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Las primeras zapatillas del Gigante

Recordamos con una anécdota, que lo liga a El Gráfico, a un personaje muy querido del básquetbol argentino.

Por O.R.O. ·

26 de septiembre de 2010
Nos dejó el 24 de septiembre. El mismo día que, hace 28 años, Jorge González llegó a la capital chaqueña llevado por Hindú por el sueño de basquetbolista que impulsaban sus  -por entonces- 2,17 metros de altura. Llegaría a 2,30. Tenía 16 años y era formoseño de El Colorado. Hasta ese momento, casi nada de básquetbol. “A los 9 años fui al club Pabellón Argentino de mi pueblo –según me contó en la primera nota que le hice-, a cambio de conseguir un laburo. Como no me consiguieron, no fui más. Volví a los 12, pero la necesidad de ayudar a mi familia, de trabajar, me impidió otra vez que me dedicara a jugar”.

¿Qué hacía en El Colorado? “Trabajaba en lo que podía. Carpía, sembraba sandías, desparramaba tierra, picaba cascotes, hacía de todo… Era un changarín”. En esa época, además, el Gigante tenía un problema para practicar deportes: no podía usar zapatillas, porque no encontraba su número. “La única posibilidad era moverme en la cancha con sandalias –explicó-, no tenía otra cosa. Pero patinaba demasiado y tenía miedo de caerme”.

Enterado de este inconveniente, me propuse hacerle una nota para la revista EL Gráfico viajando a Resistencia una vez que consiguiera el regalo que más necesitaba: un par de zapatillas. Me dio todo su apoyo el Tola Cadillac, que era promotor de Adidas. Para no tener problemas de numeración, le pedí a nuestro corresponsal en el Chaco, Edison Omar Rodríguez, que le tomara el contorno de sus pies en dos hojas de papel. De inmediato, los gigantes pies del Gigante llegaron a Buenos Aires enviados como si fueran un material periodístico de El Gráfico. Así Adidas le pudo fabricar a medida el modelo Top Ten High, de origen francés, que estaba de moda en el básquetbol mundial. La medida asombró: exactamente 55 y 2/3 (18 en la codificación norteamericana).

Con Cadillac viajamos a Resistencia para hacer la nota y la entrega. Después escribí en El Gráfico: “Me quedó tiernamente grabada su imagen cuando entró a la cancha vestido con los verdes colores de Hindú y sus primeras zapatillas de básquetbol. Era la felicidad. Más que contento, más que alegre, más que dichoso. Fue picando hasta la línea de tiro libre y desde allí sacó el jump-shot: ¡doble!”

La acromegalia fue deteriorando su salud hasta derivar en una diabetes terminal. Los sueños y la ilusión se desplomaron. Pucha qué pena, ¡qué infinita pena!