¡Habla memoria!

1938. El asombroso Raúl Capablanca

Crónica biográfica sobre el notable ajedrecista cubano, campeón mundial de 1921 a 1927, cuya capacidad intuitiva, velocidad y control sobre el juego, deslumbró al mundo entero.

Por Redacción EG ·

22 de marzo de 2019

En cierta ocasión le preguntaron al maestro Reti cuándo pensaba jugar el como Capablanca La respuesta fue sorprendente: "Nunca". Y al solicitarle una explicación de aserto tan terminante, Reti aclaró: "Yo he aprendido el ajedrez adulto y me he perfeccionado en él con la dificultad que requiere el estudio de una lengua extranjera; Capablanca ha nacido jugando al ajedrez, cuando mueve las piezas está hablando su lengua materna. Hallar la maniobra precisa en determinadas posiciones me exige a mí un complicado proceso mental, sujeto a lagunas y errores; se me nota el acento extranjero, como a quien habla un idioma extraño. Capablanca, en cambio, maniobra con una espontaneidad desconcertante; sus planes son fluidos, perfectos, y parece que no le demandaran esfuerzo alguno. Preguntarme cuándo voy a jugar como Capablanca, es corno preguntarme cuándo voy a escribir, en castellano, como Cervantes".

Y esto lo decía Reti, con ejemplar modestia, pocos meses después de haber interrumpido en Nueva York una invulnerabilidad de Capablanca que había durado ocho años. ¡Ocho años sin perder una sola partida, no obstante haber disputado, en ese lapso, varios torneos y hasta haber ganado el campeonato del mundo!

 

Imagen El ajedrecista más veloz y seguro que ha existido; el único que pasó ocho años sin perder una partida.
El ajedrecista más veloz y seguro que ha existido; el único que pasó ocho años sin perder una partida.
 

INTUICION ¡DE LA TÉCNICA!

Esa es la característica singularísima de Capablanca: haber nacido sabiendo. Es un caso de videncia extraordinaria y de facultad de precisión en los cálculos llevada a los límites de lo inverosímil. A Capablanca nadie le enseñó a jugar al ajedrez, ni su estilo claro y lógico deriva del de ningún maestro.

Capablanca es la personificación de un fenómeno psicológico que no tiene antecedentes: ¡la intuición de la técnica! Se puede ser un pintor por intuición, un músico por intuición, un poeta por intuición; ¿pero se puede ser un ingeniero por intuición? ¡Y Capa lo es en el mecanismo técnico del juego-ciencia, lo ha sido desde su infancia! Que un ajedrecista inexperto pero dotado de imaginación creadora, de esa llamita que en el genio es hoguera, intuya una combinación deslumbrante, es posible; lo vemos todos los días. Pero que intuya un proceso de técnica científica para conducir una partida es imposible, no lo vemos jamás; la única e inexplicable excepción es Capablanca.

 

A LA CAMA SIN POSTRE

Cuando Capablanca tenía cuatro años, su padre acostumbraba a jugar al ajedrez con un amigo. El pequeño José Raúl quietecito contemplaba esas partidas caseras con la aparente puerilidad que correspondía a una criatura. Un día, sin embargo, perdió su formalidad de hombrecito y se echó a reír.

Su padre, bastante molesto con la risa del pequeño y molesto también con la situación comprometida de su partida, le preguntó la razón de esas carcajadas.

José Raúl, avergonzado, guardó silencio.

La cólera paterna se hizo tonante y terrible y lo mandó a la cama sin postre.

Pero una vez el niño en la camita diminuta, la madre, más comprensiva, trató de inquirir el origen de risa tan fuera de lugar, que tanto había molestado a Capablanca padre; y el pequeño José Raúl confesó a su mamita que se había reído porque su papá ¡había movido mal un caballo! Después le dio mucha vergüenza decirlo...

 

Imagen Capabalanca con su familia
Capabalanca con su familia
 

A LOS CUATRO AÑOS DERROTO A SU PADRE

Por cierto que la madre no le hizo caso, y refirió riéndose, a su esposo, la mentira del pequeño. El padre, sin embargo, no tomó el asunto a broma e interrogó formalmente al acusado. Este, más valiente ya, sostuvo no sólo que Capablanca padre había movido mal el caballo, sino que, si lo hubiera movido de otra manera, habría ganado la partida. Invitado a probar sobre, el tablero semejante audaz afirmación, la criaturita de cuatro años lo hizo en medio de un asombro fenomenal. Nadie daba crédito a sus ojos.

Es cierto que, probablemente, Capablanca padre sería un ajedrecista muy malo; pero de cualquier manera, la hazaña del pequeño no deba ja de ser maravillosa. José Raúl tuvo postre a discreción... Este episodio fue explotado más tarde por el doctor Lasker cuando se enfriaron sus relaciones con Capablancca. “Yo no soy - dijo Lasker - de esos que ya a los cuatro años derrotan a su padre"…

A los 4 años, en efecto, vencía a su Padre; a los 12, todavía de pantalón corto, era campeón de Cuba; a los 22 ganaba el gran torneo internacional de maestros de San Sebastián y a los 32 — no antes porque Lasker eludió el encuentro - se adjudicaba el campeonato del mundo.

 

Imagen Sin que nadie le enseñara el movimiento de las piezas, a los cuatro años derrotó al padre.
Sin que nadie le enseñara el movimiento de las piezas, a los cuatro años derrotó al padre.
 

IMPRESIONANTE RAPIDEZ MENTAL

La aparición de Capablanca, en Europa, allá por el año 1911, impresionó profundamente al público ajedrecista. Los espectadores de los torneos estaban acostumbrados a que los maestros utilizasen íntegramente el tiempo que les asignaba el reglamento para meditar, y a que sólo rara vez se levantasen de sus asientos mientras disputaban las partidas.

En cambio, el cubanito que había atravesado el océano casi nunca estaba sentado; se paseaba entre los tableros de los demás maestros, conversaba con ellos, miraba las partidas ajenas. A la suya parecía que no le hiciese caso, tal era la velocidad con que jugaba. ¡Y, sin embargo, no cometía errores! Esta agilidad mental de Capablanca – que ahora, con los años, ha perdido en gran parte – llegó a su colmo en su partida contra Kóstic del torneo de la Victoria: ¡la jugó íntegramente en 3 minutos!

Su velocidad de concepción ejecución ajedrecísticas han o fuentes de numerosos episodios anecdóticos en los que Capablanca fue primer actor. Relataremos dos: uno acaecido en San Sebastián el año 1911, y otro en Buenos Aires, en el año 1914.

 

COMO A UN CHIQUILIN INTRUSO

La participación de Capablanca en el torneo de San Sebastián fue muy mal mirada por los demás maestros. El torneo estaba reservado exclusivamente a ganadores  de grandes certámenes internacionales y Capablanca jamás había ganado un torneo de maestros por la razón fundamental de que jamás había jugado en ninguno. Para invitarlo, hubo que pasar por sobre los reglamentos, lo que se hizo en obsequio a ser el cubano un ajedrecista de habla española y a haber demostrado amplia superioridad en el match disputado dos años atrás con Frank J. Marshall, campeón yanqui, uno de los invitados al certamen de San Sebastián y dueño de mayores probabilidades de triunfo. Pero estas razones, aunque atendibles, no convencieron a los otros maestros, quienes trataban a Capablanca no sólo como a un intruso, sino como a un chiquilín intruso, lo que justificaba el aspecto aniñado del cubano, quien era muy joven y aparentaba serlo todavía más.

Cuando, en rueda de maestros, se conversaba sobre ajedrez, Capa no podía ni chistar. Menos mal que él era naturalmente callado; pero sus escasas intervenciones, las pocas jugadas que señalaba en los análisis eran rechazadas con menosprecio o, en el mejor de los casos, ni siquiera tomadas en cuenta.

 

Imagen La característica singularísima de Capablanca: haber nacido sabiendo.
La característica singularísima de Capablanca: haber nacido sabiendo.
 

UNA BUENA LECCION

Algunos días antes de iniciarse el certamen, los maestros que habrían de participar en él resolvieron jugar un torneo relámpago — "ping-Pong", — en el que las movidas se realizan sin tiempo para meditarlas, a toda velocidad. Se le propuso a Capablanca que jugase también, parte Por el carácter odioso que hubiera revestido una exclusión única, parte por conmiseración, parte para darle una buena tanda de mates... ¡Qué más quería un muchacho de su rapidez cerebral! Y ocurrió, en efecto, lo que debía suceder, aunque la miopía de los maestros europeos no la hubiese adivinado: que Capablanca distribuyó mates a diestra y siniestra, inclusive al áspero maestro báltico Aarón Niemzowitsch, quien tenía fama de ser el mejor de los ajedrecistas rápidos del mundo.

Desde entonces Niemzowitsch le tomó tal temor reverencial a Capablanca que temblaba—ha fallecido — por el solo hecho de sentarse a jugar frente al Cubano…

El chiquilín intruso primero les ganó este torneo "ping - pong"; después les ganó también el torneo grande, el de verdad. La lección no pudo ser más completa.

"¡SI CAPA NO TE DA CORTE!"

La anécdota que tuvo por  teatro a Buenos Aires es más risueña. El Club Argentino de Ajedrez había contratado a dos maestros de primera fuerza: Capablanca y el servio Boris Kóstic. Capa se divertía todo el día y Kóstic estudiaba ajedrez día y noche; Capa no recibía ninguna revista de ajedrez y Kóstic las recibía todas y las devoraba, al punto que, viéndolo mover solo, horas y horas, las piezas sobre el tablero, al reproducir partidas y finales de las revistas, la dueña de la casa de pensión en que vivía consultó muy apurada a un facultativo sobre si su pensionista estaría mal de la cabeza... ; Capa trataba a Kóstic sin darle la menor importancia y Kóstic usaba todo un sistema protocolar que constituía el cortejo del vocatico y enfático "¡Señor "de" Capablanca!"

—Pero si Capa no te da corte — le decían nuestros "habitués" del Club Argentino que... ¡son buenos ellos también!

LA VENGANZA

Kóstie padecía por este menosprecio de Capablanca e ideaba una venganza muy ajedrecística: demostrar que Capablanca no sabía resolver finales. Existen finales de ajedrez compuestos con tal arte que es enormemente difícil resolverlos, aun para los maestros más notables. Estos suelen necesitar días enteros — y aún semanas — para hallarles la clave.

Capablanca, cualquiera sea su enorme facilidad para el ajedrez, no constituye por cierto una excepción. Así que la venganza planeada por Kóstic, y que luego referiremos, resultaba teóricamente perfecta. Que fallase en la práctica ya es harina de otro costal. Kóstic escogía, de entre el montón de revistas recibidas por él, el más intrincado y difícil de todos los finales artísticos, final que a él le había costado varios días para resolver. Escogido el final, esperaba la oportunidad de planteárselo a Capablanca. Esa oportunidad llegaba a la madrugada, cuando los últimos "habitués" del Club Argentino, arrojados del mismo por la saña de un portero feroz y deseoso de dormir, se encaminaban hacia un cafecito que existía frente a la Asistencia Pública.

CONFIDENTE Y TRAIDOR

Pero, desgraciadamente, para el maestro servio, no le faltaba un confidente que era, también, el traidor. Este confidente se acercaba a Capablanca por el camino y le decía:

—Capa: Kóstic le va a plantear un final que tiene el rey blanco en tal sitio, y el negro en tal otro, y la dama acá, y el caballo acullá, y los peones, en tal y cual forma.

— ¿Ganan las blancas?

—Sí.

— ¿Cómo?

—  La clave es esta y las principales variantes tales y cuales.

Capa quedaba un instante — un instante nada más — pensativo, y luego, habiendo puesto en marcha su rapidísima imaginación, le asaltaba alguna duda con respecto a determinadas variantes: — ¿Y si juega tal cosa?

—Le responde tal otra.

— ¡Tiene usted razón! ¡Qué bonito! ¡Qué bonito!

Y los ojos de Capa se encendían al abarcar en su compleja integridad el intrincado final.

 

SE FRUSTRA LA VENGANZA

Llegaban los transeúntes al café. Kóstic pedía un ajedrez. Colocaba las piezas sobre el tablero, de modo que quedase planeado el final. Sonreía. Guiñaba los ojos a los concurrentes y luego, componiendo la voz, se dirigía al cubano, que conversaba animadamente en otro grupo y aparentaba no reparar en Kóstic ni en su final.

—Señor "de" Capablanca...

Capa, como quien oye llover.

—Señor "de" Capablanca: Vea usted qué bonito final. ¿Por qué no lo resuelve?

— ¡Qué va, hombre! ¡Déjeme usted en paz!

Kóstic sonreía y musitaba: "No se atreve". Menudeaban sus guiños a los concurrentes. Estos intervenían entonces: rogaban al cubano que se dignase mirar el final. Capa, que a lo mejor ya se había puesto a jugar un partido de codillo, accedía a regañadientes al pedido unánime.

Por sobre las cartas echaba una mirada distraída al tablero y, en contados segundos, daba una solución completa del final que a Kóstic le había costado muchos días resolver. Esa diferencia fenomenal, que se reflejaba — con trampa, desde luego — entre la mentalidad ajedrecística del cubano y la del servio, anonadaba a Boris Kóstic.

Incapaz de presumir la "soplada", sólo atinaba a decir: "¡También ha recibido la revista, también!”

Y en eso Kóstic estaba equivocado: Capa no recibía revistas de ajedrez: y, si alguna recibía, no se tomaba la molestia de leerla.

 

¡OCHO AÑOS INVICTO!

EL aspecto externo del juego de Capablanca es, pues — era, sobre todo, — la velocidad; el aspecto intrínseco es la seguridad. No ha habido un ajedrecista más seguro, que cometiera menos errores que el cubano. Pasó ocho años, de 1916, en que Chajes le ganó una partida en Nueva York, a 1924, en que Reti le ganó otra en la misma ciudad, sin paladear el sabor amargo de una derrota, no obstante que en el intervalo jugó dos matches, uno con Kóstic y otro Lasker — este último por el campeonato — y varios torneos.

 

 

¡NI UN LIGERO ERROR!

Saben  los ajedrecistas que disputar una sola partida sin equivocarse una y más veces durante su desarrollo es imposible, tal es la complejidad del ajedrez.

Pues bien; se han analizado las 14 partidas que Capablanca jugó con Lasker en La Habana, el año 1921, partidas que cambiaron de manos el cetro del ajedrez universal ¡Y no se les ha podido encontrar un error de parte del cubano! Hace dieciséis años que los más grandes maestros están disecando esas famosas 14 partidas para pescar un error, aunque sea una ligera inexactitud ¡y nada! Las 14 partidas resisten a los análisis más prolijos y profundos.

Sólo el malogrado maestro Breyer demostró que Lasker pudo haber ganado la décima partida lo que significaría que Capablanca jugó mal en ella, puesto que habría llegado a una posición perdida: pero cuando el mundo del ajedrez, con un suspiro de alivio halló por fin un error — ese error — en alguna de las 14 partidas perfectas; cuando por fin se hubo demostrado que Capablanca era un ser humano y no un dios del tablero, entonces se probó que tampoco se había equivocado Capa en la décima partida y que lo que estaba mal era el análisis de Breyer. Lo probó Bogoljubow porque el cubano, criollo al fin, no se tomó esa molestia.

 

"MADE IN U. S. A."

Tartakower ("Hypermoderne Schaelipartie"), para calificar con una palabra el estilo de los tres -más grandes maestros del tablero, dice que Lasker piensa, Alekhine lucha y Capablanca martillea.

Efectivamente, el cubano, en sus buenos tiempos daba la impresión de una máquina con sus engranajes y goznes prolijamente aceitados.

Reti lo llamó "the perfection in chess", la perfección en el ajedrez. Según el inteligente maestro checoeslovaco, Capablanca, a pesar de su tez morena y su origen cubano, se ha criado en Norte América, se ha hecho a la psicología norteamericana y es un producto tan norteamericano como el Ford. El medio mecánico ha tenido una influencia preponderante en sil formación ajedrecística. Su estilo es el de la leyenda de ciertas hojitas de afeitar: “safety first”, seguridad ante todo.

 

IMPOTENCIA DE LA PSICOLOGIA DE LASKER

Lasker, filósofo y psicólogo, tuvo siempre la habilidad especial para captar las mentes ajedrecísticas de sus adversarios y conducirlos al terreno en que esas mentes se sintieran más descentradas: a Janowski, que prefería el juego vivo de piezas, se las cambiaba todas y lo llevaba a aburridos finales en que el campeón francés perdía la paciencia y cometía numerosos errores: a Maróczy, maestro de la defensa, lo colocaba en la necesidad de atacar. ¿Pero qué hubiera podido hacer contra Capablanca, que jugaba con igual seguridad e igual precisión cualquier aspecto de la partida? Aplicar un método psicológico a Capablanca era tan ridículo como aplicarlo a una máquina de sumar. Reti explicó así el resultado del match de La Habana: "No se puede vencer a una máquina con psicología".

 

ENVEJECIDO Y LENTO

Pesa máquina maravillosa, perfecta, no funciona ahora con la rapidez y la seguridad de otrora. Capablanca ya no es invulnerable. Como cualquier mortal, se equivoca. Hasta ha llegado a perder partidas por excederse en el tiempo reglamentario, lentitud inconcebible en el ajedrecista más veloz que ha existido.

Su físico, qua fue siempre vigoroso, se ha resentido. Persistente neuritis le aqueja desde hace un año. Está envejecido. En el reciente tornee de Semmering finalizó tercero, empatado con Reshevsky, pero precedido por Keres, jovencito de 21 años, y Fine, el entrenador de Euwe. Capablanca, que nunca necesitó de médicos, no cree en ellos. No percibe que la medicina es una ciencia mucho más obscura que el ajedrez; que ha habido un hombre en el mundo — él — que dominó en su hora todos los secretos del tablero; pero que no ha habido — ni probablemente habrá — quien desentrañe todos los secretos del cuerpo humano y de las dolencias que le pueden aquejar.

¿LE DARA ALEKHINE EL DESQUITE?

Pero, aunque envejecido y lento -- En Semmering confesó que ahora le falta lucidez para rematar partidas ganadas, como las que injustamente empató con Fine y Ragosin, — la opinión universal señala a Capablanca como el adversario lógico de Alekhine por el campeonato del mundo. Quizá este sensacional encuentro se dispute en Buenos Aires y en Montevideo, el año 1939. Esperemos para el brillo del deporte que Alekhine, que se ha reencontrado a sí mismo, no vuelva a perderse; y que Capa readquiera la seguridad que todavía el año pasado, sin ir más lejos, le permitió adjudicarse los dos torneos más importantes de 1936: el de Moscú y el de Nottingham, este último delante de Alekhine y después de vencerlo en la partida individual que ambos disputaron.