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Centurión: la gambeta de Racing

Le dicen el Wachiturro y no le molesta ni un poco. Típico talento surgido de las clase baja, declara con prolijidad para evitar conflictos. Pero el verdadero Ricky, el que tuvo que gambetear la discriminación para sobrevivir, aparece en la cancha: impredecible, creativo y valiente para bancarse las patadas.

Por Martín Estévez ·

03 de agosto de 2013
  Nota publicada en la edición de agosto de 2013 de El Gráfico

Imagen CUANDO agarró la pelota, estuvo más cómodo que durante la entrevista. En la cancha se siente como en su casa.
CUANDO agarró la pelota, estuvo más cómodo que durante la entrevista. En la cancha se siente como en su casa.
No hace falta empezar este texto con los lugares comunes que se usan cada vez que se cuenta la historia de un futbolista surgido de la clase baja, de un pibe que es parte de una familia empobrecida. Los que no lo sufrimos, deberíamos quitarnos el derecho a contar esas historias, porque es muy fácil imaginar el frío, el hambre y las formas de discriminación más abyectas, pero es muy difícil soportarlas. Y cuando alguno de ellos, de los que más sufren, de los que no saben de cloacas, asfalto, delivery o vacaciones, empieza a tener éxito en el fútbol, los resortes fascistas de la sociedad aparecen de golpe. ¿A qué viene todo esto? A que cuando se menciona a Centurión, buena parte de nosotros pensamos en la imagen suya que circuló en internet con un arma en la mano, o en su festejo haciendo el pasito wachiturro como si fuera algo excéntrico, algo ajeno, una anormalidad. Si hubiera aparecido una foto de Gabriel Batistuta (perdón, Bati, pero algún ejemplo tenemos que usar) con un arma, se lo asociaría con que fue a cazar, o con que es coleccionista. Pero cuando apareció una foto de Centurión con un arma, digámoslo directamente, se lo asoció con la delincuencia. Muy injustamente. Le pasó a Centurión aquella vez, pero les pasa todos los días a todos los pibes que, como él, son maltratados por su condición social, por su color de piel, por su forma de vestir. Lo grita una frase escrita en las paredes de las villas argentinas: “Mi cara, mi ropa y mi barrio no son delito“.
Ricky, como le dicen sus amigos, tiene 20 años y durante la entrevista mide lo que dice. Piensa mucho en cada palabra, baja la cabeza y trata de no equivocarse. Sabe que tiene que manejar un lenguaje que no es el que usa en su casa, en su barrio, con su familia. Habrá escuchado cinco, diez, cientos de consejos sobre cómo declarar ante la prensa, qué es lo que se puede decir y qué no. Todo eso pasa por la cabeza de Centurión mientras escucha las preguntas.

-La rompiste en tus primeros partidos, te vendieron, se cayó el pase, te operaron, volviste a jugar. ¿Cómo te sentís ahora?
-Tranquilo. La verdad es que mi carrera empezó muy rápido, todo pasó de golpe, muchas cosas que yo no me esperaba. Sabía que la posibilidad iba a llegar porque estaba haciendo las cosas bien. Cuando el técnico me dijo que iba a jugar y conocí en el plantel a gente más grande, con experiencia, crecí mucho. En este semestre estoy más maduro y más tranquilo que antes.

-¿Qué es lo que te acordás de esos días?
-Que cuando llegó Zubeldía, me dijeron que me estaba mirando. Pero no me puse loco, seguí haciendo las cosas como las venía haciendo. Me dijo que iba a estar en Primera hasta julio y que, si me adaptaba bien al grupo, me quedaba. Y en uno de los primeros entrenamientos me avisó que iba a jugar. “Vas a arrancar de titular el domingo, pero no te desesperes, tené los pies sobre la tierra“, me pidió.

-¿Y en qué momento, desde tu debut, estuviste más nervioso?
-En la final de la Copa Argentina contra Boca, en San Juan, por todo lo que se vivía. Te puedo decir que si pasara ese momento ahora, lo tomaría con más tranquilidad.

-Tenés una vida muy distinta a la que tenías hace un par de años. ¿O no tanto?
-Sí, te cambia la vida, nadie te puede decir que no. En inferiores o en Reserva no te conoce nadie, pero cuando te empezás a mostrar y te empiezan a pedir fotos en la calle, cambiás el ritmo de vida. Igual te vas acostumbrando. Yo hoy te puedo decir que sé separar las cosas, que soy un profesional... pero hay que disfrutar, también.

Antes de decir “hay que disfrutar, también“, Centurión levanta la cabeza por primera vez durante la entrevista. Y hasta cambia el tono de voz. Suena más sincero. “Hay que disfrutar, también“. Como si se lo dijera a sí mismo, al Centurión que cuida cada palabra para no tener conflictos. Pero enseguida baja la cabeza y se concentra en responder correctamente la siguiente pregunta.

-¿La pasaste muy mal cuando por una lesión se frustró tu pase al fútbol ruso?
-Que se caiga el pase no me molestó tanto como saber que tenía una lesión. Sé que soy joven y voy tener la oportunidad de una transferencia, pero cuando me avisaron que tenía que operarme fue difícil. Era mi primera operación y tenía un poco de miedo.

-¿Qué es lo peor de ser futbolista?
-Lo peor que le puede pasar a un jugador es estar en un club al que querés, donde naciste, y tener que pelear ahí abajo, viendo si te vas o te quedás en Primera. A mí no me tocó, pero debe ser feo, porque cuando nacés en un club le tomás mucho cariño.

-¿Les pedís consejos a los más grandes o eso es algo que se dice para dar la sensación de que el plantel está unido?
-Uno sabe ubicarse, pero cuando sentís que no sabés las cosas, sí: te apoyás en un grande. Ellos mismos se dan cuenta de que necesitás ayuda. Pero si yo sé que alguien está haciendo las cosas mal, aunque sea más grande, voy y se lo digo. Así se forma un plantel: diciéndonos las cosas en la cara.

-En el partido contra Boca, se lo vio a Bianchi gritándoles a sus jugadores: “Métanles, que son cancheros“. ¿Te molestó?
Silencio. Por segunda vez, Centurión levanta la cabeza. Suspira e intenta decir lo que siente. “Me pareció raro que un técnico de jerarquía como él...“. Pero se frena. Sabe que no tiene sentido empezar una polémica. Aprendió los códigos. Como en el barrio, en el fútbol hay que aprender los códigos para sobrevivir. Aunque no debería ser así, Centurión baja la cabeza y comienza a decir lo que tiene que decir: “La verdad es que nosotros siempre jugamos así. Jugamos igual cuando vamos 0-0, o cuando perdemos 3-0. Yo siempre digo que todo queda en la cancha, ya está. Entiendo a los de Boca porque yo también tengo compañeros a los que no les gusta que les pisen la pelota. Por ejemplo, a mí Fernando Ortiz siempre me dice: 'Todo bien con que la pises, pero siempre para adelante, sacale rédito a la jugada. No quiero que sobres ni que cancherees'. Por suerte ellos saben muy bien que nosotros no hacemos eso“.

Por dentro, Ricky debe tener ganas de decir otras cosas, no las que son correctas, sino las que siente. Contar que a él ahora lo ovacionan treinta mil personas desde una tribuna, pero que si se pone un gorrito y una capucha, y camina por Palermo, los mismos que lo ovacionan lo van a mirar con cara de sospecha. Tiene tanto mérito por tirarla larga y gambetear en mitad de cancha como por haberse bancado una infancia de las más difíciles. Termina la nota y se hace un silencio. Centurión levanta la cabeza otra vez y dice algo suyo, algo menos correcto: “¿Sabés qué? Yo juego de esta forma porque soy así. Llegué hasta acá jugando así y no lo pienso cambiar. Los que me conocen saben cómo soy. Y lo que digan de afuera no me interesa“.

Por Martín Estévez. Foto: Hernán Pepe