un mo­men­to di­fí­cil, cuan­do a Bo­ca le me­tie­ron seis goles en las tres pri­me­ras fe­chas del cam­peo­na­to; pe­ro él me di­jo que no me hi­cie­ra pro­ble­mas y que yo no me car­ga­ra los go­les so­bre mis es­pal­das, ya que no era res­pon­sa­ble. Por­que hu­bo mu­chas crí­ti­cas. Y me apun­ta­ron. En es­pe­cial, por un gol de Ar­gen­ti­nos Ju­niors en la Bom­bo­ne­ra. Un gol me­dio ex­tra­ño por la tra­yec­to­ria de la pe­lo­ta. Pe­ro Bian­chi no du­dó. Se­guí ac­tuan­do. Pa­ra un ju­ga­dor sen­tir ese res­pal­do es cla­ve, fun­da­men­tal. Y yo lo sen­tí en una eta­pa com­pli­ca­da.

Imagen RISAS en Puerto Madero. Córdoba, Gatti y Navarro Montoya en un encuentro a puro fútbol y con el arco de Boca como denominador común.
RISAS en Puerto Madero. Córdoba, Gatti y Navarro Montoya en un encuentro a puro fútbol y con el arco de Boca como denominador común.

El Lo­co se que­dó col­ga­do con los ar­que­ros que no le cie­rran: “Otro que no me gus­ta es el pi­be Sa­ja, de San Lo­ren­zo. Qué le voy a ha­cer, no me gus­ta. Es ma­lo. Tie­ne ca­ri­ta de ma­lo. El ges­to, la on­da. La otra vez cuan­do fue a bus­car el pe­lo­ta­zo lar­go a Sa­va lo ma­tó sin ne­ce­si­dad. El cho­que fue te­rri­ble. Y pu­do ha­ber si­do mu­cho peor. ¿Sa­bés có­mo se re­suel­ve esa ju­ga­da? Con una ma­no, vie­jo, con una ma­no. Si hu­bie­ra an­ti­ci­pa­do, co­mo co­rres­pon­día, la pe­lo­ta hubiera si­do de él y no pa­sa­ba na­da. Se la to­ca­ba por arri­ba de la ca­be­za con una ma­no, la aga­rra­ba con la otra y me­tía el con­traa­ta­que. Veo es­tas co­sas y me amar­go. No me las ban­co.

–¿Al Fla­co Co­miz­zo te lo ban­cás?

–Al Fla­co, sí. Pe­ro to­da­vía no se sol­tó. Es­tá mi­ran­do de­ma­sia­do el do­cu­men­to. Cuan­do lo de­je de mi­rar va a an­dar me­jor. Lo que pre­ci­sa es an­dar un ba­la­zo en un par­ti­do pa­ra ga­nar en con­fian­za y sol­tar­se. Igual, me gus­ta. Se no­ta que sa­be. Y atrás tie­ne al chi­co Cos­tan­zo, al que le veo fu­tu­ro. Si lo mi­ra bien al Fla­co va a apren­der. Lo tie­ne que mi­rar. Por­que así tam­bién se apren­de. El pro­ble­ma es que en la Ar­gen­ti­na se rom­pió la ca­de­na de maes­tros. Ca­si no que­dan maes­tros.

–Pe­ro Hu­go, un maes­tro sos vos –sos­tie­ne el Mo­no–. Y sin em­bar­go no es­tás la­bu­ran­do. Si no la­bu­rás por­que no te gus­ta la do­cen­cia, es­tá bien. Pe­ro si no tra­ba­jás por­que no te ofre­cen na­da, es­ta­mos muy mal. ¿Có­mo se va a de­sa­pro­ve­char to­do lo que sa­bés? Es de lo­cos. Ten­drías que es­tar en Bo­ca o en la Se­lec­ción jun­to con el Pa­to Fi­llol for­man­do ar­que­ros. ¿Se ima­gi­nan lo que se­ría pa­ra un pi­be te­ner en­fren­te al Lo­co ti­rán­do­le al­gu­nos con­cep­tos? Se le aflo­jan las pier­nas a cual­quie­ra.     

–Es que es­tar con los chi­cos no es la mía, Mo­no. Pre­fe­ri­ría tra­ba­jar más arri­ba. Pe­ro no voy a an­dar lla­man­do pa­ra ofre­cer­me. Me pa­re­ce que no de­be­ría ser así. A es­ta al­tu­ra no voy a es­tar pi­dien­do un pues­ti­to. To­dos sa­ben quién soy y dón­de es­toy.

“Ós­car que­ría los pe­na­les”

Cór­do­ba apu­ra el úl­ti­mo tra­mo de la char­la. Di­ce que en po­cos mi­nu­tos tie­ne que par­tir. Gat­ti lo gas­ta a cuen­ta: “No ves que sos un ar­que­ro. Aho­ra que es­to ve­nía diez pun­tos, vos te vas. Sos un bo­lu­do, Os­car”. Las  ri­sas inun­dan to­do. El Lo­co es­tá ins­pi­ra­do. Na­va­rro Mon­to­ya, que en prin­ci­pio ha­bía co­men­ta­do que an­da­ba so­me­ti­do por la dic­ta­du­ra del re­loj, se que­da un rato más y le pi­de a Os­car un tiem­po su­ple­men­ta­rio. La pró­xi­ma pa­ra­da se con­cen­tra en otro rasgo futbolero: los pe­na­les.

–¿Pa­ra ata­jar­los hay que li­gar o sa­ber?

Imagen Óscar Córdoba jugó en boca desde 1997 hasta 2001
Óscar Córdoba jugó en boca desde 1997 hasta 2001

–Goy­co­chea sa­be –in­ter­pre­ta Gat­ti–. Y lo de­mos­tró no só­lo en el Mun­dial de Ita­lia. Es una vir­tud. Cla­ro que aho­ra hay mu­chos más ele­men­tos que an­tes. La te­le­vi­sión te da mu­chas se­ña­les. Otro que de­mos­tró que sa­be es Os­car. Él en los par­ti­dos fi­na­les de la Co­pa Li­ber­ta­do­res que­ría ir a los pe­na­les. ¿Sí o no? Da­le, no te rías. Si lle­ga­ban a los pe­na­les, co­mo fi­nal­men­te lle­ga­ron, Bo­ca ga­na­ba. Él lo sa­bía. Y con Goy­co lo mis­mo. Él es­ta­ba con­ven­ci­do de que si ha­bía de­fi­ni­ción por pe­na­les, de mí­ni­ma se ata­ja­ba un par. ¿Es así, Os­car? Ade­más, no pre­ci­sa­bas te­ner al pe­la­do de Is­chia atrás del ar­co ha­cien­do se­ñas. Acá, allá, acá, allá, no, to­das bo­lu­de­des. Vos me en­ten­dés.

–Sí, te en­tien­do. Me te­nía mu­cha fe en los pe­na­les de­ci­si­vos por la Co­pa. No lo voy a ne­gar. Es­ta­ba bien. Y me fue muy bien.

–Va­mos Co­lom­bia, no te ha­gas el hu­mil­de con­mi­go. Vos que­rías que Bo­ca em­pa­ta­ra. Y de­fi­nir por pe­na­les fren­te al Pal­mei­ras y el Cruz Azul. ¿O no, Mo­no? ¿No que­ría eso Os­car?

Imagen Navarro Montoya defendió el arco de Boca dese 1988 hasta 1996.
Navarro Montoya defendió el arco de Boca dese 1988 hasta 1996.

–No sé, Hu­go, él lo tie­ne que de­cir. Yo nun­ca me con­si­de­ré un es­pe­cia­lis­ta, aun­que al­gu­nos ata­jé. Por ejem­plo, en la fi­nal de la Su­per­co­pa 89 le ata­jé el úl­ti­mo de In­de­pen­dien­te al Luifa Ar­ti­me. Des­pués Giun­ta me­tió el su­yo y ga­na­mos. Otro que me acuer­do fue el pe­nal que le des­vié a Her­nán Díaz en el Aper­tu­ra 92. Esa tar­de ga­na­mos 1-0 con gol del Man­te­ca Mar­tí­nez.

El Lo­co no se pue­de con­te­ner y lar­ga una bo­ca­na­da: “Ese pe­nal de Ar­ti­me que ata­jas­te fue un pe­do de vie­ja. Hi­zo pifff. Otro pe­do de vie­ja fue el de Van­der­ley, en la fi­nal por la Co­pa, en Mon­te­vi­deo. Aque­lla no­che del 77 es­ta­ba con la ro­di­lla he­cha bol­sa. No me po­día ni mo­ver. Y fue el ne­gri­to Van­der­ley a sa­car ese ti­ri­to. Des­pués, ya en el fes­te­jo, le di­je al Cha­pa Su­ñé que se­gu­ro los pe­rio­dis­tas me iban a poner la cha­pa de hé­roe. Di­cho y he­cho. Al otro día, los tí­tu­los: Gat­ti, el hé­roe del Cen­te­na­rio. Pu­ras gi­la­das. Por­que los pe­rio­dis­tas di­cen mu­chas gi­la­das.         

Imagen Hugo Gatti jugó en Boca desde 1976 hasta 1988.
Hugo Gatti jugó en Boca desde 1976 hasta 1988.

Des­pués, sí, tiem­po cum­pli­do. Las fo­tos, una pe­lo­ta que sal­ta al es­ce­na­rio, las ga­nas de Gat­ti de ha­cer jue­gui­to, un par de be­sos y abra­zos de des­pe­di­da, la pro­me­sa de pró­xi­mos en­cuen­tros, las ri­sas que vuel­ven a es­ta­llar por al­gu­na sa­li­da gra­cio­sa. Y el co­lor del fút­bol en ple­ni­tud. De úl­ti­ma, el Lo­co ti­ra una pie­dra: “Oja­lá que Ra­cing no sal­ga cam­peón. Jue­ga muy mal y no le ha­ría na­da bien al fút­bol ar­gen­ti­no. Pre­fie­ro a Ri­ver”. El Mo­no apo­ya: “Sí, Ra­cing ofre­ce po­co jue­go”. Cór­do­ba pre­fi­rió guar­dar­se la opi­nión.

Ocu­rrió en Pizza Banana de Puer­to Ma­de­ro. La nos­tal­gia di­rá que en una tar­de de pri­ma­ve­ra tres hom­bres que de­fen­die­ron el ar­co de Bo­ca du­ran­te un cuar­to de si­glo for­ma­li­za­ron la con­ti­nui­dad his­tó­ri­ca. Y fue­ron fe­li­ces co­mien­do piz­za y to­man­do vi­no.

 

Por Eduardo Verona